Un fuerte terremoto sacude el sur de México
El sismo de 8,2 es el de mayor magnitud registrado en el país en casi un siglo
Javier Lafuente
Jacobo García
México, El País
A las 23.49 del jueves México tembló como no lo había hecho en casi un siglo. Un terremoto de magnitud 8,2 recorrió casi todo el país, provocando la muerte de más de 50 personas y dejando centenares de heridos en el sur del país, epicentro del sismo. Oaxaca y Chiapas fueron las zonas más golpeadas. En la capital, donde viven cerca de 20 millones de personas, el pánico fue total. El miedo se apoderó de una ciudad en la que recordar la pesadilla del terremoto de 1985, que dejó casi 10.000 muertos, es recurrente. Si la tragedia esta vez no ha sido mayor se debe a que el sismo ocurrió a mucha más profundidad y más lejos, pero a las lecciones aprendidas de aquella catástrofe y las medidas adoptadas en las últimas tres décadas.
Más de 50 millones de personas, de los 120 millones que viven en México, sufrieron el temblor y tuvieron que abandonar sus casas de la manera más apresurada. Con lo puesto. Y si algo llevaban encima, era miedo. Hacía 85 años que un país tan acostumbrado a los terremotos como México no registraba un sismo de esta magnitud, aunque la incertidumbre que genera una sacudida así es tal que la estadística queda relegada a un segundo plano. Desde esa hora hasta mediado el viernes, se registraron más de 370 réplicas, la más intensa de 6,1. Desde el primer momento, el presidente, Enrique Peña Nieto, había advertido que el principal riesgo para el país y las zonas más golpeadas eran las réplicas que se suceden durante las 24 horas posteriores al terremoto y que, en este caso, podrían alcanzar una magnitud de siete grados.
Entrada la madrugada, al tiempo que el pánico se contraía en la capital, llegaban desde el sur del país las noticias más alarmantes. En Chiapas, epicentro del terremoto –en la localidad de Tonalá- las autoridades confirmaron la muerte de 10 personas y la evacuación de miles que viven en las zonas costeras. En Tabasco, murieron tres personas, dos de ellas niños: uno al derrumbarse un muro sobre él y el otro, un bebé, al desconectarse el respirador del hospital por los fallos en el suministro eléctrico causados tras el sismo.
El mayor número de víctimas mortales confirmadas hasta primera hora de la tarde del viernes, no obstante, son de Oaxaca. Las autoridades aseguran que al menos 45 personas han muerto, la mayoría de las cuales vivían en Juchitán. El municipio del Istmo, de 75.000 personas, quedó arrasado, miles de inmuebles colapsaron, no hay servicios de luz ni agua y cientos de personas esperan para volver a sus casas. Peña Nieto declaró luto nacional tras visitar la zona el viernes en la tarde. La localidad dejó una también una de las imágenes más icónicas de la tragedia, símbolo de la resistencia que caracteriza al sur del país: tras el derrumbe del palacio municipal, uno de los vecinos clavó una bandera de México sobre los escombros.
Otra de las fotografías provino de uno de los monumentos más simbólicos de la capital del país. Un vídeo en el que se veía el Ángel de la Independencia tambaleándose durante varios segundos daba cuenta de la magnitud del temblor. El pánico se apoderó de la capital. El miedo fue inversamente proporcional a los daños materiales que se registraron en la Ciudad de México. La capital está edificada sobre una planicie que antaño fue un lago con mucha sedimentación, lo que favorece la expansión de las ondas sísmicas, según los expertos del Servicio Sismológico Nacional de México, dependientes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El país se ubica entre cinco platas tectónicas, por lo que sus movimientos convierten a México en uno de los que registra mayor actividad física en el mundo. Los investigadores de la UNAM explicaron que el terremoto se produjo por la fractura interna de una placa tectónica, algo poco habitual y que suele ser más peligroso que el sismo provocado por el roce de dos placas, según explicaron los investigadores.
En la Ciudad de México, una megalópolis donde viven cerca de 20 millones de personas, están acostumbrados a los temblores. Pero cuando se habla de terremoto, solo uno se les viene a la mente. Pasadas las 7 de la mañana del 19 de septiembre, una sacudida sísmica equivalente a 316 bombas nucleares se cobró la vida de cerca de 10.000 personas y dejó más de 5.000 desaparecidos. Aquel terremoto dejó una huella indeleble en la sociedad mexicana, no solo por la tragedia que provocó, sino por la respuesta de la ciudadanía. Alrededor de 4.000 personas fueron salvadas de morir atrapadas.
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Mucho han cambiado las cosas desde el terremoto de hace 30 años donde la corrupción, la ausencia de protocolos, la debilidad en las construcciones y la precariedad de los equipos de salvamento convirtió el rescate de los heridos en una iniciativa ciudadana que contó con más entusiasmo que medios.
Desde entonces se ha cultivado un cultura cívica trabajada día a día desde las instituciones que logró este jueves lo que antaño parecería un milagro; que el temblor más potente de la historia reciente del país se saldara en la capital mexicana sin un solo muerto.
