El auge de la ultraderecha le estalla a Donald Trump
El presidente recibe un alud de críticas por la tibieza de su condena a la violencia de grupos racistas y neonazis, muchos de los cuales le han apoyado
Amanda Mars
Washington / Charlottesville, El País
Los graves disturbios de este fin de semana en Charlottesville (Virginia), a raíz de una marcha de supremacistas blancos, derivaron en un alud de críticas contra Donald Trump por la tibieza de su rechazo. Con una víctima mortal ya confirmada, en su primer gran incidente racista, había equiparado la “violencia de todas las partes” sin citar el racismo o el nazismo. Estos grupos han abrazado el trumpismo en su vertiente nacionalista y se han envalentonado con su victoria electoral. La Casa Blanca tuvo que aclarar que la condena del presidente les incluye. El alcalde de Charlottesville le acusó de azuzarles. La tragedia ha colocado a Trump ante un espejo incómodo.
La idea de una América postracial, que se acarició cuando por primera vez un afroamericano llamado Barack Obama llegó a la Casa Blanca, la de una era en la que la cuestión de la raza pasaría a un plano secundario, se antojó fantasiosa rápidamente. Todo el mandato del demócrata estuvo salpicado de incidentes racistas, a veces tragedias, que recuerdan lo viva que sigue la fractura social del país, la mala salud de hierro del viejo racismo.
La marcha de los supremacistas de Charlottesville el viernes tenía por objeto protestar contra la decisión del Ayuntamiento -paralizada por la justicia- de retirar una estatua del Robert E. Lee (1807-1870), general del Ejército Confederado durante la Guerra Civil. Algunos consideran la pieza un homenaje al pasado esclavista que borrar, y otros, una pieza de historia que respetar. El conflicto en sí muestra las heridas aún abiertas de un país en el que negros y blancos siguen separados por enormes barreras socioeconómicas.
En los disturbios del sábado, murió una mujer blanca de 32 años, Heather Hayer, atropellada por el coche que se lanzó premeditadamente contra los manifestantes antifascistas y que, presuntamente, conducía un joven supremacista llamado James Alex Field, ahora detenido. El FBI ha iniciado una investigación del caso en el marco de los derechos civiles. El viernes hubo imágenes inquietantes, hombres blancos, viejos y jóvenes portando antorchas, recordando los tiempos más oscuros del Ku Klux Klan (KKK).
La declaración de Trump tras el suceso dejó silencios tan elocuentes que un portavoz de la Casa Blanca tuvo que salir a aclarar que su rechazo a la violencia incluía también a neonazis, los miembros del KKK y el resto de extremistas representados en la manifestación.
El alcalde de Charlottesville, el demócrata Mike Signer, no solo criticó la tibieza del presidente –“fue un acto de terrorismo en el que se usó un coche como arma", dijo a la cadena NBC; “corresponde al presidente Trump decir que ya basta”, agregó- sino que le apuntó con el dedo. El alcalde acusó al republicano de alentar a los grupos racistas. "Miren la campaña electoral que llevó a cabo", dijo.
Ivanka, la primogénita de Trump, se desmarca: "El racismo, la supremacía blanca y los neonazis no pueden tener cabida". Ivanka se convirtió al judaísmo al casarse con Jared Kushner.
Senadores de su propio partido le reclamaron una condena cristalina a la violencia racista, empezando por ponerle nombre. “Es muy importante para la nación oir al presidente describir los acontecimientos como lo que son, un ataque terrorista por parte de los supremacistas blancos”, escribió en su cuenta de Twitter Marco Rubio, destacado republicano de Florida. Cory Gardner, de Colorado, también recalcó que “el presidente debe llamar las cosas por su nombre. Estos eran supremacistas blancos y esto era terrorismo doméstico”.
Terrorismo racista, ese es el riesgo que muchos políticos han pedido incorporar a la agenda de la amenaza terrorista en Estados Unidos. Lo hizo el consejero de Seguridad Nacional de Trump, el general H. R. McMaster. "Creo que podemos describirlo a las claras como una forma de terrorismo", dijo en la cadena NBC. La propia hija de Trump, Ivanka, que es además asesora presidencial, se desmarcó de lde su padre y denunció "el racismo, la supremacía blanca y los neonazis". Ivanka se convirtió al judaísmo al casarse con Jared Kushner. Y el fiscal general, Jeff Sessions, muy conservador y con acusaciones de racismo en el pasado, dijo que tales "hechos de intolerancia racial y odio" traicionan valores fundamentales y "no pueden ser tolerados".
