La revuelta de las expectativas frustradas
La exasperación por la corrupción y la falta de mejoras tras el pacto nuclear prendió la mecha de las protestas en Irán, protagonizadas por jóvenes hartos con el régimen de la República Islámica
Ali Falahi
Teherán, El País
Siamak, un estudiante de Literatura persa, trabaja como guardia de seguridad en una empresa de la construcción. Un trabajo seguro aunque mal pagado, y en ocasiones la nómina se retrasa. “Todo el mundo decía que la situación mejoraría en Irán después del acuerdo nuclear, pero todavía hay paro y los que trabajamos tampoco estamos seguros de si al final del mes cobraremos”, explica compungido.
Tras una semana de protestas, Teherán amanece el viernes en calma, sin presencia policial y con el letargo típico del día festivo semanal en una gran metrópoli. Todo apunta al final de los disturbios, que se han saldado con un millar de detenidos y una veintena de muertos, pero aún sigue presente la pregunta por las principales causas de las manifestaciones y son jóvenes como Siamak quienes tienen las respuestas.
La extensión de los disturbios por todo el país y el promedio de edad de los manifestantes, más bajo que otras ocasiones (el 90% de los detenidos son menores de 25 años), arrojan luz sobre la base social y las reclamaciones en las concentraciones. El pacto nuclear con las grandes potencias y el levantamiento de las sanciones en enero de 2016 abrieron a los iraníes nuevas esperanzas de mejora económica. Pero las discrepancias entre Teherán y Washington obligaron a las autoridades a rebajar las expectativas e incluso a hablar de un escenario sin acuerdo. Esto ha agudizado el malestar en la sociedad iraní, que ya no ve alternativa ante el estancamiento del país.
Según algunos analistas, sin embargo, la economía no puede separarse de la política. La Guardia Revolucionaria y el estamento religioso que encabeza el ayatolá Ali Jamenei tienen en su mano la represión política y los beneficiarios de una economía que va mal para el resto.
Siamak cuenta que al principio de las protestas los eslóganes eran principalmente por la crisis económica, pero luego todo se endureció. “Empezaron a arrestar a la gente, y preferí no participar más”, añade. “Hace un año que empecé a trabajar. No se gana mucho y a veces se paga con uno o dos meses de retraso, pero no quería perder el empleo”.
Muchos se preguntan por qué la mejora económica expermitentada tras el pacto nuclear no llegó de forma palpable a los hogares iraníes. La opinión pública lo atribuye a la corrupción, la ineficiencia del sistema bancario y la injusta distribución de la riqueza, así como a los gastos vinculados a la implicación del Gobierno iraní en conflictos regionales.
“He trabajado 30 años en el Ministerio de Educación y mi sueldo apenas me llega a fin de mes”, cuenta Musa, un jubilado que insiste en que solo reclama “que se cumplan las leyes” porque, entre otras cosas, “los servicios del seguro médico van de mal en peor”. Musa dice que al ver las protestas en Mashhad —la segunda ciudad del país y donde comenzaron las manifestaciones a finales de diciembre— decidió participar en las concentraciones de Teherán. “No es justo que una buena parte de los iraníes sufra mientras destinan una gran parte del presupuesto a las organizaciones islámicas, de las que ni conocemos bien sus funciones. La pobreza acaba con todo, hasta con la religión de la gente”, opina este jubilado.
La presentación del presupuesto al Parlamento desató una gran polémica en diciembre. Entre otras cosas, por la partida de la oficina de promoción del seminario de Qom, de 134.000 millones de tomanes (25 millones de euros), frente a la de la sede para las crisis por catástrofes naturales, de 30.000 millones de tomanes (5,5 millones de euros), una desproporción presupuestaria que ha alentado las protestas. La publicación de los altos sueldos de cargos del Gobierno, y varios casos de corrupción y malversación en fondos de pensiones y bancos a los que la Justicia ha respondido con pasividad, han contribuido también a encender la mecha.
