400 millonarios piden a Trump que no les recorte los impuestos
Los más ricos alertan en una carta al Congreso de que la rebaja fiscal solo favorecerá la desigualdad y aumentará la deuda
Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
El dinero, a veces, no lo es todo. El gran proyecto fiscal del presidente Donald Trump se ha topado con un inesperado adversario: 400 millonarios y multimillonarios han firmado una carta en la que piden al Congreso que no recorte sus impuestos. La misiva, suscrita por nombres como George Soros y Steven Rockefeller, considera que la rebaja de impuestos solo favorecerá la desigualdad y aumentará la deuda. "Creemos firmemente que la forma de crear más trabajos de calidad y fortalecer la economía no es mediante reducciones de impuestos para los que más tenemos, sino invirtiendo en el pueblo americano", afirma el escrito.
“Este recorte es absurdo. Según los republicanos no nos podemos permitir gastar más dinero público, pero sí reducir los impuestos a los más ricos. Esto no tiene sentido”, afirmó Bob Crandall, antiguo presidente de American Airlines y uno de los firmantes de la carta. Promovida por la organización Riqueza Responsable, próxima a los demócratas y a la que también pertenecen los fundadores de la marca de helados Ben & Jerry’s, la diseñadora Eileen Fischer y otros millonarios, la misiva entronca con la gran tradición de la filantropía estadounidense. "Somos ricos a los que nos preocupa profundamente nuestra nación y su gente, y escribimos con una sola petición: no nos corten los impuestos", arranca el escrito.
Ya con otros presidentes, potentados como Bill Gates y Warren Buffet, considerados los dos hombres más ricos del planeta, se declararon en favor de pagar más. "Mientras las clases medias y bajas combaten por nosotros en Afganistán, mientras los norteamericanos luchan por ganarse la vida, nosotros los megarricos, continuamos teniendo exenciones fiscales extraordinarias”, escribió Buffet a Barack Obama en 2011. En aquel momento, el principal accionista de Berkshire Hathaway tributaba el 17%, cuando sus trabajadores pagaban por encima del 33%.
Ahora la batalla se repite, pero con un golpe añadido a la credibilidad de Trump. A diferencia de otras épocas, la Casa Blanca ha declarado que su proyecto mantiene intacta la presión fiscal sobre los más ricos. Pero una lectura atenta de los documentos enviados al Senado y a la Cámara de Representantes muestra que las rebajas son múltiples. No sólo se reduce el tope fiscal del 39,6% al 38,5% para las parejas que ganen más de un millón de dólares al año, sino que la iniciativa remitida a la Cámara Baja elimina el impuesto de sucesiones, que ahora mismo pagan unas 5.000 familias al año y que se circunscribe a herencias por encima de los 5,49 millones de dólares.
“Quitar este impuesto acarrearía unas pérdidas de 269.000 millones en un decenio, más de lo que se gasta en conjunto en la Agencia del Medicamento, el Centro de Control de Enfermedades y la Agencia de Protección Ambiental”, indica la carta. "Ni es justo ni sabio proporcionar una rebaja fiscal a los ricos a expensas de las familias trabajadoras, especialmente si se financia desmantelando programas que permiten cubrir necesidades fundamentales como la salud y la alimentación", añade.
La Casa Blanca no ha respondido aún al obús. Pero a nadie se le escapa que el asunto es altamente inflamable. El recorte de impuestos es unas de las grandes bazas electorales de Trump. Un presidente multimillonario que ha hecho de su pretendida habilidad para gestionar la economía su seña de identidad. Él mismo ha presentado su propuesta como “el mayor recorte fiscal de la historia de Estados Unidos” y un revulsivo para las clases medias y trabajadores. Pero detrás de las grandes palabras, los grietas son evidentes.
Los cálculos más conservadores establecen que la rebaja impositiva incrementará la deuda pública en 1,5 billones de dólares en 10 años. Una subida difícil de asimilar para unas arcas que ya deben 20 billones y que en el próximo decenio aumentarán la carga en otros 10 billones.
La respuesta oficial a este desequilibrio es el optimismo reaganiano. Los republicanos, con Trump a la cabeza, sostienen que el recorte desencadenará una ola de inversiones de tal magnitud que detonará el crecimiento y permitirá rápidamente compensar la pérdida fiscal. “Nuestro plan está diseñado para favorecer la inversión”, ha resumido el consejero económico de la Casa Blanca, Gary Cohn.
Los demócratas desconfían de esta previsión. Y los millonarios firmantes de la carta también. Para ellos, las empresas ya han alcanzado beneficios récord y viven días de enorme bonanza. Más importante es, a su juicio, dirigir los fondos públicos a la educación, la sanidad y la investigación. Áreas en las que Trump ha sacado la guillotina. “Yo gano mucho dinero. Si mi ingreso crece, no pienso invertir más, simplemente ahorraré más”, ha sentenciado Crandall. Y no es el único.
Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
El dinero, a veces, no lo es todo. El gran proyecto fiscal del presidente Donald Trump se ha topado con un inesperado adversario: 400 millonarios y multimillonarios han firmado una carta en la que piden al Congreso que no recorte sus impuestos. La misiva, suscrita por nombres como George Soros y Steven Rockefeller, considera que la rebaja de impuestos solo favorecerá la desigualdad y aumentará la deuda. "Creemos firmemente que la forma de crear más trabajos de calidad y fortalecer la economía no es mediante reducciones de impuestos para los que más tenemos, sino invirtiendo en el pueblo americano", afirma el escrito.
“Este recorte es absurdo. Según los republicanos no nos podemos permitir gastar más dinero público, pero sí reducir los impuestos a los más ricos. Esto no tiene sentido”, afirmó Bob Crandall, antiguo presidente de American Airlines y uno de los firmantes de la carta. Promovida por la organización Riqueza Responsable, próxima a los demócratas y a la que también pertenecen los fundadores de la marca de helados Ben & Jerry’s, la diseñadora Eileen Fischer y otros millonarios, la misiva entronca con la gran tradición de la filantropía estadounidense. "Somos ricos a los que nos preocupa profundamente nuestra nación y su gente, y escribimos con una sola petición: no nos corten los impuestos", arranca el escrito.
Ya con otros presidentes, potentados como Bill Gates y Warren Buffet, considerados los dos hombres más ricos del planeta, se declararon en favor de pagar más. "Mientras las clases medias y bajas combaten por nosotros en Afganistán, mientras los norteamericanos luchan por ganarse la vida, nosotros los megarricos, continuamos teniendo exenciones fiscales extraordinarias”, escribió Buffet a Barack Obama en 2011. En aquel momento, el principal accionista de Berkshire Hathaway tributaba el 17%, cuando sus trabajadores pagaban por encima del 33%.
Ahora la batalla se repite, pero con un golpe añadido a la credibilidad de Trump. A diferencia de otras épocas, la Casa Blanca ha declarado que su proyecto mantiene intacta la presión fiscal sobre los más ricos. Pero una lectura atenta de los documentos enviados al Senado y a la Cámara de Representantes muestra que las rebajas son múltiples. No sólo se reduce el tope fiscal del 39,6% al 38,5% para las parejas que ganen más de un millón de dólares al año, sino que la iniciativa remitida a la Cámara Baja elimina el impuesto de sucesiones, que ahora mismo pagan unas 5.000 familias al año y que se circunscribe a herencias por encima de los 5,49 millones de dólares.
“Quitar este impuesto acarrearía unas pérdidas de 269.000 millones en un decenio, más de lo que se gasta en conjunto en la Agencia del Medicamento, el Centro de Control de Enfermedades y la Agencia de Protección Ambiental”, indica la carta. "Ni es justo ni sabio proporcionar una rebaja fiscal a los ricos a expensas de las familias trabajadoras, especialmente si se financia desmantelando programas que permiten cubrir necesidades fundamentales como la salud y la alimentación", añade.
La Casa Blanca no ha respondido aún al obús. Pero a nadie se le escapa que el asunto es altamente inflamable. El recorte de impuestos es unas de las grandes bazas electorales de Trump. Un presidente multimillonario que ha hecho de su pretendida habilidad para gestionar la economía su seña de identidad. Él mismo ha presentado su propuesta como “el mayor recorte fiscal de la historia de Estados Unidos” y un revulsivo para las clases medias y trabajadores. Pero detrás de las grandes palabras, los grietas son evidentes.
Los cálculos más conservadores establecen que la rebaja impositiva incrementará la deuda pública en 1,5 billones de dólares en 10 años. Una subida difícil de asimilar para unas arcas que ya deben 20 billones y que en el próximo decenio aumentarán la carga en otros 10 billones.
La respuesta oficial a este desequilibrio es el optimismo reaganiano. Los republicanos, con Trump a la cabeza, sostienen que el recorte desencadenará una ola de inversiones de tal magnitud que detonará el crecimiento y permitirá rápidamente compensar la pérdida fiscal. “Nuestro plan está diseñado para favorecer la inversión”, ha resumido el consejero económico de la Casa Blanca, Gary Cohn.
Los demócratas desconfían de esta previsión. Y los millonarios firmantes de la carta también. Para ellos, las empresas ya han alcanzado beneficios récord y viven días de enorme bonanza. Más importante es, a su juicio, dirigir los fondos públicos a la educación, la sanidad y la investigación. Áreas en las que Trump ha sacado la guillotina. “Yo gano mucho dinero. Si mi ingreso crece, no pienso invertir más, simplemente ahorraré más”, ha sentenciado Crandall. Y no es el único.