La sombra de Putin: qué hay detrás de las muertes de multimillonarios rusos en suelo británico
Catorce magnates opositores al presidente ruso fueron asesinados en el Reino Unido. Lo mismo ocurrió con ex espías nacionales. Las sofisticadas tácticas para "disfrazar los asesinatos"
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"El que molesta a Putin, desaparece". Esa frase corresponde a Lord Bell, tras la muerte de su amigo cercano Boris Berezovsky, el magnate ruso que formó parte de un círculo de multimillonarios de su país que murieron sospechosamente en territorio británico desde la llegada del presidente ruso al poder.
Además de compartir un excéntrico y lujoso estilo de vida, a este grupo de hombres ricos los unía una misma amenaza: eran considerados enemigos de Estado por el Kremlin.
Scot Young, Alexander Perepilichnyy, Badri Patarkatsishvili, Yuri Golubev, Stephen Moss, Stephen Curtis, Paul Castle, Robbie Curtis (no tiene relación con Stephen) y Johnny Elichaoff, son algunos de los nombres que se suman a la lista de muertos, junto a Berezovsky, que despertaron la alarma de las agencias de inteligencia de Estados Unidos y el Reino Unido.
Las autoridades británicas declararon cada uno de los decesos como "no sospechosos". Sin embargo, BuzzFeed News, en una extensa investigación, revela que el servicio de inteligencia británico MI6 solicitó a sus homólogos norteamericanos información sobre cada uno de los 14 nombres "en el contexto de asesinato".
La información aportada por los agentes de inteligencia de Estados Unidos fue concluyente. Todas esas muertes fueron, por lo menos, sospechosas y tenían vínculos directos con Rusia. En mira estaban los servicios de seguridad rusos y grupos mafiosos, dos fuerzas que ocasionalmente trabajan en conjunto. El gran interrogante es por qué la Policía británica dio por cerrado cada caso y el Gobierno hizo la vista gorda.
Un alto asesor de seguridad nacional británico explicó a ese medio que el motivo fue por "miedo". Según el funcionario, las autoridades no estaban dispuestas a asumir "el riesgo político de tratar con firmeza y efectividad las actividades del Estado ruso y el crimen organizado de ese país en el Reino Unido" por temor a que el Kremlin destara una amplia ofensiva de ciberataques.
Otra hipótesis es que Londres quería evitar a todas costas entrar en "una guerra general" con Rusia, en medio del clima de tensiones entre Moscú y las principales potencias de Occidente (principalmente Estados Unidos y el Reino Unido). Cualquiera fuera la verdad detrás de las decisiones de Londres, el asesor de seguridad aseguró que los ministros británicos no quisieron "hostilizar a las figuras de alto rango del gobierno ruso".
Richard Walton, comandante de la lucha contra el terrorismo de Scotland Yard hasta el 2016, reconoció que hubo una cadena de muertes sospechosas en la última década. Si bien aseguró que su unidad "nunca fue complaciente", admitió que esos casos además de ser "muy peligrosos" están "completamente fuera del alcance de la Policía local", ya que no cuenta con experiencia frente a las tácticas sofisticadas aplicadas por los asesinos rusos. En esa línea, indicó que éstos son expertos "en disfrazar asesinatos". En algunos casos plantan evidencia para hacer que las víctimas parezcan estar deprimidas, o incluso utilizan drogas o tácticas psicológicas para conducir a sus "objetivos" al suicidio, de acuerdo a lo indicado por oficiales antiterroristas a BuzzFeed.
Un alto funcionario del MI6, en tanto, detalló que el gobierno de Putin desarrolló una serie de agentes químicos y biológicos para llevar a cabo "asesinatos selectivos". El caso más resonante fue el de Alexander Litvinenko, un ex espía ruso que fue envenenado con polonio a través de un té que consumió en un céntrico hotel de Londres el 1 de noviembre de 2006. Su muerte se produjo 22 días después de haber ingerido esa infusión.
En diálogo con el medio norteamericano, 17 agentes de inteligencia de Estados Unidos y el Reino Unido denunciaron la impunidad con la que fueron capaces de operar los asesinos rusos en suelo británico. Steven Hall, jefe de operaciones de la CIA en Rusia hasta 2015, confesó que funcionarios del MI6 le habían manifestado en reiteradas ocasiones que los rusos tenían "un programa activo de matar gente en el Reino Unido". "Básicamente, llegaban al Reino Unido y mataban", apuntó.
