Funambulista Bartomeu
El presidente del Barça no fue consecuente con la obra de gobierno de la junta ni con la historia del club
Ramon Besa
Barcelona, El País
No funciona el Barça como una empresa de referencia ni responde tampoco a la condición de no ser un club convencional desde la llegada a la presidencia de Rosell y posteriormente de Bartomeu. A ambos les ha preocupado sobre todo el negocio y en la mayoría de ocasiones se han dejado llevar por la corriente cuando las instituciones les han preguntado por el país, hasta el punto de que el FC Barcelona es hoy un híbrido difícil de encajar en Cataluña, sobre todo en momentos como el del 1-O. Los contratos con Qatar y Telefónica, por ejemplo, pueden haber sido muy rentables económicamente y en cambio le han penalizado en decisiones estratégicas, propias de una entidad tan compleja como el Barça. Quizá si hubiera sabido tejer las complicidades necesarias en su hábitat, o simplemente hubiera tenido más poder y se hubiera hecho respetar, le habría sido más fácil negociar el cambio de fecha del partido contra Las Palmas y ahorrarse el escarnio vivido el domingo en el Camp Nou.
El mandato de Rosell quedó manchado por su voto en blanco cuando pidió a la asamblea que se pronunciara sobre la que calificó como la decisión más importante de la historia social del Barcelona: la acción de responsabilidad contra la junta de Laporta. Bartomeu utilizó la misma definición grandilocuente y tomó también el camino de en medio para resolver que el partido contra Las Palmas se jugaría a puerta cerrada en el Camp Nou. El presidente no supo buscar la colaboración de la Liga ni de la Federación para aplazar el encuentro, tampoco convenció a los Mossos d'Esquadra para argumentar que la seguridad no estaba garantizada y asumió que la plantilla quisiera jugar por una cuestión meramente deportiva, reflejada en la defensa del liderato y de seis puntos —los tres en juego y los tres de sanción—, en contra del criterio de la comisión delegada, síntoma del poder que tiene el equipo de Messi sobre la junta de Bartomeu.
Antes de que el presidente fuera sumiso con los futbolistas, el consejo había acordado suspender el partido y después no se avino a que se celebrara en condiciones normales, como pretendían algunas entidades, a fin de que el estadio expresara la indignación vivida por muchos aficionados por las cargas policiales sufridas en Cataluña. Acusado de comportarse como Rajoy, Bartomeu no quiso jugar a ser un líder independentista de la talla de Puigdemont y desafiar a LaLiga cuando la afición española se pregunta en qué campeonato jugaría el Barcelona.
Falta de autoridad
Hay situaciones que demandan respuestas inequívocas y al presidente a veces le falta autoridad, en ocasiones se le reprocha que no tenga liderazgo y se sabe también que difícilmente toma la iniciativa, de manera que no es extraño que salga por peteneras o no se sepa muy bien cómo interpretar posiciones como la que adoptó el domingo en el Camp Nou.
El proceder de Bartomeu, en cualquier caso, no fue consecuente con las decisiones que había tomado previamente la directiva, como las de adherirse al Paco Nacional por el Derecho a Decidir y al del Referéndum, ni tampoco respondió al guion de la historia azulgrana ni a las dos divisas de las que presume: esport i ciutadania y més que un club, ambas decisivas para sanear las cuentas del Barça. No alcanza con grabar el lema en la grada del Camp Nou sino que se exige su cumplimiento en momentos decisivos como el del domingo ante el Las Palmas.
Las dudas del presidente contrastaron con la determinación de Piqué, que ejerció como ciudadano cuando fue a votar y después asumió su condición de jugador de equipo y se alineó como mandaba el entrenador, a pesar de que no tenía ningún interés en jugar el partido de Liga. El comportamiento que tuvo el central azulgrana debería servir de pauta para analizar su condición también de internacional con España.
Piqué funciona como referente en una diversa sociedad catalana por la misma razón que muchos españoles se sienten identificados con Sergio Ramos. Aunque antagónicos y apremiados por la prensa de los dos clubes, los dos han sabido convivir hasta ahora con La Roja. El desgarro de Piqué, después de una humillante jornada, fue tan comprensible como indescifrable resultó el funambulismo de Bartomeu, encadenado a los resultados económicos y deportivos, equidistante más que neutral en una jornada nada futbolera en Cataluña.
