Correa se luce, Bacca empata
El argentino se adelantó con un golazo de Correa, pero el Villarreal empató en un córner. El Submarino salió airoso de su visita a Madrid como antes hicieron Chelsea y Barcelona.
Patricia Cazón
As
El bum bum de los buffles de fondo se escuchó durante todo el día alrededor de la Glorieta de Grecia, calle Luis Aragonés. Sonaban a fiesta, a ese reggeaton, música siglo XXI, como el Wanda Metropolitano, que celebraba su primer día de las peñas y no quería sobre el cielo nubes Vicente Calderón. Tarde de casi noviembre era y sin embargo, primavera parecía. El cielo despejado sería una metáfora del partido. Las brumas parecería disipar para devolverlas de un testarazo de golpe.
Nació el partido con la espesura rojiblanca de los últimos partidos y con un costurón en la izquierda, Filipe, irreconocible y errático. Enfrente un Villarreal que esperaba, expectante: cada vez que cazaba un balón sus jugadores echaban una carrera hasta Oblak, a ver quien llegaba primero. Sus delanteros tienen las uñas afiladas. Bakambu se había pintado una cenefa en el peinado y Bacca fue el primero en rematar un balón entre los tres palos.
Lo que se anunciaba partido alegre, ante ese rombo del nuevo Villarreal de Calleja, parecía un concurso de haber quién daba un pase más horizontal. Da igual que el Atleti tratara de mover el balón con más vigor que en últimos episodios, es ahora mismo las chispas de Correa, que estaba atado y bien atado por Costa y Ruiz. Sólo una vez se despistaron y el argentino coló un balón entre todas las piernas rumbo a Barbosa. Primer disparo entre los tres palos. El siguiente fue inmediatamente después. Robó el Atleti el balón en el centro y lo convirtió en un chut a Barbosa. Pero lo lanzó Gameiro. Altísimo.
El Villarreal seguía tranquilo, esperando su momento fiado a una verdad: que Bakambu tiene seis velocidades y uñas afiladas. Cada que pisaba el área, el Wanda Metropolitano contenía la respiración. Todos menos Savic, que en una jugada se lanzó al suelo para quitarle limpio el balón, cuando se metía solo en el área. Eso aceleró el partido. O al Atleti. Que se gustaba. Juanfran estaba enorme en la derecha, Thomas mejor en el centro. Sobre su juego crecía el Atleti que se fue al descanso con el uy en la boca. Se lo puso un cabezazo de Godín que obligó a Barbosa a sacar manopla. Antes habría otro de Griezmann (fuera) y una volea (también) de Thomas.
Cuando comenzó la segunda parte esa sensación de que se había reconociliado con el cómo, con el juego, no se había ido de las botas rojiblancas. Siguió dominando el juego porque el Villarreal siguió fiado a la brújula de Trigueros y los posibles zarpazos de sus delanteros. Eso y porque Oblak le hizo un paradón a Rodri y porque Griezmann, por fin, pareció despertar. Necesitaba el partido y el Wanda Metropolitano un héroe y él se lo dio con un pase de primeras a Correa que melón parecía, en arte se convirtió. Porque el argentino bajó el balón el suelo y le puso su firma, un gran control y regate, y enviarlo a la red. Escrito estaba. Sus chispas son fundamentales.
Entonces el Atleti dio un paso atrás, o más bien todos, buscando el cobijo de esas cueva siempre tan calentita, los guantes de Oblak, mientras Calleja usaba sus tres comodines y veinte minutos después Bacca hacía el empate. Fue tras un centro lateral (otro), tras un córner. La antigua medicina rojiblanca ahora es condena. Bacca se alzó ante Godín como si fuere Goliat ante un David y balón a la red. Otro rival que le roba la sonrisa al Wanda.
Al partido le quedarían aún diez minutos pero en ellos Simeone movió más los brazos que su banquillo. Su cambio sería uno y en ese momento ya estaba sobre el césped. Vietto por Gameiro, nada cambiaría: a ambos se les está poniendo cara de Jackson. Es como si el partido se hubiese quedado detenido en ese momento. El final, que todo lo tapa, hasta aquella genialidad de Correa ya parecía lejos. Y con esa sensación se vaciaría el Wanda Metropolitano cuando el árbitro pitó el final. Se escuchó algún pito, aislado. Y el himno en los altavoces, atronando, y el cielo lleno de las mismas nubes negras que a veces cubrían los días de las peñas en el Calderón.
