El imán aleccionó a los terroristas en la corriente más clandestina del salafismo
La secta Takfir Wal Hijra captó a los doce jóvenes de la célula
José María Irujo
Madrid, El País
Los doce jóvenes que integraban la célula terrorista que protagonizó los atentados en Barcelona fueron radicalizados por la secta Takfir Wal Hijra (Anatema y Exilio), la corriente más clandestina y secreta del salafismo, el denominado club del odio, según afirman a EL PAÍS fuentes de la lucha antiterrorista.
Los takfires son el movimiento más radical y violento del fundamentalismo. Figura en la lista de organizaciones terroristas de la Unión Europea y constituye el núcleo más y peligroso del yihadismo por la invisibilidad de sus miembros. Todo apunta a que Aldelbaky es Satty, el imán marroquí que captó a los terroristas, adoctrinó al grupo en esta corriente, tan oculta y difícil de detectar que supone un reto para las Fuerzas de Seguridad.
La principal característica de los takfir es que rompen las reglas sagradas de otras corrientes yihadistas. Y lo hacen para evitar ser detectados. Visten ropa accidental, calzan deportivas, beben alcohol, consumen drogas, escuchan música (la flauta del diablo para otros islamistas), bailan, ven la televisión, van con mujeres y consumen cerdo. Huyen como la peste de las túnicas cortas, las que dejan al aire los tobillos en señal de pureza, o de las barbas y largas perillas.
Todo lo prohibido para el resto, todos los “vicios” occidentales están autorizados para ellos en favor del ocultamiento y la clandestinidad. El “pecado” en favor de la yihad. Así, escaparon los doce jóvenes del radar de todos los servicios de información e inteligencia. Se volvieron “invisibles” porque, al contrario que en miembros de otras células, salieron del camino recto para mimetizarse en el paisaje donde soñaban con atacar.
“Eso explicaría porque ni el imán, ni ninguno de los doce integrantes de la célula mostró nunca ningún signo externo de radicalismo, porque mantuvieron sus costumbres sin llamar la atención de nadie”, afirma un mando policial. “Es una conducta que dificulta mucho nuestra labor y la de los confidentes que nos ayudan a detectar a jóvenes dispuestos a la radicalización”, añade un agente operativo de las Fuerzas de Seguridad.
La presencia del movimiento Takfir Wal Hijra en España no es nueva. Informes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) fechados en 2007 alertaron del crecimiento de esta corriente y de la apertura de seis pequeñas mezquitas, cuatro en Barcelona y dos Valencia, dirigidas por takfiris. Sus imanes eran marroquíes y argelinos, tipos con perfiles y actitudes idénticas a la del imam de Ripoll, un tipo discreto que jamás pronunció la palabra yihad desde el púlpito, ni levantó sospechas entre sus fieles y vecinos.
Un informe de la Comisaría General de Información de la Policía, fechado el 19 de abril de 2008, advirtió un año después de la presencia de takfiris en España. El documento analizaba la oleada de atentados suicidas en Argel y Casablanca, y destacaba el aumento de la polarización social y radicalización de “una parte” de la comunidad musulmana.
“Una sociedad fuertemente reislamizada y la globalización de la yihad favorecen que en España se haya venido detectando una nueva amenaza de la mano de grupos territoriales aislados e integrados por jóvenes islamistas definidos como de segunda generación”, destacaba el documento confidencial. Y añadía que esa nueva camada de potenciales terroristas seguía la corriente takfir, de la que, según los autores del informe, eran seguidores algunos de los principales protagonistas del 11-M.
Los analistas de este Cuerpo policial, el más activo desde el punto de vista operativo en la lucha contra el terrorismo islamista, describían así la evolución de esta corriente: “su apuesta por la permisividad de actividades delictivas, su autoexclusión como únicos garantes del islam correcto y su odio y rechazo al resto de los musulmanes considerados corruptos o apóstatas hacen que se haya transformado en el caldo de cultivo idóneo para las juventudes desarraigadas de musulmanes en Occidente”.
