Trump entierra el deshielo con Cuba: “No apoyaremos al monopolio militar que oprime al pueblo”
El presidente de EE UU limitará los viajes a la isla y prohibirá las relaciones comerciales con el poderoso conglomerado de las fuerzas armadas
Jan Martínez Ahrens
Pablo de Llano
Washington / Miami, El País
Donald Trump ha decidido llevar el frío a Cuba. Treinta meses después de que Barack Obama iniciase el histórico deshielo con La Habana, el presidente de EE UU ha dado marcha atrás en el proceso de apertura. Limita los viajes a la isla, prohíbe el flujo comercial con el conglomerado militar (60% de la economía) y retoma la retórica del látigo. “Ha nacido una nueva política. Doy por cancelado el acuerdo de Obama. No apoyaremos al monopolio militar que oprime a los cubanos”, clamó Trump en un triunfo parcial de la línea dura auspiciada por el anticastrismo.
Trump es imprevisible en todo, salvo en demoler el legado de Obama. En ese terreno, el presidente camina en línea recta y siempre que puede golpea. Lo hizo con el Obamacare y ahora lo intenta con Cuba. El resultado, como es habitual en él, resulta irregular. Ni ha podido desmontar toda la reforma sanitaria ni cerrar ahora por completo las puertas a Cuba. En ese sentido, pese a la grandilocuencia de su discurso, la marcha atrás no es total. Algunas medidas permanecen. No se cierra la Embajada de La Habana, no se prohíben los vuelos comerciales ni los cruceros y tampoco se restituye la política de pies secos, pies mojados que permitía a los cubanos entrar sin visa en EEUU.
Pero el golpe no deja de ser duro. Los días de la gran diplomacia americana han terminado. El delicado juego de equilibrios que desplegó Obama, los contactos secretos con el Vaticano, el saludo mismo del presidente de Estados Unidos y Raúl Castro en Panamá son desde hoy parte del pasado.
Con Trump, Cuba vuelve a correr por el campo de tiro. Cualquier avance bilateral quedará supeditado a la aprobación ideológica de Washington. “Sabemos lo que pasa ahí y no lo olvidamos. Cuba debe legalizar los partidos, permitir elecciones supervisadas, liberar los presos y entregar a los fugitivos. Mientras no haya libertad, habrá restricciones”, dijo Trump en el simbólico Teatro Manuel Artime de la Pequeña Habana, nombrado en honor de uno de los líderes de la Brigada 2506 que desembarcó en Bahía de Cochinos para tratar de derrocar a Fidel.
Fue un discurso beligerante, destinado a inflamar a los anticastristas. Bajo continuas apariciones de víctimas de los Castro, el presidente lanzó todo su fuego contra el régimen. Le acusó de dar amparo a criminales y fugitivos, lo vinculó con Corea del Norte, con el terrorismo internacional y con el volcán venezolano, Trazó un aguafuerte en que hasta resucitó la crisis de los misiles. “En la Habana siguen gobernando aquellos que mataron a miles de sus ciudadanos”, remachó para justificar su “nueva política”.
El punto nuclear del plan de Trump es desincentivar el flujo financiero con el régimen cubano y sus "elementos represivos". Para ello se prohíbe, salvo alguna excepción aeroportuaria y marítima, toda transacción comercial con el conglomerado militar. El principal afectado será el Grupo de Administración Empresarial (Gaesa), un paraguas bajo el que las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia controlan el 60% de la economía cubana. Infinidad de hilos de capital en la isla pasan por esta corporación. Hoteles, entidades de exportación e importación, supermercados, cadenas de ropa, recepción de remesas, restaurantes, marinas, transferencias bancarias, alquiler de inmuebles… Poner un candado al comercio con Gaesa afecta a toda la actividad económica del país, estatal y de pequeños empresarios, pues los tentáculos del conglomerado apenas dejan rincones sin tocar.
El otro gran retroceso lo experimentarán los viajes a la isla. Aunque el turismo seguía prohibido con Obama, los desplazamientos se dispararon gracias a la creación de 12 categorías de viaje, que incluían desde visitas familiares a proyectos humanitarios y actividades culturales. La laxitud administrativa en su justificación, que básicamente dependía del viajero, ha permitido que casi cualquier estadounidense pudiese visitar Cuba. El resultado ha sido fulgurante. Sólo en los cinco primeros meses de este año, 285.000 ciudadanos de EE UU viajaron a la isla, tantos como en todo 2016.
