Infobae, en el este de Ucrania: rutas militarizadas, monumentos amputados y ciudades que intentan revivir
Un recorrido entre Sloviansk y Mariupol, a pocos kilómetros del frente de batalla con los separatistas pro-rusos
Ignacio Hutin
Infobae
Son apenas 250 kilómetros pero el recorrido le tomará casi 10 horas al pequeño y oxidado autobús que tiembla como el más anciano veterano de las guerras soviéticas. Avanza lentamente y a veces se detiene en medio de la ruta mientras el conductor decide cómo esquivar los pozos más profundos. Hasta hace pocos años nadie utilizaba estos olvidados caminos que hoy se han convertido en los más transitados del este ucraniano. No hay otra opción: como la autopista atraviesa zonas en guerra o controladas por separatistas prorrusos, la única alternativa es esquivar, desviarse, circular por destruidas carreteras rurales, armarse de paciencia y recordar que cada pocos kilómetros hay puestos de control militares donde se perderá aún más tiempo. Apenas 250 kilómetros, diez horas, nueve puestos de control. Y muchas, muchas armas. Paciencia. Que así es la vida en el este de Ucrania, al borde de la guerra.
El punto de partida es Sloviansk, al norte de la provincia de Donetsk. Hoy es una ciudad tranquila, pequeña, con una bonita plaza central en la que alguna vez hubo un monumento a Vladimir Lenin. Pero en abril de 2014 aquí empezó la guerra. El conflicto se desató en medio de una enorme crisis social y política que había comenzado en Kiev en noviembre del año anterior y que incluyó la caída del por entonces presidente Viktor Yanukóvich. El oriente del país, más cercano social y culturalmente a Rusia, se levantó en armas tras meses de protestas en contra de lo que sucedía en la capital. Sloviansk y Kramatorsk están separadas por apenas 15 kilómetros, las dos ciudades fueron tomadas a mediados de abril por grupos rebeldes comandados por el veterano de guerra ruso Igor Strelkov, también conocido como Girkin. La zona permaneció bajo control separatista hasta principios de julio. En ese tiempo se instaló en el poder un autoproclamado "Intendente Popular" y todas las instituciones locales fueron reemplazadas. La mayoría de la población civil huyó hacia el oeste. Los meses de enfrentamientos culminaron con victoria del ejército ucraniano pero dejaron serias y muy visibles heridas en la región.
Hay una insistente llovizna en las afueras de la ciudad, en el cruce de rutas por donde avanzan raudamente camiones sin preocuparse por los peatones al costado de la ruta. Hay también una parada de autobús, una vía de tren, un pueblito a escasos kilómetros. Al lado del camino se levanta un cartel con el nombre de Sloviansk pintado de azul y amarillo, colores de Ucrania, y con el rojo de la sangre que emana de heridas de bala. Debajo una inscripción reza "Viva Ucrania, Gloria a los héroes". Muy cerca de allí aparecen fantasmagóricas ruinas de algunas tiendas y un monumento con nombres de soldados muertos en 2014. Y flores de plástico. Pero quizás la imagen más desoladora sea la del enorme hospital psiquiátrico ubicado a mitad de camino entre Sloviansk y Kramatorsk, a pasos del cruce de rutas. Es la materialización de la guerra, la caída de una mole de cemento acompañada por la degradación humana que conlleva el disparar a los enfermos. Durante las primeras semanas de enfrentamiento había allí 420 pacientes. Ahora las marcas de balas parecen pecas en el rostro de algunos edificios, mientras que en otros la llovizna se cuela por los enormes espacios que abrieron granadas y misiles. Pasillos largos repletos de nada más que destrucción: escombros, vidrios, jeringas, frascos, ropa, restos de una vida que ya no queda. Sólo el cadáver putrefacto de un conflicto interminable.
