Gameiro salva otro mal día
El Atlético volvió a sus orígenes con Simeone y venció 0-1 con gol a balón parado. Gameiro marcó en el 31’ y a partir de ahí, el Celta dominó a un Atlético replegado.
Patricia Cazón
As
Defendió el Atleti su gol como si fuese el Santo Grial. Y dio igual que al Celta le dolieran las puntas de las botas de tanto buscarlo, que se iría a la caseta sin gol y mirándose, incrédulo, la herida que en el costado le dejaba la efectividad atlética, el 0-1. Porque a los rojiblancos les faltaría casi todo en Vigo, fútbol, ideas, remates, pero defenderían su gol con uñas, dientes y unos guantes inquebrantables. Los de Oblak, el Santo de todos los días.
Había comenzado el Atleti el partido como lo terminaría: perdido, timorato y demasiado atrás, desangelado, como la foto de Balaídos que mostraba la tele, con esa Grada Río un mar azul de asientos vacíos. El Celta, mientras, desde el inicio también mostró a qué jugaría: salió con brío, dominador. En el minuto veinte, Simeone ya fruncía la boca: acababa de asistir a la primera mano milagrosa de la tarde de San Jan, que sacó con la puntita del guante un globo de Maxi Gómez. De su equipo seguía sin noticias. Ni un remate, ni una ocasión, ni una jugada. Veinte minutos y el Atleti era como esa grada de Balaídos frente al tiro de cámara: un vacío, una nada.
Piiiiii. Ese sonido de cuerpo sin vida, sin respiración, pudo espantarlo Griezmann en el 25’. El Atleti sólo tuvo que terminar una jugada, mover el balón sin perderlo hasta llevarlo al área rival, que apareciera Correa y disparara el francés. En la siguiente jugada, ese Piiiiii se espantaría definitivamente. Lo taparía un alarido, un golpe en el pecho. Era de Gameiro, que cinco meses y 22 días después se había reencontrado con el gol. Lo haría después de un córner, por cierto, eso que esta semana en el Atleti había vuelto a ensayarse, trabajarse tanto tiempo después.Funcionó el entrenamiento. Y ayudó Sergi Gómez también, que al intentar despejar dejaría muerto el balón ante Gameiro: el francés sólo tuvo que empujarlo con la derecha a la red. El Atleti ya estaba en el partido. Ya estaba y tenía un deber: defender con uñas y dientes ese Santo Grial, ese gol que siempre tanto le cuesta.
El Celta acusó el golpe, ser víctima de la efectividad atlética cuando mejor estaba, y el Atleti tendría diez minutos de presencia en el partido. Diez minutos agarrado a unas botas, las de Correa, el único capaz de ofrecer algo diferente, el único que miraba más a Sergio que a Oblak. El espejismo lo finalizaría Thomas, con su enésimo balón regalado en el centro. Éste acabaría en disparo de Wass y treinta segundos de tortura rojiblanca, con el Celta buscando el gol sin que ningún rojiblanco fuera capaz de saber despejarlo, sacarlo de allí, enviarlo lejos. Entonces, para su respiro, se escucharía otro Piiiiii. Era del árbitro. El Atleti se iba a la caseta con su Santo Grial intacto. Lo guarda el mejor cerrojo, los guantes de Oblak. A los diez minutos de la segunda parte sus manos milagrosas ya eran dos. Ahora ante Aspas. Su disparo a puerta marcaría el principio del asedio.
Porque el Celta acosaría al Atleti toda la segunda parte y como respuesta sólo hallaría un argumento: todos atrás. ¿Resultado? Muchos centros laterales celestes, un balón al palo de Aspas y una mano de Gabi en el área que el árbitro no vio. Tampoco había visto en la contraria un agarrón claro de Cabral a Godín.
El Atleti pasaría miedo. Pero no hay quien sufrir mejor sepa. Si la cuenta de remates ya iba 12 para el Celta por cuatro del Atleti y Unzué metía más pólvora, Emre y Guidetti, Simeone replicaba con cemento: Giménez por Gabi, Filipe por Correa. Y daría igual cuánto lo intentara el Celta que siempre chocaría con una pierna o San Jan. El último sería Guidetti, que probaría un remate de tacón, el 18, antes de que se escuchara otro Piiiiii y Saúl alzara los brazos victorioso. Final. El Atleti había ganado, daba igual cómo, regresaba a Madrid abrazado a su gol. Ahora, eso sí, debe pensar en lo importante: en cómo mejorar ese cómo. Urge.