Con el fin de congelar esta floreciente actividad, Trump va a exigir un mayor control administrativo de cada viaje y se dispone a estrangular una de las modalidades más extendidas, la denominada “persona a persona”, que permite desplazarse a Cuba fuera de grupos organizados alegando motivos educacionales. No toca, sin embargo, los viajes familiares de cubanoamericanos, básicos para las remesas y la subsistencia de negocios particulares en la isla.
Los detalles técnicos de las medidas de presión se irán plasmando legalmente en las próximas semanas y meses. Será un proceso gradual pero con una meta clara: dar marcha atrás a la apertura y volver a los tiempos del pulso permanente. “Cuando los cubanos den pasos concretos, estaremos listos para volver a negociar un acuerdo”, afirmó el presidente.
El giro responde a un interés electoral de Trump. En sus albores, cuando era aspirante a las primarias, se declaró partidario del deshielo, pero a medida que fue necesitando fuerzas para batir a Hillary Clinton derivó hacia zonas más intransigentes, buscando el buscando el apoyo del anticastrismo y de senadores como Marco Rubio en Florida, un Estado que fue clave para su victoria en los comicios de noviembre. En pago, el presidente ofrece ahora no sólo un endurecimiento bilateral, sino la recuperación de una retórica agresiva y la beligerancia diplomática en la ONU. Es la vuelta al frío.
El regreso del exilio duro
P. de Ll.
Los veteranos del desembarco de Bahía de Cochinos poblaban las primeras filas del teatro en el que habló Trump. Simbolizaban el regreso al estrado del anticastrismo histórico. "La decisión del presidente es resultado de la influencia que retiene el exilio duro", afirma Sebastián Arcos, de la Universidad Internacional de Florida. "La comunidad cubanoamericana está balanceada. Hace dos años ganó con Obama la línea de los que quieren normalizar la relación con Cuba y ahora ganan los tradicionales". En la decisión de Trump, la clave son las urnas. Cuatro de cada cinco electores de origen cubano que ejercen su derecho al voto son, según Arcos, "tradicionales": los que llegaron a EE UU en las primeras tres décadas de Revolución cubana. Siguen siendo una masa de voto republicano fiel y el presidente selló su respaldo.
Jan Martínez Ahrens
Pablo de Llano
Washington / Miami, El País
Donald Trump ha decidido llevar el frío a Cuba. Treinta meses después de que Barack Obama iniciase el histórico deshielo con La Habana, el presidente de EE UU ha dado marcha atrás en el proceso de apertura. Limita los viajes a la isla, prohíbe el flujo comercial con el conglomerado militar (60% de la economía) y retoma la retórica del látigo. “Ha nacido una nueva política. Doy por cancelado el acuerdo de Obama. No apoyaremos al monopolio militar que oprime a los cubanos”, clamó Trump en un triunfo parcial de la línea dura auspiciada por el anticastrismo.
Trump es imprevisible en todo, salvo en demoler el legado de Obama. En ese terreno, el presidente camina en línea recta y siempre que puede golpea. Lo hizo con el Obamacare y ahora lo intenta con Cuba. El resultado, como es habitual en él, resulta irregular. Ni ha podido desmontar toda la reforma sanitaria ni cerrar ahora por completo las puertas a Cuba. En ese sentido, pese a la grandilocuencia de su discurso, la marcha atrás no es total. Algunas medidas permanecen. No se cierra la Embajada de La Habana, no se prohíben los vuelos comerciales ni los cruceros y tampoco se restituye la política de pies secos, pies mojados que permitía a los cubanos entrar sin visa en EEUU.
Pero el golpe no deja de ser duro. Los días de la gran diplomacia americana han terminado. El delicado juego de equilibrios que desplegó Obama, los contactos secretos con el Vaticano, el saludo mismo del presidente de Estados Unidos y Raúl Castro en Panamá son desde hoy parte del pasado.
Con Trump, Cuba vuelve a correr por el campo de tiro. Cualquier avance bilateral quedará supeditado a la aprobación ideológica de Washington. “Sabemos lo que pasa ahí y no lo olvidamos. Cuba debe legalizar los partidos, permitir elecciones supervisadas, liberar los presos y entregar a los fugitivos. Mientras no haya libertad, habrá restricciones”, dijo Trump en el simbólico Teatro Manuel Artime de la Pequeña Habana, nombrado en honor de uno de los líderes de la Brigada 2506 que desembarcó en Bahía de Cochinos para tratar de derrocar a Fidel.
