Tras cuatro años de profundas reformas, Chile se prepara para votar a su máximo detractor
Las elecciones de este domingo tienen como claro favorito al ex presidente Sebastián Piñera. La sociedad chilena, entre las expectativas defraudadas y la preocupación por la economía
Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
Con un 34,5% de intención de voto, Sebastián Piñera duplica a su competidor más cercano, el ex presentador de noticias Alejandro Guillier, que a pesar de ser el candidato de lo que queda de la coalición de gobierno (Nueva Mayoría), suma apenas 15,4 por ciento. Lejos aparecen la postulante del izquierdista Frente Amplio, Beatriz Sánchez, con 8,5%, y el independiente Marco Enríquez-Ominami, con 6,1 por ciento.
Los datos, tomados de la última encuesta del Centro de Estudios Públicos, muestran que Piñera estira aún más su ventaja cuando sólo se computan las personas que probablemente vayan a votar, algo que no es ningún detalle en un país de sufragio voluntario y baja participación. En ese escenario, Piñera sube a 44,4%, Guillier a 19,7%, y Sánchez se mantiene en 8,5 por ciento. Pero ni siquiera así le alcanzaría al ex mandatario para ganar este domingo en primera vuelta. De todos modos, sea quien sea su rival, los sondeos le dan una amplia ventaja para el ballotage de diciembre: de 39,4 a 27,2% contra Guillier, y de 39,7 a 23,3% frente a Sánchez.
Que el gran favorito sea el único candidato que ya fue presidente (entre 2010 y 2014), habiendo terminado su primer mandato con aceptables índices de aprobación, no es demasiado llamativo. Lo curioso es que Michelle Bachelet está concluyendo un gobierno —el segundo para ella— que es sin dudas el que más reformas hizo desde el retorno de la democracia a Chile. Sin embargo, su probable sucesor es el único entre los principales postulantes que se mostró abiertamente crítico de la mayoría de los cambios. El resto propone conservarlos o, en todo caso, profundizarlos. Pero esa no parece ser la voluntad de la mayoría de los chilenos.
La sociedad chilena después de los cambios de Bachelet
Estabilidad. Ésta había sido la marca distintiva del país desde el fin de la dictadura de Augusto Pinochet hasta que Bachelet asumió su segundo mandato, entre 1990 y 2014. Casi sin excepciones, todos los demás países de América Latina atravesaron en el mismo período profundas crisis económicas y políticas, que muchas veces terminaron con presidentes caídos o destituidos. En contraste, los chilenos se acostumbraron al aburrimiento de ver cambios de gobierno sin sobresaltos, con la continuidad de las mismas políticas, mientras la economía crecía pareja y la pobreza se reducía.
Pero detrás de esa estabilidad se escondían una multiplicidad de conflictos que durante mucho tiempo sólo irrumpieron de manera esporádica, como las protestas estudiantiles. Para entender esa peculiaridad hay que tener en cuenta que Pinochet entregó el poder tras perder un plebiscito en el que nada menos que el 44% de la población votó por su continuidad. Eso le permitió controlar la transición y diseñar un formato institucional que hizo muy difíciles los cambios bruscos y forzó a los distintos sectores políticos a negociar absolutamente todo.
Lo positivo de esta historia es la previsibilidad que caracterizó a la política y a la economía chilenas, condición necesaria para el desarrollo. Pero lo negativo es que se mantuvieron reprimidas demandas sociales muy relevantes, como reducir la desigualdad, tener un sistema educativo más inclusivo y menos costoso, y que la política sea más abierta a la representación de las minorías. El objetivo de Bachelet en estos años fue avanzar sobre los temas que habían quedado postergados.
"No cabe duda de que alcanzó la presidencia con una propuesta de cambio del modelo chileno, para hacerlo más igualitario e inclusivo. Pero ha sido un período de gobierno muy adverso, en un contexto de descenso en el crecimiento económico, de escándalos por el financiamiento ilegal de la política y con algún caso de corrupción, que han influido decisivamente en el aumento de la desafección y en el descrédito de los políticos", explicó Antonia Santos, profesora de ciencia política en la Universidad Arturo Prat, consultada por Infobae.