Edificios del complejo del Hospital Psiquiátrico, cerca de Sloviansk
Edificios del complejo del Hospital Psiquiátrico, cerca de Sloviansk
Edificios del complejo del Hospital Psiquiátrico, cerca de Sloviansk
Edificios del complejo del Hospital Psiquiátrico, cerca de Sloviansk
Kramatorsk es ahora la capital de la región porque la ciudad de Donetsk es parte de la autoproclamada República Popular de Donetsk, en manos de lo que el gobierno de Ucrania denomina "terroristas". Pero en Kramatorsk las cosas comienzan a ponerse en marcha, ha sido reconstruida la estación de trenes, se ha reparado la comisaría y casi cualquier estructura lleva los colores azul y amarillo. Vladimir tiene 23 años y durante los meses de conflicto viajó a Járkiv, la segunda ciudad más grande de Ucrania, pero regresó con la paz y hoy trabaja en un bar. No quiere saber absolutamente nada con los rusos, los detesta. Es profundamente nacionalista y se enorgullece de la bandera rojinegra que le regalaron para su último cumpleaños: era el símbolo del Ejército Insurgente Ucraniano, una guerrilla que se enfrentó a la Unión Soviética en tiempos de la Segunda Guerra Mundial e incluso llegó a pelear del lado del nazismo. Hoy se la utiliza para demostrar tanto patriotismo como rechazo al comunismo y aparece en todos los actos de los cada vez más populares sectores de extrema derecha. Vladimir besa la bandera, lanza un insulto a los rusos y los separatistas, y bebe un sorbo de cerveza.
Monumento soviético reconvertido en Severodonetsk.
Monumento soviético reconvertido en Severodonetsk.
En la plaza central de Sloviansk ya no hay soldados con la cara cubierta, atrincherados en algún edificio administrativo o militar, las fuentes salpican, los niños juegan. Nada extraño por aquí. Pero parece haber un vacío, algo falta. Y no es sólo en Sloviansk, lo mismo sucede en el centro de Kramatorsk y de cada ciudad ucraniana. Claro: falta Vladimir Lenin. La guerra trajo consigo no sólo un despertar nacionalista sino también un fuerte sentimiento antirruso y antisoviético, y en este nuevo escenario el líder bolchevique estaba de más. Desde 2014 el gobierno ucraniano mudó, destruyó o cubrió más de 1300 estatuas de Lenin, dejando en muchos casos pedestales vacíos a los que les han borrado el nombre. Otros monumentos soviéticos han sido reconvertidos: aún se mantienen en pie pero lucen los colores amarillo y azul. Para Vladimir no hay contradicción, dice que su tocayo soviético nunca tuvo absolutamente nada que ver con Ucrania, que ni siquiera pisó jamás este país, mientras que otros monumentos, especialmente aquellos relacionados a la Segunda Guerra Mundial, son parte de la historia local.
Plaza central de Sloviansk
Plaza central de Sloviansk
El primer puesto de control se encuentra a la salida de Kramatorsk hacia el sur, en dirección a la ciudad de Donetsk. Hay bloques de hormigón en medio de la ruta coronados con raídas banderas ucranianas. Los improvisados mástiles parecen palos de escobas. Todos los puestos de control tienen la misma metodología y la misma estructura, los soldados siempre se ven aburridos y siempre están fumando, se pasean desde oficinitas de chapa apostadas al costado del camino hacia la ruta bamboleando sus AK-47 y cada tanto le dan unos mimos a los muchos perros que siempre los acompañan. Hay carteles que anuncian la prohibición de tomar fotografías. Todos los vehículos deben detenerse, se piden documentos, se revisa un poco, a veces hay preguntas. En algunos puestos deberán descender del autobús todos los pasajeros, mientras que en otros sólo los hombres en edad de servir en el ejército: hasta los 50 años. No es zona de guerra, pero el frente está muy cerca, por momentos a menos de 10 kilómetros, por eso no hay turistas y los soldados se sorprenden mucho al ver un extranjero, pasan de la extrañez y la sospecha a la risa burlona en un instante. Como casi no hablan inglés, suelen utilizar algún traductor online para hacer preguntas obvias y recibir respuestas que no parecen interesarles. Otras veces ni siquiera pierden su tiempo haciendo de cuenta que les interesa y dejan de preguntar al percatarse de la barrera idiomática. En los 250 kilómetros que separan a Kramatorsk de Mariupol, al sur de la provincia, se sucederán los edificios destruidos, los montículos de las incontables minas de carbón que alimentan a toda la zona, y el proceso de control militar se repetirá nueve veces. Y si se tiene mala suerte, habrá un décimo control en la terminal de autobuses de la ciudad austral.
