Cientos de miles de turcos se manifiestan en Estambul por la Justicia y contra Erdogan
El líder de la oposición anuncia que continuarán las movilizaciones masivas
Andrés Mourenza
Estambul, El País
“Que nadie piense que esto culmina con esta marcha, sólo ha sido un primer paso”. En un duro discurso en el que tachó al Gobierno turco de dictatorial y lo comparó con la Alemania de Hitler, el jefe de la oposición, Kemal Kiliçdaroglu, presidente de la formación socialdemócrata CHP, se reivindicó como nuevo líder de la contestación al polémico presidente turco Recep Tayyip Erdogan. El mitin presidido por Kiliçdaroglu, que congregó en Estambul a cientos de miles de personas (más de un millón según los organizadores), era el punto final de la Marcha de la Justicia que durante 25 días ha llevado al político centroizquierdista a recorrer los más de 400 kilómetros que separan la capital del país, Ankara, de Estambul, el lugar donde se encuentra la cárcel en la que está internado su compañero y diputado del CHP, Enis Berberoglu, condenado a 25 años de cárcel por filtrar a la prensa un vídeo que demostraría que el Gobierno turco envió armas a los rebeldes sirios de forma ilegal. Esta condena, que Kiliçdaroglu considera “dictada” por el propio Erdogan a los tribunales, fue “la gota que colmó el vaso” de la paciencia de la oposición y llevó al líder del CHP a iniciar su marcha.
La marcha y el mitin de Estambul han sido el primer gran pulso en la calle de la oposición al Ejecutivo turco desde la revuelta de Gezi en 2013 y han servido para visibilizar el descontento de aquellos que no apoyan a los islamistas que dirigen el país desde hace casi tres lustros. “Hemos caminado por la justicia que no existe en Turquía, por los diputados y periodistas presos, por los profesores y académicos despedidos, por los sectores más pobres de Turquía. Un Estado no puede vivir sin justicia. Por eso lo primero es la justicia, y el respeto del [Estado de] derecho. Y [actualmente] el poder judicial está bajo el monopolio del Ejecutivo”, denunció Kiliçdaroglu.
Ante él se extendía un mar rojiblanco compuesto por miles de enseñas de Turquía y banderines con la palabra Adalet (Justicia) ondeados por cientos de miles de manifestantes llegados desde diversas ciudades del país y desde todos los barrios de Estambul. “En un país en el que no hay justicia no puede funcionar nada”, justifica Fuat Karakaca, un ingeniero jubilado de 77 años que acompañó la marcha durante la última semana, durmiendo sobre una esterilla que cargaba a su espalda. La piel de sus brazos y cara enrojecida por el sol era la prueba de sus palabras: “Hace tiempo que teníamos que haber hecho algo así, pero mejor tarde que nunca. Y yo creo que tendrá un efecto positivo”.
El líder opositor Kemal Kiliçdaroglu presentó en Estambul un “Llamamiento por la Justicia” de diez puntos, en el que instó al Gobierno islamista a dejar de utilizar como excusa para sus purgas y sus maniobras políticas el fallido intento de golpe de Estado del año pasado. Entre las medidas que exige la oposición está el fin del estado de emergencia que rige en el país desde hace casi doce meses; la liberación de los más de 150 periodistas presos; la anulación del contestado referéndum del pasado mes de abril y la marcha atrás de la reforma constitucional aprobada en dicho plebiscito que, a partir de 2019, transformará el sistema turco en un régimen presidencialista. Por tanto, exige que se preserve un sistema “parlamentario y democrático” en el que se respete la separación de poderes y el poder político “no dicte órdenes” a los tribunales.
Erkan Yilmaz, otro participante en el mitin, es él mismo testigo de la situación que se vive en Turquía debido a su profesión, abogado: “Quienes gobiernan en Turquía cambian las leyes a su antojo a cada minuto así que a esto no se le puede llamar Estado de derecho, es una comedia”. Pero la protesta iniciada por el líder de la oposición le ha dado esperanza de que las cosas cambien: “Porque esto no puede seguir así, no puede ser que estos bufones continúen gobernando un país tan grande como si se tratase de su finca”.