Si bien tuvo mayoría legislativa, Bachelet debió hacer muchas concesiones y moderar sus aspiraciones. Eso se vio claramente en la reforma educativa, donde el proyecto inicial buscaba la gratuidad absoluta de las universidades, pero se tuvo que conformar con algo parcial, destinado al 60% de los alumnos de bajos recursos. Algo parecido ocurrió en el plano tributario, donde buscó darle mayor progresividad al régimen impositivo, y en el laboral, donde sólo pudo concederles algunos beneficios a los trabajadores. La ansiada transformación del sistema de pensiones —que en Chile es de capitalización individual— quedó como un proyecto a discutir en el Congreso.
El Gobierno avanzó también en la despenalización del aborto en tres causales, riesgo de vida de la madre, inviabilidad del feto y violación. Otra norma muy resistida por los sectores conservadores de la sociedad, pero largamente respaldada por los más progresistas, fue la unión civil de parejas del mismo sexo. Lo que no llegó a concretarse es la posibilidad del matrimonio.
Donde más profundos fueron los cambios es en la arena política. Primero con la reformulación del sistema electoral, que dejó atrás el cuestionado binominal e instauró un reparto proporcional para los cargos legislativos. El impacto de esa medida se sintió casi de inmediato con el incremento en el número de partidos, ya que se perdieron incentivos para ir con los grandes o en coalición. Después siguió con una estricta regulación del financiamiento y de las campañas, que forzó importantes cambios en el accionar de las fuerzas políticas.
"Para los menores de 40 años y de izquierda, su gobierno ha mantenido el sistema neoliberal en la educación y en la seguridad social. En contraste, para la derecha, Bachelet ha sido demasiado reformista con la aprobación del aborto y la eliminación de la selección en las escuelas básicas. De todas maneras, la sociedad valora los avances en el financiamiento de la educación superior, especialmente. Un sector aprecia el progreso en igualdad de género, pero otros no", dijo a Infobae Jeanne Simon, profesora del Departamento de Administración Pública y Ciencia Política de la Universidad de Concepción.
La sensación que tienen muchos de que se quedó a mitad de camino —quizás desconociendo lo difícil que es siempre hacer transformaciones estructurales— explica en parte la baja sostenida en la popularidad de Bachelet. Asumió con un 50% de aprobación, pero cayó rápidamente a menos de 30 y alcanzó en 2016 un piso de apenas 15 por ciento. Después se recuperó un poco, pero terminó con sólo un 23% de apoyo.
"Hubo reformas que generaron mucha oposición en sectores con gran capacidad de instalar temas en la opinión pública, como se vio en el caso del sistema impositivo y en la educación, que tocaron intereses económicos. Pero además fueron resistidas porque en el imaginario chileno está la idea de que, entre menos se toque el sistema económico, mayor es la posibilidad de éxito medido en términos de empleo y estabilidad", afirmó Alejandro Olivares, profesor del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile (INAP), en diálogo con Infobae.
No obstante, más allá de la discusión por las transformaciones, hay dos factores salientes que explican el descontento creciente hacia la presidente. El primero, un escándalo de corrupción que la salpicó directamente: el Caso Caval, en el que se investiga por tráfico de influencias a su hijo por favorecer a su esposa en la obtención de un crédito millonario. El segundo, el lánguido desempeño de la economía, que apenas creció arriba del 1% anual.
Piñera, pasado y futuro
"Tengo la sensación de que el Gobierno trabajará hasta el último día para institucionalizar las reformas frente la posibilidad de un triunfo de la derecha", dijo Simon. Si el oficialismo está pensando en cómo blindar los cambios es porque está muy instalado el temor de que la eventual victoria de Piñera ponga en riesgo todo lo conseguido en estos cuatro años.
