Trump retira a EE UU del Acuerdo de París contra el cambio climático
El presidente da un giro aislacionista y abandona la lucha contra uno de los desafíos más inquietantes de la humanidad
Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
Estados Unidos ha dejado de ser un aliado del planeta. Donald Trump dio rienda suelta hoy a sus impulsos más radicales y decidió romper con el “debilitante, desventajoso e injusto” Acuerdo de París contra el cambio climático. La retirada del pacto firmado por 195 países marca una divisoria histórica. Con la salida, el presidente de la nación más poderosa del mundo no sólo da la espalda a la ciencia, ahonda la fractura con Europa y menoscaba su propio liderazgo, sino que ante uno de los más inquietantes desafíos de la humanidad, abandona la lucha. La era Trump, oscura y vertiginosa, se acelera.
La señal es inequívoca. Tras haber rechazado el Acuerdo del Pacífico (TPP) e impuesto una negociación a bayoneta calada con México y Canadá en el Tratado de Libre Comercio, el presidente ha abierto la puerta que tantos temían. De nada sirvió la presión de Naciones Unidas o la Unión Europea, ni de gigantes energéticos como Exxon, General Electric o Chevron. Ni siquiera el grito unánime de la comunidad científica ha sido escuchado. Trump puso la lupa en los “intereses nacionales” y consumó el giro aislacionista frente a un acuerdo refrendado por todo el planeta, excepto Nicaragua y Siria.
“He cumplido una tras otra mis promesas. La economía ha crecido y esto solo ha empezado. No vamos a perder empleos. Por la gente de este país salimos del acuerdo. Estoy dispuesto a renegociar otro favorable para Estados Unidos, pero que sea justo para sus trabajadores, contribuyentes y empresas. Es hora de poner a Youngstown, Detroit y Pittsburgh por delante de París”, clamó Trump.
Es la doctrina de América Primero. Ese programa, mezcla de patriotismo económico y xenofobia, que contra todo pronóstico le hizo ganar la Casa Blanca. A esta amalgama apela Trump cada vez que ve peligrar su estabilidad. Como ahora. Acosado por el escándalo de la trama rusa, sometido a la presión de las encuestas, vapuleado por los grandes medios progresistas ha lanzado un directo al mundo con la esperanza de encontrar el aplauso de sus votantes más fieles, la masa blanca y empobrecida que culpa a la globalización de todos sus males. “Fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh, no de París. No se puede poner a los trabajadores ante el riesgo de perder sus empleos. No podemos estar en permanente desventaja”, afirmó Trump.
La ruptura es crucial, pero no representa una sorpresa. Pese a que EEUU es el segundo emisor global de gases de efecto invernadero, Trump siempre se ha mostrado reacio al Acuerdo de París. En numerosas ocasiones ha negado que el aumento de las temperaturas se deba a la mano del hombre. Incluso se ha burlado de ello. “Acepto que el cambio climático esté causando algunos problemas: nos hace gastar miles de millones de dólares en desarrollar tecnologías que no necesitamos”, ha escrito en América lisiada, su libro programático.
Pero más que el rechazo al consenso científico, lo que realmente movió hoy a Trump fue el cálculo económico. En su discurso el pacto se convirtió en un mero acuerdo comercial. Injusto y peligroso para EEUU. Una barrera burocrática que, a su juicio, impide la libre expansión industrial y que sólo ofrece ventajas competitivas a China e India. “Este acuerdo tiene poco que ver con el clima y más con otros países sacando ventaja de Estados Unidos. Es un castigo para EEUU. China puede subir sus emisiones, frente a las restricciones que nos hemos impuesto. E India puede doblar su producción de carbón. Este pacto debilita la economía estadounidense, redistribuye nuestra riqueza fuera y no nos permite utilizar todos nuestros recursos energéticos”, remachó.
Tomada la decisión, la salida es fácil, aunque técnicamente lenta. A diferencia del Protocolo de Kioto, que abandonó George W. Bush en 2001, el Acuerdo de París no es vinculante. No ha sido ratificado por el Senado y carece de penalizaciones. Su aglutinante es el compromiso. En este marco, cada país es libre de decidir su propio camino a la hora de recortar emisiones de gases de efecto invernadero. Lo importante es evitar que a finales de siglo la temperatura mundial supere en dos grados el nivel preindustrial (ahora mismo ya ha aumentado 1,1º).