Varias fuentes de Scotland Yard y el MI6 negaron que el gobierno británico haya cubierto asesinatos por razones políticas. "El Kremlin ha intensificado agresivamente sus esfuerzos para eliminar y silenciar a sus enemigos en el extranjero durante los últimos años (…) Particularmente en Gran Bretaña", concluyó un alto funcionario.
ASÍ MURIÓ EL CÍRCULO DE BEREZOVSKY Y COMPAÑÍA
Desde la llegada de Vladimir Putin al Kremlin en el año 2000, una oleada de magnates rusos llegó al Reino Unido. Algunos, huyendo del Gobierno. Otros, buscando un destino en Occidente para continuar sus negocios.
Berezovsky, un oligarca que fue miembro de alto rango del gobierno de Boris Yeltsin (1991-1999), fue el eje de ese grupo de exiliados rusos. En un comienzo apoyó a Putin, pero luego se convirtió en enemigo del Estado por aprovechar su fortuna para financiar una extensa red de medios de comunicación de oposición. Ante las constantes amenazas de muerte por parte de los servicios de seguridad rusos el multimillonario recibió asilo político en 2003 por parte del gobierno de Tony Blair, mientras las autoridades rusas luchaban por su extradición y la de otros hombres de su círculo. Allí se radicó en Surrey, a las afueras de Londres.
Agentes de Scotland Yard habían recibido una advertencia de que Moscú planeaba asesinarlo con una pluma con punta de veneno. El presunto enviado del Kremlin era un checho con vínculos con el Servicio Federal de Seguridad llamado Movladi Atlangeriev, quien aterrizó en el aeropuerto de Heathrow en junio de 2007, compró un arma de fuego, y pidió conocer a Berezovsky. Finalmente, el magnate voló a Israel y Atlangeriev fue arrestado. Pero en lugar de ser sometido a juicio, el gobierno británico le revocó su visa y lo embarcó de regreso a Rusia. Tras lo sucedido, el extravagante matemático responsabilizó directamente a Putin.
El multimillonario encabezó junto a un grupo de socios, entre ellos Scot Young, el llamado "Proyecto Moscú", un desarrollo inmobiliario en la capital rusa. Por su condición de exiliado, Berezovsky no podía realizar ningún tipo de negocio en el país, por lo que el grupo de inversores sobornó al alcalde de Moscú, Yury Luzhkov, un fuerte aliado de Putin, para operar "en las sombras". Pero el proyecto significó el principio del fin. El plan se vio frustrado en 2006, y los fiscales rusos fueron tras los inversionistas por "delitos económicos". Berezovksy, ahogado financieramente, inició una serie de demandas contra antiguos socios que finalmente lo dejarían en la bancarrota. La más resonante fue la que le ganó el dueño del club de fútbol Chelsea y mangate petrolero, Roman Abramovich. A partir de ahí, fuentes cercanas al caso señalaron que entró en depresión, y hasta habría acudido a organizaciones criminales para solicitar préstamos y así recuperar su emporio.
El 23 de marzo de 2013, fue encontrado muerto en el baño de la casa de su ex esposa –debido a su crisis financiera tuvo que abandonar su lujosa mansión de Wentworth Park- con una bufanda en su cuello. La policía declaró que se había suicidado y dio por cerrado el caso. Sin embargo, esa hipótesis no convenció a su hija Elizaveta ni a su guardaespaldas por seis años, Avi Navama, el ex agente del Mossad que lo encontró muerto aquella tarde de marzo. En su entorno de ex socios, algunos creían que la teoría de que se había suicidado era muy probable, luego de la depresión en la que se vio inmersio. Otros, en cambio, apuntaron contra las altas esferas del Kremlin. Como su amigo cercano Lord Bell, quien enfatizó que todo aquel que "moleste a Putin, desaparece".