Pedestal donde estaba una estatua de Lenín en Kramatorsk
Pedestal donde estaba una estatua de Lenín en Kramatorsk
En las costas del Mar de Azov se levanta Mariupol, una ciudad portuaria de casi medio millón de habitantes que la convierten en la décima urbe de Ucrania. Soldados separatistas tomaron posesión a mediados de abril de 2014 iniciando una serie de enfrentamientos con el ejército ucraniano que escalaría en mayo. Recién en septiembre el gobierno de Kiev pudo recuperar el control, pero para entonces ya había sido afectada buena parte de la ciudad. Muchas fábricas y edificios del área central fueron bombardeados o incendiados, entre ellos la estación central de policía y la municipalidad. Los dos permanecen al día de hoy abandonados y oscuros por el humo, y el segundo está cubierto por un enorme banner que declara en ruso, ucraniano, griego e inglés "Mariupol es Ucrania".
“Sloviansk. Viva Ucrania, gloria a los héroes”.
“Sloviansk. Viva Ucrania, gloria a los héroes”.
La presencia policial y militar en la ciudad es apabullante, abrumadora, como si todos fueran soldados, como si todos estuvieran armados. La plaza central, con su bello teatro y su amplia y colorida fuente, parece por momentos un regimiento militar con algunos civiles de invitados. Allí está Roman, originario de Donetsk pero que debió marcharse al comienzo de la guerra. Hoy tiene 25 años y trabaja para una ONG local ayudando a refugiados y a gente que aún vive en el frente. Dice que el gobierno de Kiev está haciendo lo opuesto a lo que se necesita para resolver el conflicto. "Están construyendo nuevas fronteras y haciendo cada vez más difícil el paso de las zonas controladas por Ucrania a las zonas civiles en manos separatistas. Tratan a los ucranianos que viven del otro lado como si fueran todos terroristas que no tienen derecho a nada, y olvidan que los que vivimos de este lado del frente hemos perdido acceso a los principales mercados, a Donetsk y otros centros regionales", opina Roman. Desde que inició el conflicto han cerrado numerosas fábricas en toda la zona.
Antigua comisaría de Mariupol, con los daños que dejó la guerra.
Antigua comisaría de Mariupol, con los daños que dejó la guerra.
Edificio administrativo en Mariupol, tomado por rebeldes en 2014. Hoy sigue cerrado y un cartel enorme en la puerta dice en ruso, ucraniano, griego e inglés “Mariupol es Ucrania”
Edificio administrativo en Mariupol, tomado por rebeldes en 2014. Hoy sigue cerrado y un cartel enorme en la puerta dice en ruso, ucraniano, griego e inglés “Mariupol es Ucrania”
El segundo domingo de septiembre se celebró en Mariupol el día de la ciudad, hubo eventos en parques, conciertos, comidas típicas y muchas, muchas banderas ucranianas. Igual que ha sucedido en Kramatorsk, Mariupol ha comenzado una lenta recuperación sobre todo gracias a los jóvenes que llegaron escapándose de la guerra. Hay nuevos cafés, bares, restaurantes y numerosas actividades culturales por toda la ciudad. Tal vez todo eso ayude a distraerse, a olvidar que a apenas 20 kilómetros del centro hay una guerra. O tal vez ni eso alcance. Porque en el silencio de la noche, cuando ya no hay gente, ni bares, ni cafés, ni coches, entonces sí, se escucha claramente el sonido de las bombas.