Patricia Cazón
As
Defendió el Atleti su gol como si fuese el Santo Grial. Y dio igual que al Celta le dolieran las puntas de las botas de tanto buscarlo, que se iría a la caseta sin gol y mirándose, incrédulo, la herida que en el costado le dejaba la efectividad atlética, el 0-1. Porque a los rojiblancos les faltaría casi todo en Vigo, fútbol, ideas, remates, pero defenderían su gol con uñas, dientes y unos guantes inquebrantables. Los de Oblak, el Santo de todos los días.
Había comenzado el Atleti el partido como lo terminaría: perdido, timorato y demasiado atrás, desangelado, como la foto de Balaídos que mostraba la tele, con esa Grada Río un mar azul de asientos vacíos. El Celta, mientras, desde el inicio también mostró a qué jugaría: salió con brío, dominador. En el minuto veinte, Simeone ya fruncía la boca: acababa de asistir a la primera mano milagrosa de la tarde de San Jan, que sacó con la puntita del guante un globo de Maxi Gómez. De su equipo seguía sin noticias. Ni un remate, ni una ocasión, ni una jugada. Veinte minutos y el Atleti era como esa grada de Balaídos frente al tiro de cámara: un vacío, una nada.
Piiiiii. Ese sonido de cuerpo sin vida, sin respiración, pudo espantarlo Griezmann en el 25’. El Atleti sólo tuvo que terminar una jugada, mover el balón sin perderlo hasta llevarlo al área rival, que apareciera Correa y disparara el francés. En la siguiente jugada, ese Piiiiii se espantaría definitivamente. Lo taparía un alarido, un golpe en el pecho. Era de Gameiro, que cinco meses y 22 días después se había reencontrado con el gol. Lo haría después de un córner, por cierto, eso que esta semana en el Atleti había vuelto a ensayarse, trabajarse tanto tiempo después.Funcionó el entrenamiento. Y ayudó Sergi Gómez también, que al intentar despejar dejaría muerto el balón ante Gameiro: el francés sólo tuvo que empujarlo con la derecha a la red. El Atleti ya estaba en el partido. Ya estaba y tenía un deber: defender con uñas y dientes ese Santo Grial, ese gol que siempre tanto le cuesta.
El Celta acusó el golpe, ser víctima de la efectividad atlética cuando mejor estaba, y el Atleti tendría diez minutos de presencia en el partido. Diez minutos agarrado a unas botas, las de Correa, el único capaz de ofrecer algo diferente, el único que miraba más a Sergio que a Oblak. El espejismo lo finalizaría Thomas, con su enésimo balón regalado en el centro. Éste acabaría en disparo de Wass y treinta segundos de tortura rojiblanca, con el Celta buscando el gol sin que ningún rojiblanco fuera capaz de saber despejarlo, sacarlo de allí, enviarlo lejos. Entonces, para su respiro, se escucharía otro Piiiiii. Era del árbitro. El Atleti se iba a la caseta con su Santo Grial intacto. Lo guarda el mejor cerrojo, los guantes de Oblak. A los diez minutos de la segunda parte sus manos milagrosas ya eran dos. Ahora ante Aspas. Su disparo a puerta marcaría el principio del asedio.
Porque el Celta acosaría al Atleti toda la segunda parte y como respuesta sólo hallaría un argumento: todos atrás. ¿Resultado? Muchos centros laterales celestes, un balón al palo de Aspas y una mano de Gabi en el área que el árbitro no vio. Tampoco había visto en la contraria un agarrón claro de Cabral a Godín.
El Atleti pasaría miedo. Pero no hay quien sufrir mejor sepa. Si la cuenta de remates ya iba 12 para el Celta por cuatro del Atleti y Unzué metía más pólvora, Emre y Guidetti, Simeone replicaba con cemento: Giménez por Gabi, Filipe por Correa. Y daría igual cuánto lo intentara el Celta que siempre chocaría con una pierna o San Jan. El último sería Guidetti, que probaría un remate de tacón, el 18, antes de que se escuchara otro Piiiiii y Saúl alzara los brazos victorioso. Final. El Atleti había ganado, daba igual cómo, regresaba a Madrid abrazado a su gol. Ahora, eso sí, debe pensar en lo importante: en cómo mejorar ese cómo. Urge.