Un escándalo de espionaje añade nuevas sombras en las finanzas del Vaticano

Libero Milone había denunciado un día antes de su despido un montaje para echarle y evitar que siguiese investigando las cuentas

Daniel Verdú
Roma, El País
Una nueva guerra se ha desatado en el seno de las finanzas del Vaticano. Su exauditor, Libero Milone, que dimitió el pasado junio, ha acusado a la gendarmería y al sustituto de la Secretaría de Estado de obligarle a dimitir para, supuestamente, encubrir el resultado de sus pesquisas. El Vaticano, en un furioso comunicado, contestó ayer que Milone espiaba la vida privada de altos cargos de la Santa Sede. Una crisis que llega cuando el departamento está descabezado tras su marcha y la de su superior, el cardenal George Pell, acusado de abusos a menores.


Los cuervos han vuelto al Vaticano. O quizá nunca se fueron. La Santa Sede, cinco años después de la llegada de Francisco, no consigue frenar la hemorragia abierta con la reforma de sus finanzas. Este fin de semana se ha desatado una guerra entre el exauditor de sus finanzas, que aparentemente había abandonado voluntariamente su puesto en junio, y el propio Vaticano, que le acusa ahora de espionaje de la vida privada de altos cargos de la Santa Sede. Libero Milone, en una entrevista con Il Corriere della Seraen el despacho de sus abogados, asegura que fue obligado a firmar una carta de despido acusado falsamente de haber desviado fondos del Vaticano

La noticia de la dimisión de Milone el pasado 19 de junio causó una enorme sorpresa. El auditor, de 69 años y expresidente de Deloitte Italia, había sido nombrado por Francisco en mayo de 2015 y tenía el encargo de aumentar la transparencia y poner al día las cuentas. La opacidad y las acusaciones de lavado de capitales han rodeado durante años las finanzas vaticanas y Milone, una figura externa y con amplios poderes, debía ser estricto y aplicar mano dura. Era conocido su fuerte carácter y sentido de la independencia para llegar a cualquier rincón del Vaticano, por muy alto que estuviera. Pero solo dos años después de ser nombrado presentó su renuncia, supuestamente de “común acuerdo”.

Según la versión de Milone, el mismo 19 de junio fue llamado por el sustituto en la Secretaría de Estado vaticana, Giovanni Angelo Becciu, que le resumió el asunto señalando que “la relación de confianza con el Papa se había mermado” y que el propio Francisco había pedido su dimisión. Nada cuadraba para el auditor, a quien habían ya robado información en 2015 de su ordenador sin que se resolviera el caso y sospechaba que también estaba siendo espiado.

Cuando llegó al despacho del jefe de la gendarmería, Giandomenico Giani, este se comportó de forma “agresiva” para que confesase unos delitos que, según él, no había cometido. Concretamente el desvío de 25.000 euros para limpiar su oficina de posibles dispositivos de espionaje y “haber buscado impropiamente informaciones sobre exponentes vaticanos, hechos por los que estaba siendo investigado desde hacía siete meses”. De hecho, según relata, le mostraron una grabación con su voz para amedrentarle. “No dimití voluntariamente, amenazaron con detenerme”.

Tras aquel encuentro, Milone, algunos gendarmes y los bomberos del Vaticano se dirigieron a su oficina para forzar los armarios del personal que no estaba presente y llevarse documentación confidencial. Después de aquello, el auditor trató de contactar con el papa Francisco para explicarle la situación, pero asegura que no recibió respuesta. “Evidentemente, no querían que le hiciera saber algunas cosas que había visto. Solo quería hacer algo bueno para la Iglesia, reformarla como me habían pedido. No me lo han permitido”.

El propio Becciu le ha contestado a través de Reuters. “Transgredió todas las normas y espió la vida privada de sus superiores y equipo, incluido a mí. Si no hubiera aceptado dimitir, lo hubiéramos procesado”. Milone, con un historial intachable al frente de cargos similares en Fiat o las Naciones Unidas, trabajaba con un equipo de 14 personas y dos ayudantes de auditoría. Sin embargo, no ha trascendido los nombres de los espiados ni el resultado de dichas pesquisas. Milone asegura que no puede facilitar esos datos por respeto a los acuerdos contraídos en su contrato. Sin embargo, espera que los documentos que fueron confiscados el 19 de junio trasciendan en algún momento. Algo que no sería extraño en un clima de guerra como el que se está abriendo.

El Vaticano respondió ayer por la mañana a las acusaciones con un furioso comunicado —no suele comentar los asuntos internos— en el que expresaba su sorpresa y lamentaba las declaraciones del excolaborador, ya que habían acordado mantener en secreto los motivos del despido. “Resulta, lamentablemente, que la oficina de Milone, excediéndose a sus competencias, contrató ilegalmente a una empresa externa para llevar a cabo actividades de investigación de la vida privada de expontentes de la Santa Sede. Esto, además de ser un delito, ha mermado la confianza en Milone, quien aceptó libremente firmar su dimisión”.

En cualquier caso, su despido supuso un varapalo para las reformas de las cuentas del Vaticano. Un agujero al que hubo que añadir dos semanas después la marcha de su superior, el cardenal George Pell, superministro de finanzas de la Santa Sede, acusado de abusos sexuales en Australia. De hecho, Milone también ha querido relacionar esa repentina marcha con su despido. “Es evidente que las investigaciones contra él por un caso de hace 40 años han aflorado hace un año. Y si se lee el decreto que me fue entregado, fue en el mismo periodo en el que la gendarmería empezó a investigarme a mí. Quiero pensar que es una coincidencia. Pero últimamente trabajábamos sobre un nuevo código para los contratos públicos”.

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