Los auténticos decadentes

Ayo plantea que existe una jerarquía estatal conformada por la rosca palaciega, financistas, protectores, operadores y consumidores.

Diego Ayo Politólogo
El señor Vicepresidente, muy fiel a su estilo, insulta. Tacha a la clase media de decadente. No ofende.


Tras doce años de vituperios, el veneno destilado salpica onanísticamente sin fecundar. Nadie lo escucha que no sean sus propios misioneros -a estas alturas lo suyo ya es una cruzada- y, sin embargo, hay que oírlo. Lamentablemente hay que oírlo.


Podría dedicar mi valioso tiempo a escuchar huayños, los 500 mensajes de voz de wapp que aún no abro o las voces fantasmales que, en noches de luna llena, me incordian. Pero no: debemos oír al caballero. Por una razón: aunque con ese dejo autosuficiente y de pretendida sobriedad académica, el señor, desprovisto de remesas aunque aún con el mismo tenor vuela-torres, ha convocado a la guerra.


No nos engañemos. Lo ha hecho, cómo dudarlo, en el breve ensayo publicado por La Razón/Animal Político del 14 de enero de 2017, “La asonada de la clase media decadente”, en el que el exgalán de la clase media, aquel que precisamente se puso corbata para seducirla, la insulta despechado: “decadente”, le espeta, (auto)convencido del talante degenerado de su viejo amor. “…Mala mujer era”.

Inventa. Debe hacerlo. Lo contrario sería admitir su mal porte cautivador. ¿Sí? Sí, claro, pero hasta aquí no rebasamos la condición de guión mexicano cursi con Álvaro Hugo Pedro, maloso pero intrascendente. ¿Qué debe preocuparnos entonces? El final: “… le voy a sacar la mierda a tu hermano, primos, amigos y a los otros platuditos de tu entorno”. He ahí el riesgo…




A ver: don Álvaro, trepado en su nave del tiempo, retorna al 2004, pretendiendo convencernos de que nuestra realidad sigue descompuesta en dos: el bloque popular-indígena enfrentado al bloque señorial. Indios versus q’aras. La clase popular versus la clase decadente.


¿Es cierto? No, la realidad boliviana no deja, por supuesto que no, de atisbar diferencias de clase, pero hoy, enero de 2018, no son éstas diferencias las principales. No, la estratificación del poder hoy en día exhibe dos bloques, claro que sí, pero un tanto distintos a los bloques lineristas: los que viven de la manga del Estado, se apropian de él y reparten el excedente estatal entre los amigotes y hacia su bolsillo, y los que se congregan, aterrizan y subsisten fuera del Estado.


Esta terminología marxista, además, no resulta tan provechosa en una realidad plagada de clanes.

Clanes que en nombre de un grupo étnico, clasista o regional, se disputan, fundamentalmente, la renta estatal (gasífera). Lo que en verdad existe es, por tanto, un conjunto de clanes vencedores frente a clanes derrotados. Hay una jerarquía escalonada de clanes, donde un clan (o algunos) está en la cúspide del poder. Ese clan, adivine amable lector, le pertenece a nuestra segunda autoridad, quien acorde a muchas opiniones, chismes y oídas ha copado la mayor porción de ministerios, acorralado a adversarios internos y/o, posiblemente, controlado empresas públicas o contratos con el Estado (por ejemplo, Choquehuanca ya no existe, BOA sí, ATB tal vez, Toyota tal vez, etc.). No nos engañemos pues: en nombre de los pobres, nuestra clánica autoridad pretende perpetuarse.




Pero sigamos: en esta jerarquía estatal, la rosca palaciega (con Evo, Álvaro y algunos pocos más) está a la cabeza. En el segundo puesto del podio están los financistas: grandes empresas, con grandes contratos sin licitación y grandes “beneficios mutuos” (al estilo CAMCE). Los capitales chinos, por ejemplo, o los contratos con empresas chinas son la joya de la corona: de ahí se extraen las rentas de las que vive ese Estado (y su rosca).


En el tercer puesto, medallita de bronce, están los “aliados naturales” que van desde cocaleros hasta cooperativistas mineros (entre muchos más). Estos son el brazo guerrero: protegen a la casta gobernante. Los medalleros de plata financiaban, estos cuidan.


En el cuarto puesto, con premio consuelo, están los operadores y “su gente”: aquellos que manejan los recursos de: los fallos judiciales, la publicidad estatal, los programas presidenciales, entre otros, todos ellos aferrados a la plata estatal. Los primeros pagan, los segundos defienden, los terceros operan.


Aún quedan, en el quinto puesto, los encargados de las “oficinas menores”, relativas a los empleos públicos (incrementados de casi 200 mil a aproximadamente 400 mil durante estos doce años).




¡Ya está!: financistas, protectores, operadores y consumidores, todos viviendo del Estado. Certeza final: los escalones están copados diferenciadamente en una estructura relativamente racional, donde el Estado se convierte en una entelequia autosuficiente, convertida ya no en servidora pública sino en “el” actor por excelencia destinado a (auto)perpetuarse.


Finalmente, en este bloque estatal hay una pléyade de coloraciones, desde aquellas burguesas del oriente hasta otras aymaras de El Alto. ¿Y en el bloque no-estatal? Igual. Exactamente igual: no es casual que haya un Conamaq orgánico, un El Alto que le dio la espalda al gobierno o enormes porciones de la población cruceña que dan la espalda a este “proyecto”.


Certeza adicional: no hay un problema de blancos contra indios, que es lo que García Linera pretende revitalizar. Lo que hay es una rosca que vive del Estado, junto a sus huestes, aliados y parientes de todo color, región y posición social, ¡y no quiere irse! Ha convertido al Estado en su negocio y no lo quieren perder.


La contradicción no es pues soló de autoritarismo versus democracia, que más bien es el efecto de algo previo como contradicción fundamental: quienes se quieren aprovechar del Estado para beneficio corporativo y quienes luchan contra eso. No hay más.




Por ende, este dibujo dual que hace el Vicepresidente oculta, con el propósito de proteger el q’atu estatal conquistado. Y, además de ocultar, azuza en una peligrosa invención de una sociedad dual, en la que los “buenos” para subsistir deben eliminar a los malos. Su despecho apunta pues a un espantoso final mortuorio.

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