En los próximos días, Infobae publicará más notas de su recorrido por el este de Ucrania y la zona separatista de Donetsk
Ignacio Hutin
Infobae
Son apenas 250 kilómetros pero el recorrido le tomará casi 10 horas al pequeño y oxidado autobús que tiembla como el más anciano veterano de las guerras soviéticas. Avanza lentamente y a veces se detiene en medio de la ruta mientras el conductor decide cómo esquivar los pozos más profundos. Hasta hace pocos años nadie utilizaba estos olvidados caminos que hoy se han convertido en los más transitados del este ucraniano. No hay otra opción: como la autopista atraviesa zonas en guerra o controladas por separatistas prorrusos, la única alternativa es esquivar, desviarse, circular por destruidas carreteras rurales, armarse de paciencia y recordar que cada pocos kilómetros hay puestos de control militares donde se perderá aún más tiempo. Apenas 250 kilómetros, diez horas, nueve puestos de control. Y muchas, muchas armas. Paciencia. Que así es la vida en el este de Ucrania, al borde de la guerra.
El punto de partida es Sloviansk, al norte de la provincia de Donetsk. Hoy es una ciudad tranquila, pequeña, con una bonita plaza central en la que alguna vez hubo un monumento a Vladimir Lenin. Pero en abril de 2014 aquí empezó la guerra. El conflicto se desató en medio de una enorme crisis social y política que había comenzado en Kiev en noviembre del año anterior y que incluyó la caída del por entonces presidente Viktor Yanukóvich. El oriente del país, más cercano social y culturalmente a Rusia, se levantó en armas tras meses de protestas en contra de lo que sucedía en la capital. Sloviansk y Kramatorsk están separadas por apenas 15 kilómetros, las dos ciudades fueron tomadas a mediados de abril por grupos rebeldes comandados por el veterano de guerra ruso Igor Strelkov, también conocido como Girkin. La zona permaneció bajo control separatista hasta principios de julio. En ese tiempo se instaló en el poder un autoproclamado "Intendente Popular" y todas las instituciones locales fueron reemplazadas. La mayoría de la población civil huyó hacia el oeste. Los meses de enfrentamientos culminaron con victoria del ejército ucraniano pero dejaron serias y muy visibles heridas en la región.
Hay una insistente llovizna en las afueras de la ciudad, en el cruce de rutas por donde avanzan raudamente camiones sin preocuparse por los peatones al costado de la ruta. Hay también una parada de autobús, una vía de tren, un pueblito a escasos kilómetros. Al lado del camino se levanta un cartel con el nombre de Sloviansk pintado de azul y amarillo, colores de Ucrania, y con el rojo de la sangre que emana de heridas de bala. Debajo una inscripción reza "Viva Ucrania, Gloria a los héroes". Muy cerca de allí aparecen fantasmagóricas ruinas de algunas tiendas y un monumento con nombres de soldados muertos en 2014. Y flores de plástico. Pero quizás la imagen más desoladora sea la del enorme hospital psiquiátrico ubicado a mitad de camino entre Sloviansk y Kramatorsk, a pasos del cruce de rutas. Es la materialización de la guerra, la caída de una mole de cemento acompañada por la degradación humana que conlleva el disparar a los enfermos. Durante las primeras semanas de enfrentamiento había allí 420 pacientes. Ahora las marcas de balas parecen pecas en el rostro de algunos edificios, mientras que en otros la llovizna se cuela por los enormes espacios que abrieron granadas y misiles. Pasillos largos repletos de nada más que destrucción: escombros, vidrios, jeringas, frascos, ropa, restos de una vida que ya no queda. Sólo el cadáver putrefacto de un conflicto interminable.
