El Betis puso fútbol y el Atlético, la efectividad
Dio la victoria en el 30' a un Atlético más eficaz que brillante que sobrevivió sin Griezmann. El Betis mandó, pero chocó con Oblak. Lesión de Guardado.
Patricia Cazón
As
Nervios. Los nervios llenaban el aire del Villamarín. Nervios mezclados con pitos para el equipo de casa, el Betis. Al calentar, al volver al campo, durante el himno. Resultaron gasolina. No había otra. El ganar, ganar o ganar que Setién también aprendió de Luis, en sus años de Atleti. Su equipo salió como sólo puede hacerlo quien se juega la vida, corriendo cada balón como si el mundo fuera a acabarse. En un minuto, Boudebouz ya tenía una amarilla y una ocasión. Inicio del monólogo verdiblanco. Sólo faltaría el gol.
Y eso que durante media hora lo buscarían Setién y sus once hombres. Con presión alta, con dominio posicional y mucho balón. El Atleti era simple espectador. Un Atleti con cuatro centrocampistas (Saúl, Thomas, Gabi y Koke) y ningún artista: sin Griezmann tampoco jugaba Carrasco. La pelota le era un extraño, como si antes del partido se hubiesen peleado y no se hablaran. Ésta prefería el tacto de las botas de medias verdes, el alboroto de Joaquín. Filipe-Koke eran una autopista hacia Oblak y Thomas, que cuatro partidos después dejaba el lateral para volver al centro, era mecido como hoja suelta en medio de la ciglogénesis explosiva que llevaba Boudebouz en las botas, caño incluido.
En veinte minutos se habían esfumado los nervios, los pitos, y en el aire sólo había música, la que anunciaba el Betis con su fútbol sobre la hierba. Soportaba el Atleti, sin embargo, los embistes, con un 26% de posesión. Aunque el área de Adán pareciese estar más allá de Orion, aquí en la tierra, en el área de Oblak, Savic sujetaba y repelía todos los golpes, acero montenegrino. El Betis seguía sin gol. En la más clara, Sergio León no llegó a rematar un córner que se paseó por la línea de gol. Un minuto después el partido se daría la vuelta como un calcetín.
Porque a Vrsaljko le llegó un balón en largo, corrió la banda derecha y lo envió, raso, potente, a la línea de gol, para deshacer todas las sombras que en las últimas semanas se acumulan sobre su cabeza. Gameiro no llegó, le derribó Mandi, le faltó un dedo, pero en el segundo palo ya se deslizaba Saúl por el suelo para golpearlo con ganas de besarse su tatuaje en la muñeca. Es su celebración de gol. Ante una defensa blandiblu, efectividad cholista. Y suele matar de un disparo.
En la jugada siguiente, otro disparo de Correa que detendría Adán sería el último a puerta del Atleti en el partido, minuto 31. Cuando el Betis se fue al descanso, del aire se habían espantado los nervios. De su gente, sólo aplausos, por su primera parte, a pesar del 0-1. Los pitos, sólo al árbitro.
En la segunda parte, el Betis salió como en la primera, queriendo monólogo, pero buscando también morder. Boudebouz lanzaba jugadas hacia arriba y Tello desnudaba a Vrsaljko en la banda. Pero había centros que nadie remataba, Savic diluía un uy de Sergio León y Tello lanzaría un obús sólo para que Oblak sacara su mano milagrosa de cada partido. Le bastó acariciarlo con la punta del guante para desviarlo fuera. Iba adentro, y con sello de golazo.
Simeone tuvo que tirar de banquillo para espesar al Betis: sacó del campo a Correa, acelerado y con amarilla, para apuntalar su defensa con cemento uruguayo, Giménez, un remedio frente a Tello. En la jugada siguiente, Guardado se rompía, aunque su equipo no.
Seguía jugando y madurando el balón hasta el infinito y más allá. Por la derecha, por la izquierda, por el centro. Con Joaquín, Durmisi o Boudebouz. Cada vez más atropellado y siempre con idéntico final: el muro de piernas tejido por el Cholo. Setién no pudo derribarlo ni con jugadas de treinta toques ni con asedio ni con una bomba nuclear. Pero si el Betis apretaba, Simeone ponía sobre la hierba más defensas. Porque entró Lucas por Thomas y ya eran seis, todos los que tiene. Nadie sabe sufrir como él, como el Cholo. Y eso también gana partidos, Ligas. Un año que lleva sin perder fuera de casa.