Abdelbaky es Satty, el imán muerto en la explosión en el chalet de Alcanar, el tipo que soñó con inmolarse con un chaleco de explosivos, era un excelente simulador. Engañó a casi todos en su papel de hombre discreto que predicaba la paz. Porque los takfiris suelen huir de las mezquitas y sus miembros acostumbran a rezar en el monte bajo la luz de la luna. Eso explicaría, en opinión de las fuentes antiterroristas consultadas, que se reuniera con los jóvenes en una furgoneta.
El presunto dirigente de la célula no tenía antecedentes por terrorismo islamista ni despertó las sospechas de nadie, salvo cuando viajó a Vilvoorde, una de las cunas del yihadismo en Bélgica, y se ofreció a trabajar en una mezquita. Le pidieron que mostrara sus antecedentes penales y declinó hacerlo lo que levantó las sospechas de las autoridades locales. Había estado cuatro años en la cárcel por tráfico de drogas. Su único fallo, el único error de una persona que ha seguido las pautas de los takfires, simulando ser un hombre bueno, y las ha inoculado a todos los miembros de la célula.
Fátima Mohand Abdelkader, una joven melillense vecina de la Cañada de Hidum, el barrio más deprimido de la ciudad, estuvo dentro del club del odio. En 2009 reveló a EL PAÍS sus vivencias con los takfiris que le obligaron a vestir un burka, ponerse guantes hasta los codos y no mirar a los ojos de un hombre que no fuera su padre. Tuvo que colgar en un armario sus camisetas y minifaldas.
“Solo se ponían chilabas cuando rezaban en el monte a escondidas. Deberían usarlas, pero vestían al revés. Un día les pregunté: Nos pedís que nos pongamos el burka y vosotros vestís como queréis. Y me respondieron: ’Lo hacemos para que no nos sigan la pista, para que la policía no se fije en nosotros´. Cuando Fátima se disponía a abandonar la secta sus miembros a asesinaron a su novio y esta dejó el grupo y denunció su experiencia. Años después, la joven regresó al grupo y se casó con un barbudo con el que ha tenido varios hijos.
José María Irujo
Madrid, El País
Los doce jóvenes que integraban la célula terrorista que protagonizó los atentados en Barcelona fueron radicalizados por la secta Takfir Wal Hijra (Anatema y Exilio), la corriente más clandestina y secreta del salafismo, el denominado club del odio, según afirman a EL PAÍS fuentes de la lucha antiterrorista.
Los takfires son el movimiento más radical y violento del fundamentalismo. Figura en la lista de organizaciones terroristas de la Unión Europea y constituye el núcleo más y peligroso del yihadismo por la invisibilidad de sus miembros. Todo apunta a que Aldelbaky es Satty, el imán marroquí que captó a los terroristas, adoctrinó al grupo en esta corriente, tan oculta y difícil de detectar que supone un reto para las Fuerzas de Seguridad.
La principal característica de los takfir es que rompen las reglas sagradas de otras corrientes yihadistas. Y lo hacen para evitar ser detectados. Visten ropa accidental, calzan deportivas, beben alcohol, consumen drogas, escuchan música (la flauta del diablo para otros islamistas), bailan, ven la televisión, van con mujeres y consumen cerdo. Huyen como la peste de las túnicas cortas, las que dejan al aire los tobillos en señal de pureza, o de las barbas y largas perillas.
Todo lo prohibido para el resto, todos los “vicios” occidentales están autorizados para ellos en favor del ocultamiento y la clandestinidad. El “pecado” en favor de la yihad. Así, escaparon los doce jóvenes del radar de todos los servicios de información e inteligencia. Se volvieron “invisibles” porque, al contrario que en miembros de otras células, salieron del camino recto para mimetizarse en el paisaje donde soñaban con atacar.
“Eso explicaría porque ni el imán, ni ninguno de los doce integrantes de la célula mostró nunca ningún signo externo de radicalismo, porque mantuvieron sus costumbres sin llamar la atención de nadie”, afirma un mando policial. “Es una conducta que dificulta mucho nuestra labor y la de los confidentes que nos ayudan a detectar a jóvenes dispuestos a la radicalización”, añade un agente operativo de las Fuerzas de Seguridad.
