La escapada de Puigdemont hunde la imagen exterior del separatismo
La prensa europea censura el intento de amplificar el choque con el Gobierno español
Álvaro Sánchez
Bruselas, El País
Circus. Cirque. Circo. La prensa internacional ha recurrido al mayor espectáculo del mundo para describir en inglés, francés o flamenco el aterrizaje de Carles Puigdemont y sus exconsejeros en Bruselas, cuya máxima escenificación se vivió el martes en la accidentada comparecencia en el Club Internacional de Prensa. Nadie dijo que fuera fácil vender en el corazón de Europa la idea de su huida de un país democrático, pero el rol de estadista que antes de su escapada le adjudicaba el presidente de Flandes, Geert Bourgeois, ha virado hacia otros más habituales bajo una carpa blanquirroja: “¿Tragafuegos, equilibrista o payaso?”, preguntaba un diario holandés tras la tumultuosa rueda de prensa.
Entre los grandes creadores de opinión, el más duro fue el semanario Politico: “El circo catalán de Puigdemont llega a Bruselas”, tituló una crónica donde comparaba con un festival de música o la sudorosa sala de una discoteca la caótica organización del evento, con más de 200 periodistas hacinados en una estancia habilitada para 80. La puesta en escena no contribuyó a dar brío al relato independentista. En una ciudad donde los periodistas deben pasar por un detector de metales cada vez que entran en las instituciones comunitarias, nadie controló el acceso al recinto. Al fondo de la sala, sentada en el pasillo cerca de una periodista asiática que trataba de hacerse hueco equipada con un palo de selfie, una funcionaria de la Comisión Europea asistía al acto como la que va al teatro.
Y la actuación de Puigdemont no convenció. “Carles, go home”, tituló el periodista Claus Hecking en Der Spiegel, una de las referencias informativas de Alemania. “Su huida de Cataluña parece un acto de cobardía. Primero moviliza a cientos de miles de personas y luego las abandona”, escribió en su artículo.
El desconcierto es el sentimiento más extendido en torno a la llegada a Bélgica del expresidente catalán. En una sociedad acostumbrada a conocer la agenda de sus líderes, Puigdemont, un ciudadano europeo más para un Gobierno belga que rehúye el choque diplomático con España, se mueve por Bruselas como un fantasma que aparece y desaparece. Esa ocultación ha alentado una intensa rumorología según la cual viaja a Flandes para convocar comparecencias imaginarias, concede entrevistas televisivas nunca emitidas o sube a un taxi rumbo a un aeropuerto donde ni una sola fotografía acredita su presencia en el hiperconectado mundo de las redes sociales.
El silencio de Puigdemont, que en tres días en la capital belga solo ha dado explicaciones durante apenas una hora, ha alimentado las teorías más inverosímiles, presuntas huidas a Rusia y Rumania incluidas. El expresidente, en cambio, ni siquiera ha confirmado la contratación del abogado que supuestamente le representa en Bélgica, Paul Bekaert, que ha asumido una suerte de portavocía legal hablando de su cliente en radios o televisiones y ahora no descuelga el teléfono de su despacho en el pequeño pueblo de Tielt, abrumado por la avalancha de llamadas ansiosas por conocer el próximo paso.
Jugar al despiste
Mientras Puigdemont juega al despiste con los medios —nadie le ha visto este miércoles—, la imagen internacional del secesionismo, lejos de proyectar la épica del exilio, exhibe el temor del que abandona el barco.
Solo una vez se ha visto al expresident en actitud distendida en medio de sus tensas idas y venidas. Una joven búlgara le pidió tomarse una foto con él en la bulliciosa plaza Luxemburgo, aledaña a la Eurocámara. “Eres una buena persona”, le dijo. Puigdemont agachó la cabeza con timidez, sonrió y comentó la nacionalidad rumana de su esposa. Luego le habló de que quieren encerrarle 30 años por celebrar un referéndum y, por primera vez desde que llegó a Bruselas, su discurso pareció convencer a alguien.
