Trump se aleja del acuerdo con Irán: “Voy a cerrar un camino que lleva al terror, la violencia y la bomba nuclear”
El presidente anuncia que no validará el pacto, pero no lo rompe. Su objetivo es ampliar su perímetro punitivo y que se sancione también el programa balístico
Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
El presidente de Estados Unidos ha dado este viernes una sacudida al tablero internacional. Cada vez más alejado de sus aliados europeos, Donald Trump ha anunciado que no certificará el pacto nuclear con Irán y que deja que sea el Congreso quien decida su futuro, siempre que imponga nuevas limitaciones. La medida, aunque no supone la prometida ruptura del acuerdo, abre una estrategia mucho más agresiva con Teherán y un capítulo incierto para Oriente Próximo. "Cuando más tiempo se ignora una amenaza, mayor se vuelve. Voy a cerrar un camino que lleva al terror, la violencia y el arma nuclear. En cualquier momento puedo acabar con el pacto", afirmó Trump.
El presidente elevó el tono. Frente a la discreción de sus asesores, volcados en minimizar el incendio, Trump trazó un aguafuerte de un “régimen fanático, dictatorial y terrorista”. Un semillero mundial de “destrucción y muerte” que tiene que ser frenado. “Irán nunca tendrá la bomba atómica. Las agresiones no han dejado de incrementarse y es hora de ponerles fin”, zanjó el presidente.
Su rotundidad, que generó un inmediato rechazo de Irán, vino acompañada con el anuncio de nuevas sanciones económicas a la Guardia Revolucionaria y la decisión de no validar el acuerdo. Un paso que, sin reactivar los latigazos económicos al programa nuclear iraní, sí que persigue ampliar la diana contra el régimen de los ayatolás.
El objetivo declarado es que el Congreso añada líneas rojas a Teherán y que, en caso de incumplimiento, se reanuden los castigos. En este nuevo umbral punitivo entrarían el programa balístico, la posibilidad de tener una bomba atómica en menos de un año y la negativa a extender la duración de las restricciones a la producción de combustible nuclear. “Buscamos neutralizar la capacidad de desestabilización del Gobierno de Irán y aminorar su apoyo al terrorismo”, señala un documento de la Casa Blanca.
El giro presagia tormenta. Con Trump han irrumpido en la Casa Blanca los tambores del miedo. Los complejos equilibrios fraguados durante el mandato de Barack Obama han empezado a saltar. No se trata solo de la retirada del acuerdo contra el cambio climático o la frenética escalada nuclear con Corea del Norte. También son las relaciones con Cuba, reducidas a su mínima expresión, y ahora el pacto nuclear con Irán.
En su día, el acuerdo fue saludado como un hito del multilateralismo y el diálogo. Un logro de la diplomacia de Obama equiparable a los acuerdos de Camp David. El texto, sellado en 2015 en Viena, limitaba el programa atómico iraní a cambio del levantamiento de sanciones económicas. Pero su alcance era mucho mayor. Dos enemigos acérrimos, que se habían enfrentado durante 40 años, se daban la mano y decidían concederse un respiro. En una tierra negra de sangre y fuego, el acercamiento de ambos contendientes parecía abrir una puerta a la calma. El acuerdo venía además refrendado por otras cinco potencias (Francia, Rusia, China, Reino Unido y Alemania), con lo que se volvía un modelo para resolver conflictos.
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El éxito fue grande, aunque no absoluto. Desde el inicio Israel lo rechazó. No se fiaba de los buenos propósitos de Irán y sostenía que contiene una cláusula de extinción que se activa pasado el decenio y que, por tanto, no pone fin real al desarrollo del arma nuclear.
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Trump, alérgico a todo aquello que lleve la firma de Obama, ha tenido siempre una percepción similar. En campaña lo calificó como el “peor pacto del mundo” y prometió romperlo si llegaba a la Casa Blanca. Ya en el poder, no ha dejado de zarandearlo, hasta el punto de que en septiembre ante el Asamblea General de la ONU lo consideró “una vergüenza”.
Este impulso destructivo ha sido frenado durante meses por el alto mando de la Casa Blanca. El secretario de Estado, Rex Tillerson; el jefe del Pentágono, Jim Mattis, y el jefe del Estado Mayor, Joseph Dunford, se han mostrado partidarios de mantener con vida el acuerdo. Bajo su influencia, el Despacho Oval, más allá de los tuits incendiarios del presidente, ha certificado su continuidad en sus revisiones trimestrales. Nada excepcional si se tiene en cuenta que también la Agencia Internacional de la Energía Atómica y el resto de los firmantes sostienen que Irán cumple.
Pero el dique ha mostrado finalmente una fisura. En una decisión que tiene mucho de pirueta electoral, Trump se ha negado a dar el visto bueno a la certificación y lo remitirá al Congreso. La medida, según el Departamento de Estado, ha sido largamente debatida. Frente al impulso inicial del presidente de echarlo todo por la borda, ha triunfado un camino intermedio: sancionar a la Guardia Republicana, pero no incorporarla a la lista de organizaciones terroristas; someter a debate el acuerdo nuclear, pero no romperlo.
El comportamiento de las Cámaras, que tienen 60 días para tomar una decisión, aún es una incógnita. Trump asegura que cuenta con apoyos suficientes para sacar adelante la iniciativa. Pero anteriores propuestas, como la retirada del Obamacare, han fracasado estrepitosamente ante la incapacidad republicana para el consenso.