Su hija fue una de las que no creyó las declaraciones de las autoridades británicas y comenzó a investigar por su cuenta. Contrató a un eminente experto en asfixia alemán, el doctor Bernd Brinkmann, para que examinara las fotografías del cuerpo de su padre. El especialista confirmó que la marca que presentaba en el cuello era "completamente diferente a la marca de estrangulación en suspensión", ya que tenía una marca circular en lugar de una "en forma de V". Asimismo, uno de los paramédicos que estuvo presente en la escena del hecho había indicado que resultaba extraño que el rostro de Berezovsky estuviera "bastante morado", cuando en general las víctimas que se cuelgan aparecen "pálidas". También presentaba una herida en la parte posterior de la cabeza y una costilla fracturada. En el riel de la ducha, en tanto, se detectó una huella que luego no fue identificada. A pesar de estos indicios, la Policía no tenía dudas: el magnate se suicidó y sufrió esas lesiones al caer de la ducha. En diálogo con BuzzFeed cuatro fuentes de inteligencia norteamericanos revelaron que, aunque no pudieron confirmar con certeza que el asesinato fue ordenado por Putin, las pruebas que vinculaban su muerte con Moscú eran "convincentes".
Su socio Scot Young corrió la misma suerte. Pasó de la vida lujuriosa, en la que se llegó a codear con estrellas del espectáculo y de la política –ambos compartieron una cena con el ex presidente de Estados Unidos Bill Clinton-, a una vida de paranoia por las amenazas de los agentes rusos en medio de una profunda crisis financiera.
En la década de los 90 prácticamente de la noche a la mañana cosechó una fortuna gracias a su estrecha amistad con Patrick Adams, uno de los líderes del crimen organizado en Londres. Así se convirtió en uno de los principales socios de Berezovsky, quien lo contrató para que lo ayudara a lavar su dinero proveniente de Rusia en el Reino Unido. Young fue advertido en más de una ocasión sobre el riesgo que corría al relacionarse con esa gente. Pero la vida de excentricidades, yates de lujo, jóvenes prostitutas y mansiones pudo más. Se embarcó en innumerables negocios y comenzó a aparecer en el radar de los sicarios rusos. Para Young el "Proyecto Moscú" también fue el principio del fin. El emprendimiento fue encabezado por el británico y Ruslan Fomichev (su padre era un general retirado de la KGB), un financista ruso de estilo refinado que había trabajado para Berezovsky y su principal socio, Badri Patarkatsishvili. Young introdujo en el negocio a Jonathan Brown, un mangate del salmón al que conoció en Miami y al que pidió que mantuviera dos secretos. El primero, que el nombre de Berezovsky no podía trascender por cuestiones políticas. Y el segundo, el propio multimillonario británico se jactaba de haber comprado el apoyo de Luzhkov. Para 2006, la actividad de Young era recaudar más de 26 millones de dólares y establecer una red de empresas offshore para canalizar las inversiones. Con el tiempo, se unieron otros tres hombres de su círculo íntimo: el magnate finlandés Poju Zabludowicz; un multimillonario vinculado a la industria del cine, residente de Mónaco, Stephen Kay; y un prestamista de Londres llamado Harvey Lawrence.
Young planeaba obtener ganancias por cientos de millones de dólares. Pero el proyecto no prosperó. La Justicia rusa acusó a Berezovsky de traición e investigó a los inversores del negocio por "delitos económicos". Finalmente nunca hubo acusaciones formales, pero ya estaban en el radar de las agencias de seguridad rusas. El proyecto implosionó y el inversor británico perdió todos sus bienes. Con los acreedores exigiéndole el pago de sus deudas, y su ex esposa Michelle reclamando su parte por la separación, ingresó en un callejón sin salida. Se le congelaron todos sus activos y sus mansiones de Londres, Oxford y Miami fueron embargadas o vendidas para pagar sus deudas.
Young entró en decadencia y ahogaba sus penas en el alcohol y las drogas. Constantemente denunciaba ante las autoridades británicas que los servicios de inteligencias rusos lo buscaban para asesinarlo. Después de un altercado con la policía en una noche de agosto de 2009, fue detenido, y los médicos del cuerpo policial determinaron que sufría de "paranoia". Fue trasladado al centro de salud mental Saint Charles. Su temor aumentó con las muertes casi simultáneas de dos de sus amigos más cercanos: Paul Castle y Robbie Curtis. Ambos magnates también habían entrado en un colpaso financiero y arriesgaron su vida al entablar negocios con gángsters vinculados a la mafia rusa. Los dos murieron de la misma forma: atropellados por un tren. Castle en noviembre de 2010 en la estación Bond Street, y Curtis en diciembre de 2012, en Kingsbury. Para las autoridades, ambos se suicidaron. No obstante, fuentes cercanas denunciaron que habían sido asesinados por agentes vinculados a la mafia rusa y turca. En 2014, otro hombre del círculo de Young, Johnny Elichaoff, también falleció luego de caer del techo de un centro comercial de Londres. Los mismos interrogantes surgieron tras su deceso.