Aunque entre los participantes había representantes de todos los sectores profesionales y sociales, en su mayoría se trataba de integrantes de la clase media laica de Turquía, esa clase media que ha aumentado en número durante los años de crecimiento económico vividos bajo el Gobierno de Erdogan pero que, al mismo tiempo, ve atacado su estilo de vida por los islamistas. La conversión de numerosas escuelas públicas y escuelas religiosas, la retirada del estudio de la evolución del currículo educativo, las restricciones al consumo de alcohol, la impronta religiosa que, cada vez más, tiñe los discursos de las autoridades turcas, asustan a la Turquía laica, como deja claro Makbule, dependienta en una tienda de relojes y madre de dos criaturas: “Estoy aquí por mis hijos, para que puedan vivir en el futuro en un país justo. Porque hay una persona que se quiere hacer con el control absoluto del país y marginar a todos aquellos que no pensamos como él”.
Cada vez más desatado, el mismo Erdogan que exige al CHP que acepte el dictamen de los tribunales y la condena a su diputado, tacha de “terrorista” al líder del partido kurdo HDP, Selahattin Demirtas, encarcelado desde hace meses, y de “golpistas” a los diez activistas de derechos humanos detenidos esta semana en Estambul, pese a que la Justicia todavía no se ha pronunciado sobre sus acusaciones. “Erdogan dice que tal o cual persona será duramente castigada. ¿Cómo lo sabe? —se preguntó Kiliçdaroglu e inmediatamente se respondió—, porque él mismo es el que da la orden a los tribunales”.
“Los que nos manifestamos somos gente normal, que ama su país. Representamos al 50% de la población”, afirman Volkan y Gökçe Avci, una joven pareja de empleados de banca, haciendo referencia al resultado del plebiscito del pasado abril en el que se votó una reforma constitucional que dará amplios poderes al presidente turco pero cuyo resultado reveló que la sociedad del país euroasiático está dividida en dos mitades prácticamente iguales: la de aquellos que aman a Erdogan y la de aquellos que lo odian. “Si los que participamos en la Marcha de la Justicia somos terroristas —prosigue Volkan—, entonces la mitad de este país son terroristas”.
Andrés Mourenza
Estambul, El País
“Que nadie piense que esto culmina con esta marcha, sólo ha sido un primer paso”. En un duro discurso en el que tachó al Gobierno turco de dictatorial y lo comparó con la Alemania de Hitler, el jefe de la oposición, Kemal Kiliçdaroglu, presidente de la formación socialdemócrata CHP, se reivindicó como nuevo líder de la contestación al polémico presidente turco Recep Tayyip Erdogan. El mitin presidido por Kiliçdaroglu, que congregó en Estambul a cientos de miles de personas (más de un millón según los organizadores), era el punto final de la Marcha de la Justicia que durante 25 días ha llevado al político centroizquierdista a recorrer los más de 400 kilómetros que separan la capital del país, Ankara, de Estambul, el lugar donde se encuentra la cárcel en la que está internado su compañero y diputado del CHP, Enis Berberoglu, condenado a 25 años de cárcel por filtrar a la prensa un vídeo que demostraría que el Gobierno turco envió armas a los rebeldes sirios de forma ilegal. Esta condena, que Kiliçdaroglu considera “dictada” por el propio Erdogan a los tribunales, fue “la gota que colmó el vaso” de la paciencia de la oposición y llevó al líder del CHP a iniciar su marcha.
La marcha y el mitin de Estambul han sido el primer gran pulso en la calle de la oposición al Ejecutivo turco desde la revuelta de Gezi en 2013 y han servido para visibilizar el descontento de aquellos que no apoyan a los islamistas que dirigen el país desde hace casi tres lustros. “Hemos caminado por la justicia que no existe en Turquía, por los diputados y periodistas presos, por los profesores y académicos despedidos, por los sectores más pobres de Turquía. Un Estado no puede vivir sin justicia. Por eso lo primero es la justicia, y el respeto del [Estado de] derecho. Y [actualmente] el poder judicial está bajo el monopolio del Ejecutivo”, denunció Kiliçdaroglu.