Fue un discurso beligerante, destinado a inflamar a los anticastristas. Bajo continuas apariciones de víctimas de los Castro, el presidente lanzó todo su fuego contra el régimen. Le acusó de dar amparo a criminales y fugitivos, lo vinculó con Corea del Norte, con el terrorismo internacional y con el volcán venezolano, Trazó un aguafuerte en que hasta resucitó la crisis de los misiles. “En la Habana siguen gobernando aquellos que mataron a miles de sus ciudadanos”, remachó para justificar su “nueva política”.
El punto nuclear del plan de Trump es desincentivar el flujo financiero con el régimen cubano y sus "elementos represivos". Para ello se prohíbe, salvo alguna excepción aeroportuaria y marítima, toda transacción comercial con el conglomerado militar. El principal afectado será el Grupo de Administración Empresarial (Gaesa), un paraguas bajo el que las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia controlan el 60% de la economía cubana. Infinidad de hilos de capital en la isla pasan por esta corporación. Hoteles, entidades de exportación e importación, supermercados, cadenas de ropa, recepción de remesas, restaurantes, marinas, transferencias bancarias, alquiler de inmuebles… Poner un candado al comercio con Gaesa afecta a toda la actividad económica del país, estatal y de pequeños empresarios, pues los tentáculos del conglomerado apenas dejan rincones sin tocar.
El otro gran retroceso lo experimentarán los viajes a la isla. Aunque el turismo seguía prohibido con Obama, los desplazamientos se dispararon gracias a la creación de 12 categorías de viaje, que incluían desde visitas familiares a proyectos humanitarios y actividades culturales. La laxitud administrativa en su justificación, que básicamente dependía del viajero, ha permitido que casi cualquier estadounidense pudiese visitar Cuba. El resultado ha sido fulgurante. Sólo en los cinco primeros meses de este año, 285.000 ciudadanos de EE UU viajaron a la isla, tantos como en todo 2016.
Con el fin de congelar esta floreciente actividad, Trump va a exigir un mayor control administrativo de cada viaje y se dispone a estrangular una de las modalidades más extendidas, la denominada “persona a persona”, que permite desplazarse a Cuba fuera de grupos organizados alegando motivos educacionales. No toca, sin embargo, los viajes familiares de cubanoamericanos, básicos para las remesas y la subsistencia de negocios particulares en la isla.
Los detalles técnicos de las medidas de presión se irán plasmando legalmente en las próximas semanas y meses. Será un proceso gradual pero con una meta clara: dar marcha atrás a la apertura y volver a los tiempos del pulso permanente. “Cuando los cubanos den pasos concretos, estaremos listos para volver a negociar un acuerdo”, afirmó el presidente.
El giro responde a un interés electoral de Trump. En sus albores, cuando era aspirante a las primarias, se declaró partidario del deshielo, pero a medida que fue necesitando fuerzas para batir a Hillary Clinton derivó hacia zonas más intransigentes, buscando el buscando el apoyo del anticastrismo y de senadores como Marco Rubio en Florida, un Estado que fue clave para su victoria en los comicios de noviembre. En pago, el presidente ofrece ahora no sólo un endurecimiento bilateral, sino la recuperación de una retórica agresiva y la beligerancia diplomática en la ONU. Es la vuelta al frío.
El regreso del exilio duro
P. de Ll.
Los veteranos del desembarco de Bahía de Cochinos poblaban las primeras filas del teatro en el que habló Trump. Simbolizaban el regreso al estrado del anticastrismo histórico. "La decisión del presidente es resultado de la influencia que retiene el exilio duro", afirma Sebastián Arcos, de la Universidad Internacional de Florida. "La comunidad cubanoamericana está balanceada. Hace dos años ganó con Obama la línea de los que quieren normalizar la relación con Cuba y ahora ganan los tradicionales". En la decisión de Trump, la clave son las urnas. Cuatro de cada cinco electores de origen cubano que ejercen su derecho al voto son, según Arcos, "tradicionales": los que llegaron a EE UU en las primeras tres décadas de Revolución cubana. Siguen siendo una masa de voto republicano fiel y el presidente selló su respaldo.