Los choques sobre inmigración y la reforma del euro marcan la última cumbre europea del año

El enfrentamiento por las cuotas de refugiados entre diferentes bloques de la UE hace prever un intenso debate

Claudi Pérez
Lucía Abellán
Bruselas, El País
La fase más aguda de la crisis migratoria ya es historia: siguen llegando decenas de miles de personas por el Mediterráneo, pero lejos del millón de 2015. Y sin embargo la cicatriz sigue ahí. La búsqueda de soluciones a ese problema desenterró este jueves las fracturas Norte-Sur y Este-Oeste en la cumbre europea. “Necesitamos solidaridad”, reclamó la canciller alemana, Angela Merkel, cuya fortaleza se examina estos días en Bruselas. Berlín reclama mutualizar el impacto del flujo migratorio ante la negativa de los socios más reticentes. Pero niega esa misma solidaridad en la otra gran clave de esta cumbre: las reformas del euro.


Con la UE a punto de mudar de piel, la cumbre europea mide el estado de forma de la canciller alemana, Angela Merkel, en plenas negociaciones para tratar de formar Gobierno. El presidente del Consejo, Donald Tusk, reclamó una cumbre política en la que se debatan a fondo soluciones para dos de las crisis mayores de los últimos años, la migratoria y la del euro. Lo nunca visto: Tusk cargó con suma dureza contra el mecanismo obligatorio de reparto de refugiados, de inspiración totalmente alemana. Y exigió a los líderes completar la unión bancaria con el fondo de garantía de depósitos común al que Berlín lleva meses oponiéndose con fiereza.

Ninguna de esas dos propuestas supone un giro radical. Pero la lectura más política de la cumbre es clara: Merkel, que se mostró visiblemente contrariada con el polaco Tusk, no está tan fuerte como antaño y tiene que enfrentarse a una agenda molesta en un momento complicado en clave de política interna alemana.

El Brexit, el primer divorcio en más de 60 años, está encauzado. Pero el ramillete de crisis de los últimos años reclama a gritos profundas reformas en la arquitectura de la Unión. El equilibrio entre responsabilidad y solidaridad será clave: Berlín y sus satélites piden más responsabilidad a la periferia para reforzar el euro, y se niegan a reforzar los mecanismos de solidaridad. La paradoja es que esos mismos países, con Alemania a la cabeza, piden más solidaridad para distribuir el impacto de la crisis migratoria. La cumbre arrancó ayer con serias fracturas: en el Brexit, el grado de unidad es sorprendente, pero en la reforma del euro y en la búsqueda de soluciones para el problema migratorio salen a relucir, una vez más, las diferencias.
Los choques sobre inmigración y la reforma del euro marcan la última cumbre europea del año

La migración fue el debate estrella en la primera jornada de reuniones. Tras una ratificación entusiasta de la nueva política de integración militar, los líderes pasaron a la cena, el momento más franco, o más conflictivo, de la discusión. El plato fuerte fue la migración, que ha provocado un choque institucional entre el Consejo Europeo de Tusk y la Comisión de Jean-Claude Juncker. En las horas previas, Tusk sorprendió a los socios con un análisis tan negativo como rotundo de una de las propuestas estrella de Bruselas y Berlín: las cuotas obligatorias de reparto de refugiados entre países miembros son “ineficaces”; convendría sacarlas del debate para centrarse en prevenir los flujos y en buscar vías permanentes de financiación.

Esa propuesta generó una enorme incomodidad, incluso entre países que comparten el diagnóstico. El más agraviado es Alemania, impulsor del mecanismo de reparto como modo de distribuir la responsabilidad de la acogida, que recae en buena medida en este país. En el mismo grupo están Suecia, Italia y Grecia. Otros, como Francia y España, admiten que las cuotas no han funcionado, pero instan a mantener la solidaridad como clave de la política de asilo. En el otro bando, está el grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia), que celebra los planes de Tusk.

Es curioso: los acreedores quieren más solidaridad cuando se habla de asuntos migratorios, y se niegan a esa mayor solidaridad cuando se habla de reformar el euro. Y los deudores de la periferia quieren exactamente lo contrario.
Más solidaridad

Merkel se reunió con el presidente francés, Emmanuel Macron, y dejó la frase del día: “Necesitamos más solidaridad en la dimensión externa e interna de la migración; la solidaridad selectiva no es suficiente”. Traducción libre: hay que destinar fondos europeos a los países africanos desde los que parten los migrantes, pero a la vez hay que contribuir en el reparto de los refugiados, extremo al que se niegan países como Polonia o Hungría. Macron fue más allá: “Hay que avanzar en una política común de asilo, de protección de fronteras y de desarrollo exterior”.

Como muestra de que están dispuestos a cooperar —pero no a integrar a demandantes de asilo—, los cuatro primeros ministros de esos países del Este se citaron justo antes de la cumbre con Juncker y con el mandatario más afectado por las llegadas de migrantes, el italiano Paolo Gentiloni, para hablar de dinero. El encuentro se saldó con un desembolso de 35 millones de euros para el fondo de África. “Estamos dispuestos a cooperar con considerables sumas de dinero para proteger las fronteras externas de la UE y las acciones en Libia”, declaró el húngaro Viktor Orbán. Berlín, París y el resto de socios advirtieron de que no basta con la chequera: hay que acoger refugiados.

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