Cómo Recep Erdogan rompió la histórica amistad turco-isaelí para liderar la furia islámica
El presidente turco busca utilizar la decisión de Estados Unidos de reconocer a Jerusalén como capital de Israel como excusa para intentar la unificación detrás suyo del disperso liderazgo de las naciones musulmanas
Germán Padinger
gpadinger@infobae.com
El anuncio golpeó con fuerza sobre todo el mundo musulmán. Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, reconocía a principios de diciembre a Jerusalén, la ciudad santa del judaísmo, el cristianismo y el islam, como capital de Israel y ordenaba el traslado de la embajada desde la ciudad de Tel Aviv.
"Esto no es más que un reconocimiento de la realidad, es algo que debe hacerse", argumentó el mandatario de la primera potencia mundial.
En apoyo de los palestinos, que reclaman el este de Jerusalén como capital de su futuro Estado, los países de mayoría musulmana parecieron cerrar filas en rechazo de la medida, a pesar de que el islam ha vivido años de profundas divisiones internas en los últimos años, especialmente en lo referido al cruento conflicto entre sunitas y chiitas.
Y una polémica figura pareció levantarse con la voluntad de liderar estos esfuerzos: el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, que desde su llegada al poder, hace ya 15 años, encara un giro autoritario y pro-islámico en la nación más secular del mundo musulmán.
Además de Turquía, también Arabia Saudita, Egipto y Jordania estuvieron entre los primeros en criticar la medida sobre el reconocimiento de Al Quds (La sagrada), como se conoce en árabe a la ciudad que alberga la Explanada de las Mezquitas y otros sitios sagrados del islam. Numerosos países con poblaciones mayoritariamente musulmanas se unieron después.
Atrás parecía haber quedado el status especial de Jerusalén como un corpus separatum, un ciudad que no pertenecería ni a Israel ni a Palestina sino a un régimen internacional, establecido por el Plan de Partición de la ONU de 1947, así como la resolución 478 votada por el Consejo de Seguridad en 1980 que condenaba la anexión de la ciudad por parte de Israel en la Guerra de los Seis Días, en 1967.
Erdogan fue también uno de los más duros en su reacción. "Jerusalén es la línea roja para todos los musulmanes. Podríamos llegar al punto de cortar las relaciones diplomáticas con Israel si eso ocurre", dijo el mismo día del anuncio de Trump.
"Hacer esto es lanzar la región a un círculo de fuego. Los líderes políticos deben trabajar por la reconciliación y no por el caos. Con estas declaraciones ahora, Trump cumple las funciones de una batidora", señaló dos días después, anunciando su intención de abrir una embajada en Jerusalén Este reconociéndola como capital de Palestina.
Además, el mandatario organizó en Estambul una reunión de emergencia de la Organización de Cooperación Islámica (OCI), donde representantes de todas las facciones del mundo islámico se reunieron para rechazar la medida de Trump y llamar al reconocimiento de Jerusalén Este como "capital del Estado de Palestina".
Una larga relación turco-israelí
En el contexto histórico de las relaciones entre Turquía e Israel, la reacción de Erdogan parece sorpresiva. El país fue el primero del mundo musulmán en reconocer al Estado de Israel, en 1949, y desde entonces han mantenido relaciones diplomáticas y colaborado en distintas áreas.
Esto es un fuerte contraste con la situación en paises como Arabia Saudita, Irán o Irak, que siguen sin reconocer la existencia de Israel.
Pero Israel y Turquía vienen de un deterioro importante en sus relaciones en los últimos años, precisamente por la defensa de la causa palestina por parte de Ankara, su rechazo al conflicto en Gaza y el incidente en el Mediterráneo en el cual ocho activistas turcos, que junto a otros intentaban superar el bloqueo naval del enclave a bordo de un buque humanitario de la llamada Flotilla de la Libertad, murieron a manos de las tropas israelíes.
Y Erdogan, particularmente, lleva ya varios años desandando la tradición secular de la Turquía de Mustafá Kemal Atatürk, primer presidente de la república surgida de las cenizas del Imperio Otomonao, en favor de avanzar con una mirada más nacionalista y tradicionalista que está ligada al islamismo, el movimiento político que busca adaptar la vida pública a los preceptos del islam, y anclada en tendencias cada vez más autoritarias.
