Los siete pecados de Álvaro Peña

A Bolívar le bastaron 90 minutos para desnudar al pálido Wilstermann de Álvaro Peña, un proyecto nuevo, pero que cometió los mismos errores de la temporada pasada. El técnico tendrá que trabajar contrarreloj para solucionar estas lacras, si quiere soñar con pasar de fase en la Copa Libertadores.


José Vladimir Nogales
1. Continúa el desastre de las dos bandas
El año pasado, no hubo reemplazo eficaz para Morales y Aponte. Meléan, Ortíz y Vaca fracasaron estrepitosamente como sustitutos. Nada hace presagiar un cambio. La permeabilidad de Ortíz en la custodia tuvo un efecto hemorrágico. Por ahí, Wilstermann se desangró. Facilitó el primer gol (Flores lo rebasó con espantosa facilidad), quedó mal parado en una pared bordada entre Riquelme y Flores, cerró mal en el cuarto (no tomó la marca de Riquelme a espaldas de Alex) y volvió a quedar en ridículo en el quinto, víctima de Flores, su pesadilla. En ofensiva, su aporte se redujo a tirar inútiles pelotazos para nadie. Al otro lado, Vaca fue tan permeable como su compañero de tragedia. Fue rebasado por Arce, volvió mal tras sus estériles aventuras ofensivas (colgando centros frontales) y cerró deficientemente a espaldas de Zenteno.


2. El plan de Peña

Por blindar la mitad de campo con Meleán, Peña restó flexibilidad a un centro del campo que se tornó excesivamente rígido para ejecutar los relevos sobre los costados (especialmente, para socorrer a Ortíz). La lentitud de Meléan (tanto para ir en ayuda de Ortíz como en el retroceso) delató la idea de Peña. Si el propósito era mejorar la marca, el objetivo no fue logrado con la inserción de Meleán, pero sí perdió coordinación, manejo y fluidez con la sustracción de Saucedo, a quien el técnico dio entrada cuando todo estaba perdido.

3. Esquema asimétrico

Álvaro Peña ha apostado claramente por un 4-3-3 que seduce desde la nomenclatura (tres atacantes es un gesto de generosidad), pero que es un despropósito táctico en el campo. Un módulo sin equilibrio. El equipo ataca a pura percusión. Depende de que Chávez se inspire y encuentre el espacio para verticalizar o que Serginho se ilumine y desequilibre por su banda. No existen otras fórmulas. El equipo no tiene juego, no elabora. Los puntas (Álvarez y Pedriel) esperan en el área, quitándose espacio, sin complementarse o contribuir en la elaboración. Cuando el balón sale mal de atrás, Chávez recibe incómodo y le cuesta encontrar espacios. Nadie llega desde la segunda línea para sorprender. Todos miran, nadie se desmarca. Y como nadie ocupa el carril derecho, el dibujo se deforma y el campo se comprime del centro hacia la izquierda. Con menos espacios, el juego exige precisión. Una virtud que escasea en el bagaje técnico de los rojos.

4.- Deficiencias en el retroceso

Las pérdidas de balón penalizaron en demasía a los rojos en defensa. Sin ayudas para Ortíz (no contó con el retroceso de un extremo), Meleán debía activarse como relevo, pero su lentitud y flacidez para la marca agravaron el problema. No clausuró el lateral y dejó campo abierto a su espalda, donde Machado luchó en inferioridad ante la legión de volantes que puso Bolívar. El equipo acabó partido, un viejo drama táctico nunca resuelto. El 4-3-3 inicial provocó un desequilibrio notorio en muchos tramos del encuentro. El desajuste se agudizó en el segundo tiempo, cuando Wilstermann fue a buscar el partido e, incapaz de juntar líneas para asociarse, se dispersó, ofreciendo espacio por todo lado. La fragilidad de la zaga fue patente en todos los goles, involucrando errores posicionales, de coordinación y ejecución.

5. Falta de puntería

Desde el gol de apertura (a 40 segundos de iniciado el juego, algo que apunta a la concentración grupal) hasta el penal errado por Chávez, Wilstermann dispuso de una considerable cantidad de oportunidades para empatar. Serginho erró un par (una pegó en el travesaño), Álvarez otro tanto y Chávez, en la más clara, despilfarró un penal en el pináculo de la reacción y, con seguridad, punto de inflexión en el cotejo. Un equipo con grandes aspiraciones no puede exhibir tamaño desacierto sin desacreditar, de mal modo, la eficacia sobre la que se edifica su trabajo. Tras el penal errado, el equipo se deshizo como un azucarillo. Esta moral frágil ya se apreció la temporada pasada, cuando sólo remontó un par de partidos.

6. Arancibia, inseguro

La actuación de Arancibia en el Estadio Siles estuvo lejos de ser la de un portero seguro, que da confianza a la zaga. Encajó cinco goles. Dos imparables, pero sí pudo hacer mucho más en el segundo, el cuarto y quizá el quinto, cuando quedó en medio de la nada. Desde su fichaje como parte de un ominoso combo, a mediados de 2016, el golero nunca ha mostrado la fiabilidad que se reclama para el puesto. El cuarto gol es enteramente su responsabilidad, lo que ayuda a lesionar su poco encumbrado prestigio. Contribuyó al gol al bloquear, de manera muy deficiente, un balón cabeceado por Riquelme que le fue al cuerpo y pudo haber atrapado. Va mal por arriba, es flojo de manos, no se para correctamente. Un infeccioso foco de inseguridad.

7. Sin refuerzos

El fiasco de Ortíz y Vaca sorprende mucho menos que su permanencia en el club. Ambos dieron sobrada muestra, la pasada campaña, de lo que pueden ofrecer. Y no es mucho. Que, pese a la constancia de sus deficientes prestaciones, hayan sido ratificados en la nómina sugiere un error en la evaluación, una sobrevaloración de aptitudes, miopía del evaluador o algo más oscuro, que tiene que ver con la política del club. De hecho, la planificación deportiva, que involucra al círculo noble del club, queda cuestionada. La pobreza de los fichajes (en calidad, cantidad y características) delata la capacidad directiva en la toma de decisiones. Quizá lo que también se necesita reforzar sea el círculo directivo, que exhibe bajo rendimiento desde hace varias temporadas.

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