Medio kilómetro de pesadilla
Un taxi intentó subirse a la acera de La Rambla para bloquear el paso de la furgoneta al darse cuenta de que aceleraba hacia los viandantes
Nacho Carretero
Barcelona, El País
En un banco donde arranca La Rambla barcelonesa estaba sentado el pasado jueves, a las cinco menos cinco de la tarde, Carlos. Es vecino del barrio, carpintero y nació en Uruguay hace 60 años. Muestra las manchas de sangre que todavía hay en su mochila. “Fue de pronto. Vi que una furgoneta se subía donde no debía, pensé que podía ser un repartidor o algo así, pero enseguida me di cuenta de que no…”.
Cuenta Carlos que la furgoneta usó los 30 primeros metros de calle para coger velocidad. “Este primer tramo iba recto, acelerando y creo recordar que no atropelló a nadie. Pero ya se veía lo que pretendía”. Un taxista que iba en paralelo a la furgoneta, pero en la carretera, empezó a pitar al vehículo. “Incluso se intentó subir a la acera para cortarle el paso, pero no fue capaz, no había espacio”, relata Carlos. En los balcones del hotel Lloret, sobre la escena, unos turistas empezaron a gritar. “También empezaron a insultar a la furgoneta”.
Marcos es obrero de la construcción. Estaba unos metros más abajo que Carlos, hablando con el jefe de obra. Mientras charlaba, de fondo, por encima del hombro de su jefe, vio una furgoneta avanzando por el paseo. “En un primer momento pensé que había sido un conductor que había perdido el control. A este se la ha ido el coche, pensé. Pero a los pocos segundos ya vimos que la gente empezó a correr para todos los lados, gritando. Se empezaron a meter donde podían y varios se refugiaron con nosotros en la obra. Desde aquí yo no recuerdo ver que atropellasen a nadie, sólo recuerdo el caos de todo el mundo corriendo”.
Fue a la altura del número 123 cuando la velocidad de la furgoneta la convirtió en un proyectil imposible de esquivar. El terrorista dio el primer volantazo contra el quiosco de souvernirs que regenta Alberto. Se llevó todos los expositores por delante y rozó a los empleados del puesto. Lo vio todo Nicolás, camarero del Pans and Company que hay detrás. “La imagen que tengo grabada -dice mientras sirve un café- es la de miles de postales de Barcelona volando por el aire, como si fuera confeti”. Justo antes, Nicolás, desde dentro del local, escuchó gritos. “Me asomé a ver qué pasaba y vi pasar una furgoneta a toda velocidad, iba rapidísimo. Y las postales por el aire…”.
Pasado el quisco el vehículo pegó otro volantazo y rozó la cabeza de Rocío, una vendedora de abanicos que recogía algo del suelo. “De milagro, de milagro no la atropelló”, dice un vendedor ambulante que la conoce. Hoy, Rocío, no ha querido venir a trabajar a La Rambla.
A esa altura el pánico ya era absoluto. Sergio, camarero de La Poma, cuenta que la gente echó abajo la puerta del restaurante al entrar en tromba.
"Recuerdo la masa de gente abriéndose, como si fuera el mar abriéndose al paso de la furgoneta”.
Sobre el número 130 la furgoneta blanca ya volaba. La muchedumbre era incapaz de apartarse. Allí estaba José Manuel, portero del inmueble. “Lo que recuerdo es ver a gente saltando como si fueran palomitas. Todos por el aire, zapatos, cuerpos, bolsas… Ni siquiera llegué a ver la furgoneta”.
Pocos metros más adelante se encontraba Juan, el nombre ficticio de un militar que prefiere mantener su anonimato. Estuvo en Afganistán más de dos años y asegura que, en ese tiempo, no vio nada que le impactara de la forma que lo hizo el atropello. “Yo estaba en un lateral y recuerdo ver la furgoneta ya desde atrás, cómo avanzaba y salía la gente despedida. Y la masa de gente abriéndose, como si fuera el mar abriéndose al paso de la furgoneta”.
En la farmacia de enfrente escucharon los gritos. Salió Daniel Marquéz a ver qué pasaba y se encontró con decenas de personas intentando entrar, desesperadas, en la farmacia. “Cuando me asomé la furgoneta ya había pasado. Lo único que vi fue a la policía, corriendo, con pistolas en la mano. Y otros metiendo a la gente en los locales. Los agentes estaban metiendo a todo el mundo en los sitios, a empujones. A un chico lo tiraron de la bici para ponerlo a salvo”.
Las marcas de los neumáticos en el suelo trazan meridiano el recorrido del vehículo. Justo antes del Teatro Liceu, 500 metros después de haberse subido a la acera, la furgoneta se detuvo. Este último tramo lo presenciaron los trabajadores del hotel Bagués. En realidad, lo oyeron. “Escuché golpes secos. Muy fuertes. Me asomé, pero la furgoneta ya se había parado”, dice la recepcionista. “Ahora sé que esos golpes eran los cuerpos cuando eran atropellados. La furgoneta estaba toda rota por la parte de delante”.
Raúl, camarero de la cafetería L’Opera de Barcelona, ni siquiera pudo salir cuando lo intentó tras escuchar los gritos. “De pronto entró una avalancha de gente en la cafetería, una turba. Estaban en puro pánico”, dice. “Jamás he visto unas caras de terror así, de verdad. Tuve que dejar salir a algunos por la puerta trasera porque estaban con ansiedad”.
Fue entonces cuando el conductor se dio a la fuga. Bajó del vehículo y se perdió entre la multitud convirtiéndose en ese momento en el hombre más buscado en España. Atrás dejaba un escenario de cuerpos, gritos y sirenas de policia. El medio kilómetro de la pesadilla que había sembrado.