La presencia del movimiento Takfir Wal Hijra en España no es nueva. Informes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) fechados en 2007 alertaron del crecimiento de esta corriente y de la apertura de seis pequeñas mezquitas, cuatro en Barcelona y dos Valencia, dirigidas por takfiris. Sus imanes eran marroquíes y argelinos, tipos con perfiles y actitudes idénticas a la del imam de Ripoll, un tipo discreto que jamás pronunció la palabra yihad desde el púlpito, ni levantó sospechas entre sus fieles y vecinos.
Un informe de la Comisaría General de Información de la Policía, fechado el 19 de abril de 2008, advirtió un año después de la presencia de takfiris en España. El documento analizaba la oleada de atentados suicidas en Argel y Casablanca, y destacaba el aumento de la polarización social y radicalización de “una parte” de la comunidad musulmana.
“Una sociedad fuertemente reislamizada y la globalización de la yihad favorecen que en España se haya venido detectando una nueva amenaza de la mano de grupos territoriales aislados e integrados por jóvenes islamistas definidos como de segunda generación”, destacaba el documento confidencial. Y añadía que esa nueva camada de potenciales terroristas seguía la corriente takfir, de la que, según los autores del informe, eran seguidores algunos de los principales protagonistas del 11-M.
Los analistas de este Cuerpo policial, el más activo desde el punto de vista operativo en la lucha contra el terrorismo islamista, describían así la evolución de esta corriente: “su apuesta por la permisividad de actividades delictivas, su autoexclusión como únicos garantes del islam correcto y su odio y rechazo al resto de los musulmanes considerados corruptos o apóstatas hacen que se haya transformado en el caldo de cultivo idóneo para las juventudes desarraigadas de musulmanes en Occidente”.
Abdelbaky es Satty, el imán muerto en la explosión en el chalet de Alcanar, el tipo que soñó con inmolarse con un chaleco de explosivos, era un excelente simulador. Engañó a casi todos en su papel de hombre discreto que predicaba la paz. Porque los takfiris suelen huir de las mezquitas y sus miembros acostumbran a rezar en el monte bajo la luz de la luna. Eso explicaría, en opinión de las fuentes antiterroristas consultadas, que se reuniera con los jóvenes en una furgoneta.
El presunto dirigente de la célula no tenía antecedentes por terrorismo islamista ni despertó las sospechas de nadie, salvo cuando viajó a Vilvoorde, una de las cunas del yihadismo en Bélgica, y se ofreció a trabajar en una mezquita. Le pidieron que mostrara sus antecedentes penales y declinó hacerlo lo que levantó las sospechas de las autoridades locales. Había estado cuatro años en la cárcel por tráfico de drogas. Su único fallo, el único error de una persona que ha seguido las pautas de los takfires, simulando ser un hombre bueno, y las ha inoculado a todos los miembros de la célula.
Fátima Mohand Abdelkader, una joven melillense vecina de la Cañada de Hidum, el barrio más deprimido de la ciudad, estuvo dentro del club del odio. En 2009 reveló a EL PAÍS sus vivencias con los takfiris que le obligaron a vestir un burka, ponerse guantes hasta los codos y no mirar a los ojos de un hombre que no fuera su padre. Tuvo que colgar en un armario sus camisetas y minifaldas.
“Solo se ponían chilabas cuando rezaban en el monte a escondidas. Deberían usarlas, pero vestían al revés. Un día les pregunté: Nos pedís que nos pongamos el burka y vosotros vestís como queréis. Y me respondieron: ’Lo hacemos para que no nos sigan la pista, para que la policía no se fije en nosotros´. Cuando Fátima se disponía a abandonar la secta sus miembros a asesinaron a su novio y esta dejó el grupo y denunció su experiencia. Años después, la joven regresó al grupo y se casó con un barbudo con el que ha tenido varios hijos.