Mientras Scot intentaba por todos los medios recuperar su fortuna, su esposa Michelle recibió un sospechoso llamado desde Moscú: el Gobierno quería tener una conversación con ella. En febrero de 2012 arribó a la capital rusa. Allí se reunión con los fiscales que seguían los negocios de Berezovsky y sus socios. Le pedían información sobre el magnate ruso y su inversor británico, a cambio de información sobre las cuentas de su ex esposo que ella tanto reclamaba. Después de casi siete años de luchas legales, el Tribunal Supremo ordenó a Young a entregar 22.5 millones de libras esterlinas a su ex mujer (la mitad de las 45 millones que se le habían rastreado), más un par de millones más por costos de abogados. Mientras tanto, el principal objetivo del Kremlin era acercarse al imperio de Berezovsky.
El 8 de diciembre de 2014, la misma Michelle fue la primera en recibir la noticia: Scot había muerto. El inversionista cayó cuatro pisos desde la ventana de su dormitorio y quedó clavado en la reja de hierro que había en la entrada del edificio. Al igual que en el caso de Berezovsky, las autoridades británicas señalaron que se había suicidado. Sus hijas Sasha y Scarlet, horrorizadas por la brutal muerte de su padre, no creyeron esa versión. Al entrar al dormitorio, advirtieron que la ventana apenas se podía abrir unos 50 centímetros, casi la distancia desde el codo hasta la punta de los dedos. En la cornisa de la ventana, además, había una lata de refresco, un paquete de cigarrillos y un encendedor perfectamente alineados. En la parte exterior vieron marcas de arañazos, como de alguien que "intentó luchar por su vida", declaró en ese entonces Sasha. En el funeral de Young, las hermanas denunciaron haber sido abordadas por un individuo desconocido que les advirtió que dejaran de hacer preguntas sobre la muerte de su padre porque "no era seguro". Pero mientras la Policía cerraba el caso y rechazaba las denuncias del entorno de Scot, las agencias británicas consultaban a sus homólogos norteamericanos, en secreto, si el hecho podía tener algún vinculo con Moscú.
Una nueva muerte en suelo británico, y una nueva sospecha de la amenaza rusa. Otro socio de Berezovsky con el mismo destino. Young se sumaba así a la larga lista de magnates muertos de manera sospechosa.
El histórico socio comercial del magante ruso, el oligarca georgiano Badri Patarkatsishvili, también había muerto años antes, en 2008. Aparentemente fue por un ataque al corazón. La misma causa que llevó a la muerte al cofundador del gigante petrolero Yukos, Yuri Golubev, quien falleció en 2007. Ambos en Londres. Cuatro años antes, en 2003, Stephen Moss también sucumbió a un ataque cardíaco súbito, y Stephen Curtis murió en un accidente de helicóptero en 2004.
Pero no sólo pagaron con su vida los socios de Berezovsky, o aquel que hiciera campaña contra el gobierno de Putin. También fueron víctimas aquellos que trataron de investigar esta ola de muertes dudosas que conducen directamente al Kremlin.
Matthew Puncher, el científico que detectó la dosis de polonio que mató a Litvinenko, fue encontrado muerto en su casa de Oxford en mayo de 2016 con signos de ataques con arma blanca. El periodista Daniel McGrory del periódico The Times, por su parte, murió repentinamente de una hemorragia, en febrero de 2007, cinco días antes de la emisión de un documental de la cadena NBC para el que había sido entrevistado por su informe sobre la intoxicación del ex espía ruso. El 16 de agosto de 2010, en tanto, apareció asesinado en una bolsa de plástico en su casa el agente de inteligencia británico Gareth Williams. Por último, el 30 de octubre de 2006, dos días después del envenanmiento de Litvinenko, murió intoxicado Igor Ponomarev, el embajador ruso para la Organización Internacional Marítima de la ONU. Mientras tanto, Andrey Lugovoy, uno de los dos presuntos enviados por Moscú para asesinar al ex espía de la KGB junto a Dimitry Kovtun, goza de inmunidad parlamentaria en la Duma (cámara baja del Parlameto ruso).
