TRIBUNA / Nada que celebrar. El daño está hecho
Cataluña vive una guerra de chantajes, falsedades, listas negras, adoctrinamiento escolar y propaganda totalitaria. A los ciudadanos de a pie nos queda una alternativa: resistir, recuperar la voz e ir a votar en masa contra la dictadura blanca
Nuria Amat
El País
Esto es una guerra quieta. Guerra con un solo objetivo: cambiar un país. Separarse de España. Desertar de Europa. Sin armas. Sin sangre. Sin violencia física (aseguran). Con golpe de Estado incluido, chantajes, falsedades, listas negras, adoctrinamiento escolar, propaganda totalitaria establecida, hasta conseguir una declaración ilegal de una república de Cataluña independiente en la que los únicos y grandes perjudicados es la población civil. Una guerra de catalanes contra catalanes, de catalanes contra españoles, de antidemócratas europeos contra europeos. Fugado el dirigente Puigdemont, su fanatismo imparable se ocupa ahora de intoxicar medios españoles e internacionales. Una guerra de 37 años de duración orquestada por Pujol, conducida por Mas y amañada por el Creonte Puigdemont. Trinidad de presidentes de un partido, Convergencia Democrática, procesado por corrupción y a los que se han ido sumando insistentes comparsas de militantes teledirigidos desde las grandes alturas publicitarias.
Una guerra virtual más parecida a serie televisiva de baja estofa, cuyos actores rebeldes y combatientes son políticos de cariz trilero y autoritario, medios de comunicación en retaguardia, redes sociales perversas, deporte de masas movilizadas y un gran teatro de operaciones eufórico, demente y crispado. Discursos y cantos dedicados a amedrentar y ridiculizar con rabia y cinismo al adversario por ellos fabricado: una sociedad catalana hoy en ruinas. Partida en pedazos. Solos y en silencio los catalanes nos whatsappeamos destellos de inquietud, disparos de socorro que caen finalmente al agujero negro emocional reconociendo cada uno de nosotros la soledad y tristeza que sentimos y cuánto más positivo sería recibir bocanadas de ilusión, un regreso al mundo de ayer y abrazos de solidaridad y ternura que tanto necesitamos.
En las guerras reales la violencia es trágica y mortífera. En esta guerra quieta la hostilidad es existencial, imposición de una falsa identidad, de unas lenguas catalana y castellana desvirtuadas, familias rotas, perdidos los amigos. Los catalanes, víctimas de esta violencia psicológica, estamos exhaustos, ofendidos, humillados. Encerrados en nuestras casas permanecemos sumidos en una esperanza inútil. España nos abandona, decíamos. Llevo muchos años escribiendo contra esta tiranía administrada por violadores de conciencias. Avisando de sus delirios por imponernos esa isla prometida que otros llaman la segunda Andorra. Pocos creían que llegarían a tanto. Pero fue un hecho la invención de una República Catalana Exprés. Podría haberse evitado, es cierto. He soportado insultos, amenazas, boicots, censuras por decir y escribir lo que pocos querían oír. Hoy la Cataluña silenciada decide hablar, comunicarse, manifestarse. España ordena intervenir la rebelión. Europa y el mundo nos apoyan. Hoy, cuando la cuerda nacionalista se ha roto, la convivencia catalana reclama auxilio. ¡Ya no estamos solos! ¡No nos abandonen!
El Gobierno español, los tres grandes partidos políticos acuerdan restaurar la democracia maltratada. ¡Todos somos catalanes!, dicen con nosotros. El Estado de derecho asegura que restituirá la legalidad en Cataluña. Convocará elecciones. Intervendrá actuando en contra de aquellos políticos que se sirven del separatismo para sus intereses mezquinos e infectos. Ese nacionalismo étnico que destruye un país y nos clasifica como a insectos (Orwell) ha dado con su primera derrota. Habrá que curar heridas. Visualizar verdades. Encausar engaños. Hay catalanes, no independentistas, que siguen sintiéndose nacionalistas de bandera. Equidistantes de causas buscan decidir dónde colocar su sentimiento dividido por la patria. Vivimos un momento grave. La democracia está en peligro. Unidos todos y sin fisuras, seremos mejores. Sin muros ni fronteras interesadas o románticas. “El separatismo”, escribe Ignatieff, “es un secuestro, un pecado, porque impone una elección política a personas que no quieren tomar esta decisión”. Extranjeros de nosotros mismos reclamamos el derecho de ser como somos, plurales, generosos, abiertos, diversos, demócratas, catalanes, españoles, europeos. De tan dañados y despersonalizados ni nos permitimos sentir furia hacia nuestros ejecutores.