Además, la reforma del sistema sanitario, que en el primer periodo presidencial de Hasan Rohaní (agosto de 2013 a mayo de 2017, cuando fue reelegido) se convirtió en una de sus bazas, ha ido desintegrándose por falta de presupuesto. Ello obligó al Ministerio de Sanidad a cancelar la cobertura del seguro Salamat, la cobertura médica gratuita que constituía el mayor proyecto social de su Gobierno.
“El problema principal viene de la ideología de la exportación de la Revolución y por apoyar a los grupos chiíes desde Líbano hasta Yemen. El sistema gasta dinero en estas campañas sin tener en cuenta las necesidades del pueblo”, opina Faramarz, estudiante de Derecho que afirma haber participado en todas las protestas. “No creo que haga falta gastar tanto dinero para detener al ISIS en Irak y Siria, no suponía ningún peligro para nuestra soberanía, solo que el aparato propagandístico del sistema iraní encontró una buena excusa para justificar sus ambiciones regionales”, sostiene.
Necesidades básicas
Pero no todos comparten ese punto de vista. “Irán ha ganado la guerra contra los esbirros de EE UU y del sionismo en la región. Si no fuera por Irán, el ISIS habría ocupado todo Irak y Siria. Los eslóganes de los últimos días contra esta política son la voz de los enemigos que sale de la garganta de un puñado de engañados”, sostiene Parastu Salami, una joven empleada de un banco, tras salir del rezo de los viernes en la Universidad de Teherán.
“Los iraníes no sabemos cómo expresar nuestras protestas, es que no nos han permitido practicarlo. La gente está indignada; está bien, lo entiendo, pero no se debe destruir e incendiar. Así, al final todos sufrimos las consecuencias”, señala Morteza Salehi, dependiente de una tienda de electrodomésticos en la céntrica calle de Jomhuri, en la capital, que ve con preocupación la depreciación del tipo de cambio que, a su juicio, perjudicará aún más a la situación económica.
Muchos iraníes coinciden en que la política económica de las cuatro décadas de Revolución Islámica no ha cumplido sus promesas y no ha permitido satisfacer las necesidades básicas de la población. La distribución de la riqueza no ha mejorado y las diferentes facciones políticas (conservadores y reformistas) solo se han concentrado en sacar los trapos sucios de sus rivales para lograr nuevas parcelas del poder. Las protestas han desaparecido, pero la tensión sigue viva.
Ali Falahi
Teherán, El País
Siamak, un estudiante de Literatura persa, trabaja como guardia de seguridad en una empresa de la construcción. Un trabajo seguro aunque mal pagado, y en ocasiones la nómina se retrasa. “Todo el mundo decía que la situación mejoraría en Irán después del acuerdo nuclear, pero todavía hay paro y los que trabajamos tampoco estamos seguros de si al final del mes cobraremos”, explica compungido.
Tras una semana de protestas, Teherán amanece el viernes en calma, sin presencia policial y con el letargo típico del día festivo semanal en una gran metrópoli. Todo apunta al final de los disturbios, que se han saldado con un millar de detenidos y una veintena de muertos, pero aún sigue presente la pregunta por las principales causas de las manifestaciones y son jóvenes como Siamak quienes tienen las respuestas.
La extensión de los disturbios por todo el país y el promedio de edad de los manifestantes, más bajo que otras ocasiones (el 90% de los detenidos son menores de 25 años), arrojan luz sobre la base social y las reclamaciones en las concentraciones. El pacto nuclear con las grandes potencias y el levantamiento de las sanciones en enero de 2016 abrieron a los iraníes nuevas esperanzas de mejora económica. Pero las discrepancias entre Teherán y Washington obligaron a las autoridades a rebajar las expectativas e incluso a hablar de un escenario sin acuerdo. Esto ha agudizado el malestar en la sociedad iraní, que ya no ve alternativa ante el estancamiento del país.
Según algunos analistas, sin embargo, la economía no puede separarse de la política. La Guardia Revolucionaria y el estamento religioso que encabeza el ayatolá Ali Jamenei tienen en su mano la represión política y los beneficiarios de una economía que va mal para el resto.
Siamak cuenta que al principio de las protestas los eslóganes eran principalmente por la crisis económica, pero luego todo se endureció. “Empezaron a arrestar a la gente, y preferí no participar más”, añade. “Hace un año que empecé a trabajar. No se gana mucho y a veces se paga con uno o dos meses de retraso, pero no quería perder el empleo”.
