La Selección pide a gritos un gol de sus figuras en un momento límite
Más allá del desorden producido por los cambios de técnico, hay jugadores de primer nivel. Con Messi al frente, se espera que aparezcan el martes en Quito.
Clarin
El 7 de marzo de 2012, hace exactamente 67 meses, Lionel Messi logró una hazaña, uno de esos récords por los cuales -salvo en algunos paneles de la región más austral de Sudamérica- se lo considera y admira como el mejor del mundo. Aquella noche, en un Camp Nou con el doble de gente pero diez veces menos ruido que en la Bombonera, el crack festejó cinco goles en un partido de la Champions League que Barcelona le ganó 7-1 al Bayer Leverkusen.
En las actuales Eliminatorias de Conmebol, en las que lleva disputados 810 minutos, Messi convirtió cuatro veces: dos de penal (Bolivia y Chile), una de tiro libre (Colombia) y la restante con un zurdazo fuerte y bajo que se desvió en un rival (Uruguay).
¿Por qué Lionel es capaz de gritar un gol cada 18 minutos en la máxima competencia de Europa y necesita de casi tres horas y media para meter uno en Sudamérica? Descartemos rápidamente una primera hipótesis: la defensa de Venezuela no es mucho más fuerte que las alemanas.
Sigamos en la Champions. En los últimos cuatro años sólo cuatro equipos llegaron a la final: Real Madrid (con una impecable foja de tres títulos), nuestro conocido FC Barcelona (1/0), Atlético Madrid y Juventus (ambos con registro 0/2). Todos tuvieron argentinos en sus formaciones. En total fueron nueve, de los cuales ocho son delanteros o volantes ofensivos. En ese mismo lapso, Brasil sumó siete -con el estelar Neymar a la cabeza- y Uruguay aportó dos. No hubo delegación peruana ni paraguaya, por citar a dos de las selecciones contra las cuales no ha podido ganar Argentina durante esta traumática clasificación para Rusia 2018.
Ángel Di María lideró la tabla de asistidores en la edición 2014. Carlos Tevez fue figura de la Vecchia Signora en 2015. Gonzalo Higuaín aportó un doblete en la semifinal ante Mónaco para llevar a la Juve a otra definición en 2017. Messi, por si se necesita destacarlo, integró siempre el Equipo Ideal. ¿Por qué este póker de estrellas, al cual podríamos agregar a Sergio Agüero por su campaña y a Paulo Dybala por su proyección, no ha evitado que Argentina llegue con semejante incertidumbre a la última fecha de las Eliminatorias? Dejemos de lado otro planteo absurdo: no tienen ganas de jugar en la Selección. Si así fuera, se embarcarían con Pocho Lavezzi en algunos de sus cruceros por paraísos fluviales.
La Selección está por cerrar su peor participación en Eliminatorias desde que rige el actual formato. En el mejor de los casos sumará 28 puntos, igual cifra que en la previa de Sudáfrica 2010 con Alfio Basile (diez fechas) y Diego Maradona (ocho) en la conducción. Y salvo que marque siete el martes en Quito, la actual también será su más floja producción anotadora. Ese es el gran déficit de la Selección, el que más sorprende.
Entre Gerardo Martino, Edgardo Bauza y Jorge Sampaoli, los tres pilotos de una nave averiada, convocaron ya a 23 jugadores de ataque. Se respetan los gustos de cada uno, pero es difícil armar una estructura medianamente sólida con tanta rotación de piezas. ¿Alguien se acuerda de Ángel Correa, Erik Lamela o Nicolás Gaitán? ¿Alguien imaginaba en 2016 que el boleto mundialista se terminaría definiendo con Emiliano Rigoni, Darío Benedetto y Alejandro Gómez como trío de punta?
A Sampaoli se le han cuestionado declaraciones, gustos musicales y exceso de tatuajes. No se le podrá reprochar su esfuerzo por transformar al equipo en una máquina ofensiva. Hasta habló de furia, como los españoles en las décadas del 60/70. Lo que falta para trasladar a la red esa búsqueda parece alejado de sus posibilidades: precisión en la última ejecución, serenidad para no frustrarse ante la primera adversidad, paciencia para volver a intentar. Él se refirió a la paciencia (“paz y ciencia”, dijo) con un tono filosófico que no parece respetar cuando se mueve al borde de la línea de cal como un dibujito animado, según la peculiar descripción que ayer le dedicó Carlos Babington.
El aspecto mental influye, al margen del conocimiento que tenga Sampaoli y de los libros que haya consultado sobre el tema. Basta ver la cara relajada de Messi en el Barça y compararla con el gesto fiero que luce cuando viste la celeste y blanca. Esa actitud del capitán nos obliga a desestimar otra premisa extendida: la presunta baja temperatura corporal de quienes se ponen la camiseta.
Tampoco debería asombrarnos este absurdo. El jueves, en un palco de prensa colmado, se le reclamó a Fernando Gago que se levantara, que no fuera pecho frío. El volante se incorporó, trabó con un rival y, ya con los ligamentos rotos, le cometió foul.
