Azafata sobreviviente de avión de Chapecoense: “Esa noche volvimos a nacer”

Santa Cruz, El Heraldo
La boliviana Ximena Suárez relata cómo ha tratado de rehacer su vida, un año después de la tragedia aérea registrada cerca de Medellín en la que murieron 71 personas.
"Soy un milagro de Dios", dice convencida Ximena Suárez, la joven azafata boliviana de mirada profunda, que volvió a nacer el 28 de noviembre de 2016, junto a otros cinco sobrevivientes del avión LaMia que cayó en Colombia y dejó 71 muertos, entre ellos gran parte del club Chapecoense.

A un año de esa tragedia aérea, Ximena, de 28 años de edad, madre soltera de dos niños, intenta rehacerse haciendo "cosas a las que antes no le daba importancia". "Estoy capacitándome para dar charlas motivacionales y haciendo bijouteria", le confía a la AFP en su casa de la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra.

Cuando evoca el accidente del pequeño avión Avro RJ85 de LaMia en el que iba de azafata y en el que murieron 71 de las 77 personas que iban a bordo, entre ellas, 19 jugadores del club Chapecoense de Brasil, así como directivos del club y periodistas brasileños, parece quebrarse.



-"Volvimos a nacer"-

"A los sobrevivientes los considero como hermanos, porque ese mismo día del 28 volvimos a nacer, somos un milagro que tenemos que dar testimonio para ayudar a otras personas, creo que ese es uno de los propósitos por lo que nos hemos quedado aquí nosotros seis", apunta con una tristeza infinita en su mirada.

Tras concluir una dolorosa fase de fisioterapia y de "recuperación psicológica y psiquiátrica", Ximena empezó "a escribir un libro, que ya lo terminé, retomé mis estudios (de ingeniería), estoy trabajando como modelo independiente y pasando cursos para dar charlas motivacionales".

Prefiere no referirse a las dramáticas conclusiones del accidente. Según una investigación de las autoridades aeronáuticas colombianas la aeronave tenía combustible limitado para cubrir la ruta entre la ciudad boliviana de Santa Cruz y el aeropuerto José María Córdova de Rionegro, que sirve a Medellín (noroeste).

