El Atlético ganó un partido trepidante gracias a un tanto del francés en el 88’. Willian José adelantó a la Real y Filipe empató después. Partidazo de Rulli.

Patricia Cazón
As
Saltaron los dos equipos con necesidades. Para el Atleti el partido había comenzado nada más terminarse el Barça-Celta, la Liga a seis puntos, si se ganaba a una Real que buscaba vendas en el Wanda Metropolitano tras el Lleida. Comenzó el partido, sin embargo, frío, a juego con la tarde, en un estadio sin río pero también sin calefacción.


Cortaba el aire y, si entre los asientos se colaba entre guantes, gorros y abrigos, sobre el césped parecía llenar de escarcha las articulaciones. Hasta el minuto quince no terminó de pasar nada. Pero entonces, el acelerón. Lo primero fueron dos uy, uno por equipo.

En el Atleti, Gameiro, pero pensó demasiado ante Rulli y se hizo un lío cuando sólo debía empujar. Aún le falta esa punta de velocidad que tenía en el Sevilla. La de la Real saldría de Thomas, ayer de nuevo lateral derecho, ayer sobrepasado. Aquí convirtió en suicidio un balón fácil enviándoselo a Godín: atrapó Xabi Prieto y William José chutó alto. La Real había pisado el área de Oblak y acababa de descubrir que su hierba no mordía. Volvería. La Real preLleida. Y, lo dicho, quería vendas.

Su carril era el izquierdo, buscando a Thomas. Sus armas, las piernas de Oyarzabal y la brújula de Illarra. Sus llegadas ya uy, uy, uy. Oblak pararía la segunda, la más clara, a Xabi Prieto, pero no la tercera: salió por bajo y arrolló a Oyarzabal. Penalti. Willian José lo encajaría por el centro. El Atleti sobrevivía sin ocasiones, sin ideas y con ese costurón: Thomas. Toda la defensa parecía contagiada de su mal. Temblorosa, más arcilla que muro. También Oblak, extrañamente impreciso. También Correa. Porque el gol de la Real descongeló al Atleti y tuvo dos oportunidades de demostrarlo. Las dos solo, frente al portero. Las dos con mismo final: Rulli. Mientras Gabi barría los rivales de su área, organizaba y ordenaba, Giménez intentaba ocupar su sitio y el de Thomas. Pero no le quitaba a la defensa el aire queso gruyére, llena de agujeros.

La tercera de Correa llegaría tras el descanso. Con Rulli vencido, misterio, la mandó alto. Había salido el Atleti a encerrar a la Real. Como si en la caseta hubiese recordado el plan: atacar, no dejarla jugar. Así tampoco lo harían Prieto, Oyarzabal y William José. Pero si Correa tenía el día a lo Vietto, Rulli, los guantes con velcro. Atrapaba todo. El Atleti los había pintado de rojiblanco, aunque aún no era capaz de hacerlos gol. Hasta que lo cogió Saúl. La segunda parte fue suya. Él pidiendo juego, llenando el campo.

En el 63’ sentó a Xabi Prieto en la derecha y centró a Filipe, que se sacó un trallazo de la bota con la naturalidad con la que se hace un Cubo de Rubik en cuatro movimientos. Es un genio. El empate precipitó los cambios. Comenzaría el intercambio de golpes. El Atleti no dejaría de atacar, la Real se habría vuelto a quitar la escarcha. El fútbol ya era tenis. Mirada a un área, a la otra. Aquí saltaba solo Zurutuza, allá Rulli detenía un cabezazo de Grizi que olía a red.

Y el aire a remontada. A veces el secreto es simple: el corazón. Si el Atleti juega sin él, es un equipo preSimeone, plano. Pero cuando lo derrama sobre la hierba es imbatible. Allá donde parecen no alcanzar las piernas, empuja éste. Y siempre llega. Es el Atleti, es Simeone, la intensidad. Y arrastra lo demás. Lo trae de la mano. El corazón. Con cresta rubia. Porque no podía ser otro que él, Grizi, el hombre frente a su pasado, quien lo hiciera gol.
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Saúl, de nuevo, la preparó y lanzó un cabezazo al palo contrario donde, en la base, apareció el francés como una locomotora, como si la madera no estuviera delante, o seis rivales, o Rulli, para enviarlo a la red. Él no celebró, el estadio rompió a aplaudir. Medio mes después ni rastro de pitos. Qué bien le queda la cresta. Y cómo vuela el Atleti sobre ella.

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