Trump se había dejado querer por los supremacistas durante buena parte de la campaña, sin rechazar su apoyo ni condenar sus ideas, alegando incluso desconocimiento de estos grupos, aunque en marzo de 2016, en una entrevista con la CNN, sí llamó a David Duke, exlíder del Ku Klux Klan, “mala persona”. Su victoria, aun así, envalentonó a estos movimientos.
Extrema derecha venida a más
Richard Spencer, el padre del concepto de alt-right (derecha alternativa, en referencia a la extrema derecha), calificó en noviembre de “despertar” la victoria electoral de Trump y la celebró con consignas nazis en un acto celebrado en Washington. Del empresario neoyorquino es su retórica contra la inmigración y la corrección política. Y este les ha lanzado guiños: su exjefe de campaña y ahora estratega jefe en la Casa Blanca es Steve Bannon, un connotado agitador de la extrema derecha.
En Estados Unidos hay registrados casi un millar de los denominados grupos de odio. En los últimos meses ha habido sucesos perturbadores. El 31 de mayo alguien entró en el Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana de Washington, se dirigió a la sala dedicada a la segregación de los negros y dejó una soga. Y la del viernes no fue la primera marcha con antorchas en Charlottsville, hubo otra en la misma ciudad en mayo y una gran concentración de extremistas en julio.
Este fin de semana varios de los supremacistas blancos llevaban carteles a favor de Trump. Uno de los congregados era el propio David Duke, quien antes de los disturbios, dijo a la prensa que los manifestantes “iban a cumplir las promesas de Donald Trump” de “recuperar de vuelta nuestro país”. Pese a la críticas de tibieza, la condena por parte del presidente a los sucesos no le gustó: “Le recomendaría que se mirará al espejo y recordara que fueron los estadounidenses blancos los que te dieron la presidencia, no radicales izquierdistas”, le replicó.
Amanda Mars
Washington / Charlottesville, El País
Los graves disturbios de este fin de semana en Charlottesville (Virginia), a raíz de una marcha de supremacistas blancos, derivaron en un alud de críticas contra Donald Trump por la tibieza de su rechazo. Con una víctima mortal ya confirmada, en su primer gran incidente racista, había equiparado la “violencia de todas las partes” sin citar el racismo o el nazismo. Estos grupos han abrazado el trumpismo en su vertiente nacionalista y se han envalentonado con su victoria electoral. La Casa Blanca tuvo que aclarar que la condena del presidente les incluye. El alcalde de Charlottesville le acusó de azuzarles. La tragedia ha colocado a Trump ante un espejo incómodo.
La idea de una América postracial, que se acarició cuando por primera vez un afroamericano llamado Barack Obama llegó a la Casa Blanca, la de una era en la que la cuestión de la raza pasaría a un plano secundario, se antojó fantasiosa rápidamente. Todo el mandato del demócrata estuvo salpicado de incidentes racistas, a veces tragedias, que recuerdan lo viva que sigue la fractura social del país, la mala salud de hierro del viejo racismo.
La marcha de los supremacistas de Charlottesville el viernes tenía por objeto protestar contra la decisión del Ayuntamiento -paralizada por la justicia- de retirar una estatua del Robert E. Lee (1807-1870), general del Ejército Confederado durante la Guerra Civil. Algunos consideran la pieza un homenaje al pasado esclavista que borrar, y otros, una pieza de historia que respetar. El conflicto en sí muestra las heridas aún abiertas de un país en el que negros y blancos siguen separados por enormes barreras socioeconómicas.
En los disturbios del sábado, murió una mujer blanca de 32 años, Heather Hayer, atropellada por el coche que se lanzó premeditadamente contra los manifestantes antifascistas y que, presuntamente, conducía un joven supremacista llamado James Alex Field, ahora detenido. El FBI ha iniciado una investigación del caso en el marco de los derechos civiles. El viernes hubo imágenes inquietantes, hombres blancos, viejos y jóvenes portando antorchas, recordando los tiempos más oscuros del Ku Klux Klan (KKK).
