Cuando eran los mejores

Los mismos 11 jugadores que hace seis meses destrozaron a la Juventus en la final de la Champions salieron de San Mamés tan heridos como llegaron

Óscar Sanz
El País
Vivíamos convencidos de que aquel equipo estaba destinado a marcar época. El madridismo recitaba de memoria el once que había destrozado a la Juve en la final de la Champions (4-1). De Keylor a Cristiano, sus nombres ocupaban ya un lugar de honor en el santoral del club más laureado de la historia. Habían conquistado la 12ª Copa de Europa del Madrid, la tercera en cuatro años, la segunda consecutiva. Fue el pasado 3 de junio, anteayer como quien dice, cuando el mejor equipo del momento mandaba al infierno al campeón italiano, el mismo que había dejado en el depósito de cadáveres al Barça de Luis Enrique una ronda antes. Los medios de comunicación celebraron el advenimiento de aquella máquina de jugar al fútbol. Y algunos de ellos celebraron también el mal ajeno, el de Bale concretamente, cuya lesión había abierto las puertas del equipo titular a Isco y, por ende, las del paraíso al Madrid.


Medio año después, anteayer concretamente, ese mismo equipo, de san Keylor a san Cristiano, se presentó en San Mamés con la intención de dar un golpe en la mesa, reducir la ventaja del Barça en la Liga y gritar a los cuatro vientos que el campeón está de vuelta. Ni hubo golpe en la mesa, ni se redujo ventaja alguna, ni los cuatro vientos oyeron una voz más alta que otra. El Madrid salió de Bilbao tan herido como llegó. O más. Toca, pues, que aquellos que de esto saben, que son tantos, hurguen en el baúl de los porqués. De ese baúl, en los últimos tiempos, han salido reproches, y sobre todo exigencias, a Zidane que harían las delicias de un beodo. Y no ya que los de la BBC no puedan ni deban jugar juntos nunca, jamás, de ninguna de las maneras, pues no lo hacen desde el pasado mes de abril. Se nos ha dicho que Theo debía jugar en el lugar de un Marcelo que estaba para sopitas y buen vino. Y que Ceballos merecía una oportunidad en detrimento de (¿pueden reírse conmigo?) Modric. O, en fin, que Zidane estaba obligado a inventarse una revolución que se llevara por delante a medio equipo. Y esa revolución tiene nombres y apellidos. Porque uno se desayunó ayer con la noticia de que el error del Madrid había sido no juntar en su delantera a Cristiano, Morata y Mbappé, esto es, a uno que este verano decía que se iba, al que se fue y al que nunca llegó. A la información sin embargo, le falta un matiz. Mbappé, en el PSG, cobra 18 millones de euros netos al año. Podría ocurrir que alguno de los futbolistas que lo han ganado todo, y todo significa todo, de blanco en los últimos meses no estuviera muy de acuerdo en cobrar menos de la mitad de lo que cobra el chico nuevo. Podría ocurrir, sí.

El caso es que Zidane está solo. Y no lo dice servidor de usted, sino un periódico en cuya portada se podía leer hace pocas fechas: “La soledad de Zidane”. Interesante, parecía aquello. En páginas interiores se nos contaba que el técnico no daba con la tecla y que el equipo no marcaba goles, lo que más que soledad refleja torpeza en ambos casos. Así que Zidane, a quien apoyan su plantilla, su presidente, su afición y, es de suponer, su familia, está solo. Sea usted dos veces campeón de Europa en dos años para acabar en la indigencia sentimental. La culpa puede ser de Zidane, por supuesto, que anteayer en San Mamés no tuvo mejor idea que alinear a los mismos 11 jugadores que el 3 de junio formaban el mejor equipo del mundo y de todo lo que se mueva. ¡Pero en qué momento se le ocurriría eso a este hombre! La única defensa que le queda ya al francés es hacer suya aquella frase de Alfio Basile, entrenador argentino que explicó así el fracaso de uno de los 16 equipos que dirigió: "Yo coloco bien a los jugadores en el campo. El problema es que luego ellos se mueven".

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