Nacido en 1954 en Estambul, Erdogan comenzó a trabajar en política en la década de 1980 dentro de la fuerza islamista Refah Partisi. Fue electo alcalde de Estambul en 1994, cargo en el cual se hizo conocido por un estilo pragmatismo y ejecutivo que luego dejaría de lado para dar un giro ideológico .
En 1997 fue encarcelado por recitar un poema con fuertes connotaciones islámicas en el contexto de una polémica ley que prohibía las expresiones religiosas que incitaran a ir en contra del Estado, una de las muchas formas en las que se intentaba preservar el secularismo.
En su ascendente carrera se convirtió en Primer Ministro en 2003 y hasta el 2014, cuando fue electo presidente de Turquía. Tras el intento de golpe de estado en su contra en 2016 consolidó el poder de su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) mediante una fuerte represión a opositores y periodistas, así como diferentes minorías.
El intento de golpe fue una excusa perfecta para justificar el giro autoritario que lentamente Erdogan ya venía ejecutando: reducir la libertad de expresión, callar o encarcelar a los críticos, concentrar el poder y coartar derechos.
Y lograr la unidad del mundo musulmán bajo una misma causa, que significa al mismo tiempo enfrentarse a Estados Unidos e Israel, resulta ideal para lograr mayor legitimidad con su base de apoyo islámica y avanzar en su aparente camino al islamismo.
Erdogan se ve a sí mismo como un defensor de Palestina y el reclamo de un Estado propio con capital en Jerusalén Este, y su presidencia temporaria de la OCI le dio la posibilidad de mostrarse ante los 57 miembros de este grupo de esta manera.
"Turquía ha intentando ser un portaestantarte de las diferentes alianzas musulmanas por los últimos 12 años, con escasos resultados", dijo Ziya Meral, investigador en el Centro de Análisis Histórico e Investigación del Conflicto del ejército británico, recientemente a la agencia AFP.
"La OCI es una entidad débil con una agenda en común muy limitada y escaso compromiso para causas comunes", consideró.
Y es que, a pesar del dramatismo de las declaraciones de los diferentes líderes, incluyendo a Erdogan, el mundo islámico se encuentra fuertemente dividido entre sunitas y chiitas, las dos grandes ramas del islam nacidas de un cisma en el siglo VII, pero también entre tradicionalistas y reformistas; islamistas y secularistas; e incluso entre quienes reconocen a Israel y los que no, por citar sólo algunas dicotomías.
En los últimos años la más visible de estas divisiones, y en cierto sentido ejemplar, fue la surgida entra Arabia Saudita e Irán.
Sunitas y chiitas
Por un lado, el ultraconservador reino ubicado en la península arábiga es un exponente de una de las ramas más extremistas del islam sunita, el wahabismo, a la vez que mantiene muy buenas relaciones con Estados Unidos y Occidente.
Del otro lado, el régimen persa se ve a sí mismo como el principal defensor del también conservador islam chiita duodecimano, y ha mantenido muy tensas y por momentos belicosas relaciones con gran parte de la comunidad internacional, especialmente mediante su apoyo a guerrillas chiitas en diferentes puntos de la región.
Ambos regímenes mantienen una actitud beligerante entre sí y compiten por la influencia en Medio Oriente, tomando posiciones enfrentadas en los conflictos en Yemen y en Siria (donde el Estado Islámico, un grupo extremista sunita, asesina regulamente a chiitas) e intercambiando amenazas de destrucción mutua.
Ambos son, también, miembros del OCI que dirige Erdogan, y el presidente iraní Hassan Rouhani incluso utilizó su tiempo en la cumbre para culpar a "algunos países musulmanes" por la crisis en Jerusalén.
Para Irán avanzar en un rechazo unánime a las medidas de Estados Unidos es parte de su agenda diaria, pero Arabia Saudita, y otros países como Egipto, Jordania, Qatar, Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), aliados militares de Washington, lo pensarán dos veces antes de hacerlo.
Y esta es una de las principales dificultades que enfrenta el proyecto de Erdogan cómo líder islámico basado en en la cuestión de Jerusalén, quien a su vez es presidente de un país mayormente sunita, miembro de la OTAN, que alberga tropas estadounidenses y que sostiene un pedido de ingreso de la Unión Europea, aunque por el momento estancado.