Patricia Cazón
As
El bum bum de los buffles de fondo se escuchó durante todo el día alrededor de la Glorieta de Grecia, calle Luis Aragonés. Sonaban a fiesta, a ese reggeaton, música siglo XXI, como el Wanda Metropolitano, que celebraba su primer día de las peñas y no quería sobre el cielo nubes Vicente Calderón. Tarde de casi noviembre era y sin embargo, primavera parecía. El cielo despejado sería una metáfora del partido. Las brumas parecería disipar para devolverlas de un testarazo de golpe.
Nació el partido con la espesura rojiblanca de los últimos partidos y con un costurón en la izquierda, Filipe, irreconocible y errático. Enfrente un Villarreal que esperaba, expectante: cada vez que cazaba un balón sus jugadores echaban una carrera hasta Oblak, a ver quien llegaba primero. Sus delanteros tienen las uñas afiladas. Bakambu se había pintado una cenefa en el peinado y Bacca fue el primero en rematar un balón entre los tres palos.
Lo que se anunciaba partido alegre, ante ese rombo del nuevo Villarreal de Calleja, parecía un concurso de haber quién daba un pase más horizontal. Da igual que el Atleti tratara de mover el balón con más vigor que en últimos episodios, es ahora mismo las chispas de Correa, que estaba atado y bien atado por Costa y Ruiz. Sólo una vez se despistaron y el argentino coló un balón entre todas las piernas rumbo a Barbosa. Primer disparo entre los tres palos. El siguiente fue inmediatamente después. Robó el Atleti el balón en el centro y lo convirtió en un chut a Barbosa. Pero lo lanzó Gameiro. Altísimo.
El Villarreal seguía tranquilo, esperando su momento fiado a una verdad: que Bakambu tiene seis velocidades y uñas afiladas. Cada que pisaba el área, el Wanda Metropolitano contenía la respiración. Todos menos Savic, que en una jugada se lanzó al suelo para quitarle limpio el balón, cuando se metía solo en el área. Eso aceleró el partido. O al Atleti. Que se gustaba. Juanfran estaba enorme en la derecha, Thomas mejor en el centro. Sobre su juego crecía el Atleti que se fue al descanso con el uy en la boca. Se lo puso un cabezazo de Godín que obligó a Barbosa a sacar manopla. Antes habría otro de Griezmann (fuera) y una volea (también) de Thomas.
Cuando comenzó la segunda parte esa sensación de que se había reconociliado con el cómo, con el juego, no se había ido de las botas rojiblancas. Siguió dominando el juego porque el Villarreal siguió fiado a la brújula de Trigueros y los posibles zarpazos de sus delanteros. Eso y porque Oblak le hizo un paradón a Rodri y porque Griezmann, por fin, pareció despertar. Necesitaba el partido y el Wanda Metropolitano un héroe y él se lo dio con un pase de primeras a Correa que melón parecía, en arte se convirtió. Porque el argentino bajó el balón el suelo y le puso su firma, un gran control y regate, y enviarlo a la red. Escrito estaba. Sus chispas son fundamentales.
Entonces el Atleti dio un paso atrás, o más bien todos, buscando el cobijo de esas cueva siempre tan calentita, los guantes de Oblak, mientras Calleja usaba sus tres comodines y veinte minutos después Bacca hacía el empate. Fue tras un centro lateral (otro), tras un córner. La antigua medicina rojiblanca ahora es condena. Bacca se alzó ante Godín como si fuere Goliat ante un David y balón a la red. Otro rival que le roba la sonrisa al Wanda.
Al partido le quedarían aún diez minutos pero en ellos Simeone movió más los brazos que su banquillo. Su cambio sería uno y en ese momento ya estaba sobre el césped. Vietto por Gameiro, nada cambiaría: a ambos se les está poniendo cara de Jackson. Es como si el partido se hubiese quedado detenido en ese momento. El final, que todo lo tapa, hasta aquella genialidad de Correa ya parecía lejos. Y con esa sensación se vaciaría el Wanda Metropolitano cuando el árbitro pitó el final. Se escuchó algún pito, aislado. Y el himno en los altavoces, atronando, y el cielo lleno de las mismas nubes negras que a veces cubrían los días de las peñas en el Calderón.