Álvaro Sánchez
Bruselas, El País
Circus. Cirque. Circo. La prensa internacional ha recurrido al mayor espectáculo del mundo para describir en inglés, francés o flamenco el aterrizaje de Carles Puigdemont y sus exconsejeros en Bruselas, cuya máxima escenificación se vivió el martes en la accidentada comparecencia en el Club Internacional de Prensa. Nadie dijo que fuera fácil vender en el corazón de Europa la idea de su huida de un país democrático, pero el rol de estadista que antes de su escapada le adjudicaba el presidente de Flandes, Geert Bourgeois, ha virado hacia otros más habituales bajo una carpa blanquirroja: “¿Tragafuegos, equilibrista o payaso?”, preguntaba un diario holandés tras la tumultuosa rueda de prensa.
Entre los grandes creadores de opinión, el más duro fue el semanario Politico: “El circo catalán de Puigdemont llega a Bruselas”, tituló una crónica donde comparaba con un festival de música o la sudorosa sala de una discoteca la caótica organización del evento, con más de 200 periodistas hacinados en una estancia habilitada para 80. La puesta en escena no contribuyó a dar brío al relato independentista. En una ciudad donde los periodistas deben pasar por un detector de metales cada vez que entran en las instituciones comunitarias, nadie controló el acceso al recinto. Al fondo de la sala, sentada en el pasillo cerca de una periodista asiática que trataba de hacerse hueco equipada con un palo de selfie, una funcionaria de la Comisión Europea asistía al acto como la que va al teatro.
Y la actuación de Puigdemont no convenció. “Carles, go home”, tituló el periodista Claus Hecking en Der Spiegel, una de las referencias informativas de Alemania. “Su huida de Cataluña parece un acto de cobardía. Primero moviliza a cientos de miles de personas y luego las abandona”, escribió en su artículo.
El desconcierto es el sentimiento más extendido en torno a la llegada a Bélgica del expresidente catalán. En una sociedad acostumbrada a conocer la agenda de sus líderes, Puigdemont, un ciudadano europeo más para un Gobierno belga que rehúye el choque diplomático con España, se mueve por Bruselas como un fantasma que aparece y desaparece. Esa ocultación ha alentado una intensa rumorología según la cual viaja a Flandes para convocar comparecencias imaginarias, concede entrevistas televisivas nunca emitidas o sube a un taxi rumbo a un aeropuerto donde ni una sola fotografía acredita su presencia en el hiperconectado mundo de las redes sociales.
El silencio de Puigdemont, que en tres días en la capital belga solo ha dado explicaciones durante apenas una hora, ha alimentado las teorías más inverosímiles, presuntas huidas a Rusia y Rumania incluidas. El expresidente, en cambio, ni siquiera ha confirmado la contratación del abogado que supuestamente le representa en Bélgica, Paul Bekaert, que ha asumido una suerte de portavocía legal hablando de su cliente en radios o televisiones y ahora no descuelga el teléfono de su despacho en el pequeño pueblo de Tielt, abrumado por la avalancha de llamadas ansiosas por conocer el próximo paso.
Jugar al despiste
Mientras Puigdemont juega al despiste con los medios —nadie le ha visto este miércoles—, la imagen internacional del secesionismo, lejos de proyectar la épica del exilio, exhibe el temor del que abandona el barco.
Solo una vez se ha visto al expresident en actitud distendida en medio de sus tensas idas y venidas. Una joven búlgara le pidió tomarse una foto con él en la bulliciosa plaza Luxemburgo, aledaña a la Eurocámara. “Eres una buena persona”, le dijo. Puigdemont agachó la cabeza con timidez, sonrió y comentó la nacionalidad rumana de su esposa. Luego le habló de que quieren encerrarle 30 años por celebrar un referéndum y, por primera vez desde que llegó a Bruselas, su discurso pareció convencer a alguien.