Del infierno a la furia
Los del Cholo se fueron al descanso perdiendo 2-0 y arrollados por el Girona. Empataron después de que Griezmann fuera expulsado por simular un penalti que fue.
Patricia Cazón
As
Eran las 20:17 cuando, después de un profundo minuto de silencio, Martínez Munuera se llevaba el silbato a la boca y pitaba el comienzo de una historia, la de Montilivi, la del Girona en Primera, 87 años después de su propio principio. Bajo un cielo nublado y la grada llena, de emoción, esperanzas, Machín, en su banco, libreta blanca, boli en mano, no dejaba de tomar notas. La primera fue del equipo que iba de amarillo, el Atleti: un intento de remate de Torres en el que el balón se le quedó largo. Sería la última en mucho. Porque la siguiente anotación fue en rojiblanco, el suyo. Y la siguiente, y la siguiente, y la siguiente... Así hasta cansársele la mano.
A los cinco minutos el Girona, había perdido la timidez del que llega y ya trataba de escalar el muro del Cholo por un punto flaco: la espalda de Juanfran, como si sus botas las moviera Groucho Marx, cuando decía aquello de “tengo la intención de vivir para siempre, o morir intentándolo”. Un centro lo finalizó Aday, otro Stuani. El Atleti debió tomarlos como un aviso.
Machín cada vez escribía en renglones más erguidos: mientras el Atleti se estampaba una y otra vez contra las piernas de Bernardo y Muniesa, el Girona tenía la posesión, el físico y el criterio, con Borja, Aday y Maffeo incisivos y Portu todo pelea arriba. La consecuencia no tardaría: era la historia, que llamaba a la puerta en Montilivi, su primer gol en Primera. Lo marcó Stuani, de cabeza, tras uno de esos centros de Granell que eran de seda.
Si en éste, el primero, falló Koke, después Carrasco y más tarde Savic, dejando pasar el balón y los hombres rojiblancos como si no fuera con ellos, en el siguiente, dos minutos después, el fallo fue masivo. Pero es que ése sobre el campo era un Atleti desconocido, como si al vestir amarillo y faltarle Godín se le hubiese esfumado también la identidad. Cada balón colgado al área era un uy, su defensa, un holograma. Y Stuani lo aprovechó para escribir en letra más grande su nombre en esta historia. También de cabeza, también tras un centro de Granell, música por encima de la música.
Ni así despertaría el Atleti, cada vez más nervioso y ramplón. Nada de Gabi, nada de Griezmann, nada de nada. Tras otro fallo en cadena y parada de Oblak, Simeone se reuniría urgente en la banda con el Mono Burgos, pero sólo el árbitro con su silbato puso fin a su pesadilla en Montilivi. Nunca un descanso se deseó tanto.
La segunda parte comenzó como si nada hubiese cambiado y la banda de Juanfran una autopista para Borja y Aday a Oblak. Horrible, el lateral fue el primer cambio del Cholo que aprovechó para variar también su dibujo y pintarse como el Girona: con un 3-5-2 trataría de sujetar ese centro del campo donde Pons era un gigante y sus hombres agua. Pero entonces el árbitro pidió foco para precipitar aún más la noche sobre su banquillo: Griezmann cayó en el área y no sólo no pitó penalti, sino que le sacó amarilla (por simular) y después roja (por insultar). El Atleti se quedaba con diez. Le tocaba tirar de raza, ser el Atleti, hacer de la noche el día. Lo lograría.
Diez minutos después, un zapatazo de Correa a la escuadra se coló en la portería de Iraizoz como un grito enfurecido. Lo amplificó Giménez en el 85’, cabeceando a la red de Iraizoz una falta como si fuera la última de su vida. Fue el empate. Y Oblak la salvación. Porque si el Atleti amarraba un punto cuando el árbitro pitó el final fue gracias a la tremenda parada que le hizo a Kayode en la última jugada, el último suspiro. Un punto, tras tanto infierno. Un punto, por la furia. Uno. Exactamente igual que el año pasado, justo como no quería Simeone.
