Así se espera a Diego Costa

Triunfo trabajado del Atlético en presencia de su nuevo delantero. Carrasco noqueó al Sevilla en el 46' y Griezmann sentenció. El Atleti adelanta al Sevilla y ya es segundo.

Patricia Cazón
As
Mañana de sábado, segunda del Wanda Metropolitano, de su historia. La afición sigue quitándole el forro a un estadio que cambia el Manzanares por Arcentales en el Yo me voy pero que va sonando igual. Alto, imponente. Y donde todo, de momento, es felicidad. Ni una mácula. Ni un gol en contra. Dos partidos, dos victorias. La última frente a un rival en todo, el Sevilla de Berizzo. Simeone lo encaró con rotaciones; Lucas por Godín, Vietto por Correa. Da igual. Quien sale, responde. Este Atleti no son nombres, es un estilo. Costa miraba desde el palco y sonreía. El delantero-hijo-pródigo, al fin de vuelta. Si la cámara le enfocaba había ovación.


Pero también hubo pitos, en la primera parte. Los primeros de este estadio se escucharon después de que Lucas mostrara zancada, con una carrera de su área a la contraria para estamparse en Rico, y un remate fácil de Sarabia ante Oblak que Savic, al despejar, convirtió en balón al palo. Fueron los minutos en los que más dominó el Sevilla. Muy serio, presión hombre a hombre, sabiendo esconder la pelota. El Atleti, atascado por dentro, empezó a crecer por las bandas. El resultado fue inmediato: otro balón al palo, ahora rojiblanco. Fue un zurdazo de Filipe a la cruceta de Rico tras una fantástica carrera y dejada de Carrasco. Su zancada rompe líneas.


Salvo un disparo desde fuera del área de Saúl que se fue alto, no habría más remates entre los tres palos en la primera parte. Se imponían las defensas, la presión, tan alta, asfixiante, que convertía cada balón en la guerra, en un agobio. Había más tarascadas que ocasiones. Roces Gabi-Sarabia, roces de Lucas, quien, por cierto, parece salido de la costilla de Godín. Otro partido gigante.


Arriba, Vietto, había sido el delantero por sorpresa del Cholo. Y es el que el mejor se mueve, ayer volvió a demostrarlo. Pide balón constantemente, sube, baja, pero le soplas y le derribas. Y le faltan los goles, sobre todo los goles. Y un delantero sin gol es como si a la playa se le arrebata el mar: se convierte en desierto. Cuando encara, Vietto inquieta lo que un Oso Amoroso, pero insiste, insiste. Sabe cómo se rompe el maleficio. Con un gol, uno sólo. Ojalá llegue pronto.

En la segunda parte se lo regaló a Carrasco con un brillante pase al hueco que desmontó al Sevilla. Y a Nzonzi. El belga le arrebató el balón y le ganó en cuerpo y velocidad como un adulto ante un niño. Regateó a Rico, gol y otra carrera, ahora a la grada, fondo sur, para abrazarse a esa afición cuya voz empuja las piernas.

Era el minuto 46 de partido, el primero de la segunda parte, y el Wanda ya celebraba el segundo gol de su historia. Pronto sería el tercero, después de que Gabi, colosal, c-o-l-o-s-a-l, cortara una contra del Sevilla, en la que Muriel se hubiese quedado solo ante Oblak. Lo haría Griezmann y sería el final de una jugada que comenzó, como no, en Koke Bota de seda. Pase a Carrasco, desmarque del belga y centro a Griezmann. El balón que se va, que parece irse, la jugada morir, pero Griezmann pelea y lo alcanza, pelea y lo lanza hacia atrás, a la frontal, donde esta Filipe que se lo devuelve y llega el gol. Zurdazo seco, raso y cruzado, partido acabado.

El Sevilla ya no volvería a asomar por el Wanda Metropolitano por mucho que su Correa alborotara. Pero es que Simeone ya levantaba los brazos, pedía al estadio que alzara la voz, aún más, mientras su equipo dominaba plácido y serio, muy serio. Y ya segundo en la tabla, por cierto. Y con Costa en casa de nuevo. Felicidad, quizá seas esto.

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