La ONU y la relación con Occidente
Sinan Ülgen, analista del Centro de Estudios de Política Extrerior y Económica, cree que por esta razón la OCI no significará un avance en ninguna dirección.
"La principal razón es que muchos de los principales países del 'mundo musulmán' no quieren entrar en un ambiente de confrontación con los Estados Unidos o incluso Israel, menos aún en el contexto de tensiones sectarias en aumento con Irán", consideró ante la AFP.
Sin embargo, la reunión de la OCI generó un amplio eco en el mundo, y la semana pasada la Asamblea General sometió a votación una resolución de emergencia (la ES-10/L.22) que rechazó el status de Jerusalén como capital de Israel. 128 países votaron a favor, 9 en contra y 35 se abstuvieron.
Erdogan lo vio casi como un triunfo personal, y la semana pasada, durante una visita a Sudán del Sur, dijo que el futuro será del continente africano "mientras nos mantengamos juntos, nos esforcemos y no agachemos la cabeza, como no lo hicimos ante la situación en Jerusalén", según reportó el periódico turco Hurriyet.
"La aprobación de la resolución sobre Jerusalén en la Asamblea General de las Naciones Unidas muestra lo que el mundo musulmán puede hacer cuando está unido", agregó.
Por su parte el asesor y portavoz de Erdogan, İbrahim Kalın, insistió en una entrevista con el Daily Sabah, periódico turco cercano al gobierno, en el presunto rol unificador que habría tenido el anuncio.
"Varios conflictos en el mundo islámico, la disputa entre Irán y Arabia Saudita, tensiones sectarias, guerras civiles y terrorismo han llevado a que Washington no espere una fuerte unidad o solidaridad de parte de los países musulmanes", consideró. "Pero Jerusalén nos ha unido. Ha unido países en conflicto como Irán y Arabia Saudita. Desde Europa hasta África, para el Vaticano y los cristianos en Medio Oriente, se ha formado un consenso", agregó.
Pero la belicosidad entre Riad y Teherán sigue intacta, en especial debido a al seguidilla de misiles balísticos lanzados por los rebeldes hutíes, apoyados por Irán, en Yemen y contra Arabia Saudita. E incluso en redes sociales siguen intercambiándose videos que simulan la destrucción de uno y otro país.
Germán Padinger
gpadinger@infobae.com
El anuncio golpeó con fuerza sobre todo el mundo musulmán. Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, reconocía a principios de diciembre a Jerusalén, la ciudad santa del judaísmo, el cristianismo y el islam, como capital de Israel y ordenaba el traslado de la embajada desde la ciudad de Tel Aviv.
"Esto no es más que un reconocimiento de la realidad, es algo que debe hacerse", argumentó el mandatario de la primera potencia mundial.
En apoyo de los palestinos, que reclaman el este de Jerusalén como capital de su futuro Estado, los países de mayoría musulmana parecieron cerrar filas en rechazo de la medida, a pesar de que el islam ha vivido años de profundas divisiones internas en los últimos años, especialmente en lo referido al cruento conflicto entre sunitas y chiitas.
Y una polémica figura pareció levantarse con la voluntad de liderar estos esfuerzos: el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, que desde su llegada al poder, hace ya 15 años, encara un giro autoritario y pro-islámico en la nación más secular del mundo musulmán.
Además de Turquía, también Arabia Saudita, Egipto y Jordania estuvieron entre los primeros en criticar la medida sobre el reconocimiento de Al Quds (La sagrada), como se conoce en árabe a la ciudad que alberga la Explanada de las Mezquitas y otros sitios sagrados del islam. Numerosos países con poblaciones mayoritariamente musulmanas se unieron después.
Atrás parecía haber quedado el status especial de Jerusalén como un corpus separatum, un ciudad que no pertenecería ni a Israel ni a Palestina sino a un régimen internacional, establecido por el Plan de Partición de la ONU de 1947, así como la resolución 478 votada por el Consejo de Seguridad en 1980 que condenaba la anexión de la ciudad por parte de Israel en la Guerra de los Seis Días, en 1967.
Erdogan fue también uno de los más duros en su reacción. "Jerusalén es la línea roja para todos los musulmanes. Podríamos llegar al punto de cortar las relaciones diplomáticas con Israel si eso ocurre", dijo el mismo día del anuncio de Trump.
