Charlottesville aleja a Trump de su partido, pero por ahora no de sus votantes

Un 64% de los republicanos apoya la posición equidistante del presidente sobre los disturbios raciales. Romney pide una disculpa pública al mandatario

Joan Faus
Washington, El País
Pocos lo imaginaban, pero la del 8 de noviembre de 2016 fue una noche soñada para el Partido Republicano. Donald Trump ganó las elecciones presidenciales y los conservadores mantuvieron la mayoría en las dos Cámaras del Congreso. Hacía nueve años que los republicanos no controlaban el poder ejecutivo y legislativo de Washington. Ese dominio permitió, además, la designación de un juez para la plaza vacante en el Tribunal Supremo, lo que garantizó la mayoría conservadora en la corte.


Nueve meses después, sin embargo, el panorama es mucho menos halagüeño. Trump está cada vez más aislado en su partido y alejado del establishment que siempre denostó. Los disturbios raciales de Charlottesville (Virginia), el pasado fin de semana, han agrandado la brecha.

El presidente desató una tormenta política cuando equiparó a supremacistas blancos y manifestantes antifascistas durante los enfrentamientos en la ciudad, donde un neonazi atropelló mortalmente a una manifestante en una marcha contra la extrema derecha e hirió a 19 personas. Nadie apoyó públicamente las palabras de Trump, excepto destacados supremacistas blancos.

La cúpula del Partido Republicano, expresidentes conservadores, los grandes empresarios que le asesoraban y hasta altos cargos militares censuraron al magnate inmobiliario. En un reflejo del sentir en los círculos republicanos, Bob Corker, un destacado senador cercano a Trump, cuestionó el jueves la “estabilidad y competencia” del mandatario. Y el viernes Mitt Romney, candidato republicano en las presidenciales de 2012, instó a Trump a disculparse por su posición equidistante respecto a los disturbios en Charlottesville. “Fuera intencionado o no, lo que comunicó alegró a los racistas, hizo llorar a las minorías y puso en estado de luto a la inmensa mayoría del corazón de América”, escribió en Facebook el exgobernador de Massachusetts.

Pero los guiños racistas en la enésima crisis de su corta presidencia apenas dañan a Trump entre sus fieles. La mayoría de votantes republicanos coinciden con la tesis del presidente de que tanto la extrema derecha como los contramanifestantes son responsables de la violencia racial en Charlottesville. Un 64% de republicanos tiene esta opinión, según una encuesta del jueves de SurveyMonkey. Un 18% cree que la extrema derecha es más responsable y un 17%, los antifascistas.

Entre los votantes demócratas e independientes, la inmensa mayoría culpa de los disturbios a la extrema derecha. Si se hace una media de todos los adultos consultados, el 46% responsabiliza a los racistas, el 40% a ambas partes y el 9% a los antirracistas.

George C. Edwards, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Texas A&M, subraya que Trump ha logrado mover al Partido Republicano hacia posiciones más extremas, por ejemplo en inmigración. “Eso no le gusta al establishment republicano, pero el establishment representa solo una parte del partido, que con Trump se ha situado mucho más alrededor de la clase trabajadora blanca”, dice por teléfono el experto en historia presidencial.

Edwards recuerda que la reforma sanitaria fracasó en el Congreso por las divisiones republicanas que impidieron sumar los votos necesarios, pero enfatiza que un 90% de los legisladores conservadores votaron a favor de la propuesta de Trump. Del mismo modo que la mayoría de votantes mantienen un sólido respaldo al presidente.

La fractura entre Trump y el aparato republicano ha crecido, pero no es insólita. “Transferimos el poder de Washington a vosotros, el pueblo americano. El establishment se protegió a sí mismo, pero no a los ciudadanos de este país”, proclamó el 20 de enero al jurar el cargo.

El cese, el viernes, de Steve Bannon, el estratega jefe de la Casa Blanca, ubicado en el extremo ideológico de los conservadores, es una victoria del establishment y una derrota del espíritu más rupturista del presidente.

Trump se presentó a las elecciones como el gran negociador y el antipolítico, pero en sus siete meses de presidencia no ha logrado ningún éxito legislativo. El mandatario no esconde su frustración pero se defiende, sugiriendo que la culpa es de otros. La investigación a los lazos de su entorno con Rusia es la “mayor caza de brujas de la historia” y es responsabilidad, entre muchos, de su fiscal general. Cualquier información crítica con su presidencia es una “noticia falsa” de la prensa. Y el naufragio de su propuesta de reforma sanitaria es resultado de la incompetencia del Congreso.

Este último frente de ataque se agudizó la semana pasada, cuando Trump atacó al líder republicano del Senado, Mitch McConnell. La ofensiva empezó en Twitter y se redobló en declaraciones públicas, en las que el presidente llegó a sugerir que McConnell debería dimitir si en los próximos meses no logra la aprobación de ninguna de las iniciativas estrella de Trump, como una reforma sanitaria, fiscal o de infraestructuras.

Lo que parece obviar el presidente son los riesgos de su retórica contra McConnell, arquetipo del aparato republicano y sabio conocedor de los pasillos del poder de Washington. “No es común. Los presidentes normalmente no critican públicamente a gente de la que dependen enormemente, como Trump con McConnell”, dice el experto Edwards.

El historiador subraya que Trump y McConnell comparten objetivos, por ejemplo en su deseo de acabar con la reforma sanitaria de Barack Obama y bajar impuestos. Pero advierte de que el líder del Senado es mucho más reticente a apoyar grandes propuestas de gasto de Trump, como su paquete de inversión en infraestructuras o su promesa de levantar un muro fronterizo con México. En esos asuntos es donde enemistarse con McConnell —marido de Elaine Chao, secretaria de Transporte de Trump— puede ser un error fatal del presidente si pretende hacer avanzar su agenda legislativa.

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