Europa sabe que cualquier nacionalismo, moderado o no, puede convertirse en un bumerán capaz de llevarnos a la misma situación peligrosa de Cataluña. Deberá actuar en consecuencia. Quienes se sienten defraudados es más probable que puedan liberarse del separatismo si España tiene en cuenta la situación de los ciudadanos catalanes y colabora en estímulos para favorecer a los jóvenes y a los más perjudicados dada la evidencia de una seguridad económica que también nos han arrebatado. Los dos grandes bancos catalanes se han exiliado de Cataluña. La vivienda sigue paralizada en Barcelona. Más de 2.000 empresas catalanas e internacionales exiliadas en un tiempo récord. Hasta las fuerzas vivas separatistas, los mismos políticos causantes del delirio de imponer una Cataluña independiente, mientras hoy dicen ocuparse de repartir el pastel de un banco catalán particular y una hacienda propia, tienen preparado un exilio dudoso belga o, quién sabe, si estoniano. Estos líderes garantes directos de nuestra muerte en vida, tocados por el terrible narcisismo de personalidad histriónica (Owen), se creen dioses o sus mensajeros en la tierra y actúan como tales. Se suponen facultados para decidir sobre todas las cosas e instaurar una falsa república catalana contra la voluntad de la mayoría de los ciudadanos. Maestros en trastocar el lenguaje, a esa tiranía ellos la llaman democracia (Schneider).
Cataluña se empobrece económica, social y culturalmente. Entre tanto, nosotros, ciudadanos de a pie, desde taxistas, conductores de autobús, profesores, a comerciantes, hoteleros, turistas asustados, camareros…, gente con la que hablo a diario en Barcelona, al tiempo que imaginamos lo necesario de vivir en un tren, en un avión, en otro lugar, en otro país en el que siempre nos estemos yendo, nos queda una alternativa, acaso mejor, de resistencia. Es verdad que la herida abierta y no cicatrizada nos produce una especie de parálisis mental vagando en la celda de nuestra propia memoria. Pero seguramente el mejor modo de sanarla sea seguir aquí. “Resistir”, escribía Cortázar, “es la mejor forma de no aceptar la derrota”. La negativa a abandonar ese lugar dañado también es un acto de resistencia. Si no el único, el más esperanzado. Recuperar la voz, reconquistar la ilusión, obtener estímulos de todo tipo para salir adelante y en las próximas elecciones muy cercanas ir a votar en masa contra la dictadura blanca.
Nuria Amat es escritora. Su última novela es El Sanatorio (EDLibros).
Nuria Amat
El País
Esto es una guerra quieta. Guerra con un solo objetivo: cambiar un país. Separarse de España. Desertar de Europa. Sin armas. Sin sangre. Sin violencia física (aseguran). Con golpe de Estado incluido, chantajes, falsedades, listas negras, adoctrinamiento escolar, propaganda totalitaria establecida, hasta conseguir una declaración ilegal de una república de Cataluña independiente en la que los únicos y grandes perjudicados es la población civil. Una guerra de catalanes contra catalanes, de catalanes contra españoles, de antidemócratas europeos contra europeos. Fugado el dirigente Puigdemont, su fanatismo imparable se ocupa ahora de intoxicar medios españoles e internacionales. Una guerra de 37 años de duración orquestada por Pujol, conducida por Mas y amañada por el Creonte Puigdemont. Trinidad de presidentes de un partido, Convergencia Democrática, procesado por corrupción y a los que se han ido sumando insistentes comparsas de militantes teledirigidos desde las grandes alturas publicitarias.
Una guerra virtual más parecida a serie televisiva de baja estofa, cuyos actores rebeldes y combatientes son políticos de cariz trilero y autoritario, medios de comunicación en retaguardia, redes sociales perversas, deporte de masas movilizadas y un gran teatro de operaciones eufórico, demente y crispado. Discursos y cantos dedicados a amedrentar y ridiculizar con rabia y cinismo al adversario por ellos fabricado: una sociedad catalana hoy en ruinas. Partida en pedazos. Solos y en silencio los catalanes nos whatsappeamos destellos de inquietud, disparos de socorro que caen finalmente al agujero negro emocional reconociendo cada uno de nosotros la soledad y tristeza que sentimos y cuánto más positivo sería recibir bocanadas de ilusión, un regreso al mundo de ayer y abrazos de solidaridad y ternura que tanto necesitamos.