Edificios del complejo del Hospital Psiquiátrico, cerca de Sloviansk
Edificios del complejo del Hospital Psiquiátrico, cerca de Sloviansk
Edificios del complejo del Hospital Psiquiátrico, cerca de Sloviansk
Edificios del complejo del Hospital Psiquiátrico, cerca de Sloviansk
Kramatorsk es ahora la capital de la región porque la ciudad de Donetsk es parte de la autoproclamada República Popular de Donetsk, en manos de lo que el gobierno de Ucrania denomina "terroristas". Pero en Kramatorsk las cosas comienzan a ponerse en marcha, ha sido reconstruida la estación de trenes, se ha reparado la comisaría y casi cualquier estructura lleva los colores azul y amarillo. Vladimir tiene 23 años y durante los meses de conflicto viajó a Járkiv, la segunda ciudad más grande de Ucrania, pero regresó con la paz y hoy trabaja en un bar. No quiere saber absolutamente nada con los rusos, los detesta. Es profundamente nacionalista y se enorgullece de la bandera rojinegra que le regalaron para su último cumpleaños: era el símbolo del Ejército Insurgente Ucraniano, una guerrilla que se enfrentó a la Unión Soviética en tiempos de la Segunda Guerra Mundial e incluso llegó a pelear del lado del nazismo. Hoy se la utiliza para demostrar tanto patriotismo como rechazo al comunismo y aparece en todos los actos de los cada vez más populares sectores de extrema derecha. Vladimir besa la bandera, lanza un insulto a los rusos y los separatistas, y bebe un sorbo de cerveza.
Monumento soviético reconvertido en Severodonetsk.
Monumento soviético reconvertido en Severodonetsk.
En la plaza central de Sloviansk ya no hay soldados con la cara cubierta, atrincherados en algún edificio administrativo o militar, las fuentes salpican, los niños juegan. Nada extraño por aquí. Pero parece haber un vacío, algo falta. Y no es sólo en Sloviansk, lo mismo sucede en el centro de Kramatorsk y de cada ciudad ucraniana. Claro: falta Vladimir Lenin. La guerra trajo consigo no sólo un despertar nacionalista sino también un fuerte sentimiento antirruso y antisoviético, y en este nuevo escenario el líder bolchevique estaba de más. Desde 2014 el gobierno ucraniano mudó, destruyó o cubrió más de 1300 estatuas de Lenin, dejando en muchos casos pedestales vacíos a los que les han borrado el nombre. Otros monumentos soviéticos han sido reconvertidos: aún se mantienen en pie pero lucen los colores amarillo y azul. Para Vladimir no hay contradicción, dice que su tocayo soviético nunca tuvo absolutamente nada que ver con Ucrania, que ni siquiera pisó jamás este país, mientras que otros monumentos, especialmente aquellos relacionados a la Segunda Guerra Mundial, son parte de la historia local.
Plaza central de Sloviansk
Plaza central de Sloviansk
El primer puesto de control se encuentra a la salida de Kramatorsk hacia el sur, en dirección a la ciudad de Donetsk. Hay bloques de hormigón en medio de la ruta coronados con raídas banderas ucranianas. Los improvisados mástiles parecen palos de escobas. Todos los puestos de control tienen la misma metodología y la misma estructura, los soldados siempre se ven aburridos y siempre están fumando, se pasean desde oficinitas de chapa apostadas al costado del camino hacia la ruta bamboleando sus AK-47 y cada tanto le dan unos mimos a los muchos perros que siempre los acompañan. Hay carteles que anuncian la prohibición de tomar fotografías. Todos los vehículos deben detenerse, se piden documentos, se revisa un poco, a veces hay preguntas. En algunos puestos deberán descender del autobús todos los pasajeros, mientras que en otros sólo los hombres en edad de servir en el ejército: hasta los 50 años. No es zona de guerra, pero el frente está muy cerca, por momentos a menos de 10 kilómetros, por eso no hay turistas y los soldados se sorprenden mucho al ver un extranjero, pasan de la extrañez y la sospecha a la risa burlona en un instante. Como casi no hablan inglés, suelen utilizar algún traductor online para hacer preguntas obvias y recibir respuestas que no parecen interesarles. Otras veces ni siquiera pierden su tiempo haciendo de cuenta que les interesa y dejan de preguntar al percatarse de la barrera idiomática. En los 250 kilómetros que separan a Kramatorsk de Mariupol, al sur de la provincia, se sucederán los edificios destruidos, los montículos de las incontables minas de carbón que alimentan a toda la zona, y el proceso de control militar se repetirá nueve veces. Y si se tiene mala suerte, habrá un décimo control en la terminal de autobuses de la ciudad austral.