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Sea cual sea el resultado del envite, Trump ha vuelto a escribir la política internacional de EE UU con métricas internas. Es la doctrina de América Primero trasvasada al campo electoral. Aunque su gesto sea incompleto, el presidente puede vanagloriarse ante su núcleo más fiel de haber cumplido su promesa y haber dado otro mazazo al aborrecido legado de Obama. Como otras veces, ha sacado el puño antes que la mano. Y ha roto puentes justo cuando Estados Unidos está inmerso en una vertiginosa escalada con Corea del Norte. Un problema que se suma a otro problema. Trump, de nuevo, aprieta el acelerador.
Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
El presidente de Estados Unidos ha dado este viernes una sacudida al tablero internacional. Cada vez más alejado de sus aliados europeos, Donald Trump ha anunciado que no certificará el pacto nuclear con Irán y que deja que sea el Congreso quien decida su futuro, siempre que imponga nuevas limitaciones. La medida, aunque no supone la prometida ruptura del acuerdo, abre una estrategia mucho más agresiva con Teherán y un capítulo incierto para Oriente Próximo. "Cuando más tiempo se ignora una amenaza, mayor se vuelve. Voy a cerrar un camino que lleva al terror, la violencia y el arma nuclear. En cualquier momento puedo acabar con el pacto", afirmó Trump.
El presidente elevó el tono. Frente a la discreción de sus asesores, volcados en minimizar el incendio, Trump trazó un aguafuerte de un “régimen fanático, dictatorial y terrorista”. Un semillero mundial de “destrucción y muerte” que tiene que ser frenado. “Irán nunca tendrá la bomba atómica. Las agresiones no han dejado de incrementarse y es hora de ponerles fin”, zanjó el presidente.
Su rotundidad, que generó un inmediato rechazo de Irán, vino acompañada con el anuncio de nuevas sanciones económicas a la Guardia Revolucionaria y la decisión de no validar el acuerdo. Un paso que, sin reactivar los latigazos económicos al programa nuclear iraní, sí que persigue ampliar la diana contra el régimen de los ayatolás.
El objetivo declarado es que el Congreso añada líneas rojas a Teherán y que, en caso de incumplimiento, se reanuden los castigos. En este nuevo umbral punitivo entrarían el programa balístico, la posibilidad de tener una bomba atómica en menos de un año y la negativa a extender la duración de las restricciones a la producción de combustible nuclear. “Buscamos neutralizar la capacidad de desestabilización del Gobierno de Irán y aminorar su apoyo al terrorismo”, señala un documento de la Casa Blanca.
El giro presagia tormenta. Con Trump han irrumpido en la Casa Blanca los tambores del miedo. Los complejos equilibrios fraguados durante el mandato de Barack Obama han empezado a saltar. No se trata solo de la retirada del acuerdo contra el cambio climático o la frenética escalada nuclear con Corea del Norte. También son las relaciones con Cuba, reducidas a su mínima expresión, y ahora el pacto nuclear con Irán.
En su día, el acuerdo fue saludado como un hito del multilateralismo y el diálogo. Un logro de la diplomacia de Obama equiparable a los acuerdos de Camp David. El texto, sellado en 2015 en Viena, limitaba el programa atómico iraní a cambio del levantamiento de sanciones económicas. Pero su alcance era mucho mayor. Dos enemigos acérrimos, que se habían enfrentado durante 40 años, se daban la mano y decidían concederse un respiro. En una tierra negra de sangre y fuego, el acercamiento de ambos contendientes parecía abrir una puerta a la calma. El acuerdo venía además refrendado por otras cinco potencias (Francia, Rusia, China, Reino Unido y Alemania), con lo que se volvía un modelo para resolver conflictos.
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Trump, alérgico a todo aquello que lleve la firma de Obama, ha tenido siempre una percepción similar. En campaña lo calificó como el “peor pacto del mundo” y prometió romperlo si llegaba a la Casa Blanca. Ya en el poder, no ha dejado de zarandearlo, hasta el punto de que en septiembre ante el Asamblea General de la ONU lo consideró “una vergüenza”.
Este impulso destructivo ha sido frenado durante meses por el alto mando de la Casa Blanca. El secretario de Estado, Rex Tillerson; el jefe del Pentágono, Jim Mattis, y el jefe del Estado Mayor, Joseph Dunford, se han mostrado partidarios de mantener con vida el acuerdo. Bajo su influencia, el Despacho Oval, más allá de los tuits incendiarios del presidente, ha certificado su continuidad en sus revisiones trimestrales. Nada excepcional si se tiene en cuenta que también la Agencia Internacional de la Energía Atómica y el resto de los firmantes sostienen que Irán cumple.
Pero el dique ha mostrado finalmente una fisura. En una decisión que tiene mucho de pirueta electoral, Trump se ha negado a dar el visto bueno a la certificación y lo remitirá al Congreso. La medida, según el Departamento de Estado, ha sido largamente debatida. Frente al impulso inicial del presidente de echarlo todo por la borda, ha triunfado un camino intermedio: sancionar a la Guardia Republicana, pero no incorporarla a la lista de organizaciones terroristas; someter a debate el acuerdo nuclear, pero no romperlo.
El comportamiento de las Cámaras, que tienen 60 días para tomar una decisión, aún es una incógnita. Trump asegura que cuenta con apoyos suficientes para sacar adelante la iniciativa. Pero anteriores propuestas, como la retirada del Obamacare, han fracasado estrepitosamente ante la incapacidad republicana para el consenso.
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