Griezmann hizo de Luis

El francés hizo el histórico gol de la victoria del Atlético en el estreno del Wanda Metropolitano. El Málaga dio un susto al final pero sigue sin sumar.


Patricia Cazón
As
Eran las 20:30 cuando, sobre la cúpula, la Patrulla Águila pintaba con sus aviones el cielo de Atlético de Madrid. Debajo, casi todas las sillas estaban ya ocupadas. La gente miraba, no podía dejar de mirar. Aquí, allá, marcadores, césped. Mientras, se apretaba fuerte la bufanda al cuello. Porque ayer era un día de ponerse la camiseta como se pone una corbata. Con ceremonia. Día todo lleno de primeras veces. Porque nacía una vida, la de un estadio. Los padres que eran hijos hace 51 años ahora eran abuelos llevando a un nieto de la mano, pisando el Wanda Metropolitano.


La historia contará que el primer día de este estadio era de cielo claro aunque primeras chaquetas, nada que ver con la mañana plomiza, a ratos lluvia, a ratos no, en la que comenzó el Calderón. Tampoco en la gente. Sobre todo en eso no: si entonces, allí, en el Manzanares estaban sólo 20.000, esta mudanza la hicieron todos. Los 55.000 del Calderón y otros 13.000, 68.000, aforo completo. Era muy pronto, por la mañana, cuando el rojiblanco empezó a rodear sus muros, con esa grada una vez llamada Peineta ahora Gradona. Había gente por todas partes. El Metro, la calle Niza, alrededores. Gente poniéndole sus nombres a esa rotonda, a ese banco, a este bar, a esta puerta. Gente y selfies, muchos selfies. La necesidad de hacer fotos para recordar que esto se vivió, que se estaba en este comienzo, el del Wanda Metropolitano.

Dentro suena Thunderstruck, de AC/DC, la música de antes de los partidos del Calderón. Fuera la gente hace cola y mira por las rendijas. Miran y exclaman. Qué campo, qué campo. A las 20:00 lo pisan por primera vez. Cómo suena, su eco. El Atleeeti Atleeeti tan alto. Sobre el césped ya está también el escudo. Ese pintado, el que no se pisa.

El Fondo Sur fue el primero en llenarse. Eso también lo contará la historia. Que a las 20:08 ya tomaba su voz los rincones del estadio con su Ale, ale, alee infinito. Bufandas, banderas al aire. Los jugadores que salen, por vez primera, el primer once, historia ya. Oblak; Juanfran, Godín, Lucas, Filipe; Koke, Gabi, Thomas, Saúl; Griezmann y Correa. Suena el himno, móviles en alto, la piel de gallina, el balón rueda. Porque son las 20:46 y lo que le faltaba al estadio ya está también. El fútbol. Porque en esta historia hay un rival, el Málaga, y otro principio: ese con el que comienzan los grandes relatos de fútbol. Un silbato. Piii, piii.

Mientras la afición iba presentándose a sus vecinos de asiento, el partido comenzó como si los jugadores también quisieran ir ganándose metro a metro su hierba. Los primeros tímidos, los segundos sin encontrar caminos a Roberto. Quizá aún raros de ponerle a las cosas su nombre por vez primera. El primer córner, Koke. El primer disparo, Correa. Las primeras gotas de sudor de su historia ya caían sobre la hierba de este estadio, aunque los dos equipos jugaran en horizontal, como si Oblak y Roberto no hubiesen sido invitados a la fiesta.

El fútbol romo del Atleti a veces en el Calderón también se había mudado. Sólo Correa alborotaba ante un Málaga sólido atrás y a punto de mortal en una contra. La corrió Bastón y casi logra eso que la grada soñaba. El primer gol de un canterano. Pero no así. No suyo, con una camiseta rival. Lo evitó Oblak. Oblak y su guante. Ese primer gol tendría acento francés y pelo rubio.

Cuando llegó ya era la segunda parte y Carrasco había entrado para volcar el juego hacia Roberto. Le paró a Koke, le paró a Saúl, pero llegó Grizi, que parecía no estar, y un disparo, uno solo, le bastó para hacer ese gol, el primero de este estadio, como hiciera Luis en el Calderón. Todo empezó en Correa, que corre, que centra. Grizi espera en el corazón del área con la derecha preparada. Espera y remata. Su capa nunca descansa. Red estrenada. Rolán no pudo con la de Oblak en el 89'. Otra de sus santas manos dejaron en victoria este principio.

Piii. Cuando ese silbato volvió a sonar, ahora a final, hubo escalofrío general. De repente una sensación, ser consciente de que no se volverá a sentir el frío del río, que éste, seco, es otro. Que eso que fue tantas veces, el Calderón, no volverá a suceder. Pero estate tranquilo, viejo: el Wanda Metropolitano guardará bien tu legado. En su grandeza también está la tuya. Siempre.

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