"Hacer esto es lanzar la región a un círculo de fuego. Los líderes políticos deben trabajar por la reconciliación y no por el caos. Con estas declaraciones ahora, Trump cumple las funciones de una batidora", señaló dos días después, anunciando su intención de abrir una embajada en Jerusalén Este reconociéndola como capital de Palestina.
Además, el mandatario organizó en Estambul una reunión de emergencia de la Organización de Cooperación Islámica (OCI), donde representantes de todas las facciones del mundo islámico se reunieron para rechazar la medida de Trump y llamar al reconocimiento de Jerusalén Este como "capital del Estado de Palestina".
Una larga relación turco-israelí
En el contexto histórico de las relaciones entre Turquía e Israel, la reacción de Erdogan parece sorpresiva. El país fue el primero del mundo musulmán en reconocer al Estado de Israel, en 1949, y desde entonces han mantenido relaciones diplomáticas y colaborado en distintas áreas.
Esto es un fuerte contraste con la situación en paises como Arabia Saudita, Irán o Irak, que siguen sin reconocer la existencia de Israel.
Pero Israel y Turquía vienen de un deterioro importante en sus relaciones en los últimos años, precisamente por la defensa de la causa palestina por parte de Ankara, su rechazo al conflicto en Gaza y el incidente en el Mediterráneo en el cual ocho activistas turcos, que junto a otros intentaban superar el bloqueo naval del enclave a bordo de un buque humanitario de la llamada Flotilla de la Libertad, murieron a manos de las tropas israelíes.
Y Erdogan, particularmente, lleva ya varios años desandando la tradición secular de la Turquía de Mustafá Kemal Atatürk, primer presidente de la república surgida de las cenizas del Imperio Otomonao, en favor de avanzar con una mirada más nacionalista y tradicionalista que está ligada al islamismo, el movimiento político que busca adaptar la vida pública a los preceptos del islam, y anclada en tendencias cada vez más autoritarias.
Nacido en 1954 en Estambul, Erdogan comenzó a trabajar en política en la década de 1980 dentro de la fuerza islamista Refah Partisi. Fue electo alcalde de Estambul en 1994, cargo en el cual se hizo conocido por un estilo pragmatismo y ejecutivo que luego dejaría de lado para dar un giro ideológico .
En 1997 fue encarcelado por recitar un poema con fuertes connotaciones islámicas en el contexto de una polémica ley que prohibía las expresiones religiosas que incitaran a ir en contra del Estado, una de las muchas formas en las que se intentaba preservar el secularismo.
En su ascendente carrera se convirtió en Primer Ministro en 2003 y hasta el 2014, cuando fue electo presidente de Turquía. Tras el intento de golpe de estado en su contra en 2016 consolidó el poder de su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) mediante una fuerte represión a opositores y periodistas, así como diferentes minorías.
El intento de golpe fue una excusa perfecta para justificar el giro autoritario que lentamente Erdogan ya venía ejecutando: reducir la libertad de expresión, callar o encarcelar a los críticos, concentrar el poder y coartar derechos.
Y lograr la unidad del mundo musulmán bajo una misma causa, que significa al mismo tiempo enfrentarse a Estados Unidos e Israel, resulta ideal para lograr mayor legitimidad con su base de apoyo islámica y avanzar en su aparente camino al islamismo.
Erdogan se ve a sí mismo como un defensor de Palestina y el reclamo de un Estado propio con capital en Jerusalén Este, y su presidencia temporaria de la OCI le dio la posibilidad de mostrarse ante los 57 miembros de este grupo de esta manera.
"Turquía ha intentando ser un portaestantarte de las diferentes alianzas musulmanas por los últimos 12 años, con escasos resultados", dijo Ziya Meral, investigador en el Centro de Análisis Histórico e Investigación del Conflicto del ejército británico, recientemente a la agencia AFP.
"La OCI es una entidad débil con una agenda en común muy limitada y escaso compromiso para causas comunes", consideró.
Y es que, a pesar del dramatismo de las declaraciones de los diferentes líderes, incluyendo a Erdogan, el mundo islámico se encuentra fuertemente dividido entre sunitas y chiitas, las dos grandes ramas del islam nacidas de un cisma en el siglo VII, pero también entre tradicionalistas y reformistas; islamistas y secularistas; e incluso entre quienes reconocen a Israel y los que no, por citar sólo algunas dicotomías.