Patricia Cazón
As
Eran las 20:17 cuando, después de un profundo minuto de silencio, Martínez Munuera se llevaba el silbato a la boca y pitaba el comienzo de una historia, la de Montilivi, la del Girona en Primera, 87 años después de su propio principio. Bajo un cielo nublado y la grada llena, de emoción, esperanzas, Machín, en su banco, libreta blanca, boli en mano, no dejaba de tomar notas. La primera fue del equipo que iba de amarillo, el Atleti: un intento de remate de Torres en el que el balón se le quedó largo. Sería la última en mucho. Porque la siguiente anotación fue en rojiblanco, el suyo. Y la siguiente, y la siguiente, y la siguiente... Así hasta cansársele la mano.
A los cinco minutos el Girona, había perdido la timidez del que llega y ya trataba de escalar el muro del Cholo por un punto flaco: la espalda de Juanfran, como si sus botas las moviera Groucho Marx, cuando decía aquello de “tengo la intención de vivir para siempre, o morir intentándolo”. Un centro lo finalizó Aday, otro Stuani. El Atleti debió tomarlos como un aviso.
Machín cada vez escribía en renglones más erguidos: mientras el Atleti se estampaba una y otra vez contra las piernas de Bernardo y Muniesa, el Girona tenía la posesión, el físico y el criterio, con Borja, Aday y Maffeo incisivos y Portu todo pelea arriba. La consecuencia no tardaría: era la historia, que llamaba a la puerta en Montilivi, su primer gol en Primera. Lo marcó Stuani, de cabeza, tras uno de esos centros de Granell que eran de seda.
Si en éste, el primero, falló Koke, después Carrasco y más tarde Savic, dejando pasar el balón y los hombres rojiblancos como si no fuera con ellos, en el siguiente, dos minutos después, el fallo fue masivo. Pero es que ése sobre el campo era un Atleti desconocido, como si al vestir amarillo y faltarle Godín se le hubiese esfumado también la identidad. Cada balón colgado al área era un uy, su defensa, un holograma. Y Stuani lo aprovechó para escribir en letra más grande su nombre en esta historia. También de cabeza, también tras un centro de Granell, música por encima de la música.
Ni así despertaría el Atleti, cada vez más nervioso y ramplón. Nada de Gabi, nada de Griezmann, nada de nada. Tras otro fallo en cadena y parada de Oblak, Simeone se reuniría urgente en la banda con el Mono Burgos, pero sólo el árbitro con su silbato puso fin a su pesadilla en Montilivi. Nunca un descanso se deseó tanto.
La segunda parte comenzó como si nada hubiese cambiado y la banda de Juanfran una autopista para Borja y Aday a Oblak. Horrible, el lateral fue el primer cambio del Cholo que aprovechó para variar también su dibujo y pintarse como el Girona: con un 3-5-2 trataría de sujetar ese centro del campo donde Pons era un gigante y sus hombres agua. Pero entonces el árbitro pidió foco para precipitar aún más la noche sobre su banquillo: Griezmann cayó en el área y no sólo no pitó penalti, sino que le sacó amarilla (por simular) y después roja (por insultar). El Atleti se quedaba con diez. Le tocaba tirar de raza, ser el Atleti, hacer de la noche el día. Lo lograría.
Diez minutos después, un zapatazo de Correa a la escuadra se coló en la portería de Iraizoz como un grito enfurecido. Lo amplificó Giménez en el 85’, cabeceando a la red de Iraizoz una falta como si fuera la última de su vida. Fue el empate. Y Oblak la salvación. Porque si el Atleti amarraba un punto cuando el árbitro pitó el final fue gracias a la tremenda parada que le hizo a Kayode en la última jugada, el último suspiro. Un punto, tras tanto infierno. Un punto, por la furia. Uno. Exactamente igual que el año pasado, justo como no quería Simeone.