Para lograrlo, Barack Obama ofreció reducir las emisiones de EEUU entre un 26% y 28% para 2025 respecto a los niveles de 2005. Pero las medidas que puso en marcha ya han sido frenadas por Trump. En cuatro meses de mandato ha firmado 14 órdenes ejecutivas destinadas a desmantelarlas y ha situado a la cabeza de la influyente Agencia de Protección Ambiental a Scott Pruitt, considerado un caballo de Troya de la industria más contaminante. Pruitt siempre ha rechazado que el hombre sea causante del cambio climático y, como fiscal general de Oklahoma, llegó a demandar 14 veces a la agencia que ahora dirige siguiendo las directrices de las grandes compañías petroleras y eléctricas.
La retirada del Acuerdo de París representa la victoria del Trump más retrógrado y de sus asesores más radicales, los forjadores de la doctrina del patriotismo económico. En esta batalla, el estratega jefe, Steve Bannon; el consejero de Comercio, Peter Navarro, y el propio Pruitt, han doblado la mano a los que se oponían: a Ivanka Trump; a su marido, Jared Kushner; al secretario de Energía, Rick Perry, y al de Estado, Rex Tillerson, antiguo director ejecutivo de Exxon, una compañía que hasta el último momento ha pedido que EEUU se mantenga en el pacto.
El pulso ha sido largo y penoso. Ha sufrido continuos aplazamientos, y Trump no ha parado de oscilar. Fiel a su estilo, el presidente ha mantenido todos los platillos en el aire hasta el último momento. Ha consultado, presionado y preguntado. Al final, se ha decidido por aquello que le dictaba el interés más inmediato. La supervivencia electoral.
En este vuelco, el largo plazo y los objetivos estratégicos han quedado malparados. Estados Unidos retrocede en su capacidad de liderazgo y abandona un espacio privilegiado que China, el mayor emisor global, ya ha señalado que quiere ocupar. No sólo es que Washington fomente la deserción de otros países o que golpee en el hígado a la ciencia, sino que frente a uno de los mayores retos del planeta, tira la toalla. Con Trump en la Casa Blanca, el mundo está más solo.
Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
Estados Unidos ha dejado de ser un aliado del planeta. Donald Trump dio rienda suelta hoy a sus impulsos más radicales y decidió romper con el “debilitante, desventajoso e injusto” Acuerdo de París contra el cambio climático. La retirada del pacto firmado por 195 países marca una divisoria histórica. Con la salida, el presidente de la nación más poderosa del mundo no sólo da la espalda a la ciencia, ahonda la fractura con Europa y menoscaba su propio liderazgo, sino que ante uno de los más inquietantes desafíos de la humanidad, abandona la lucha. La era Trump, oscura y vertiginosa, se acelera.
La señal es inequívoca. Tras haber rechazado el Acuerdo del Pacífico (TPP) e impuesto una negociación a bayoneta calada con México y Canadá en el Tratado de Libre Comercio, el presidente ha abierto la puerta que tantos temían. De nada sirvió la presión de Naciones Unidas o la Unión Europea, ni de gigantes energéticos como Exxon, General Electric o Chevron. Ni siquiera el grito unánime de la comunidad científica ha sido escuchado. Trump puso la lupa en los “intereses nacionales” y consumó el giro aislacionista frente a un acuerdo refrendado por todo el planeta, excepto Nicaragua y Siria.
“He cumplido una tras otra mis promesas. La economía ha crecido y esto solo ha empezado. No vamos a perder empleos. Por la gente de este país salimos del acuerdo. Estoy dispuesto a renegociar otro favorable para Estados Unidos, pero que sea justo para sus trabajadores, contribuyentes y empresas. Es hora de poner a Youngstown, Detroit y Pittsburgh por delante de París”, clamó Trump.
Es la doctrina de América Primero. Ese programa, mezcla de patriotismo económico y xenofobia, que contra todo pronóstico le hizo ganar la Casa Blanca. A esta amalgama apela Trump cada vez que ve peligrar su estabilidad. Como ahora. Acosado por el escándalo de la trama rusa, sometido a la presión de las encuestas, vapuleado por los grandes medios progresistas ha lanzado un directo al mundo con la esperanza de encontrar el aplauso de sus votantes más fieles, la masa blanca y empobrecida que culpa a la globalización de todos sus males. “Fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh, no de París. No se puede poner a los trabajadores ante el riesgo de perder sus empleos. No podemos estar en permanente desventaja”, afirmó Trump.