Infobae
"El que molesta a Putin, desaparece". Esa frase corresponde a Lord Bell, tras la muerte de su amigo cercano Boris Berezovsky, el magnate ruso que formó parte de un círculo de multimillonarios de su país que murieron sospechosamente en territorio británico desde la llegada del presidente ruso al poder.
Además de compartir un excéntrico y lujoso estilo de vida, a este grupo de hombres ricos los unía una misma amenaza: eran considerados enemigos de Estado por el Kremlin.
Scot Young, Alexander Perepilichnyy, Badri Patarkatsishvili, Yuri Golubev, Stephen Moss, Stephen Curtis, Paul Castle, Robbie Curtis (no tiene relación con Stephen) y Johnny Elichaoff, son algunos de los nombres que se suman a la lista de muertos, junto a Berezovsky, que despertaron la alarma de las agencias de inteligencia de Estados Unidos y el Reino Unido.
Las autoridades británicas declararon cada uno de los decesos como "no sospechosos". Sin embargo, BuzzFeed News, en una extensa investigación, revela que el servicio de inteligencia británico MI6 solicitó a sus homólogos norteamericanos información sobre cada uno de los 14 nombres "en el contexto de asesinato".
La información aportada por los agentes de inteligencia de Estados Unidos fue concluyente. Todas esas muertes fueron, por lo menos, sospechosas y tenían vínculos directos con Rusia. En mira estaban los servicios de seguridad rusos y grupos mafiosos, dos fuerzas que ocasionalmente trabajan en conjunto. El gran interrogante es por qué la Policía británica dio por cerrado cada caso y el Gobierno hizo la vista gorda.
Un alto asesor de seguridad nacional británico explicó a ese medio que el motivo fue por "miedo". Según el funcionario, las autoridades no estaban dispuestas a asumir "el riesgo político de tratar con firmeza y efectividad las actividades del Estado ruso y el crimen organizado de ese país en el Reino Unido" por temor a que el Kremlin destara una amplia ofensiva de ciberataques.
Otra hipótesis es que Londres quería evitar a todas costas entrar en "una guerra general" con Rusia, en medio del clima de tensiones entre Moscú y las principales potencias de Occidente (principalmente Estados Unidos y el Reino Unido). Cualquiera fuera la verdad detrás de las decisiones de Londres, el asesor de seguridad aseguró que los ministros británicos no quisieron "hostilizar a las figuras de alto rango del gobierno ruso".
Richard Walton, comandante de la lucha contra el terrorismo de Scotland Yard hasta el 2016, reconoció que hubo una cadena de muertes sospechosas en la última década. Si bien aseguró que su unidad "nunca fue complaciente", admitió que esos casos además de ser "muy peligrosos" están "completamente fuera del alcance de la Policía local", ya que no cuenta con experiencia frente a las tácticas sofisticadas aplicadas por los asesinos rusos. En esa línea, indicó que éstos son expertos "en disfrazar asesinatos". En algunos casos plantan evidencia para hacer que las víctimas parezcan estar deprimidas, o incluso utilizan drogas o tácticas psicológicas para conducir a sus "objetivos" al suicidio, de acuerdo a lo indicado por oficiales antiterroristas a BuzzFeed.
Un alto funcionario del MI6, en tanto, detalló que el gobierno de Putin desarrolló una serie de agentes químicos y biológicos para llevar a cabo "asesinatos selectivos". El caso más resonante fue el de Alexander Litvinenko, un ex espía ruso que fue envenenado con polonio a través de un té que consumió en un céntrico hotel de Londres el 1 de noviembre de 2006. Su muerte se produjo 22 días después de haber ingerido esa infusión.
En diálogo con el medio norteamericano, 17 agentes de inteligencia de Estados Unidos y el Reino Unido denunciaron la impunidad con la que fueron capaces de operar los asesinos rusos en suelo británico. Steven Hall, jefe de operaciones de la CIA en Rusia hasta 2015, confesó que funcionarios del MI6 le habían manifestado en reiteradas ocasiones que los rusos tenían "un programa activo de matar gente en el Reino Unido". "Básicamente, llegaban al Reino Unido y mataban", apuntó.