Javier Lafuente
Jacobo García
México, El País
A las 23.49 del jueves México tembló como no lo había hecho en casi un siglo. Un terremoto de magnitud 8,2 recorrió casi todo el país, provocando la muerte de más de 50 personas y dejando centenares de heridos en el sur del país, epicentro del sismo. Oaxaca y Chiapas fueron las zonas más golpeadas. En la capital, donde viven cerca de 20 millones de personas, el pánico fue total. El miedo se apoderó de una ciudad en la que recordar la pesadilla del terremoto de 1985, que dejó casi 10.000 muertos, es recurrente. Si la tragedia esta vez no ha sido mayor se debe a que el sismo ocurrió a mucha más profundidad y más lejos, pero a las lecciones aprendidas de aquella catástrofe y las medidas adoptadas en las últimas tres décadas.
Más de 50 millones de personas, de los 120 millones que viven en México, sufrieron el temblor y tuvieron que abandonar sus casas de la manera más apresurada. Con lo puesto. Y si algo llevaban encima, era miedo. Hacía 85 años que un país tan acostumbrado a los terremotos como México no registraba un sismo de esta magnitud, aunque la incertidumbre que genera una sacudida así es tal que la estadística queda relegada a un segundo plano. Desde esa hora hasta mediado el viernes, se registraron más de 370 réplicas, la más intensa de 6,1. Desde el primer momento, el presidente, Enrique Peña Nieto, había advertido que el principal riesgo para el país y las zonas más golpeadas eran las réplicas que se suceden durante las 24 horas posteriores al terremoto y que, en este caso, podrían alcanzar una magnitud de siete grados.
Entrada la madrugada, al tiempo que el pánico se contraía en la capital, llegaban desde el sur del país las noticias más alarmantes. En Chiapas, epicentro del terremoto –en la localidad de Tonalá- las autoridades confirmaron la muerte de 10 personas y la evacuación de miles que viven en las zonas costeras. En Tabasco, murieron tres personas, dos de ellas niños: uno al derrumbarse un muro sobre él y el otro, un bebé, al desconectarse el respirador del hospital por los fallos en el suministro eléctrico causados tras el sismo.
El mayor número de víctimas mortales confirmadas hasta primera hora de la tarde del viernes, no obstante, son de Oaxaca. Las autoridades aseguran que al menos 45 personas han muerto, la mayoría de las cuales vivían en Juchitán. El municipio del Istmo, de 75.000 personas, quedó arrasado, miles de inmuebles colapsaron, no hay servicios de luz ni agua y cientos de personas esperan para volver a sus casas. Peña Nieto declaró luto nacional tras visitar la zona el viernes en la tarde. La localidad dejó una también una de las imágenes más icónicas de la tragedia, símbolo de la resistencia que caracteriza al sur del país: tras el derrumbe del palacio municipal, uno de los vecinos clavó una bandera de México sobre los escombros.
Otra de las fotografías provino de uno de los monumentos más simbólicos de la capital del país. Un vídeo en el que se veía el Ángel de la Independencia tambaleándose durante varios segundos daba cuenta de la magnitud del temblor. El pánico se apoderó de la capital. El miedo fue inversamente proporcional a los daños materiales que se registraron en la Ciudad de México. La capital está edificada sobre una planicie que antaño fue un lago con mucha sedimentación, lo que favorece la expansión de las ondas sísmicas, según los expertos del Servicio Sismológico Nacional de México, dependientes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
El país se ubica entre cinco platas tectónicas, por lo que sus movimientos convierten a México en uno de los que registra mayor actividad física en el mundo. Los investigadores de la UNAM explicaron que el terremoto se produjo por la fractura interna de una placa tectónica, algo poco habitual y que suele ser más peligroso que el sismo provocado por el roce de dos placas, según explicaron los investigadores.
En la Ciudad de México, una megalópolis donde viven cerca de 20 millones de personas, están acostumbrados a los temblores. Pero cuando se habla de terremoto, solo uno se les viene a la mente. Pasadas las 7 de la mañana del 19 de septiembre, una sacudida sísmica equivalente a 316 bombas nucleares se cobró la vida de cerca de 10.000 personas y dejó más de 5.000 desaparecidos. Aquel terremoto dejó una huella indeleble en la sociedad mexicana, no solo por la tragedia que provocó, sino por la respuesta de la ciudadanía. Alrededor de 4.000 personas fueron salvadas de morir atrapadas.
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Mucho han cambiado las cosas desde el terremoto de hace 30 años donde la corrupción, la ausencia de protocolos, la debilidad en las construcciones y la precariedad de los equipos de salvamento convirtió el rescate de los heridos en una iniciativa ciudadana que contó con más entusiasmo que medios.
Desde entonces se ha cultivado un cultura cívica trabajada día a día desde las instituciones que logró este jueves lo que antaño parecería un milagro; que el temblor más potente de la historia reciente del país se saldara en la capital mexicana sin un solo muerto.