Siempre Torres
Entró por Saúl y seis minutos después marcaba su primer gol en el Wanda en Liga para darle la victoria al Atlético frente a un muy serio Alavés. Los rojiblancos, segundos en la tabla.
Patricia Cazón
As
Había pasado lo de siempre. El Niño había salido a calentar, con Carrasco, y el aire ya era distinto. Con otro rugido, más alto, como más espeso. Era el último partido del año en el nuevo estadio del Atlético y, tres meses después, los pasillos del Wanda Metropolitano están ya llenos de pisadas, perchas de las que cuelgan ya recuerdos y esa sensación: cuando Torres sale a calentar, la hierba también se pone de punta. “Todo puede pasar”, grita, a juego con el aire. Seis minutos después, Simeone lograba al fin darle a Abelardo ese gancho de izquierda que llevaba todo el partido buscando. Lo llevaba en su bota Torres, tras otro centro de gol de Vrsaljko. Y pone al Atleti segundo en la tabla, por delante del Valencia.
Lo había avisado Abelardo (“no saldremos del autobús derrotados”) y no tardó en demostrarlo. Es un entrenador con probeta y un extremo fenomenal, Pedraza, que en, el 4’, se colaba en el área de Oblak, caño a Savic mediante. Su disparo se fue fuera pero ahí quedaba. El aviso del Pitu. Del autobús bajaban con ganas de pelea. El Alavés, con él, definitivamente, vuelve a tener sangre. Presión, robo y ataque instantáneo era su orden. Los equipos parecían dos púgiles sobre la hierba. Midiéndose, estudiándose, buscando cómo darse el primer puñetazo. Pudo ser Saúl, con un tiro que se fue envenenando como quien no quiere la cosa. Es lo que tienen los buenos. Les sale, no les hace falta ni buscarlo.
Gameiro, mientras, otro partido más, sigue midiéndose el pie. Cómo pudo escapársele esa ocasión, tras una dejada perfecta de Griezmann, solo ante Pacheco. Pero pensó demasiado, o tardó en sacar la pierna. Lo que fuera, Maripán se lo arrebató de la bota cuando el Metropolitano ya tenía el goool en la boca.
Para entonces, a pesar de Thomas, ayer en la derecha, máquina perfecta de perder balones, el juego lo dominaba el Atleti sobre unas botas, las de Gabi. Jugaba como con velcro en los pies y todo pasaba por él, capitán infinito. Ninguno, sin embargo, con el final de la red.
A una doble ocasión de Koke replicaba Munir con una falta colgada sobre el área que se estampaba en una pierna y dejaba una sensación al descanso: para ganar al Alavés correoso de Abelardo, Simeone iba a necesitar un gancho que fuese KO.
Intentó que se llamara Correa. Porque el descanso dejó en la ducha a ese Thomas superado por Pedraza carrera sí, carrera también, y buscó Simeone romper el orden del Alavés con desequilibrio de tango en la banda. Su entrada agitó el inicio de la segunda parte. Pero el marcador seguía lo suyo, el 0-0. El Atleti tenía la posesión pero era estéril, tener para nada. Le faltaba contundencia ante un Alavés que había plantado sus raíces profundas en su estadio y buscaba hacer daño. Las probetas de Abelardo, de momento, más eficaces que el intento de gancho del Cholo. Ora Munir, ora Burgui.
Fue después de que Medrán le sacara un penalti-córner a Filipe y Godín que fue casi, cuando Simeone pedía decibelios a la grada con los brazos y Torres y Carrasco ya pisaban el verde. Seis minutos más tarde, El Niño astillaría el muro y el partido terminaría aunque aún quedara un rato. El Atleti durmió el balón y el Alavés atacó con más desesperación que tino. El aire seguía lleno de ese no sé qué que sólo Torres le pinta. Lololo, decía, mientras en una percha colgaba otro recuerdo: el primer gol de su Niño en Liga en el nuevo estadio. Y el Atleti ya segundo.
Patricia Cazón
As
Había pasado lo de siempre. El Niño había salido a calentar, con Carrasco, y el aire ya era distinto. Con otro rugido, más alto, como más espeso. Era el último partido del año en el nuevo estadio del Atlético y, tres meses después, los pasillos del Wanda Metropolitano están ya llenos de pisadas, perchas de las que cuelgan ya recuerdos y esa sensación: cuando Torres sale a calentar, la hierba también se pone de punta. “Todo puede pasar”, grita, a juego con el aire. Seis minutos después, Simeone lograba al fin darle a Abelardo ese gancho de izquierda que llevaba todo el partido buscando. Lo llevaba en su bota Torres, tras otro centro de gol de Vrsaljko. Y pone al Atleti segundo en la tabla, por delante del Valencia.
Lo había avisado Abelardo (“no saldremos del autobús derrotados”) y no tardó en demostrarlo. Es un entrenador con probeta y un extremo fenomenal, Pedraza, que en, el 4’, se colaba en el área de Oblak, caño a Savic mediante. Su disparo se fue fuera pero ahí quedaba. El aviso del Pitu. Del autobús bajaban con ganas de pelea. El Alavés, con él, definitivamente, vuelve a tener sangre. Presión, robo y ataque instantáneo era su orden. Los equipos parecían dos púgiles sobre la hierba. Midiéndose, estudiándose, buscando cómo darse el primer puñetazo. Pudo ser Saúl, con un tiro que se fue envenenando como quien no quiere la cosa. Es lo que tienen los buenos. Les sale, no les hace falta ni buscarlo.
Gameiro, mientras, otro partido más, sigue midiéndose el pie. Cómo pudo escapársele esa ocasión, tras una dejada perfecta de Griezmann, solo ante Pacheco. Pero pensó demasiado, o tardó en sacar la pierna. Lo que fuera, Maripán se lo arrebató de la bota cuando el Metropolitano ya tenía el goool en la boca.
Para entonces, a pesar de Thomas, ayer en la derecha, máquina perfecta de perder balones, el juego lo dominaba el Atleti sobre unas botas, las de Gabi. Jugaba como con velcro en los pies y todo pasaba por él, capitán infinito. Ninguno, sin embargo, con el final de la red.
A una doble ocasión de Koke replicaba Munir con una falta colgada sobre el área que se estampaba en una pierna y dejaba una sensación al descanso: para ganar al Alavés correoso de Abelardo, Simeone iba a necesitar un gancho que fuese KO.
Intentó que se llamara Correa. Porque el descanso dejó en la ducha a ese Thomas superado por Pedraza carrera sí, carrera también, y buscó Simeone romper el orden del Alavés con desequilibrio de tango en la banda. Su entrada agitó el inicio de la segunda parte. Pero el marcador seguía lo suyo, el 0-0. El Atleti tenía la posesión pero era estéril, tener para nada. Le faltaba contundencia ante un Alavés que había plantado sus raíces profundas en su estadio y buscaba hacer daño. Las probetas de Abelardo, de momento, más eficaces que el intento de gancho del Cholo. Ora Munir, ora Burgui.
Fue después de que Medrán le sacara un penalti-córner a Filipe y Godín que fue casi, cuando Simeone pedía decibelios a la grada con los brazos y Torres y Carrasco ya pisaban el verde. Seis minutos más tarde, El Niño astillaría el muro y el partido terminaría aunque aún quedara un rato. El Atleti durmió el balón y el Alavés atacó con más desesperación que tino. El aire seguía lleno de ese no sé qué que sólo Torres le pinta. Lololo, decía, mientras en una percha colgaba otro recuerdo: el primer gol de su Niño en Liga en el nuevo estadio. Y el Atleti ya segundo.