En los últimos años la más visible de estas divisiones, y en cierto sentido ejemplar, fue la surgida entra Arabia Saudita e Irán.
Sunitas y chiitas
Por un lado, el ultraconservador reino ubicado en la península arábiga es un exponente de una de las ramas más extremistas del islam sunita, el wahabismo, a la vez que mantiene muy buenas relaciones con Estados Unidos y Occidente.
Del otro lado, el régimen persa se ve a sí mismo como el principal defensor del también conservador islam chiita duodecimano, y ha mantenido muy tensas y por momentos belicosas relaciones con gran parte de la comunidad internacional, especialmente mediante su apoyo a guerrillas chiitas en diferentes puntos de la región.
Ambos regímenes mantienen una actitud beligerante entre sí y compiten por la influencia en Medio Oriente, tomando posiciones enfrentadas en los conflictos en Yemen y en Siria (donde el Estado Islámico, un grupo extremista sunita, asesina regulamente a chiitas) e intercambiando amenazas de destrucción mutua.
Ambos son, también, miembros del OCI que dirige Erdogan, y el presidente iraní Hassan Rouhani incluso utilizó su tiempo en la cumbre para culpar a "algunos países musulmanes" por la crisis en Jerusalén.
Para Irán avanzar en un rechazo unánime a las medidas de Estados Unidos es parte de su agenda diaria, pero Arabia Saudita, y otros países como Egipto, Jordania, Qatar, Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), aliados militares de Washington, lo pensarán dos veces antes de hacerlo.
Y esta es una de las principales dificultades que enfrenta el proyecto de Erdogan cómo líder islámico basado en en la cuestión de Jerusalén, quien a su vez es presidente de un país mayormente sunita, miembro de la OTAN, que alberga tropas estadounidenses y que sostiene un pedido de ingreso de la Unión Europea, aunque por el momento estancado.
La ONU y la relación con Occidente
Sinan Ülgen, analista del Centro de Estudios de Política Extrerior y Económica, cree que por esta razón la OCI no significará un avance en ninguna dirección.
"La principal razón es que muchos de los principales países del 'mundo musulmán' no quieren entrar en un ambiente de confrontación con los Estados Unidos o incluso Israel, menos aún en el contexto de tensiones sectarias en aumento con Irán", consideró ante la AFP.
Sin embargo, la reunión de la OCI generó un amplio eco en el mundo, y la semana pasada la Asamblea General sometió a votación una resolución de emergencia (la ES-10/L.22) que rechazó el status de Jerusalén como capital de Israel. 128 países votaron a favor, 9 en contra y 35 se abstuvieron.
Erdogan lo vio casi como un triunfo personal, y la semana pasada, durante una visita a Sudán del Sur, dijo que el futuro será del continente africano "mientras nos mantengamos juntos, nos esforcemos y no agachemos la cabeza, como no lo hicimos ante la situación en Jerusalén", según reportó el periódico turco Hurriyet.
"La aprobación de la resolución sobre Jerusalén en la Asamblea General de las Naciones Unidas muestra lo que el mundo musulmán puede hacer cuando está unido", agregó.
Por su parte el asesor y portavoz de Erdogan, İbrahim Kalın, insistió en una entrevista con el Daily Sabah, periódico turco cercano al gobierno, en el presunto rol unificador que habría tenido el anuncio.
"Varios conflictos en el mundo islámico, la disputa entre Irán y Arabia Saudita, tensiones sectarias, guerras civiles y terrorismo han llevado a que Washington no espere una fuerte unidad o solidaridad de parte de los países musulmanes", consideró. "Pero Jerusalén nos ha unido. Ha unido países en conflicto como Irán y Arabia Saudita. Desde Europa hasta África, para el Vaticano y los cristianos en Medio Oriente, se ha formado un consenso", agregó.
Pero la belicosidad entre Riad y Teherán sigue intacta, en especial debido a al seguidilla de misiles balísticos lanzados por los rebeldes hutíes, apoyados por Irán, en Yemen y contra Arabia Saudita. E incluso en redes sociales siguen intercambiándose videos que simulan la destrucción de uno y otro país.