"Piñera propone recuperar el modelo que tanto crecimiento económico y bienestar generó en el país para sectores altos y emergentes, y que tanta desigualdad provocó entre ricos y pobres. Es aferrarse a un ideal de convivencia de hace 25 años y que no se corresponde con el momento social, político y cultural que vive el país", afirmó Santos.
Sin embargo, no parece lo más probable que intente embarcarse en un plan de destrucción. Sería muy costoso, podría terminar fracasando y quizás ni siquiera le interese particularmente. "Cuando Piñera señaló que iba a recortar algunos gastos sociales fue muy criticado y se tuvo que desdecir. Guillier dice que su triunfo sería un retroceso en las políticas de Bachelet, pero yo creo que no. Esas políticas ya se hicieron y sería imposible revertir procesos como el avance hacia una educación gratuita. Piñera va a continuar con lo hecho, pero va a tratar de gestionar mejor los gastos. A pesar de ser un candidato de derecha, él no es muy de derecha, toda la vida fue demócrata cristiano. No es alguien que vaya a decir que de ahora en adelante la economía va a ser absolutamente privada y el Estado se va a reducir", dijo a Infobae el politólogo Miguel Ángel López Varas, profesor del INAP.
Si bien todo hace pensar que Piñera será el más votado por una diferencia importante, sería un error extraer de eso que obtendrá una mayoría aplastante en el Congreso. Es posible que Chile Vamos, su coalición, pase a controlarlo, pero seguramente se verá obligado a negociar para impulsar cambios importantes. Eso aleja el fantasma de una revisión generalizada de lo que sancionó el parlamento en este período.
"Lo que intente cambiar va a depender de los resultados —dijo Olivares—. Si José Antonio Kast, un candidato independiente que está a su derecha, saca un porcentaje elevado, puede ser que Piñera deba moverse más a la derecha que en su primer gobierno. En ese escenario, la posibilidad de que intente revertir algunas cosas aumenta exponencialmente. Pero si eso no ocurre, y Kast se queda en un número pequeño, de no más de 6 o 7%, y el resto de las fuerzas más votadas se reparte entre el centro y la izquierda, los incentivos para realizar cambios fuertes son menores".
En cualquier caso, sería un error interpretar el éxito electoral de Piñera como un síntoma del rechazo a las reformas de Bachelet. Hay otras razones que inciden en su elevada intención de voto. Una muy importante es la fragmentación del espacio de centroizquierda, que de estar hegemonizado por la Nueva Mayoría (NM), que abarcaba desde el Partido Comunista a la Democracia Cristiana (DC), pasó a tener tres alternativas: Guillier con lo que queda de la NM, el Frente Amplio como fuerza emergente a su izquierda, y la DC, que decidió ir por su cuenta. A ellos se puede sumar Enríquez-Ominami, que ya se venía presentando desde antes como alternativa independiente en este espacio.
Además, el grueso de los votantes le reconoce a Piñera un buen manejo de la economía. No le resulta muy difícil destacarse en ese rubro, considerando que el crecimiento fue menor con Bahcelet y que sus adversarios no parecen tener las mejores credenciales en la materia. "Para muchos chilenos —continuó Olivares— está presente la idea de que es una persona con un conocimiento técnico de la economía. Están priorizando un presidente que consideran que puede asegurar que haya mayor crecimiento".
En un país que valora tanto la estabilidad, alguien que ya ejerció la presidencia, que lo hizo sin sobresaltos y que no propone cambios bruscos, tiene un capital difícil de vencer para candidatos inexpertos que prometen grandes transformaciones. "La mayor parte de las encuestas señala que Piñera es visto como un estadista, con capacidad para llevar a cabo el trabajo. Es considerado inteligente y capaz, y no lo perciben como corrupto. Y en este país hay una tendencia a volver un poco al pasado. Si ya fue gobierno y no lo hizo tan mal, la posibilidad de que vuelva a hacer otro gobierno no tan malo es algo que merece consideración para los votantes", concluyó López Varas.
Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
Con un 34,5% de intención de voto, Sebastián Piñera duplica a su competidor más cercano, el ex presentador de noticias Alejandro Guillier, que a pesar de ser el candidato de lo que queda de la coalición de gobierno (Nueva Mayoría), suma apenas 15,4 por ciento. Lejos aparecen la postulante del izquierdista Frente Amplio, Beatriz Sánchez, con 8,5%, y el independiente Marco Enríquez-Ominami, con 6,1 por ciento.
Los datos, tomados de la última encuesta del Centro de Estudios Públicos, muestran que Piñera estira aún más su ventaja cuando sólo se computan las personas que probablemente vayan a votar, algo que no es ningún detalle en un país de sufragio voluntario y baja participación. En ese escenario, Piñera sube a 44,4%, Guillier a 19,7%, y Sánchez se mantiene en 8,5 por ciento. Pero ni siquiera así le alcanzaría al ex mandatario para ganar este domingo en primera vuelta. De todos modos, sea quien sea su rival, los sondeos le dan una amplia ventaja para el ballotage de diciembre: de 39,4 a 27,2% contra Guillier, y de 39,7 a 23,3% frente a Sánchez.
Que el gran favorito sea el único candidato que ya fue presidente (entre 2010 y 2014), habiendo terminado su primer mandato con aceptables índices de aprobación, no es demasiado llamativo. Lo curioso es que Michelle Bachelet está concluyendo un gobierno —el segundo para ella— que es sin dudas el que más reformas hizo desde el retorno de la democracia a Chile. Sin embargo, su probable sucesor es el único entre los principales postulantes que se mostró abiertamente crítico de la mayoría de los cambios. El resto propone conservarlos o, en todo caso, profundizarlos. Pero esa no parece ser la voluntad de la mayoría de los chilenos.
La sociedad chilena después de los cambios de Bachelet
Estabilidad. Ésta había sido la marca distintiva del país desde el fin de la dictadura de Augusto Pinochet hasta que Bachelet asumió su segundo mandato, entre 1990 y 2014. Casi sin excepciones, todos los demás países de América Latina atravesaron en el mismo período profundas crisis económicas y políticas, que muchas veces terminaron con presidentes caídos o destituidos. En contraste, los chilenos se acostumbraron al aburrimiento de ver cambios de gobierno sin sobresaltos, con la continuidad de las mismas políticas, mientras la economía crecía pareja y la pobreza se reducía.
Pero detrás de esa estabilidad se escondían una multiplicidad de conflictos que durante mucho tiempo sólo irrumpieron de manera esporádica, como las protestas estudiantiles. Para entender esa peculiaridad hay que tener en cuenta que Pinochet entregó el poder tras perder un plebiscito en el que nada menos que el 44% de la población votó por su continuidad. Eso le permitió controlar la transición y diseñar un formato institucional que hizo muy difíciles los cambios bruscos y forzó a los distintos sectores políticos a negociar absolutamente todo.
Lo positivo de esta historia es la previsibilidad que caracterizó a la política y a la economía chilenas, condición necesaria para el desarrollo. Pero lo negativo es que se mantuvieron reprimidas demandas sociales muy relevantes, como reducir la desigualdad, tener un sistema educativo más inclusivo y menos costoso, y que la política sea más abierta a la representación de las minorías. El objetivo de Bachelet en estos años fue avanzar sobre los temas que habían quedado postergados.
"No cabe duda de que alcanzó la presidencia con una propuesta de cambio del modelo chileno, para hacerlo más igualitario e inclusivo. Pero ha sido un período de gobierno muy adverso, en un contexto de descenso en el crecimiento económico, de escándalos por el financiamiento ilegal de la política y con algún caso de corrupción, que han influido decisivamente en el aumento de la desafección y en el descrédito de los políticos", explicó Antonia Santos, profesora de ciencia política en la Universidad Arturo Prat, consultada por Infobae.