Ante él se extendía un mar rojiblanco compuesto por miles de enseñas de Turquía y banderines con la palabra Adalet (Justicia) ondeados por cientos de miles de manifestantes llegados desde diversas ciudades del país y desde todos los barrios de Estambul. “En un país en el que no hay justicia no puede funcionar nada”, justifica Fuat Karakaca, un ingeniero jubilado de 77 años que acompañó la marcha durante la última semana, durmiendo sobre una esterilla que cargaba a su espalda. La piel de sus brazos y cara enrojecida por el sol era la prueba de sus palabras: “Hace tiempo que teníamos que haber hecho algo así, pero mejor tarde que nunca. Y yo creo que tendrá un efecto positivo”.
El líder opositor Kemal Kiliçdaroglu presentó en Estambul un “Llamamiento por la Justicia” de diez puntos, en el que instó al Gobierno islamista a dejar de utilizar como excusa para sus purgas y sus maniobras políticas el fallido intento de golpe de Estado del año pasado. Entre las medidas que exige la oposición está el fin del estado de emergencia que rige en el país desde hace casi doce meses; la liberación de los más de 150 periodistas presos; la anulación del contestado referéndum del pasado mes de abril y la marcha atrás de la reforma constitucional aprobada en dicho plebiscito que, a partir de 2019, transformará el sistema turco en un régimen presidencialista. Por tanto, exige que se preserve un sistema “parlamentario y democrático” en el que se respete la separación de poderes y el poder político “no dicte órdenes” a los tribunales.
Erkan Yilmaz, otro participante en el mitin, es él mismo testigo de la situación que se vive en Turquía debido a su profesión, abogado: “Quienes gobiernan en Turquía cambian las leyes a su antojo a cada minuto así que a esto no se le puede llamar Estado de derecho, es una comedia”. Pero la protesta iniciada por el líder de la oposición le ha dado esperanza de que las cosas cambien: “Porque esto no puede seguir así, no puede ser que estos bufones continúen gobernando un país tan grande como si se tratase de su finca”.
Aunque entre los participantes había representantes de todos los sectores profesionales y sociales, en su mayoría se trataba de integrantes de la clase media laica de Turquía, esa clase media que ha aumentado en número durante los años de crecimiento económico vividos bajo el Gobierno de Erdogan pero que, al mismo tiempo, ve atacado su estilo de vida por los islamistas. La conversión de numerosas escuelas públicas y escuelas religiosas, la retirada del estudio de la evolución del currículo educativo, las restricciones al consumo de alcohol, la impronta religiosa que, cada vez más, tiñe los discursos de las autoridades turcas, asustan a la Turquía laica, como deja claro Makbule, dependienta en una tienda de relojes y madre de dos criaturas: “Estoy aquí por mis hijos, para que puedan vivir en el futuro en un país justo. Porque hay una persona que se quiere hacer con el control absoluto del país y marginar a todos aquellos que no pensamos como él”.
Cada vez más desatado, el mismo Erdogan que exige al CHP que acepte el dictamen de los tribunales y la condena a su diputado, tacha de “terrorista” al líder del partido kurdo HDP, Selahattin Demirtas, encarcelado desde hace meses, y de “golpistas” a los diez activistas de derechos humanos detenidos esta semana en Estambul, pese a que la Justicia todavía no se ha pronunciado sobre sus acusaciones. “Erdogan dice que tal o cual persona será duramente castigada. ¿Cómo lo sabe? —se preguntó Kiliçdaroglu e inmediatamente se respondió—, porque él mismo es el que da la orden a los tribunales”.
“Los que nos manifestamos somos gente normal, que ama su país. Representamos al 50% de la población”, afirman Volkan y Gökçe Avci, una joven pareja de empleados de banca, haciendo referencia al resultado del plebiscito del pasado abril en el que se votó una reforma constitucional que dará amplios poderes al presidente turco pero cuyo resultado reveló que la sociedad del país euroasiático está dividida en dos mitades prácticamente iguales: la de aquellos que aman a Erdogan y la de aquellos que lo odian. “Si los que participamos en la Marcha de la Justicia somos terroristas —prosigue Volkan—, entonces la mitad de este país son terroristas”.