Thomas sí es decisivo

El ghanés salvó al Atlético en el descuento con un golazo de falta tras un aburrido encuentro. Simeone sustituyó en el minuto 80 a un errático Griezmann.

Patricia Cazón
As
Cuando Gabi colocó ese balón al borde del área, el Atlético seguía perdido en el laberinto de las últimas jornadas. 0-0. Un desierto de fútbol, goles e ideas. Y el cuarto árbitro levantaba el cartelón, cuatro minutos de añadido, y Griezmann no estaba sobre el campo, hacía un rato que Simeone lo había cambiado por Giménez. Thomas lo había pedido. Mío, mío. Volvió a patearlo con el alma. Como ante el Qarabag, como con la cabeza ante el Elche. Un gol directo al corazón de las sombras marca Saúl, golazo a golazo.


Nada enseña más que equivocarse y, después del Qarabag, el Atleti, debía cambiar algo. Simeone trató de buscar la redención a través de un golpe de efecto. Fue Augusto, el blindaje de un centro del campo ya con mucha madera, músculo. Porque titulares eran también Gabi, Thomas y Saúl, cuatro medios custodiados detrás, por tres centrales.

Si Augusto comenzó pidiendo foco, moviendo el balón, buscando socios, desmarques, resquicios al equipo de Cristóbal, poco a poco Fede Cartabia fue poniéndole su nombre al balón y el partido tiñiéndose de azul gallego. Tocando siempre con velocidad y criterio, estaba al principio de cada contra del Depor. Menos mal que Bakkali lo hacía todo bien menos lo último, el remate: todos se le iban dos metros por encima del larguero, como si el partido fuera rugby que de fútbol. Al menos servía para descubrir que Oblak vestía de negro. Pantilimón y su traje verde limón ni asomaban. El Atleti se hacía cada vez más pequeño ante ese Depor que le mataba por los costados, ora Luisinho, otra Juanfran. Augusto era incapaz de contener solo al Depor. Griezmann seguía perdido en su nada de últimamente y Correa era uno menos: cada cosa que intentaba, restaba. Y a punto estuvo de contagiarse Oblak al quedarse clavado en un balón ante Lucas Pérez, peligro multiplicado por dos. Reaccionó a tiempo. El partido rascaba y rascaba, como la toalla de un motel de carretera que no conoce suavizante.

Simeone nada más volver de la caseta intentó otro golpe de efecto. Primer cambio. Este entendible: Gaitán por Correa. La única buena noticia del partido hasta el momento era que los córner y centros laterales seguían siendo agua. Consuelo, pero no suficiente

El cambio se notó en la primera pelota: terminó con el primer tiro a puerta del partido. Fue de Griezmann, un uy, al fin. Desataría a los rojiblancos. En cinco minutos, los guantes de Pantilimón contabilizarían una volea de Gaitán, un remate de Thomas y un cabezazo de Godín. Los porteros al fin habían sido invitados al partido. La primera foto de Oblak resultó inquietante. Y no por que las dos ocasiones seguidas del Depor sino por un golpe con el hombro en el palo. Era el izquierdo, el operado. No dejaría de tocárselo en un rato.

Con la efervescencia con la que había comenzado la segunda parte ya templada, Simeone siguió con el guión (no cometer errores) pero cambió de actores: Augusto por un delantero (Gameiro). Fue esperanza otra filigrana de Griezmann para dejar solo a Gameiro en un mano a mano que el francés, ayer sí, definió. Lástima que el linier había alzado su banderín. Fuera de juego. Una lágrima en la lluvia. El partido ya era un sufrimiento, el mismo de siempre: fútbol horizontal, pelotazos a ningún lugar. Y Thomas, Saúl y Gabi incapaces de crear fútbol en el centro. Simeone, para ayudar, pareció hacerse el harakiri: necesitado de gol, quitó a Griezmann, que estará como está, pero es Griezmann y tiene chistera, para meter a Giménez. Delantero por central. En realidad sólo quería añadir más madera a lo que vendría.

Raro parecía, funcionó. Porque faltaba Griezmann pero sobre el campo tenía toda su raza. A Juanfran, a Godín, a Gabi, a Giménez, a Lucas, a Saúl, a Thomas. Fue el último quien se pidió el balón después de que Sidnei derribara a Lucas al final de una contra. Ese que colocó Gabi. Aquel que se fue directo al corazón de las sombras. Lo decía hace no mucho Simeone. Lo que importa es el sabor que deja en la boca un final. Este es euforia. Y espanta las nubes que anunciaban tormenta sin fin en el parón.

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