Varias fuentes de Scotland Yard y el MI6 negaron que el gobierno británico haya cubierto asesinatos por razones políticas. "El Kremlin ha intensificado agresivamente sus esfuerzos para eliminar y silenciar a sus enemigos en el extranjero durante los últimos años (…) Particularmente en Gran Bretaña", concluyó un alto funcionario.
ASÍ MURIÓ EL CÍRCULO DE BEREZOVSKY Y COMPAÑÍA
Desde la llegada de Vladimir Putin al Kremlin en el año 2000, una oleada de magnates rusos llegó al Reino Unido. Algunos, huyendo del Gobierno. Otros, buscando un destino en Occidente para continuar sus negocios.
Berezovsky, un oligarca que fue miembro de alto rango del gobierno de Boris Yeltsin (1991-1999), fue el eje de ese grupo de exiliados rusos. En un comienzo apoyó a Putin, pero luego se convirtió en enemigo del Estado por aprovechar su fortuna para financiar una extensa red de medios de comunicación de oposición. Ante las constantes amenazas de muerte por parte de los servicios de seguridad rusos el multimillonario recibió asilo político en 2003 por parte del gobierno de Tony Blair, mientras las autoridades rusas luchaban por su extradición y la de otros hombres de su círculo. Allí se radicó en Surrey, a las afueras de Londres.
Agentes de Scotland Yard habían recibido una advertencia de que Moscú planeaba asesinarlo con una pluma con punta de veneno. El presunto enviado del Kremlin era un checho con vínculos con el Servicio Federal de Seguridad llamado Movladi Atlangeriev, quien aterrizó en el aeropuerto de Heathrow en junio de 2007, compró un arma de fuego, y pidió conocer a Berezovsky. Finalmente, el magnate voló a Israel y Atlangeriev fue arrestado. Pero en lugar de ser sometido a juicio, el gobierno británico le revocó su visa y lo embarcó de regreso a Rusia. Tras lo sucedido, el extravagante matemático responsabilizó directamente a Putin.
El multimillonario encabezó junto a un grupo de socios, entre ellos Scot Young, el llamado "Proyecto Moscú", un desarrollo inmobiliario en la capital rusa. Por su condición de exiliado, Berezovsky no podía realizar ningún tipo de negocio en el país, por lo que el grupo de inversores sobornó al alcalde de Moscú, Yury Luzhkov, un fuerte aliado de Putin, para operar "en las sombras". Pero el proyecto significó el principio del fin. El plan se vio frustrado en 2006, y los fiscales rusos fueron tras los inversionistas por "delitos económicos". Berezovksy, ahogado financieramente, inició una serie de demandas contra antiguos socios que finalmente lo dejarían en la bancarrota. La más resonante fue la que le ganó el dueño del club de fútbol Chelsea y mangate petrolero, Roman Abramovich. A partir de ahí, fuentes cercanas al caso señalaron que entró en depresión, y hasta habría acudido a organizaciones criminales para solicitar préstamos y así recuperar su emporio.
El 23 de marzo de 2013, fue encontrado muerto en el baño de la casa de su ex esposa –debido a su crisis financiera tuvo que abandonar su lujosa mansión de Wentworth Park- con una bufanda en su cuello. La policía declaró que se había suicidado y dio por cerrado el caso. Sin embargo, esa hipótesis no convenció a su hija Elizaveta ni a su guardaespaldas por seis años, Avi Navama, el ex agente del Mossad que lo encontró muerto aquella tarde de marzo. En su entorno de ex socios, algunos creían que la teoría de que se había suicidado era muy probable, luego de la depresión en la que se vio inmersio. Otros, en cambio, apuntaron contra las altas esferas del Kremlin. Como su amigo cercano Lord Bell, quien enfatizó que todo aquel que "moleste a Putin, desaparece".
