El Atleti se asoma al abismo
El equipo rojiblanco suma dos puntos en tres jornadas. No pudo con el Qarabag, que inquietó a Oblak y se quedó con 10, por expulsión de Ndlovu, tras un contacto con Godín.
Patricia Cazón
As
Al descanso, el porcentaje de posesión era del Qarabag, ese modesto de Azerbaiyán. Al descanso, el partido del Atleti ya era un bochorno. En cuarenta y cinco minutos había perdido eso que le hizo campeón cuando Azerbaiyán era un nombre en la camiseta y no un rival: la intensidad, el ser el Atleti, ante todo eso, ser el Atleti. Si uno de los dos equipos que ayer se enfrentaban en Bakú se jugaba algo, una final por ejemplo, seguir vivo, tener opciones de octavos, parecía el Qarabag. Si uno lo merecía, también.
Se podría hablar de Gaitán (pase de tacón a nadie, centros al aire) pero en realidad Gaitán era el único que intentaba dar pasos hacia delante, que intentaba algo, aunque ese algo le saliera siempre mal. El resto, sus compañeros, era como si se hubiesen dejado la cabeza en la caseta, o en Madrid. A 5.000 kilómetros de esta liga, de este rival que sobre el papel pudiera parecer modesto pero sobre el verde no sólo le ganaba en posesión, también en fútbol.
Aún así, el Atleti, en esa primera parte tuvo las ocasiones más claras: dos mano a mano, uno de Carrasco y otro de Griezmann, que resolvió bien su portero, Sehic. Pero sólo tuvo eso. Ocasiones. Gameiro, titular por sorpresa, sólo apareció una vez, para filtrarle el balón a Griezmann en la segunda. Sólo ahí y nunca más. Le falta todo. Chispa, ambición, presencia: se ha convertido en un delantero insignificante. Ayer muy a juego con su equipo: el Atleti era un compendio de pérdidas, falta de puntería y errores hasta groseros, como regalar un balón al rival en un córner. Griezmann había superado la fiebre, pero Koke no sus molestias musculares. Se notó mucho más quien no estaba que quien sí.
Si el Qarabag atrapaba un balón después de una de las numerosas, infinitas e incontables pérdidas del Atleti, parecía el Lobo del cuento: las piernas las ponía Madatov, el colmillo Pedro Henrique. El rigor en el centro era de Míchel. Amenaza real no eran pero tensión provocaban en cada contra. Tenían bastantes. La posesión era suya, lo dicho. Para el Atleti, sin embargo, el partido se estaba yendo a la película de terror.
Y peor sería. Tras el descanso, al Atleti le quedaban cuarenta y cinco minutos menos de la misma final. El Qarabag le cedió el balón para compactarse atrás y dejar las contras en los pies de ese jugador con apellido, en efecto, de Lobo, Dino Ndlovu.
La segunda parte fue un infinito sufrir. Los nervios atenazaban las piernas rojiblancas, que seguían sin ton ni gol. Simeone movía el banquillo, Gaitán por Thomas, pero nada: Sehic veía el partido desde lejos y Oblak no dejaba de aparecer en la escena, aunque no usara demasiado los guantes.
Simeone se jugaba todo a una carta doble, Correa y Torres, cuando Ndlovu corría por enésima vez hacia Oblak mientras la música de Psicosis llenaba el aire. Al llegar al área metió la pierna Godín y, aquel, al sentir el contacto de éste, se dejó caer. Segunda amarilla y roja: el Lobo fuera. Pero ni la superioridad en hombres quince minutos la aprovecharía el Atleti. Seguía sin tino, sin laterales, sin delanteros y sin Griezmann.
Los últimos diez minutos, más los tres de descuento, fueron un interminable 90. Un interminable 90 para un Atleti al que el árbitro no pitaría penalti cuando derribaron a Torres a los pies de Sehic (pareció) y que tendría la última: una falta en la frontal que terminó con un tiro alto de Griezmann. Uno de esos que hace no tanto entraban. Ayer tampoco. A este Atleti sin gol no. Pitó el árbitro y al bochorno en Bakú sólo le había sumado otros cuarenta y cinco minutos. Quedan 75 días para el 1 de enero, para Vitolo, Costa, para poder fichar. Pero para entonces puede estar fuera de Champions. Dos puntos de nueve lleva. Dos sólo.