A pesar de haber sorteado "esa tragedia tan grande (...) me siento feliz; estoy agradecida con Dios por esta nueva oportunidad que quiero aprovecharla al máximo, ahora le doy importancia a las cosas que antes no le daba importancia", sostiene.
“Soy un milagro de Dios
- Una vida de sacrificios -
Sin embargo, la vida de esta joven no es color rosa. "Me ha costado bastante levantarme porque ha sido un golpe muy fuerte, caí en una depresión muy grande y la verdad que mi familia, mis hijos, me ayudaron a salir de todo esto que estaba sintiendo y también la gente que me apoya hasta ahora, es increíble".
"Veo que la gente me admira, creo que me ve como un milagro, ¿no? Hay quien me dice 'por suerte te salvaste', para mí no es suerte es la voluntad de Dios (...), obviamente me siento triste por haber perdido a mis compañeros".
Luego del largo proceso de recuperación, Ximena parece haber superado sus fobias. "Quiero ser instructora de tripulantes, obviamente primero volver a volar y ahí ser instructora".
¿Vas a volver a volar?, inquiere el reportero de la AFP. "Eso depende de mi psicólogo, de las terapias", responde.
Sin embargo, Ximena ya se subió a un avión. "Mi primer vuelo fue a La Paz, el segundo a Colombia, y el último fue a Brasil (donde dio charlas motivacionales), y siempre he estado medicada; entonces, sin medicación no puedo viajar todavía".
Mientras, Ximena no pierde el tiempo, cuando no modela ni va a la universidad, escribe. "En el libro (que entregará este mes) hablo sobre mi vida, para que sepan quién soy, de dónde vengo, mi experiencia como tripulante. Aparte hablo mucho sobre el accidente, detalladamente diría, cosas que nunca he hablado en cámara, en entrevistas, y quiero resaltar ahí que soy un milagro de Dios, y tratar de concientizar a la gente", resume.
Espontánea como es: "Ya lo fregué", le dice al camarógrafo cuando entrevera las ideas, Ximena intenta vivir sin complicaciones. "Trato de hacer cosas, bijoutería, mandalas, pintar mandalas, leer, escribir, pasar tiempo con mis hijos". ¿Qué más puede pedirle a la vida?
Janeth Molina, controladora de tránsito aéreo
Janeth Molina, controladora de tránsito aéreo
La controladora del Chapecoense
Una traza que desaparece en un monitor, llamados que se multiplican sin respuesta y un avión que cae en medio de la noche con un equipo de fútbol brasileño dentro. Hace un año, Yaneth Molina supo antes que todos lo que ocurrió con el Chapecoense.
Sin embargo, esta colombiana de 47 años, de gestos y hablar delicados, tardó en ver las imágenes de una de las tragedias que más ha hecho llorar al fútbol fuera de la canchas.
Molina estaba en la sala de radar del aeropuerto Rionegro, que sirve a la ciudad de Medellín, el 28 de noviembre de 2016. 
Era la controladora del tránsito aéreo que esa noche intentó sin éxito guiar a buen destino el vuelo 2933 que traía al club Chapecoense a jugar su primera final internacional en Colombia frente a Atlético Nacional por la Copa Sudamericana.
Pero eso lo supo después, dice a la AFP en su apartamento en Medellín.
En principio ella no debía estar ahí, según explica en el libro "Yo también sobreviví", que escribió junto con su esposo Carlos Acosta, también controlador. 
Molina, con 22 años de experiencia, cambió de turno porque quiso atender unos asuntos familiares. Esa noche el azar la obligó a ver cómo comenzaron a desvanecerse las vidas de 71 personas que murieron en el accidente del avión de la empresa boliviana LaMia, la mayoría del equipo brasileño.
"Lo último que pregunté (a la tripulación) fue altitud. Me dijeron: 9.000 pies. Le hice un nuevo llamado pero ya no me contestaron".
- Sin perder el control -
Las lágrimas casi se les desgajan de nuevo, pero Molina se repone. Ya no había más comunicación con el piloto, la traza también desaparecía definitivamente de la pantalla, otros aviones no informaban de ningún avistamiento, pero aún así los protocolos dicen que se debe esperar, que aún es apresurado para hablar de un accidente.
"En este caso era (un tiempo) de cinco minutos para considerar (si) la aeronave tenía que aterrizar".
Vinieron más llamados sin respuesta desde la sala de radar. "No lo podía creer (...) lo único que hice fue suspirar y continuar manejando el resto de aeronaves, despejando el espacio aéreo pues ya tenía muchas en mi frecuencia, bajo mi responsabilidad".
Caótica, confusa, entrecortada, la noticia ya estaba en los labios del mundo. A las 22H10 aproximadamente el avión con el equipo Chapecoense cayó de barriga sobre Cerro Gordo, en el municipio de La Ceja, a 20 km del aeropuerto donde debía aterrizar.
De los 77 ocupantes, 71 murieron, seis sobrevivieron. Las investigaciones señalan que la aeronave iba con sobrepeso y sin combustible suficiente, y que no reportó de manera explícita esa situación a la controladora.
Sin caer en ataque de nervios, Molina debió seguir frente a los controles hasta terminar el turno a las seis de la mañana del 29 de noviembre. 
"Ya en la madrugada vi la imagen en televisión, imagínate el dolor tan grande que sentí", remarca Molina.
“Lo último que pregunté (a la tripulación) fue altitud. Me dijeron: 9.000 pies
Con las primeras imágenes también llegaron los detalles. El vuelo que ella intentó guiar era de un equipo de fútbol que no conocía. "Luego me entero quiénes eran, cuántos iban y empieza uno a escuchar todo eso... fue muy doloroso".
 - La séptima sobreviviente -
Aun cuando no iba dentro de la aeronave ni conocía ninguna de las víctimas, Molina se describe como una sobreviviente.
El 30 de noviembre se filtra a la prensa una grabación de la sala de radar, con su voz, y luego un mensaje interno en el que afirma que hizo lo "humanamente posible y lo técnicamente obligatorio" para conservar la vida de los ocupantes del LaMia.
Pero algunos interpretaron equivocadamente su actuación serena y le achacaron haberle dado preferencia a otra aeronave que también había pedido prioridad en el aterrizaje por combustible.
Lo cierto es que la "controladora del Chapecoense", como pasó a ser conocida, tenía bajo su responsabilidad otros cinco vuelos esa noche. 
Ignorando las instrucciones, asegura, que el de LaMia descendía peligrosamente sobre dos aviones con más de 300 pasajeros, sin especificar su real situación, Molina decidió ponerlos a salvo.
"Fueron 71 víctimas pero hubiera sido mucho peor. Tuve que tomar decisiones muy rápidas para salvaguardar las vidas de las otras aeronaves", recuerda.
Muchos no lo entendieron así y la acosaron en redes sociales e incluso le hicieron llamadas amenazantes. Decían que "tenía responsabilidad en la caída de la aeronave (...), que por el hecho de ser mujer no los quería ayudar, o porque no me gustaba el fútbol".
Cayó en un ataque de frustración y melancolía del que se repuso semanas después con la ayuda de sicológos y de su familia. 
Hoy, un año después, Molina enfatiza en que esa noche hizo un buen trabajo.

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