Más porteros que pólvora

Después de un primer tiempo discreto en el que Saúl adelantó al Atlético, Suárez acabó empatando y con los rojiblancos encerrados en su área.


Patricia Cazón
As
Veintinueve segundos le bastaron a Messi para presentarse al Wanda Metropolitano. En una sola jugada, dejaría de golpe todas sus tarjetas de visita: la del quiebro, la de la carrera con la pelota cosida al pie y la del disparo letal al llegar al área. Otro quiebro y Filipe al suelo, otro paso y Godín que no llega. Al tercero apareció la bota de Saúl para desviar el balón lo justo y enviarlo un palmo lejos de Oblak. Fiuuuuuu. Veintinueve segundos de Messi en el estadio y ya lo había silenciado. Tardó diez minutos el Atleti en acomodarse el traje tras ese comienzo.


En tomar el balón y hacerlo suyo, rojiblanco, bajarlo al verde, buscar a su Messi, a Griezmann. Pero si el argentino se había topado con el pie de Saúl, el francés lo haría con el guante de Ter Stegen. Dos veces se plantaría ante él en cuatro minutos: la primera se toparía con su mano, la segunda, adornada con una pincelada de fantasía, un caño a Piqué, con su pie. 0-0, empate a sustos.

Era el veinte cuando, de pronto, todos los ojos volverían a las botas del principio. No las de Messi no, sino a aquellas que impidieron su gol. Las de Saúl, uno de esos futbolistas que, cuando aparecen, siempre logran cambiar la temperatura de las cosas, hacerlas mejores. Esta vez fue después de un gran pase de Carrasco. Recibió y convirtió el balón en una extensión suya, de sus ojos, de su cabeza, de su bota derecha. A la cepa del palo izquierdo de Ter Stegen quiso enviarlo y allá lo envió. El portero sólo voló para oír más de cerca agitarse la red, el primer gol del 8, número de Luis, en el Wanda Metropolitano. El Barça que tanto había inquietado en aquellos veintinueve segundos ya no estaba.

Su posesión era estéril, como tratar de sembrar un erial. Le había dejado Valverde un hilo a Simeone del que tirar y tratar de descoser: André Gomes, que no termina de encajar en el puzzle. Iniesta intentó sorprender con un pase filtrado perfecto, que dejaba solo, solísimo, a uno de los suyos ante Oblak. Pero ese uno era André y el final fue nada. Como en nada, ni siquiera el silbato de Mateu, terminó el último intento de Messi de meter el pie en área contraria de la primera parte. Regateó a Godín, a Savic y a Saúl para caer ante Gabi, al borde. Gabi ya con tarjeta. Gabi, que metió la pierna. Messi pediría penalti, Mateu no lo pitaría y Godín patearía lejos la bola antes de que al árbitro le diera por arrepentirse y sacar una amarilla que sería segunda, problemas.

Los planteó todos el Barça nada más regresar de la caseta. Su dominio se llenó de brotes verde ante un Atleti diluido: Carrasco siempre se topaba con Umtiti, Correa no estaba y Oblak estrenaría por primera vez sus guantes en el 55'. Sería ante Suárez, poco antes de que Messi estampara, de libre directo, un balón en su poste que sonó a alarma. Sería constante.

Barça ante Oblak, Oblak y sus guantes

Entonces apareció el miedo en el Wanda. El miedo, filtrándose gota a gota mientras Messi no se iba del área de Oblak. Uno de sus múltiples golpes, un zurdazo, se fue rozando el palo. El fiuuuuuu dio tanto susto como aquel de los primeros veintinueve segundos: el argentino lograría hacer arte sobre un mantel de papel, con vasos y platos de plástico.

O, incluso, con las piernas pesadas. Porque en el 80' lo hacían, las piernas, pesar mucho, por esos minutos y los de los partidos FIFA y sus kilómetros las últimas dos semanas. Suárez estiró de pronto la suya como si fuera un tentáculo ante Oblak que pararía esa, esa sí, mano milagro, pero la siguiente no. La siguiente, cuando lo que Suárez estiró fue la cabeza para rematar un balón de Sergi Roberto. Sonaría la red de Oblak, empate, diría. El partido ya era asedio del Barça.

Luis Suárez se había convertido en el dragón que escupía pelotas del padre de Agassi, una tortura. Y Mateu le añadiría tres minutos. Tres más. Y cuando quedaban veintinueve segundos, justo veintinueve el partido estaba como al principio: en las botas de Messi. Porque Grizi le fue a robar un balón al borde del área con falta y el árbitro la pitó. Minuto 92:31, 92:32... Qué sufrir. Y Messi que mira la pelota, da un paso atrás y mira a Oblak. Mira a Oblak y el tiempo se detiene en el campo. Cuando el reloj llegó al 93' se lo comió un rugido, el de la grada aplaudiendo con su garganta un abrazo, el de Oblak al balón. Fin del primer Atleti-Barça de una historia, la del Wanda Metropolitano: intensidad Calderón, resultado 1-1. Y dando gracias a un santo. San Jan.

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