(Y tres horas más tarde, encima, Chelsea y Roma empataban en Londres. Más negro sobre el negro de Bakú...).
Patricia Cazón
As
Al descanso, el porcentaje de posesión era del Qarabag, ese modesto de Azerbaiyán. Al descanso, el partido del Atleti ya era un bochorno. En cuarenta y cinco minutos había perdido eso que le hizo campeón cuando Azerbaiyán era un nombre en la camiseta y no un rival: la intensidad, el ser el Atleti, ante todo eso, ser el Atleti. Si uno de los dos equipos que ayer se enfrentaban en Bakú se jugaba algo, una final por ejemplo, seguir vivo, tener opciones de octavos, parecía el Qarabag. Si uno lo merecía, también.
Se podría hablar de Gaitán (pase de tacón a nadie, centros al aire) pero en realidad Gaitán era el único que intentaba dar pasos hacia delante, que intentaba algo, aunque ese algo le saliera siempre mal. El resto, sus compañeros, era como si se hubiesen dejado la cabeza en la caseta, o en Madrid. A 5.000 kilómetros de esta liga, de este rival que sobre el papel pudiera parecer modesto pero sobre el verde no sólo le ganaba en posesión, también en fútbol.
Aún así, el Atleti, en esa primera parte tuvo las ocasiones más claras: dos mano a mano, uno de Carrasco y otro de Griezmann, que resolvió bien su portero, Sehic. Pero sólo tuvo eso. Ocasiones. Gameiro, titular por sorpresa, sólo apareció una vez, para filtrarle el balón a Griezmann en la segunda. Sólo ahí y nunca más. Le falta todo. Chispa, ambición, presencia: se ha convertido en un delantero insignificante. Ayer muy a juego con su equipo: el Atleti era un compendio de pérdidas, falta de puntería y errores hasta groseros, como regalar un balón al rival en un córner. Griezmann había superado la fiebre, pero Koke no sus molestias musculares. Se notó mucho más quien no estaba que quien sí.
Si el Qarabag atrapaba un balón después de una de las numerosas, infinitas e incontables pérdidas del Atleti, parecía el Lobo del cuento: las piernas las ponía Madatov, el colmillo Pedro Henrique. El rigor en el centro era de Míchel. Amenaza real no eran pero tensión provocaban en cada contra. Tenían bastantes. La posesión era suya, lo dicho. Para el Atleti, sin embargo, el partido se estaba yendo a la película de terror.
Y peor sería. Tras el descanso, al Atleti le quedaban cuarenta y cinco minutos menos de la misma final. El Qarabag le cedió el balón para compactarse atrás y dejar las contras en los pies de ese jugador con apellido, en efecto, de Lobo, Dino Ndlovu.
La segunda parte fue un infinito sufrir. Los nervios atenazaban las piernas rojiblancas, que seguían sin ton ni gol. Simeone movía el banquillo, Gaitán por Thomas, pero nada: Sehic veía el partido desde lejos y Oblak no dejaba de aparecer en la escena, aunque no usara demasiado los guantes.
Simeone se jugaba todo a una carta doble, Correa y Torres, cuando Ndlovu corría por enésima vez hacia Oblak mientras la música de Psicosis llenaba el aire. Al llegar al área metió la pierna Godín y, aquel, al sentir el contacto de éste, se dejó caer. Segunda amarilla y roja: el Lobo fuera. Pero ni la superioridad en hombres quince minutos la aprovecharía el Atleti. Seguía sin tino, sin laterales, sin delanteros y sin Griezmann.
Los últimos diez minutos, más los tres de descuento, fueron un interminable 90. Un interminable 90 para un Atleti al que el árbitro no pitaría penalti cuando derribaron a Torres a los pies de Sehic (pareció) y que tendría la última: una falta en la frontal que terminó con un tiro alto de Griezmann. Uno de esos que hace no tanto entraban. Ayer tampoco. A este Atleti sin gol no. Pitó el árbitro y al bochorno en Bakú sólo le había sumado otros cuarenta y cinco minutos. Quedan 75 días para el 1 de enero, para Vitolo, Costa, para poder fichar. Pero para entonces puede estar fuera de Champions. Dos puntos de nueve lleva. Dos sólo.
(Y tres horas más tarde, encima, Chelsea y Roma empataban en Londres. Más negro sobre el negro de Bakú...).