La ruptura es crucial, pero no representa una sorpresa. Pese a que EEUU es el segundo emisor global de gases de efecto invernadero, Trump siempre se ha mostrado reacio al Acuerdo de París. En numerosas ocasiones ha negado que el aumento de las temperaturas se deba a la mano del hombre. Incluso se ha burlado de ello. “Acepto que el cambio climático esté causando algunos problemas: nos hace gastar miles de millones de dólares en desarrollar tecnologías que no necesitamos”, ha escrito en América lisiada, su libro programático.
Pero más que el rechazo al consenso científico, lo que realmente movió hoy a Trump fue el cálculo económico. En su discurso el pacto se convirtió en un mero acuerdo comercial. Injusto y peligroso para EEUU. Una barrera burocrática que, a su juicio, impide la libre expansión industrial y que sólo ofrece ventajas competitivas a China e India. “Este acuerdo tiene poco que ver con el clima y más con otros países sacando ventaja de Estados Unidos. Es un castigo para EEUU. China puede subir sus emisiones, frente a las restricciones que nos hemos impuesto. E India puede doblar su producción de carbón. Este pacto debilita la economía estadounidense, redistribuye nuestra riqueza fuera y no nos permite utilizar todos nuestros recursos energéticos”, remachó.
Tomada la decisión, la salida es fácil, aunque técnicamente lenta. A diferencia del Protocolo de Kioto, que abandonó George W. Bush en 2001, el Acuerdo de París no es vinculante. No ha sido ratificado por el Senado y carece de penalizaciones. Su aglutinante es el compromiso. En este marco, cada país es libre de decidir su propio camino a la hora de recortar emisiones de gases de efecto invernadero. Lo importante es evitar que a finales de siglo la temperatura mundial supere en dos grados el nivel preindustrial (ahora mismo ya ha aumentado 1,1º).
Para lograrlo, Barack Obama ofreció reducir las emisiones de EEUU entre un 26% y 28% para 2025 respecto a los niveles de 2005. Pero las medidas que puso en marcha ya han sido frenadas por Trump. En cuatro meses de mandato ha firmado 14 órdenes ejecutivas destinadas a desmantelarlas y ha situado a la cabeza de la influyente Agencia de Protección Ambiental a Scott Pruitt, considerado un caballo de Troya de la industria más contaminante. Pruitt siempre ha rechazado que el hombre sea causante del cambio climático y, como fiscal general de Oklahoma, llegó a demandar 14 veces a la agencia que ahora dirige siguiendo las directrices de las grandes compañías petroleras y eléctricas.
La retirada del Acuerdo de París representa la victoria del Trump más retrógrado y de sus asesores más radicales, los forjadores de la doctrina del patriotismo económico. En esta batalla, el estratega jefe, Steve Bannon; el consejero de Comercio, Peter Navarro, y el propio Pruitt, han doblado la mano a los que se oponían: a Ivanka Trump; a su marido, Jared Kushner; al secretario de Energía, Rick Perry, y al de Estado, Rex Tillerson, antiguo director ejecutivo de Exxon, una compañía que hasta el último momento ha pedido que EEUU se mantenga en el pacto.
El pulso ha sido largo y penoso. Ha sufrido continuos aplazamientos, y Trump no ha parado de oscilar. Fiel a su estilo, el presidente ha mantenido todos los platillos en el aire hasta el último momento. Ha consultado, presionado y preguntado. Al final, se ha decidido por aquello que le dictaba el interés más inmediato. La supervivencia electoral.
En este vuelco, el largo plazo y los objetivos estratégicos han quedado malparados. Estados Unidos retrocede en su capacidad de liderazgo y abandona un espacio privilegiado que China, el mayor emisor global, ya ha señalado que quiere ocupar. No sólo es que Washington fomente la deserción de otros países o que golpee en el hígado a la ciencia, sino que frente a uno de los mayores retos del planeta, tira la toalla. Con Trump en la Casa Blanca, el mundo está más solo.