La declaración de Trump tras el suceso dejó silencios tan elocuentes que un portavoz de la Casa Blanca tuvo que salir a aclarar que su rechazo a la violencia incluía también a neonazis, los miembros del KKK y el resto de extremistas representados en la manifestación.
El alcalde de Charlottesville, el demócrata Mike Signer, no solo criticó la tibieza del presidente –“fue un acto de terrorismo en el que se usó un coche como arma", dijo a la cadena NBC; “corresponde al presidente Trump decir que ya basta”, agregó- sino que le apuntó con el dedo. El alcalde acusó al republicano de alentar a los grupos racistas. "Miren la campaña electoral que llevó a cabo", dijo.
Ivanka, la primogénita de Trump, se desmarca: "El racismo, la supremacía blanca y los neonazis no pueden tener cabida". Ivanka se convirtió al judaísmo al casarse con Jared Kushner.
Senadores de su propio partido le reclamaron una condena cristalina a la violencia racista, empezando por ponerle nombre. “Es muy importante para la nación oir al presidente describir los acontecimientos como lo que son, un ataque terrorista por parte de los supremacistas blancos”, escribió en su cuenta de Twitter Marco Rubio, destacado republicano de Florida. Cory Gardner, de Colorado, también recalcó que “el presidente debe llamar las cosas por su nombre. Estos eran supremacistas blancos y esto era terrorismo doméstico”.
Terrorismo racista, ese es el riesgo que muchos políticos han pedido incorporar a la agenda de la amenaza terrorista en Estados Unidos. Lo hizo el consejero de Seguridad Nacional de Trump, el general H. R. McMaster. "Creo que podemos describirlo a las claras como una forma de terrorismo", dijo en la cadena NBC. La propia hija de Trump, Ivanka, que es además asesora presidencial, se desmarcó de lde su padre y denunció "el racismo, la supremacía blanca y los neonazis". Ivanka se convirtió al judaísmo al casarse con Jared Kushner. Y el fiscal general, Jeff Sessions, muy conservador y con acusaciones de racismo en el pasado, dijo que tales "hechos de intolerancia racial y odio" traicionan valores fundamentales y "no pueden ser tolerados".
Trump se había dejado querer por los supremacistas durante buena parte de la campaña, sin rechazar su apoyo ni condenar sus ideas, alegando incluso desconocimiento de estos grupos, aunque en marzo de 2016, en una entrevista con la CNN, sí llamó a David Duke, exlíder del Ku Klux Klan, “mala persona”. Su victoria, aun así, envalentonó a estos movimientos.
Extrema derecha venida a más
Richard Spencer, el padre del concepto de alt-right (derecha alternativa, en referencia a la extrema derecha), calificó en noviembre de “despertar” la victoria electoral de Trump y la celebró con consignas nazis en un acto celebrado en Washington. Del empresario neoyorquino es su retórica contra la inmigración y la corrección política. Y este les ha lanzado guiños: su exjefe de campaña y ahora estratega jefe en la Casa Blanca es Steve Bannon, un connotado agitador de la extrema derecha.
En Estados Unidos hay registrados casi un millar de los denominados grupos de odio. En los últimos meses ha habido sucesos perturbadores. El 31 de mayo alguien entró en el Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana de Washington, se dirigió a la sala dedicada a la segregación de los negros y dejó una soga. Y la del viernes no fue la primera marcha con antorchas en Charlottsville, hubo otra en la misma ciudad en mayo y una gran concentración de extremistas en julio.
Este fin de semana varios de los supremacistas blancos llevaban carteles a favor de Trump. Uno de los congregados era el propio David Duke, quien antes de los disturbios, dijo a la prensa que los manifestantes “iban a cumplir las promesas de Donald Trump” de “recuperar de vuelta nuestro país”. Pese a la críticas de tibieza, la condena por parte del presidente a los sucesos no le gustó: “Le recomendaría que se mirará al espejo y recordara que fueron los estadounidenses blancos los que te dieron la presidencia, no radicales izquierdistas”, le replicó.