Si bien tuvo mayoría legislativa, Bachelet debió hacer muchas concesiones y moderar sus aspiraciones. Eso se vio claramente en la reforma educativa, donde el proyecto inicial buscaba la gratuidad absoluta de las universidades, pero se tuvo que conformar con algo parcial, destinado al 60% de los alumnos de bajos recursos. Algo parecido ocurrió en el plano tributario, donde buscó darle mayor progresividad al régimen impositivo, y en el laboral, donde sólo pudo concederles algunos beneficios a los trabajadores. La ansiada transformación del sistema de pensiones —que en Chile es de capitalización individual— quedó como un proyecto a discutir en el Congreso.
El Gobierno avanzó también en la despenalización del aborto en tres causales, riesgo de vida de la madre, inviabilidad del feto y violación. Otra norma muy resistida por los sectores conservadores de la sociedad, pero largamente respaldada por los más progresistas, fue la unión civil de parejas del mismo sexo. Lo que no llegó a concretarse es la posibilidad del matrimonio.
Donde más profundos fueron los cambios es en la arena política. Primero con la reformulación del sistema electoral, que dejó atrás el cuestionado binominal e instauró un reparto proporcional para los cargos legislativos. El impacto de esa medida se sintió casi de inmediato con el incremento en el número de partidos, ya que se perdieron incentivos para ir con los grandes o en coalición. Después siguió con una estricta regulación del financiamiento y de las campañas, que forzó importantes cambios en el accionar de las fuerzas políticas.
"Para los menores de 40 años y de izquierda, su gobierno ha mantenido el sistema neoliberal en la educación y en la seguridad social. En contraste, para la derecha, Bachelet ha sido demasiado reformista con la aprobación del aborto y la eliminación de la selección en las escuelas básicas. De todas maneras, la sociedad valora los avances en el financiamiento de la educación superior, especialmente. Un sector aprecia el progreso en igualdad de género, pero otros no", dijo a Infobae Jeanne Simon, profesora del Departamento de Administración Pública y Ciencia Política de la Universidad de Concepción.
La sensación que tienen muchos de que se quedó a mitad de camino —quizás desconociendo lo difícil que es siempre hacer transformaciones estructurales— explica en parte la baja sostenida en la popularidad de Bachelet. Asumió con un 50% de aprobación, pero cayó rápidamente a menos de 30 y alcanzó en 2016 un piso de apenas 15 por ciento. Después se recuperó un poco, pero terminó con sólo un 23% de apoyo.
"Hubo reformas que generaron mucha oposición en sectores con gran capacidad de instalar temas en la opinión pública, como se vio en el caso del sistema impositivo y en la educación, que tocaron intereses económicos. Pero además fueron resistidas porque en el imaginario chileno está la idea de que, entre menos se toque el sistema económico, mayor es la posibilidad de éxito medido en términos de empleo y estabilidad", afirmó Alejandro Olivares, profesor del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile (INAP), en diálogo con Infobae.
No obstante, más allá de la discusión por las transformaciones, hay dos factores salientes que explican el descontento creciente hacia la presidente. El primero, un escándalo de corrupción que la salpicó directamente: el Caso Caval, en el que se investiga por tráfico de influencias a su hijo por favorecer a su esposa en la obtención de un crédito millonario. El segundo, el lánguido desempeño de la economía, que apenas creció arriba del 1% anual.
Piñera, pasado y futuro
"Tengo la sensación de que el Gobierno trabajará hasta el último día para institucionalizar las reformas frente la posibilidad de un triunfo de la derecha", dijo Simon. Si el oficialismo está pensando en cómo blindar los cambios es porque está muy instalado el temor de que la eventual victoria de Piñera ponga en riesgo todo lo conseguido en estos cuatro años.