Nacho Carretero
Barcelona, El País
En un banco donde arranca La Rambla barcelonesa estaba sentado el pasado jueves, a las cinco menos cinco de la tarde, Carlos. Es vecino del barrio, carpintero y nació en Uruguay hace 60 años. Muestra las manchas de sangre que todavía hay en su mochila. “Fue de pronto. Vi que una furgoneta se subía donde no debía, pensé que podía ser un repartidor o algo así, pero enseguida me di cuenta de que no…”.
Cuenta Carlos que la furgoneta usó los 30 primeros metros de calle para coger velocidad. “Este primer tramo iba recto, acelerando y creo recordar que no atropelló a nadie. Pero ya se veía lo que pretendía”. Un taxista que iba en paralelo a la furgoneta, pero en la carretera, empezó a pitar al vehículo. “Incluso se intentó subir a la acera para cortarle el paso, pero no fue capaz, no había espacio”, relata Carlos. En los balcones del hotel Lloret, sobre la escena, unos turistas empezaron a gritar. “También empezaron a insultar a la furgoneta”.
Marcos es obrero de la construcción. Estaba unos metros más abajo que Carlos, hablando con el jefe de obra. Mientras charlaba, de fondo, por encima del hombro de su jefe, vio una furgoneta avanzando por el paseo. “En un primer momento pensé que había sido un conductor que había perdido el control. A este se la ha ido el coche, pensé. Pero a los pocos segundos ya vimos que la gente empezó a correr para todos los lados, gritando. Se empezaron a meter donde podían y varios se refugiaron con nosotros en la obra. Desde aquí yo no recuerdo ver que atropellasen a nadie, sólo recuerdo el caos de todo el mundo corriendo”.
Fue a la altura del número 123 cuando la velocidad de la furgoneta la convirtió en un proyectil imposible de esquivar. El terrorista dio el primer volantazo contra el quiosco de souvernirs que regenta Alberto. Se llevó todos los expositores por delante y rozó a los empleados del puesto. Lo vio todo Nicolás, camarero del Pans and Company que hay detrás. “La imagen que tengo grabada -dice mientras sirve un café- es la de miles de postales de Barcelona volando por el aire, como si fuera confeti”. Justo antes, Nicolás, desde dentro del local, escuchó gritos. “Me asomé a ver qué pasaba y vi pasar una furgoneta a toda velocidad, iba rapidísimo. Y las postales por el aire…”.
Pasado el quisco el vehículo pegó otro volantazo y rozó la cabeza de Rocío, una vendedora de abanicos que recogía algo del suelo. “De milagro, de milagro no la atropelló”, dice un vendedor ambulante que la conoce. Hoy, Rocío, no ha querido venir a trabajar a La Rambla.
A esa altura el pánico ya era absoluto. Sergio, camarero de La Poma, cuenta que la gente echó abajo la puerta del restaurante al entrar en tromba.
"Recuerdo la masa de gente abriéndose, como si fuera el mar abriéndose al paso de la furgoneta”.
Sobre el número 130 la furgoneta blanca ya volaba. La muchedumbre era incapaz de apartarse. Allí estaba José Manuel, portero del inmueble. “Lo que recuerdo es ver a gente saltando como si fueran palomitas. Todos por el aire, zapatos, cuerpos, bolsas… Ni siquiera llegué a ver la furgoneta”.
Pocos metros más adelante se encontraba Juan, el nombre ficticio de un militar que prefiere mantener su anonimato. Estuvo en Afganistán más de dos años y asegura que, en ese tiempo, no vio nada que le impactara de la forma que lo hizo el atropello. “Yo estaba en un lateral y recuerdo ver la furgoneta ya desde atrás, cómo avanzaba y salía la gente despedida. Y la masa de gente abriéndose, como si fuera el mar abriéndose al paso de la furgoneta”.
En la farmacia de enfrente escucharon los gritos. Salió Daniel Marquéz a ver qué pasaba y se encontró con decenas de personas intentando entrar, desesperadas, en la farmacia. “Cuando me asomé la furgoneta ya había pasado. Lo único que vi fue a la policía, corriendo, con pistolas en la mano. Y otros metiendo a la gente en los locales. Los agentes estaban metiendo a todo el mundo en los sitios, a empujones. A un chico lo tiraron de la bici para ponerlo a salvo”.
Las marcas de los neumáticos en el suelo trazan meridiano el recorrido del vehículo. Justo antes del Teatro Liceu, 500 metros después de haberse subido a la acera, la furgoneta se detuvo. Este último tramo lo presenciaron los trabajadores del hotel Bagués. En realidad, lo oyeron. “Escuché golpes secos. Muy fuertes. Me asomé, pero la furgoneta ya se había parado”, dice la recepcionista. “Ahora sé que esos golpes eran los cuerpos cuando eran atropellados. La furgoneta estaba toda rota por la parte de delante”.
Raúl, camarero de la cafetería L’Opera de Barcelona, ni siquiera pudo salir cuando lo intentó tras escuchar los gritos. “De pronto entró una avalancha de gente en la cafetería, una turba. Estaban en puro pánico”, dice. “Jamás he visto unas caras de terror así, de verdad. Tuve que dejar salir a algunos por la puerta trasera porque estaban con ansiedad”.
Fue entonces cuando el conductor se dio a la fuga. Bajó del vehículo y se perdió entre la multitud convirtiéndose en ese momento en el hombre más buscado en España. Atrás dejaba un escenario de cuerpos, gritos y sirenas de policia. El medio kilómetro de la pesadilla que había sembrado.