Clarin
El 7 de marzo de 2012, hace exactamente 67 meses, Lionel Messi logró una hazaña, uno de esos récords por los cuales -salvo en algunos paneles de la región más austral de Sudamérica- se lo considera y admira como el mejor del mundo. Aquella noche, en un Camp Nou con el doble de gente pero diez veces menos ruido que en la Bombonera, el crack festejó cinco goles en un partido de la Champions League que Barcelona le ganó 7-1 al Bayer Leverkusen.
En las actuales Eliminatorias de Conmebol, en las que lleva disputados 810 minutos, Messi convirtió cuatro veces: dos de penal (Bolivia y Chile), una de tiro libre (Colombia) y la restante con un zurdazo fuerte y bajo que se desvió en un rival (Uruguay).
¿Por qué Lionel es capaz de gritar un gol cada 18 minutos en la máxima competencia de Europa y necesita de casi tres horas y media para meter uno en Sudamérica? Descartemos rápidamente una primera hipótesis: la defensa de Venezuela no es mucho más fuerte que las alemanas.
Sigamos en la Champions. En los últimos cuatro años sólo cuatro equipos llegaron a la final: Real Madrid (con una impecable foja de tres títulos), nuestro conocido FC Barcelona (1/0), Atlético Madrid y Juventus (ambos con registro 0/2). Todos tuvieron argentinos en sus formaciones. En total fueron nueve, de los cuales ocho son delanteros o volantes ofensivos. En ese mismo lapso, Brasil sumó siete -con el estelar Neymar a la cabeza- y Uruguay aportó dos. No hubo delegación peruana ni paraguaya, por citar a dos de las selecciones contra las cuales no ha podido ganar Argentina durante esta traumática clasificación para Rusia 2018.
Ángel Di María lideró la tabla de asistidores en la edición 2014. Carlos Tevez fue figura de la Vecchia Signora en 2015. Gonzalo Higuaín aportó un doblete en la semifinal ante Mónaco para llevar a la Juve a otra definición en 2017. Messi, por si se necesita destacarlo, integró siempre el Equipo Ideal. ¿Por qué este póker de estrellas, al cual podríamos agregar a Sergio Agüero por su campaña y a Paulo Dybala por su proyección, no ha evitado que Argentina llegue con semejante incertidumbre a la última fecha de las Eliminatorias? Dejemos de lado otro planteo absurdo: no tienen ganas de jugar en la Selección. Si así fuera, se embarcarían con Pocho Lavezzi en algunos de sus cruceros por paraísos fluviales.
La Selección está por cerrar su peor participación en Eliminatorias desde que rige el actual formato. En el mejor de los casos sumará 28 puntos, igual cifra que en la previa de Sudáfrica 2010 con Alfio Basile (diez fechas) y Diego Maradona (ocho) en la conducción. Y salvo que marque siete el martes en Quito, la actual también será su más floja producción anotadora. Ese es el gran déficit de la Selección, el que más sorprende.
Entre Gerardo Martino, Edgardo Bauza y Jorge Sampaoli, los tres pilotos de una nave averiada, convocaron ya a 23 jugadores de ataque. Se respetan los gustos de cada uno, pero es difícil armar una estructura medianamente sólida con tanta rotación de piezas. ¿Alguien se acuerda de Ángel Correa, Erik Lamela o Nicolás Gaitán? ¿Alguien imaginaba en 2016 que el boleto mundialista se terminaría definiendo con Emiliano Rigoni, Darío Benedetto y Alejandro Gómez como trío de punta?
A Sampaoli se le han cuestionado declaraciones, gustos musicales y exceso de tatuajes. No se le podrá reprochar su esfuerzo por transformar al equipo en una máquina ofensiva. Hasta habló de furia, como los españoles en las décadas del 60/70. Lo que falta para trasladar a la red esa búsqueda parece alejado de sus posibilidades: precisión en la última ejecución, serenidad para no frustrarse ante la primera adversidad, paciencia para volver a intentar. Él se refirió a la paciencia (“paz y ciencia”, dijo) con un tono filosófico que no parece respetar cuando se mueve al borde de la línea de cal como un dibujito animado, según la peculiar descripción que ayer le dedicó Carlos Babington.
El aspecto mental influye, al margen del conocimiento que tenga Sampaoli y de los libros que haya consultado sobre el tema. Basta ver la cara relajada de Messi en el Barça y compararla con el gesto fiero que luce cuando viste la celeste y blanca. Esa actitud del capitán nos obliga a desestimar otra premisa extendida: la presunta baja temperatura corporal de quienes se ponen la camiseta.
Tampoco debería asombrarnos este absurdo. El jueves, en un palco de prensa colmado, se le reclamó a Fernando Gago que se levantara, que no fuera pecho frío. El volante se incorporó, trabó con un rival y, ya con los ligamentos rotos, le cometió foul.