Atomwaffen Division: los crímenes de los adoradores de Hitler y Manson

Una serie de cinco asesinatos vinculados a un grupúsculo neonazi extremadamente peligroso siembra la alarma en EEUU

Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
El grupúsculo neonazi Atomwaffen Division ocupaba un espacio mínimo en la vitrina policial. Durante un tiempo se le consideró más una rareza que un peligro. Tan solo un embrión de los cientos que pululan en la ultraderecha estadounidense. Eso fue hasta el 19 de mayo pasado. Ese día, a las 17.29, la policía de Tampa (Florida), según los diarios locales, recibió la llamada de un comercio que les alertaba de que un joven armado amenazaba con matar a los clientes. “Denme un motivo para que no les dispare”, había gritado. Era Devon Arthurs. Un chico escuálido, que apenas ofreció resistencia a su detención, pero que al ser interrogado puso en guardia a los agentes. Arthurs contó que acababa de matar a tiros a sus compañeros de piso Jeremy Himmelman, de 22 años, y Andrew Oneschuk, de 18, y que ambos estaban planeando un ataque terrorista contra una central nuclear del sur de Florida. Los policías, viendo el arma semiautomática en la mano de aquel chaval con cara de ardilla, salieron disparados a la vivienda. Ahí iban a descubrir la trastienda de una organización que adora a Adolf Hitler, se postra ante Charles Manson e idolatra las armas atómicas.


Cuando los agentes llegaron al piso, se encontraron llorando en la puerta a un cuarto compañero, Brandon Russell, de 21 años. Ya dentro hallaron los cadáveres; y en un garaje próximo, munición, detonadores eléctricos, precursores como el nitrato de amonio, y el bien conocido HMTD (hexametileno triperóxido de diamina), un material altamente explosivo.

La sorpresa no terminó ahí. Arthurs explicó que había militado en un abismal movimiento llamado Atomwaffen Division y que al convertirse al salafismo, sus compañeros de piso, miembros de la organización, le habían rechazado y hostigado hasta que él los liquidó. Pero eso no fue lo que más inquietó a los agentes.

Russell, el joven con el que se habían topado en la puerta, fue reconocido como un miembro de la Guardia Nacional de Florida. En su habitación guardaba propaganda nazi, panfletos supremacistas y una gran foto de Timothy McVeigh, el ultraderechista que en 1995 mató a 168 personas con un camión cargado de nitrato de amonio en Oklahoma. También era el dueño de los explosivos y, como después se descubriría, el fundador de Atomwaffen Division (división de las armas atómicas, en alemán).

El caso, a primera vista, había quedado cerrado. La policía tenía cadáveres, móvil y culpables. Pero el círculo no había hecho más que empezar a girar. La segunda vuelta llegaría el pasado 22 de diciembre en la tranquila localidad de Reston, en Virgina. A las cinco de la madrugada, el matrimonio formado por Scott Fricker, de 48 años, y Buckley Kuhn, de 43, fue asesinado a tiros en su casa. No hubo muchas dudas sobre el autor: tras matar a la pareja, se había disparado en la cabeza y había quedado en estado crítico. Era el novio de la hija de las víctimas. Tenía 17 años y carecía de antecedentes.

El motivo del doble crimen pronto emergió. Tres meses antes, el homicida había horrorizado al barrio colocando en el parque, sobre el mismo césped donde las familias bien de Reston acuden de picnic, una esvástica de 12 metros de diámetro. Al saberlo, Scott Fricker indagó por su cuenta y averiguó que el novio de su pequeña era un miembro de Atomwaffen Division. Un fanático que sembraba las redes sociales de odio. Odio contra los judíos; odio contra los gays.

Los padres decidieron intervenir. El adolescente, según The Washington Post, se negó a aceptar la ruptura y la noche del 22 de diciembre, guiado por el rencor, entró en la casa de la familia Fricker. Sus ruidos alertaron al matrimonio. Hubo un encontronazo y antes del amanecer la muerte había ganado la partida. El círculo seguía girando.

Dos semanas después, en un parque público a 84 kilómetros al sureste de Los Ángeles la lluvia hizo emerger de la tierra el cadáver de Blaze Bernstein. Llevaba una semana desaparecido y la policía no tardó en atrapar al sospechoso: su compañero de estudios Samuel Woodward. Había sido el último en estar con él y en sus prendas se halló sangre de la víctima. ¿Caso cerrado?

La víctima era judía y gay. Y esta semana se ha descubierto, como ha destapado Propublica, que Woodward, de 20 años, pertenecía a Atomwaffen Division. El círculo ha vuelto a girar. En menos de siete meses, los integrantes de la organización neonazi se han visto implicados en cinco crímenes, la preparación de bombas y un complot para atentar contra una central nuclear. Es mucho, demasiado, para un grupo al que se atribuyen solo 80 miembros y no más de tres años de vida. Las alarmas han sonado. El grupúsculo que hasta ahora se movía en las sombras ha quedado bajo los focos.

Más allá de la militancia de sus autores, nadie ha establecido un nexo entre las muertes, y en las páginas web que les dan cobijo ellos niegan ser peligrosos. Por el contrario, defienden que son un grupo que reúne a gente con “intereses comunes” como la caza y la exploración. Pero las últimas investigaciones periodísticas y de las organizaciones dedicadas al control de los movimientos ultras han sacado a la luz otra cara.
Imagen de Atomwaffen Division.
Imagen de Atomwaffen Division.

Los militantes de Atomwaffen Division acuden a campos de entrenamiento paramilitar y, a diferencia de otras organizaciones supremacistas, no temen lucir indumentaria nazi ni practicar el saludo hitleriano. Ocultos en máscaras de calaveras, en los vídeos que cuelgan en la red es habitual verles quemar banderas y beber copiosamente “por los mártires”.

A estos rituales, la Liga Antidifamación añade otro detalle que les aparta de los neonazis habituales: adoran a Charles Manson. La doctrina de la guerra racial, sus escritos carcelarios, la sangre que hizo derramar forman la médula de su ideología. El terror y la guerrilla son, para ellos, un camino de redención. “La raza blanca ha sido arrinconada y hemos de resistir”, ha declarado uno de sus líderes. ¿Puro griterío adolescente? Hasta ahora, la policía pensaba que sí. Cinco tumbas lo ponen en duda. El círculo sigue girando.

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