Sevilla, un corazón que late

Pizarro empata en el descuento (93') el 0-3 que el Liverpool (doblete de Firmino y Mané) había hecho en media hora. Al Sevilla le vale el empate en Maribor para pasar.

Juan Jiménez
As
Corazones que laten gritando Sevilla se fueron del Sánchez Pizjuán con el orgullo por las nubes después de empatarle al Liverpool un 0-3 en el minuto 93 con un gol agónico de Pizarro, que se abrazó a Berizzo después de completar la gesta. Levantarle tres goles un club de leyenda cinco veces campeón de Europa está cerca de la hazaña. Bien lo sabe el Liverpool por aquella final memorable de Estambul en 2005. En términos de clasificación, el empate tuvo cierto valor. Al Sevilla le vale un punto en Maribor para asegurar la clasificación. Pero, por encima de todo, fue un tesoro de punto en términos emocionales y de prestigio. Primero, el Sevilla se creyó al fin que sí es un equipo de Champions. Acomplejado en la competición con algunas noches pésimas en el currículo, como si sólo se sintiera pleno en la Europa League, se demostró que sí puede con este escenario y esa música celestial. En términos de prestigio, el 3-3 llenará informativos y hará marca mundial. Y si queremos dejarlo en el consumo interno, de las tertulias de mañana por Nervión o la Buhaira, el punto también le hizo un gran favor a Berizzo, que volteó el partido con un cambio arriesgado (Nzonzi por Vázquez) pero brillante y cambió la dirección de la noche. De un viaje hacia un ridículo sin paliativos hasta la heroica del 3-3 de Pizarro.


Klopp, otro amante de la épica, asistió atónito al final de la historia. Si realmente no conocía el himno del Sevilla como dijo, anoche lo escuchó bien fuerte. El alemán lo había visto ganado después de una puesta en escena de impresión del Liverpool. Su frente de ataque, inspirado con espacios, impone. Y su estrategia funcionó. El Liverpool calcó sus dos primeros goles: córners sacados al primer palo con prolongación que encontraron a Firmino y Mané. Un misil en la línea de flotación de Berizzo, señalado por la pasividad táctica en la pizarra. Nolito, al palo, y Ben Yedder, fuera por milímetros, habían perdonado con el 0-1. El 0-3 de Firmino resultó devastador. No sólo por su valor, sino por lo que anunciaba. Salah, Firmino y Mané estaban desatados con espacios. Se anunciaba para el Sevilla un apocalipsis muy inoportuno admitiendo que el equipo no ha terminado de asentarse. Se temió por un resultado dolorosísimo. Fue entonces cuando Brych mandó a los jugadores al túnel de vestuarios.

“Habíamos dado vergüenza”, admitió Pizarro al final. Dijo el argentino que sacaron “los huevos” (sic). Pero también el fútbol. Berizzo se cargó a Nzonzi y creó un interesantísimo cordón umbilical. Banega retrasó su posición y arrancó las jugadas. Mudo Vázquez, un incomprendido para la grada pero un creador que tiene el fútbol en la cabeza, enlazó con los puntas y fue indetectable para el Liverpool. El Sevilla rompió a jugar y consiguió un gol rápido (Ben Yedder, 51’) que enchufó al mágico Sánchez Pizjuán. Se creó una atmósfera fabulosa de remontada. Escudero volvió a ser un avión en su carril. Las estrellas del Liverpool desaparecieron, especialmente un Coutinho que apenas dejó un par de pinceladas y se esfumó. Con el 2-3 (Brych obligó a tirar dos veces el penalti a Ben Yedder), Klopp metió a Emre Can y Milner porque Alberto Moreno, que llevaba una temporada espléndida, estaba desbordado y el carril izquierdo, con Coutinho poco solidario, era una autopista. El cambio de Muriel no funcionó. Pero donde ya no llegaba al fútbol, alcanzaron las pasiones. El dicen que nunca se rinde conectó con el “corazón que late gritando Sevilla”. Hasta el 3-3. Emocionante.

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