Muchos se preguntan por qué la mejora económica expermitentada tras el pacto nuclear no llegó de forma palpable a los hogares iraníes. La opinión pública lo atribuye a la corrupción, la ineficiencia del sistema bancario y la injusta distribución de la riqueza, así como a los gastos vinculados a la implicación del Gobierno iraní en conflictos regionales.
“He trabajado 30 años en el Ministerio de Educación y mi sueldo apenas me llega a fin de mes”, cuenta Musa, un jubilado que insiste en que solo reclama “que se cumplan las leyes” porque, entre otras cosas, “los servicios del seguro médico van de mal en peor”. Musa dice que al ver las protestas en Mashhad —la segunda ciudad del país y donde comenzaron las manifestaciones a finales de diciembre— decidió participar en las concentraciones de Teherán. “No es justo que una buena parte de los iraníes sufra mientras destinan una gran parte del presupuesto a las organizaciones islámicas, de las que ni conocemos bien sus funciones. La pobreza acaba con todo, hasta con la religión de la gente”, opina este jubilado.
La presentación del presupuesto al Parlamento desató una gran polémica en diciembre. Entre otras cosas, por la partida de la oficina de promoción del seminario de Qom, de 134.000 millones de tomanes (25 millones de euros), frente a la de la sede para las crisis por catástrofes naturales, de 30.000 millones de tomanes (5,5 millones de euros), una desproporción presupuestaria que ha alentado las protestas. La publicación de los altos sueldos de cargos del Gobierno, y varios casos de corrupción y malversación en fondos de pensiones y bancos a los que la Justicia ha respondido con pasividad, han contribuido también a encender la mecha.
Además, la reforma del sistema sanitario, que en el primer periodo presidencial de Hasan Rohaní (agosto de 2013 a mayo de 2017, cuando fue reelegido) se convirtió en una de sus bazas, ha ido desintegrándose por falta de presupuesto. Ello obligó al Ministerio de Sanidad a cancelar la cobertura del seguro Salamat, la cobertura médica gratuita que constituía el mayor proyecto social de su Gobierno.
“El problema principal viene de la ideología de la exportación de la Revolución y por apoyar a los grupos chiíes desde Líbano hasta Yemen. El sistema gasta dinero en estas campañas sin tener en cuenta las necesidades del pueblo”, opina Faramarz, estudiante de Derecho que afirma haber participado en todas las protestas. “No creo que haga falta gastar tanto dinero para detener al ISIS en Irak y Siria, no suponía ningún peligro para nuestra soberanía, solo que el aparato propagandístico del sistema iraní encontró una buena excusa para justificar sus ambiciones regionales”, sostiene.
Necesidades básicas
Pero no todos comparten ese punto de vista. “Irán ha ganado la guerra contra los esbirros de EE UU y del sionismo en la región. Si no fuera por Irán, el ISIS habría ocupado todo Irak y Siria. Los eslóganes de los últimos días contra esta política son la voz de los enemigos que sale de la garganta de un puñado de engañados”, sostiene Parastu Salami, una joven empleada de un banco, tras salir del rezo de los viernes en la Universidad de Teherán.
“Los iraníes no sabemos cómo expresar nuestras protestas, es que no nos han permitido practicarlo. La gente está indignada; está bien, lo entiendo, pero no se debe destruir e incendiar. Así, al final todos sufrimos las consecuencias”, señala Morteza Salehi, dependiente de una tienda de electrodomésticos en la céntrica calle de Jomhuri, en la capital, que ve con preocupación la depreciación del tipo de cambio que, a su juicio, perjudicará aún más a la situación económica.
Muchos iraníes coinciden en que la política económica de las cuatro décadas de Revolución Islámica no ha cumplido sus promesas y no ha permitido satisfacer las necesidades básicas de la población. La distribución de la riqueza no ha mejorado y las diferentes facciones políticas (conservadores y reformistas) solo se han concentrado en sacar los trapos sucios de sus rivales para lograr nuevas parcelas del poder. Las protestas han desaparecido, pero la tensión sigue viva.