ANÁLISIS / Venezuela en el terrible péndulo de Russell
El país se hunde en el círculo vicioso entre autoritarismo y brotes de caos anárquico
Andrea Rizzi
El País
En su admirable Historia de la filosofía occidental, Bertrand Russell reflexiona sobre una suerte de tendencia pendular de muchas civilizaciones que, a lo largo de su historia, han pasado de sistemas dogmáticos/tiránicos a situaciones caóticas/anárquicas y viceversa. Los dos factores son causas desencadenantes recíprocas, en un círculo vicioso perenne a lo largo de siglos. El autoritarismo genera rebelión. El caos abre paso a la rigidez.
El individualismo descontrolado es obviamente un elemento nocivo para el progreso de las sociedades. En el tiempo moderno, Russell observa dos corrientes de pensamiento para hacer frente a las “formas más dementes de subjetivismo”. Por un lado, la que define como la doctrina del culto (hasta idolatría) al Estado. Hobbes, Rousseau y Hegel representan distintas variantes de esa teoría, en la que ahondan sus raíces las experiencias históricas de Cromwell, Napoleón, los regímenes totalitarios del siglo XX y muchas otras.
Por el otro, sostiene Russell, se encuentra la doctrina del liberalismo, que intenta delimitar las esferas correspondientes al Gobierno y al individuo. Comienza en su forma moderna con Locke, que se opone tanto a la libertad absoluta anarcoide como a la autoridad absoluta.
Russell apuntaba a la democracia liberal como elemento capaz de cortocircuitar el dramático péndulo entre tiranía y caos. Cuando escribió esas líneas, publicadas al final de la II Guerra Mundial, no sabía que dos importantes experiencias validarían su tesis. En positivo, Alemania, donde el arraigo de la democracia liberal cortó el círculo vicioso. En negativo, Rusia, donde el fracaso en la implantación de ese modelo hizo transitar el país del autoritarismo soviético al caos yeltsiniano y de nuevo al autoritarismo, ahora putiniano.
Venezuela, tristemente, parece instalada en esa dramática tendencia pendular que describía el gran pensador británico. El chavismo se enroca en el autoritarismo; la protesta cobra intensidad. En el choque, se abren paso crecientes bolsas de caos y anarquía. La comunidad internacional no debería ahorrar esfuerzos para evitar que la deflagración sea completa y que la deriva conflictiva/anárquica llegue demasiado lejos.
Pero es dudoso que la solución pueda llegar desde fuera. Incluso en casos de gran cohesión de la comunidad internacional como, en circunstancias diferentes, el del Sudáfrica del apartheid, hicieron falta un Mandela y un De Klerk. La solución real solo puede brotar desde dentro, en Venezuela. Sería útil, quizá, un John Locke contemporáneo en Venezuela. O quizá, mejor todavía, un Bertrand Russell, con sus claras críticas del totalitarismo soviético, pero también del imperialismo. Su escepticismo ante los dogmas, pero su profunda humanidad. Su pacifismo y su valentía a la hora de afirmar opiniones, nunca dictadas por el oportunismo/populismo. Un “campeón sin miedo de la libertad de expresión y pensamiento”, como se le calificaba en la presentación de la entrega del Premio Nobel de Literatura del año 1950. Harán falta líderes con una estatura moral, una valentía y una claridad de visión asombrosa para sustraer a Venezuela del agujero negro que la atrae inexorablemente hacia la destrucción.
Andrea Rizzi
El País
En su admirable Historia de la filosofía occidental, Bertrand Russell reflexiona sobre una suerte de tendencia pendular de muchas civilizaciones que, a lo largo de su historia, han pasado de sistemas dogmáticos/tiránicos a situaciones caóticas/anárquicas y viceversa. Los dos factores son causas desencadenantes recíprocas, en un círculo vicioso perenne a lo largo de siglos. El autoritarismo genera rebelión. El caos abre paso a la rigidez.
El individualismo descontrolado es obviamente un elemento nocivo para el progreso de las sociedades. En el tiempo moderno, Russell observa dos corrientes de pensamiento para hacer frente a las “formas más dementes de subjetivismo”. Por un lado, la que define como la doctrina del culto (hasta idolatría) al Estado. Hobbes, Rousseau y Hegel representan distintas variantes de esa teoría, en la que ahondan sus raíces las experiencias históricas de Cromwell, Napoleón, los regímenes totalitarios del siglo XX y muchas otras.
Por el otro, sostiene Russell, se encuentra la doctrina del liberalismo, que intenta delimitar las esferas correspondientes al Gobierno y al individuo. Comienza en su forma moderna con Locke, que se opone tanto a la libertad absoluta anarcoide como a la autoridad absoluta.
Russell apuntaba a la democracia liberal como elemento capaz de cortocircuitar el dramático péndulo entre tiranía y caos. Cuando escribió esas líneas, publicadas al final de la II Guerra Mundial, no sabía que dos importantes experiencias validarían su tesis. En positivo, Alemania, donde el arraigo de la democracia liberal cortó el círculo vicioso. En negativo, Rusia, donde el fracaso en la implantación de ese modelo hizo transitar el país del autoritarismo soviético al caos yeltsiniano y de nuevo al autoritarismo, ahora putiniano.
Venezuela, tristemente, parece instalada en esa dramática tendencia pendular que describía el gran pensador británico. El chavismo se enroca en el autoritarismo; la protesta cobra intensidad. En el choque, se abren paso crecientes bolsas de caos y anarquía. La comunidad internacional no debería ahorrar esfuerzos para evitar que la deflagración sea completa y que la deriva conflictiva/anárquica llegue demasiado lejos.
Pero es dudoso que la solución pueda llegar desde fuera. Incluso en casos de gran cohesión de la comunidad internacional como, en circunstancias diferentes, el del Sudáfrica del apartheid, hicieron falta un Mandela y un De Klerk. La solución real solo puede brotar desde dentro, en Venezuela. Sería útil, quizá, un John Locke contemporáneo en Venezuela. O quizá, mejor todavía, un Bertrand Russell, con sus claras críticas del totalitarismo soviético, pero también del imperialismo. Su escepticismo ante los dogmas, pero su profunda humanidad. Su pacifismo y su valentía a la hora de afirmar opiniones, nunca dictadas por el oportunismo/populismo. Un “campeón sin miedo de la libertad de expresión y pensamiento”, como se le calificaba en la presentación de la entrega del Premio Nobel de Literatura del año 1950. Harán falta líderes con una estatura moral, una valentía y una claridad de visión asombrosa para sustraer a Venezuela del agujero negro que la atrae inexorablemente hacia la destrucción.