Pedestal donde estaba una estatua de Lenín en Kramatorsk
Pedestal donde estaba una estatua de Lenín en Kramatorsk
En las costas del Mar de Azov se levanta Mariupol, una ciudad portuaria de casi medio millón de habitantes que la convierten en la décima urbe de Ucrania. Soldados separatistas tomaron posesión a mediados de abril de 2014 iniciando una serie de enfrentamientos con el ejército ucraniano que escalaría en mayo. Recién en septiembre el gobierno de Kiev pudo recuperar el control, pero para entonces ya había sido afectada buena parte de la ciudad. Muchas fábricas y edificios del área central fueron bombardeados o incendiados, entre ellos la estación central de policía y la municipalidad. Los dos permanecen al día de hoy abandonados y oscuros por el humo, y el segundo está cubierto por un enorme banner que declara en ruso, ucraniano, griego e inglés "Mariupol es Ucrania".
“Sloviansk. Viva Ucrania, gloria a los héroes”.
“Sloviansk. Viva Ucrania, gloria a los héroes”.
La presencia policial y militar en la ciudad es apabullante, abrumadora, como si todos fueran soldados, como si todos estuvieran armados. La plaza central, con su bello teatro y su amplia y colorida fuente, parece por momentos un regimiento militar con algunos civiles de invitados. Allí está Roman, originario de Donetsk pero que debió marcharse al comienzo de la guerra. Hoy tiene 25 años y trabaja para una ONG local ayudando a refugiados y a gente que aún vive en el frente. Dice que el gobierno de Kiev está haciendo lo opuesto a lo que se necesita para resolver el conflicto. "Están construyendo nuevas fronteras y haciendo cada vez más difícil el paso de las zonas controladas por Ucrania a las zonas civiles en manos separatistas. Tratan a los ucranianos que viven del otro lado como si fueran todos terroristas que no tienen derecho a nada, y olvidan que los que vivimos de este lado del frente hemos perdido acceso a los principales mercados, a Donetsk y otros centros regionales", opina Roman. Desde que inició el conflicto han cerrado numerosas fábricas en toda la zona.
Antigua comisaría de Mariupol, con los daños que dejó la guerra.
Antigua comisaría de Mariupol, con los daños que dejó la guerra.
Edificio administrativo en Mariupol, tomado por rebeldes en 2014. Hoy sigue cerrado y un cartel enorme en la puerta dice en ruso, ucraniano, griego e inglés “Mariupol es Ucrania”
Edificio administrativo en Mariupol, tomado por rebeldes en 2014. Hoy sigue cerrado y un cartel enorme en la puerta dice en ruso, ucraniano, griego e inglés “Mariupol es Ucrania”
El segundo domingo de septiembre se celebró en Mariupol el día de la ciudad, hubo eventos en parques, conciertos, comidas típicas y muchas, muchas banderas ucranianas. Igual que ha sucedido en Kramatorsk, Mariupol ha comenzado una lenta recuperación sobre todo gracias a los jóvenes que llegaron escapándose de la guerra. Hay nuevos cafés, bares, restaurantes y numerosas actividades culturales por toda la ciudad. Tal vez todo eso ayude a distraerse, a olvidar que a apenas 20 kilómetros del centro hay una guerra. O tal vez ni eso alcance. Porque en el silencio de la noche, cuando ya no hay gente, ni bares, ni cafés, ni coches, entonces sí, se escucha claramente el sonido de las bombas.
En los próximos días, Infobae publicará más notas de su recorrido por el este de Ucrania y la zona separatista de Donetsk