Ramon Besa
Barcelona, El País
No funciona el Barça como una empresa de referencia ni responde tampoco a la condición de no ser un club convencional desde la llegada a la presidencia de Rosell y posteriormente de Bartomeu. A ambos les ha preocupado sobre todo el negocio y en la mayoría de ocasiones se han dejado llevar por la corriente cuando las instituciones les han preguntado por el país, hasta el punto de que el FC Barcelona es hoy un híbrido difícil de encajar en Cataluña, sobre todo en momentos como el del 1-O. Los contratos con Qatar y Telefónica, por ejemplo, pueden haber sido muy rentables económicamente y en cambio le han penalizado en decisiones estratégicas, propias de una entidad tan compleja como el Barça. Quizá si hubiera sabido tejer las complicidades necesarias en su hábitat, o simplemente hubiera tenido más poder y se hubiera hecho respetar, le habría sido más fácil negociar el cambio de fecha del partido contra Las Palmas y ahorrarse el escarnio vivido el domingo en el Camp Nou.
El mandato de Rosell quedó manchado por su voto en blanco cuando pidió a la asamblea que se pronunciara sobre la que calificó como la decisión más importante de la historia social del Barcelona: la acción de responsabilidad contra la junta de Laporta. Bartomeu utilizó la misma definición grandilocuente y tomó también el camino de en medio para resolver que el partido contra Las Palmas se jugaría a puerta cerrada en el Camp Nou. El presidente no supo buscar la colaboración de la Liga ni de la Federación para aplazar el encuentro, tampoco convenció a los Mossos d'Esquadra para argumentar que la seguridad no estaba garantizada y asumió que la plantilla quisiera jugar por una cuestión meramente deportiva, reflejada en la defensa del liderato y de seis puntos —los tres en juego y los tres de sanción—, en contra del criterio de la comisión delegada, síntoma del poder que tiene el equipo de Messi sobre la junta de Bartomeu.
Antes de que el presidente fuera sumiso con los futbolistas, el consejo había acordado suspender el partido y después no se avino a que se celebrara en condiciones normales, como pretendían algunas entidades, a fin de que el estadio expresara la indignación vivida por muchos aficionados por las cargas policiales sufridas en Cataluña. Acusado de comportarse como Rajoy, Bartomeu no quiso jugar a ser un líder independentista de la talla de Puigdemont y desafiar a LaLiga cuando la afición española se pregunta en qué campeonato jugaría el Barcelona.
Falta de autoridad
Hay situaciones que demandan respuestas inequívocas y al presidente a veces le falta autoridad, en ocasiones se le reprocha que no tenga liderazgo y se sabe también que difícilmente toma la iniciativa, de manera que no es extraño que salga por peteneras o no se sepa muy bien cómo interpretar posiciones como la que adoptó el domingo en el Camp Nou.
El proceder de Bartomeu, en cualquier caso, no fue consecuente con las decisiones que había tomado previamente la directiva, como las de adherirse al Paco Nacional por el Derecho a Decidir y al del Referéndum, ni tampoco respondió al guion de la historia azulgrana ni a las dos divisas de las que presume: esport i ciutadania y més que un club, ambas decisivas para sanear las cuentas del Barça. No alcanza con grabar el lema en la grada del Camp Nou sino que se exige su cumplimiento en momentos decisivos como el del domingo ante el Las Palmas.
Las dudas del presidente contrastaron con la determinación de Piqué, que ejerció como ciudadano cuando fue a votar y después asumió su condición de jugador de equipo y se alineó como mandaba el entrenador, a pesar de que no tenía ningún interés en jugar el partido de Liga. El comportamiento que tuvo el central azulgrana debería servir de pauta para analizar su condición también de internacional con España.
Piqué funciona como referente en una diversa sociedad catalana por la misma razón que muchos españoles se sienten identificados con Sergio Ramos. Aunque antagónicos y apremiados por la prensa de los dos clubes, los dos han sabido convivir hasta ahora con La Roja. El desgarro de Piqué, después de una humillante jornada, fue tan comprensible como indescifrable resultó el funambulismo de Bartomeu, encadenado a los resultados económicos y deportivos, equidistante más que neutral en una jornada nada futbolera en Cataluña.