"Piñera propone recuperar el modelo que tanto crecimiento económico y bienestar generó en el país para sectores altos y emergentes, y que tanta desigualdad provocó entre ricos y pobres. Es aferrarse a un ideal de convivencia de hace 25 años y que no se corresponde con el momento social, político y cultural que vive el país", afirmó Santos.
Sin embargo, no parece lo más probable que intente embarcarse en un plan de destrucción. Sería muy costoso, podría terminar fracasando y quizás ni siquiera le interese particularmente. "Cuando Piñera señaló que iba a recortar algunos gastos sociales fue muy criticado y se tuvo que desdecir. Guillier dice que su triunfo sería un retroceso en las políticas de Bachelet, pero yo creo que no. Esas políticas ya se hicieron y sería imposible revertir procesos como el avance hacia una educación gratuita. Piñera va a continuar con lo hecho, pero va a tratar de gestionar mejor los gastos. A pesar de ser un candidato de derecha, él no es muy de derecha, toda la vida fue demócrata cristiano. No es alguien que vaya a decir que de ahora en adelante la economía va a ser absolutamente privada y el Estado se va a reducir", dijo a Infobae el politólogo Miguel Ángel López Varas, profesor del INAP.
Si bien todo hace pensar que Piñera será el más votado por una diferencia importante, sería un error extraer de eso que obtendrá una mayoría aplastante en el Congreso. Es posible que Chile Vamos, su coalición, pase a controlarlo, pero seguramente se verá obligado a negociar para impulsar cambios importantes. Eso aleja el fantasma de una revisión generalizada de lo que sancionó el parlamento en este período.
"Lo que intente cambiar va a depender de los resultados —dijo Olivares—. Si José Antonio Kast, un candidato independiente que está a su derecha, saca un porcentaje elevado, puede ser que Piñera deba moverse más a la derecha que en su primer gobierno. En ese escenario, la posibilidad de que intente revertir algunas cosas aumenta exponencialmente. Pero si eso no ocurre, y Kast se queda en un número pequeño, de no más de 6 o 7%, y el resto de las fuerzas más votadas se reparte entre el centro y la izquierda, los incentivos para realizar cambios fuertes son menores".
En cualquier caso, sería un error interpretar el éxito electoral de Piñera como un síntoma del rechazo a las reformas de Bachelet. Hay otras razones que inciden en su elevada intención de voto. Una muy importante es la fragmentación del espacio de centroizquierda, que de estar hegemonizado por la Nueva Mayoría (NM), que abarcaba desde el Partido Comunista a la Democracia Cristiana (DC), pasó a tener tres alternativas: Guillier con lo que queda de la NM, el Frente Amplio como fuerza emergente a su izquierda, y la DC, que decidió ir por su cuenta. A ellos se puede sumar Enríquez-Ominami, que ya se venía presentando desde antes como alternativa independiente en este espacio.
Además, el grueso de los votantes le reconoce a Piñera un buen manejo de la economía. No le resulta muy difícil destacarse en ese rubro, considerando que el crecimiento fue menor con Bahcelet y que sus adversarios no parecen tener las mejores credenciales en la materia. "Para muchos chilenos —continuó Olivares— está presente la idea de que es una persona con un conocimiento técnico de la economía. Están priorizando un presidente que consideran que puede asegurar que haya mayor crecimiento".
En un país que valora tanto la estabilidad, alguien que ya ejerció la presidencia, que lo hizo sin sobresaltos y que no propone cambios bruscos, tiene un capital difícil de vencer para candidatos inexpertos que prometen grandes transformaciones. "La mayor parte de las encuestas señala que Piñera es visto como un estadista, con capacidad para llevar a cabo el trabajo. Es considerado inteligente y capaz, y no lo perciben como corrupto. Y en este país hay una tendencia a volver un poco al pasado. Si ya fue gobierno y no lo hizo tan mal, la posibilidad de que vuelva a hacer otro gobierno no tan malo es algo que merece consideración para los votantes", concluyó López Varas.