El Papa sobre la crisis nuclear: “Se ha llegado al límite”
Francisco defiende su labor diplomática en Myanmar con los rohingya y alerta del riesgo para la humanidad de la escalada de armamento atómico
Daniel Verdú
A bordo del avión del Papa, El País
Quería hablar del viaje. Cuando el avión llevaba una hora en el aire y descubrió que no había más de dos cuestiones sobre su periplo por Myanmar y Bangladés, Francisco se lamentó y se abrió un turno de preguntas espontáneo sobre el tema. El resto de asuntos preparados por los periodistas para la tradicional rueda de prensa en el cielo quedaron relegados y el Papa pudo desgranar su estrategia en una visita de doble filo diplomático a la antigua Brimania que, como reconoció, sustituyó a última hora el viaje a India. A 31.000 pies, justo cuando sobrevolaba ese país, volvió a usar la palabra “rohingya” para referirse a la minoría musulmana expulsada de Myanmar por el ejército y defendió que haberla obviado hasta el último día respondió a una estrategia comunicativa para no bloquear el diálogo con sus interlocutores. “El mensaje ha llegado”, señaló convencido de haber acertado.
La única pregunta sin ninguna relación con el viaje que se coló en la rueda de prensa tuvo que ver con el potencial crisis nuclear entre EE UU y Corea del Norte. Especialmente sobre el cambio de postura del Vaticano respecto a este tipo de armamento, dado que en 1982 Juan Pablo II consideró que el rearme nuclear era moralmente aceptable. El Papa cree que hoy ya no queda lugar para una consideración parecida. “En lo nuclear se ha ido más allá. Hoy estamos al límite de la licitud de usar y tener esas armas. Hoy con el arsenal nuclear así de sofisticado nos arriesgamos a la destrucción de la humanidad”.
Pero más allá de este apunte, la primera pregunta sobre el viaje era obvia. ¿Por qué no dijo antes la palabra rohingya? “Busco decir las cosas paso a paso para que llegue el mensaje. Si en el discurso oficial hubiese dicho esa palabra, les daba con la puerta en las narices”, dijo en referencia al ejército, responsable de la limpieza étnica que provocó el éxodo de más de 620.000 rohingya de Myanmar, y a la cúpula budista que le dio amparo. “Pero describí la situación de los derechos, de los excluidos, la ciudadanía… Para ir más allá en las conversaciones privadas, de las que estoy muy satisfecho. No me di el placer de dar un portazo, de hacer una denuncia pública… pero he podido dialogar y dar mi opinión. Y el mensaje ha llegado hasta tal punto que ha continuado cada día y terminó ayer con aquello”.
El viernes por la tarde, al final del gran acto interreligioso que celebró en Daca (Bangladés), el Papa se reunió por fin con los refugiados sobre el escenario y terminó llorando con ellos fundido en una plegaria conjunta. Esto no estaba programado exactamente así, señaló. “Sabía que les encontraría, era una condición para el viaje, pero no sabía cómo”. La puesta en escena final se produjo sobre el escenario del acto. “Cuando subieron estaban asustados. Alguien les dijo que saludasen al Papa y se fueran sin decir nada. […] Luego quisieron echarlos rápido y me enfadé y grité un poco. Dije muchas veces la palabra respeto. Luego pensé que no podía dejarles ir sin decir nada y cogí el micrófono. En el momento lloré, pero busqué que no se viera. [..] Luego le pedí a uno de ellos que hiciera una plegaria. Parte estaba programado, pero la gran frase salió espontáneamente”.
¿Fue buena idea el viaje visto el panorama que le esperaba? El Vaticano supo a partir del 25 de agosto, al inicio la campaña militar, que el viaje se complicaba. La visita adquiría el torno de crisis de refugiados, justo el tema en el que Francisco ha hecho una bandera. Pero en Myanmar, una delicada democracia donde el ejército influye todavía en las decisiones políticas, no podría expresarse libremente. Algo que quedó muy claro solo dos horas después de aterrizar, cuando el jefe de los uniformados pidió cambiar la agenda sorpresivamente y verse con el Pontífice adelantándose a su encuentro con Aung San Suu Kyi, consejera de Estado y jefa de facto del Gobierno. El Pontífice, que aceptó el cambio, quiso matizar en el vuelo. “Hay dos tipos de encuentros: aquellos a los que he ido a ver y los que he recibido. Al general lo recibí porque él lo pidió y yo nunca cierro la puerta. Fue una interesante conversación donde no negocié con la verdad. Lo hice de modo que él entendiese que el camino de los malos tiempos hoy no es viable”.
Pero más allá de la cuestión local, el proceso de apertura de relaciones del Vaticano con China -que sigue sin aceptar el nombramiento de obispos por parte del Papa y pide que la Santa Sede rompa relaciones con Taiwán-, permite también analizar el viaje. Myanmar es una pieza clave en los intereses del gigante asiático. De hecho, como Francisco explicó en el vuelo, hoy Aung San Suu Kyi se encuentra en Pekín. “Hay diálogos. China tiene una gran influencia en la región, es natural. En todas las misas había ciudadanos chinos”, señaló mientras volvía a insistir en su interés por visitar el país, con el que el Vaticano discute desde hace tiempo la reinstauración de relaciones. “Las negociaciones son de alto nivel. También culturales. […]. Pero se debe ir paso a paso, con delicadeza, como se hace. De hecho, mañana empieza una reunión de la Comisión Mixta –la comisión que coordina las relaciones entre ambos estados-. Las puertas del corazón están abiertas. Creo que nos hará bien a todos un viaje a China”.