En las guerras reales la violencia es trágica y mortífera. En esta guerra quieta la hostilidad es existencial, imposición de una falsa identidad, de unas lenguas catalana y castellana desvirtuadas, familias rotas, perdidos los amigos. Los catalanes, víctimas de esta violencia psicológica, estamos exhaustos, ofendidos, humillados. Encerrados en nuestras casas permanecemos sumidos en una esperanza inútil. España nos abandona, decíamos. Llevo muchos años escribiendo contra esta tiranía administrada por violadores de conciencias. Avisando de sus delirios por imponernos esa isla prometida que otros llaman la segunda Andorra. Pocos creían que llegarían a tanto. Pero fue un hecho la invención de una República Catalana Exprés. Podría haberse evitado, es cierto. He soportado insultos, amenazas, boicots, censuras por decir y escribir lo que pocos querían oír. Hoy la Cataluña silenciada decide hablar, comunicarse, manifestarse. España ordena intervenir la rebelión. Europa y el mundo nos apoyan. Hoy, cuando la cuerda nacionalista se ha roto, la convivencia catalana reclama auxilio. ¡Ya no estamos solos! ¡No nos abandonen!
El Gobierno español, los tres grandes partidos políticos acuerdan restaurar la democracia maltratada. ¡Todos somos catalanes!, dicen con nosotros. El Estado de derecho asegura que restituirá la legalidad en Cataluña. Convocará elecciones. Intervendrá actuando en contra de aquellos políticos que se sirven del separatismo para sus intereses mezquinos e infectos. Ese nacionalismo étnico que destruye un país y nos clasifica como a insectos (Orwell) ha dado con su primera derrota. Habrá que curar heridas. Visualizar verdades. Encausar engaños. Hay catalanes, no independentistas, que siguen sintiéndose nacionalistas de bandera. Equidistantes de causas buscan decidir dónde colocar su sentimiento dividido por la patria. Vivimos un momento grave. La democracia está en peligro. Unidos todos y sin fisuras, seremos mejores. Sin muros ni fronteras interesadas o románticas. “El separatismo”, escribe Ignatieff, “es un secuestro, un pecado, porque impone una elección política a personas que no quieren tomar esta decisión”. Extranjeros de nosotros mismos reclamamos el derecho de ser como somos, plurales, generosos, abiertos, diversos, demócratas, catalanes, españoles, europeos. De tan dañados y despersonalizados ni nos permitimos sentir furia hacia nuestros ejecutores.
Europa sabe que cualquier nacionalismo, moderado o no, puede convertirse en un bumerán capaz de llevarnos a la misma situación peligrosa de Cataluña. Deberá actuar en consecuencia. Quienes se sienten defraudados es más probable que puedan liberarse del separatismo si España tiene en cuenta la situación de los ciudadanos catalanes y colabora en estímulos para favorecer a los jóvenes y a los más perjudicados dada la evidencia de una seguridad económica que también nos han arrebatado. Los dos grandes bancos catalanes se han exiliado de Cataluña. La vivienda sigue paralizada en Barcelona. Más de 2.000 empresas catalanas e internacionales exiliadas en un tiempo récord. Hasta las fuerzas vivas separatistas, los mismos políticos causantes del delirio de imponer una Cataluña independiente, mientras hoy dicen ocuparse de repartir el pastel de un banco catalán particular y una hacienda propia, tienen preparado un exilio dudoso belga o, quién sabe, si estoniano. Estos líderes garantes directos de nuestra muerte en vida, tocados por el terrible narcisismo de personalidad histriónica (Owen), se creen dioses o sus mensajeros en la tierra y actúan como tales. Se suponen facultados para decidir sobre todas las cosas e instaurar una falsa república catalana contra la voluntad de la mayoría de los ciudadanos. Maestros en trastocar el lenguaje, a esa tiranía ellos la llaman democracia (Schneider).
Cataluña se empobrece económica, social y culturalmente. Entre tanto, nosotros, ciudadanos de a pie, desde taxistas, conductores de autobús, profesores, a comerciantes, hoteleros, turistas asustados, camareros…, gente con la que hablo a diario en Barcelona, al tiempo que imaginamos lo necesario de vivir en un tren, en un avión, en otro lugar, en otro país en el que siempre nos estemos yendo, nos queda una alternativa, acaso mejor, de resistencia. Es verdad que la herida abierta y no cicatrizada nos produce una especie de parálisis mental vagando en la celda de nuestra propia memoria. Pero seguramente el mejor modo de sanarla sea seguir aquí. “Resistir”, escribía Cortázar, “es la mejor forma de no aceptar la derrota”. La negativa a abandonar ese lugar dañado también es un acto de resistencia. Si no el único, el más esperanzado. Recuperar la voz, reconquistar la ilusión, obtener estímulos de todo tipo para salir adelante y en las próximas elecciones muy cercanas ir a votar en masa contra la dictadura blanca.
Nuria Amat es escritora. Su última novela es El Sanatorio (EDLibros).