Trump da a la espalda a la CIA y el FBI y dice creer la versión de Putin sobre la trama rusa
El presidente de EEUU acepta el desmentido del líder ruso en una charla informal en Hanoi
Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
Donald Trump propinó ayer una nueva bofetada a sus servicios de inteligencia. Tras una breve conversación en Danang (Vietnam) con el presidente ruso, Vladímir Putin, el mandatario estadounidense le dio crédito y aceptó su explicación de que el Kremlin no interfirió en la campaña electoral de 2016. Una aseveración que choca frontalmente con las conclusiones de la CIA, el FBI y la NSA, que en un excepcional informe conjunto sostuvieron en enero pasado que Putin ordenó una gigantesca operación de intoxicación y propaganda para evitar la victoria de la demócrata Hillary Clinton.
Trump y Putin se encontraron informalmente en la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC). La charla giro en torno a Siria, aunque el presidente estadounidense contó que también le había interrogado sobre la trama rusa. “Me dijo que no había interferido. Le pregunté otra vez. Me respondió que en absoluto. Él no hizo lo que dicen que hizo. Cada vez que me ve, me dice ‘yo no lo hice’ y yo realmente creo que lo dice de veras”, explicó Trump a la prensa antes de embarcarse a Hanoi.
En un sentido similar se expresó Putin a los medios rusos: “Me he pronunciado muchas veces sobre esta cuestión. Considero que todo lo que está relacionado con el así llamado dossier ruso en EEUU es la manifestación de las continuas luchas internas en ese país. No sé nada de eso, absolutamente nada. Es charlatanería”.
Esta negativa conjunta no es nueva. Ya en julio, durante la cumbre del G-20 en Hamburgo, Trump dio por buenas las explicaciones de Putin y apostó por “trabajar constructivamente” con Rusia. Este apoyo a un adversario declarado de EEUU responde a una línea de pensamiento mantenida por el republicano desde el inicio de su carrera electoral. Aparte de su simpatía declarada hacia el líder ruso, el mandatario estadounidense considera la apertura de una nueva relación con Moscú no solo como un paso más en la demolición del legado de Barack Obama, claramente enfrentado a los modos tiránicos de Putin, sino un avance hacia una pauta internacional donde Washington prime los intereses nacionales sobre los derechos humanos.
Pero este juego diplomático no agota el caso. La cercanía de Trump a Putin ha despertado un profundo recelo en los servicios de inteligencia y es uno de los acicates de la investigación de la trama rusa. Entre otros motivos, porque el principal beneficiado de la injerencia fue el propio Trump.
La operativa desarrollada por el Kremlin ha sido considerada por las agencias de inteligencia como “la mayor conocida hasta la fecha para interferir en la vida política de EEUU”. Junto a la difusión de información falsa y distorsionada en las redes, incluyó el saqueo de los ordenadores del Comité Demócrata Nacional, así como de las cuentas de altos cargos próximos a Clinton, entre ellos su jefe de campaña, John Podesta.
La profundidad del golpe así como los turbios nexos del equipo de Trump con el entorno del Kremlin son el punto de partida de la investigación a cargo del fiscal especial, Robert Mueller. Pero las pesquisas hace tiempo que desbordaron la posible coordinación entre Moscú y el equipo de campaña, y se adentraron en el escrutinio de las cuentas de los implicados. De momento, este trabajo ha permitido a Mueller lanzar tres acusaciones formales: contra el exjefe de campaña, Paul Manafort, y su socio Rick Gates por delitos fiscales y fraude; y contra el asesor George Papadopoulos por haber mentido sobre sus relaciones con Rusia. En la mira del fiscal también se encuentra el primer consejero de Seguridad Nacional, el teniente general Michael Flynn, que en su día llegó a compartir mantel con Putin. Estos son los primeros pasos. Aunque a nadie se le escapa que el objetivo último y quizá inalcanzable, es el propio presidente de Estados Unidos.
Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
Donald Trump propinó ayer una nueva bofetada a sus servicios de inteligencia. Tras una breve conversación en Danang (Vietnam) con el presidente ruso, Vladímir Putin, el mandatario estadounidense le dio crédito y aceptó su explicación de que el Kremlin no interfirió en la campaña electoral de 2016. Una aseveración que choca frontalmente con las conclusiones de la CIA, el FBI y la NSA, que en un excepcional informe conjunto sostuvieron en enero pasado que Putin ordenó una gigantesca operación de intoxicación y propaganda para evitar la victoria de la demócrata Hillary Clinton.
Trump y Putin se encontraron informalmente en la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC). La charla giro en torno a Siria, aunque el presidente estadounidense contó que también le había interrogado sobre la trama rusa. “Me dijo que no había interferido. Le pregunté otra vez. Me respondió que en absoluto. Él no hizo lo que dicen que hizo. Cada vez que me ve, me dice ‘yo no lo hice’ y yo realmente creo que lo dice de veras”, explicó Trump a la prensa antes de embarcarse a Hanoi.
En un sentido similar se expresó Putin a los medios rusos: “Me he pronunciado muchas veces sobre esta cuestión. Considero que todo lo que está relacionado con el así llamado dossier ruso en EEUU es la manifestación de las continuas luchas internas en ese país. No sé nada de eso, absolutamente nada. Es charlatanería”.
Esta negativa conjunta no es nueva. Ya en julio, durante la cumbre del G-20 en Hamburgo, Trump dio por buenas las explicaciones de Putin y apostó por “trabajar constructivamente” con Rusia. Este apoyo a un adversario declarado de EEUU responde a una línea de pensamiento mantenida por el republicano desde el inicio de su carrera electoral. Aparte de su simpatía declarada hacia el líder ruso, el mandatario estadounidense considera la apertura de una nueva relación con Moscú no solo como un paso más en la demolición del legado de Barack Obama, claramente enfrentado a los modos tiránicos de Putin, sino un avance hacia una pauta internacional donde Washington prime los intereses nacionales sobre los derechos humanos.
Pero este juego diplomático no agota el caso. La cercanía de Trump a Putin ha despertado un profundo recelo en los servicios de inteligencia y es uno de los acicates de la investigación de la trama rusa. Entre otros motivos, porque el principal beneficiado de la injerencia fue el propio Trump.
La operativa desarrollada por el Kremlin ha sido considerada por las agencias de inteligencia como “la mayor conocida hasta la fecha para interferir en la vida política de EEUU”. Junto a la difusión de información falsa y distorsionada en las redes, incluyó el saqueo de los ordenadores del Comité Demócrata Nacional, así como de las cuentas de altos cargos próximos a Clinton, entre ellos su jefe de campaña, John Podesta.
La profundidad del golpe así como los turbios nexos del equipo de Trump con el entorno del Kremlin son el punto de partida de la investigación a cargo del fiscal especial, Robert Mueller. Pero las pesquisas hace tiempo que desbordaron la posible coordinación entre Moscú y el equipo de campaña, y se adentraron en el escrutinio de las cuentas de los implicados. De momento, este trabajo ha permitido a Mueller lanzar tres acusaciones formales: contra el exjefe de campaña, Paul Manafort, y su socio Rick Gates por delitos fiscales y fraude; y contra el asesor George Papadopoulos por haber mentido sobre sus relaciones con Rusia. En la mira del fiscal también se encuentra el primer consejero de Seguridad Nacional, el teniente general Michael Flynn, que en su día llegó a compartir mantel con Putin. Estos son los primeros pasos. Aunque a nadie se le escapa que el objetivo último y quizá inalcanzable, es el propio presidente de Estados Unidos.