Daniel Verdú
A bordo del avión del Papa, El País
Quería hablar del viaje. Cuando el avión llevaba una hora en el aire y descubrió que no había más de dos cuestiones sobre su periplo por Myanmar y Bangladés, Francisco se lamentó y se abrió un turno de preguntas espontáneo sobre el tema. El resto de asuntos preparados por los periodistas para la tradicional rueda de prensa en el cielo quedaron relegados y el Papa pudo desgranar su estrategia en una visita de doble filo diplomático a la antigua Brimania que, como reconoció, sustituyó a última hora el viaje a India. A 31.000 pies, justo cuando sobrevolaba ese país, volvió a usar la palabra “rohingya” para referirse a la minoría musulmana expulsada de Myanmar por el ejército y defendió que haberla obviado hasta el último día respondió a una estrategia comunicativa para no bloquear el diálogo con sus interlocutores. “El mensaje ha llegado”, señaló convencido de haber acertado.
La única pregunta sin ninguna relación con el viaje que se coló en la rueda de prensa tuvo que ver con el potencial crisis nuclear entre EE UU y Corea del Norte. Especialmente sobre el cambio de postura del Vaticano respecto a este tipo de armamento, dado que en 1982 Juan Pablo II consideró que el rearme nuclear era moralmente aceptable. El Papa cree que hoy ya no queda lugar para una consideración parecida. “En lo nuclear se ha ido más allá. Hoy estamos al límite de la licitud de usar y tener esas armas. Hoy con el arsenal nuclear así de sofisticado nos arriesgamos a la destrucción de la humanidad”.
Pero más allá de este apunte, la primera pregunta sobre el viaje era obvia. ¿Por qué no dijo antes la palabra rohingya? “Busco decir las cosas paso a paso para que llegue el mensaje. Si en el discurso oficial hubiese dicho esa palabra, les daba con la puerta en las narices”, dijo en referencia al ejército, responsable de la limpieza étnica que provocó el éxodo de más de 620.000 rohingya de Myanmar, y a la cúpula budista que le dio amparo. “Pero describí la situación de los derechos, de los excluidos, la ciudadanía… Para ir más allá en las conversaciones privadas, de las que estoy muy satisfecho. No me di el placer de dar un portazo, de hacer una denuncia pública… pero he podido dialogar y dar mi opinión. Y el mensaje ha llegado hasta tal punto que ha continuado cada día y terminó ayer con aquello”.
El viernes por la tarde, al final del gran acto interreligioso que celebró en Daca (Bangladés), el Papa se reunió por fin con los refugiados sobre el escenario y terminó llorando con ellos fundido en una plegaria conjunta. Esto no estaba programado exactamente así, señaló. “Sabía que les encontraría, era una condición para el viaje, pero no sabía cómo”. La puesta en escena final se produjo sobre el escenario del acto. “Cuando subieron estaban asustados. Alguien les dijo que saludasen al Papa y se fueran sin decir nada. […] Luego quisieron echarlos rápido y me enfadé y grité un poco. Dije muchas veces la palabra respeto. Luego pensé que no podía dejarles ir sin decir nada y cogí el micrófono. En el momento lloré, pero busqué que no se viera. [..] Luego le pedí a uno de ellos que hiciera una plegaria. Parte estaba programado, pero la gran frase salió espontáneamente”.
¿Fue buena idea el viaje visto el panorama que le esperaba? El Vaticano supo a partir del 25 de agosto, al inicio la campaña militar, que el viaje se complicaba. La visita adquiría el torno de crisis de refugiados, justo el tema en el que Francisco ha hecho una bandera. Pero en Myanmar, una delicada democracia donde el ejército influye todavía en las decisiones políticas, no podría expresarse libremente. Algo que quedó muy claro solo dos horas después de aterrizar, cuando el jefe de los uniformados pidió cambiar la agenda sorpresivamente y verse con el Pontífice adelantándose a su encuentro con Aung San Suu Kyi, consejera de Estado y jefa de facto del Gobierno. El Pontífice, que aceptó el cambio, quiso matizar en el vuelo. “Hay dos tipos de encuentros: aquellos a los que he ido a ver y los que he recibido. Al general lo recibí porque él lo pidió y yo nunca cierro la puerta. Fue una interesante conversación donde no negocié con la verdad. Lo hice de modo que él entendiese que el camino de los malos tiempos hoy no es viable”.
Pero más allá de la cuestión local, el proceso de apertura de relaciones del Vaticano con China -que sigue sin aceptar el nombramiento de obispos por parte del Papa y pide que la Santa Sede rompa relaciones con Taiwán-, permite también analizar el viaje. Myanmar es una pieza clave en los intereses del gigante asiático. De hecho, como Francisco explicó en el vuelo, hoy Aung San Suu Kyi se encuentra en Pekín. “Hay diálogos. China tiene una gran influencia en la región, es natural. En todas las misas había ciudadanos chinos”, señaló mientras volvía a insistir en su interés por visitar el país, con el que el Vaticano discute desde hace tiempo la reinstauración de relaciones. “Las negociaciones son de alto nivel. También culturales. […]. Pero se debe ir paso a paso, con delicadeza, como se hace. De hecho, mañana empieza una reunión de la Comisión Mixta –la comisión que coordina las relaciones entre ambos estados-. Las puertas del corazón están abiertas. Creo que nos hará bien a todos un viaje a China”.