Crítica 'Juego de Tronos' 7x01: 'Rocadragón', ¡vuelve la serie!
TV
Un capítulo de transición. Eso es lo que ha sido el arranque de temporada de la séptima temporada de 'Juego de Tronos'. Alguien dijo alguna vez de 'Narcos' que era una película muy larga, que cortaba entre episodios con la arbitrariedad temporal de los 50 minutos por capítulo, pero sin que importase en absoluto el aspecto narrativo formal que se le presupone a una serie. 'Juego de Tronos' traduce esa idea a los saltos entre las diferentes temporadas. Con el inicio de la séptima, retomamos en el momento posterior al desenlace de la temporada seis, y en este nuevo episodio, Rocadragón, se sitúan los personajes que protagonizarán los encuentros. Ahora sí, 'Juego de Tronos' está de vuelta.
Un capítulo transicional, que no pasará a la historia de la serie, pero del que nos podemos llevar varios momentos de genialidad al tratar de ahondar en la psicología de algunos de los personajes. Algo fascinante de la serie de Martin es la capacidad de que los personajes pasen del lado de la luz al de la oscuridad, tomando por el trayecto una infinita cantidad de tonalidades. A este respecto, los que se presuponen villanos siempre terminan siendo personajes más interesantes, por la riqueza de matices, mientras que los enteramente bondadosos, los sufridores, acaban pecando de ingenuidad. Así, Cersei y el Perro sostienen, junto a Sansa Stark, los primeros cincuenta minutos de ficción, mientras que el ingenuo, otra vez, es Jon Nieve.
Un capítulo de transición. Eso es lo que ha sido el arranque de temporada de la séptima temporada de 'Juego de Tronos'. Alguien dijo alguna vez de 'Narcos' que era una película muy larga, que cortaba entre episodios con la arbitrariedad temporal de los 50 minutos por capítulo, pero sin que importase en absoluto el aspecto narrativo formal que se le presupone a una serie. 'Juego de Tronos' traduce esa idea a los saltos entre las diferentes temporadas. Con el inicio de la séptima, retomamos en el momento posterior al desenlace de la temporada seis, y en este nuevo episodio, Rocadragón, se sitúan los personajes que protagonizarán los encuentros. Ahora sí, 'Juego de Tronos' está de vuelta.
Un capítulo transicional, que no pasará a la historia de la serie, pero del que nos podemos llevar varios momentos de genialidad al tratar de ahondar en la psicología de algunos de los personajes. Algo fascinante de la serie de Martin es la capacidad de que los personajes pasen del lado de la luz al de la oscuridad, tomando por el trayecto una infinita cantidad de tonalidades. A este respecto, los que se presuponen villanos siempre terminan siendo personajes más interesantes, por la riqueza de matices, mientras que los enteramente bondadosos, los sufridores, acaban pecando de ingenuidad. Así, Cersei y el Perro sostienen, junto a Sansa Stark, los primeros cincuenta minutos de ficción, mientras que el ingenuo, otra vez, es Jon Nieve.
La autoproclamada reina de los Siete Reinos, Cersei Lannisters, se apodera del desarrollo una vez más. Una más. 'Juego de Tronos' vuelve a recordarnos con Cersei aquello tan manido de Ortega y Gasset de que una mujer es "ella con sus circunstancias". La vida del sufrimiento es lo que dibuja la piel de la reina, que ya no tiene más remedio que luchar por el dominio Lannister a lo largo de los Siete Reinos sólo para ella y Jaime Lannister, al haber dado sepultura, uno por uno, a todos sus hijos incestuosos.
El poder hipnótico de Cersei ha sostenido la serie en sus momentos más bajos, y Lena Headey no pierde fuelle a pesar del transcurso de temporadas y la dureza de la trama que siempre ha atravesado, y seguro atravesará. Entre la compasión y el odio se ha movido, la que unos días es arpía y otros sufridora. Hoy Cersei se descubre absurdamente confiada, porque, a pesar de estar en una situación muy delicada sin los aliados suficientes para la batalla que se avecina, cualquier panorama es más favorable a su etapa bajo el yugo del Gorrión Supremo. Jaime, mientras tanto, navega entre la estupefacción y la incredulidad, enfrentado como un Pepito Grillo a la irracional confianza de la reina.
Mientras tanto en Invernalia
Sin embargo, el interés principal de este episodio se encuentra en los salones de Invernalia, con la extraña relación que mantienen los dos hermanos (primos) Sansa y Jon Nieve. Cerramos la sexta temporada con la confianza de Jon Nieve como nuevo rey en el norte, mientras que Sansa se ve abocada a un plano de consorte bajo la mirada inquisitiva de Meñique. Mientras los personajes desconocen el verdadero origen de Jon Nieve, algo que nosotros sí sabemos, la elección de los norteños se dirimía entre confiar en la sangre legítima de una mujer, Sansa, o la espada de un bastardo, Jon. Jon es el nombrado rey, pero Sansa reclama el lugar que le corresponde: realmente ella posee la legitimidad en el norte por sus lazos de sangre, y, por encima de ellos, también conoce mucho mejor a sus enemigos al sur. Sin embargo, y en buena de medida de esto trata 'Juego de Tronos': Sansa, mujer, termina siendo escupida de los círculos de hombres que tradicionalmente no le corresponden. Arranca un punto de malestar, en el que una madura Stark, que establece un paralelismo en el carácter con Cersei por haber atravesado circunstancias muy parecidas y difíciles, impone respeto, mientras que el cada vez más insulso Jon Nieve sólo tiene para ella miradas tiernas y palabras paternales de protección y pantomima. Con tensión cerramos en Invernalia la sexta temporada, y con necesaria tensión volvemos a los salones del castillo.
Estos son los dos puntos de lucidez de un inicio de temporada tibio pero efectivo, que sienta las bases de lo que necesariamente está llamada a desarrollar la nueva etapa de la serie. Con los muertos avanzando hasta el muro, y las tropas de Daenerys desembarcadas en Poniente, todos los llamados a la batalla están en el mismo continente. Hay dos enemigos mayores en los Siete Reinos: Cersei en el trono y los muertos en El Muro. Mientras las alianzas parecen muy claras para derrocar a los Lannister, o al menos intentarlo, el progreso de los muertos es el elemento desestabilizador que Martin cuida como Macguffin desde el inicio de la saga. La pregunta es obvia: ¿lograrán los reinos luchar juntos frente a la amenaza común? La respuesta es consabida: no. El momento convulso de la amenaza de los muertos será el caldo de cultivo para las traiciones más feroces que ha visto la serie nunca.