El escándalo de los jets privados persigue a la Casa Blanca

Con fondos públicos y en aviones de lujo, seis ministros del Gobierno de Trump mezclan trabajo con placer en viajes a Dinamarca, Francia o el Caribe

Nicolás Alonso
Washington, El País
Seis ministros del Gobierno de Donald Trump se enfrentan a fuertes críticas e investigaciones por su uso injustificado de aviones privados en viajes de trabajo. En muchas ocasiones, también combinaron trabajo con placer en desplazamientos oficiales. Los vuelos, pagados con impuestos, fueron a destinos como Italia, Francia o el Caribe y en ellos viajaban, con frecuencia, esposas de los políticos. Trump, que en campaña prometió “drenar la ciénaga” de Washington, en alusión al gasto descontrolado de políticos en la capital, todavía no se ha pronunciado al respecto.


El escándalo comenzó en agosto. El secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, utilizó un jet privado del Gobierno, cuyo coste es de 25.000 dólares por hora, para viajar a Carolina del Sur a presenciar el famoso eclipse solar. A las pocas semanas trascendió que en verano había solicitado utilizar ese mismo avión gubernamental para su luna de miel. Una investigación de su departamento ha concluido que desde marzo ha gastado más de 800.000 dólares de fondos públicos en siete viajes en aeronaves privadas y del Gobierno.

Tom Price, el secretario de Salud, dimitió a finales de septiembre tras conocerse que había utilizado jets privados por un valor superior a 500.000 dólares. Pese a que su uso no es ilegal, es poco usual que ministros cuyas funciones no tienen relación con asuntos de seguridad nacional dispongan de este tipo de transporte. Particularmente, muchos políticos, republicanos y demócratas, cuestionaron porqué Price usó esta costosa opción para trayectos cortos entre Washington y Filadelfia, unas dos horas en tren o autobús. El viernes pasado, el secretario de Energía, Rick Perry, entregó sus gastos de seis viajes a bordo de aeronaves privadas o gubernamentales tasados en 56.000 dólares, a petición de un comité supervisor del Congreso. El órgano legislativo también investiga los vuelos de 58.000 dólares del Administrador de la Agencia de Medioambiente, Scott Pruitt.

El secretario de Interior, Ryan Zinke, y el secretario del Departamento de Asuntos de Veteranos, David Shulkin, también se enfrentan a la polémica. En sus desplazamientos por trabajo, Zinke ha acudido a sus mansiones privadas en distintas partes del país y pasado por eventos de recaudación de fondos para otros políticos en lugares tan dispares como las Islas Vírgenes o Montana, en el noroeste de EE UU.

Shulkin combinó placer con trabajo en un viaje en julio a Dinamarca y Reino Unido, según reveló The Washington Post, en el que le acompañó su mujer además de sus asesores. El ministro hizo compras y visitó los jardines de Tivoli en Copenhague durante la visita oficial. La semana pasada Shulkin canceló otro viaje, esta vez a Italia, con un comité del Congreso. Según documentos obtenidos por el Post, el secretario y su mujer planeaban pasar una tarde-noche de ocio en un lujoso hotel de Venecia ubicado a más de una hora de la base militar que visitaría.

La soltura con que los ministros han dispuesto de aviones privados o mezclado sus tareas oficiales con actividades privadas se puede entender como una característica más de uno de los gabinetes más ricos en la historia moderna de EE UU. Los ministros, millonarios en su mayoría, están acostumbrados a un nivel de vida alto sin la necesidad de rendir cuentas ante nadie. Sin embargo, como señalan las investigaciones abiertas contra ellos, la maquinaria de Washington no quiere permitir que gasten el dinero de los estadounidenses irresponsablemente.

El presidente, que sólo criticó los viajes de Price y no se ha pronunciado sobre los demás, tampoco lidera con su ejemplo. Trump se escapa de Washington casi cada fin de semana a uno de sus lujosos clubes de golf en Nueva Jersey. Cada uno de sus desplazamientos, a bordo del Air Force One, el avión presidencial, corre a cuenta de las arcas del Estado.

No es la primera vez que la realidad y las palabras de Trump chocan. El magnate neoyorquino llegó a la Casa Blanca con la promesa de acabar con la corrupción de las élites políticas de Washington, se presentó como el fiel representante de la clase blanca trabajadora, pero su despampanante estilo de vida y el de sus ministros contradice su retórica.

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