Patricia Cazón
As
Nervios. Los nervios llenaban el aire del Villamarín. Nervios mezclados con pitos para el equipo de casa, el Betis. Al calentar, al volver al campo, durante el himno. Resultaron gasolina. No había otra. El ganar, ganar o ganar que Setién también aprendió de Luis, en sus años de Atleti. Su equipo salió como sólo puede hacerlo quien se juega la vida, corriendo cada balón como si el mundo fuera a acabarse. En un minuto, Boudebouz ya tenía una amarilla y una ocasión. Inicio del monólogo verdiblanco. Sólo faltaría el gol.
Y eso que durante media hora lo buscarían Setién y sus once hombres. Con presión alta, con dominio posicional y mucho balón. El Atleti era simple espectador. Un Atleti con cuatro centrocampistas (Saúl, Thomas, Gabi y Koke) y ningún artista: sin Griezmann tampoco jugaba Carrasco. La pelota le era un extraño, como si antes del partido se hubiesen peleado y no se hablaran. Ésta prefería el tacto de las botas de medias verdes, el alboroto de Joaquín. Filipe-Koke eran una autopista hacia Oblak y Thomas, que cuatro partidos después dejaba el lateral para volver al centro, era mecido como hoja suelta en medio de la ciglogénesis explosiva que llevaba Boudebouz en las botas, caño incluido.
En veinte minutos se habían esfumado los nervios, los pitos, y en el aire sólo había música, la que anunciaba el Betis con su fútbol sobre la hierba. Soportaba el Atleti, sin embargo, los embistes, con un 26% de posesión. Aunque el área de Adán pareciese estar más allá de Orion, aquí en la tierra, en el área de Oblak, Savic sujetaba y repelía todos los golpes, acero montenegrino. El Betis seguía sin gol. En la más clara, Sergio León no llegó a rematar un córner que se paseó por la línea de gol. Un minuto después el partido se daría la vuelta como un calcetín.
Porque a Vrsaljko le llegó un balón en largo, corrió la banda derecha y lo envió, raso, potente, a la línea de gol, para deshacer todas las sombras que en las últimas semanas se acumulan sobre su cabeza. Gameiro no llegó, le derribó Mandi, le faltó un dedo, pero en el segundo palo ya se deslizaba Saúl por el suelo para golpearlo con ganas de besarse su tatuaje en la muñeca. Es su celebración de gol. Ante una defensa blandiblu, efectividad cholista. Y suele matar de un disparo.
En la jugada siguiente, otro disparo de Correa que detendría Adán sería el último a puerta del Atleti en el partido, minuto 31. Cuando el Betis se fue al descanso, del aire se habían espantado los nervios. De su gente, sólo aplausos, por su primera parte, a pesar del 0-1. Los pitos, sólo al árbitro.
En la segunda parte, el Betis salió como en la primera, queriendo monólogo, pero buscando también morder. Boudebouz lanzaba jugadas hacia arriba y Tello desnudaba a Vrsaljko en la banda. Pero había centros que nadie remataba, Savic diluía un uy de Sergio León y Tello lanzaría un obús sólo para que Oblak sacara su mano milagrosa de cada partido. Le bastó acariciarlo con la punta del guante para desviarlo fuera. Iba adentro, y con sello de golazo.
Simeone tuvo que tirar de banquillo para espesar al Betis: sacó del campo a Correa, acelerado y con amarilla, para apuntalar su defensa con cemento uruguayo, Giménez, un remedio frente a Tello. En la jugada siguiente, Guardado se rompía, aunque su equipo no.
Seguía jugando y madurando el balón hasta el infinito y más allá. Por la derecha, por la izquierda, por el centro. Con Joaquín, Durmisi o Boudebouz. Cada vez más atropellado y siempre con idéntico final: el muro de piernas tejido por el Cholo. Setién no pudo derribarlo ni con jugadas de treinta toques ni con asedio ni con una bomba nuclear. Pero si el Betis apretaba, Simeone ponía sobre la hierba más defensas. Porque entró Lucas por Thomas y ya eran seis, todos los que tiene. Nadie sabe sufrir como él, como el Cholo. Y eso también gana partidos, Ligas. Un año que lleva sin perder fuera de casa.