Su hija fue una de las que no creyó las declaraciones de las autoridades británicas y comenzó a investigar por su cuenta. Contrató a un eminente experto en asfixia alemán, el doctor Bernd Brinkmann, para que examinara las fotografías del cuerpo de su padre. El especialista confirmó que la marca que presentaba en el cuello era "completamente diferente a la marca de estrangulación en suspensión", ya que tenía una marca circular en lugar de una "en forma de V". Asimismo, uno de los paramédicos que estuvo presente en la escena del hecho había indicado que resultaba extraño que el rostro de Berezovsky estuviera "bastante morado", cuando en general las víctimas que se cuelgan aparecen "pálidas". También presentaba una herida en la parte posterior de la cabeza y una costilla fracturada. En el riel de la ducha, en tanto, se detectó una huella que luego no fue identificada. A pesar de estos indicios, la Policía no tenía dudas: el magnate se suicidó y sufrió esas lesiones al caer de la ducha. En diálogo con BuzzFeed cuatro fuentes de inteligencia norteamericanos revelaron que, aunque no pudieron confirmar con certeza que el asesinato fue ordenado por Putin, las pruebas que vinculaban su muerte con Moscú eran "convincentes".
Su socio Scot Young corrió la misma suerte. Pasó de la vida lujuriosa, en la que se llegó a codear con estrellas del espectáculo y de la política –ambos compartieron una cena con el ex presidente de Estados Unidos Bill Clinton-, a una vida de paranoia por las amenazas de los agentes rusos en medio de una profunda crisis financiera.
En la década de los 90 prácticamente de la noche a la mañana cosechó una fortuna gracias a su estrecha amistad con Patrick Adams, uno de los líderes del crimen organizado en Londres. Así se convirtió en uno de los principales socios de Berezovsky, quien lo contrató para que lo ayudara a lavar su dinero proveniente de Rusia en el Reino Unido. Young fue advertido en más de una ocasión sobre el riesgo que corría al relacionarse con esa gente. Pero la vida de excentricidades, yates de lujo, jóvenes prostitutas y mansiones pudo más. Se embarcó en innumerables negocios y comenzó a aparecer en el radar de los sicarios rusos. Para Young el "Proyecto Moscú" también fue el principio del fin. El emprendimiento fue encabezado por el británico y Ruslan Fomichev (su padre era un general retirado de la KGB), un financista ruso de estilo refinado que había trabajado para Berezovsky y su principal socio, Badri Patarkatsishvili. Young introdujo en el negocio a Jonathan Brown, un mangate del salmón al que conoció en Miami y al que pidió que mantuviera dos secretos. El primero, que el nombre de Berezovsky no podía trascender por cuestiones políticas. Y el segundo, el propio multimillonario británico se jactaba de haber comprado el apoyo de Luzhkov. Para 2006, la actividad de Young era recaudar más de 26 millones de dólares y establecer una red de empresas offshore para canalizar las inversiones. Con el tiempo, se unieron otros tres hombres de su círculo íntimo: el magnate finlandés Poju Zabludowicz; un multimillonario vinculado a la industria del cine, residente de Mónaco, Stephen Kay; y un prestamista de Londres llamado Harvey Lawrence.
Young planeaba obtener ganancias por cientos de millones de dólares. Pero el proyecto no prosperó. La Justicia rusa acusó a Berezovsky de traición e investigó a los inversores del negocio por "delitos económicos". Finalmente nunca hubo acusaciones formales, pero ya estaban en el radar de las agencias de seguridad rusas. El proyecto implosionó y el inversor británico perdió todos sus bienes. Con los acreedores exigiéndole el pago de sus deudas, y su ex esposa Michelle reclamando su parte por la separación, ingresó en un callejón sin salida. Se le congelaron todos sus activos y sus mansiones de Londres, Oxford y Miami fueron embargadas o vendidas para pagar sus deudas.
Young entró en decadencia y ahogaba sus penas en el alcohol y las drogas. Constantemente denunciaba ante las autoridades británicas que los servicios de inteligencias rusos lo buscaban para asesinarlo. Después de un altercado con la policía en una noche de agosto de 2009, fue detenido, y los médicos del cuerpo policial determinaron que sufría de "paranoia". Fue trasladado al centro de salud mental Saint Charles. Su temor aumentó con las muertes casi simultáneas de dos de sus amigos más cercanos: Paul Castle y Robbie Curtis. Ambos magnates también habían entrado en un colpaso financiero y arriesgaron su vida al entablar negocios con gángsters vinculados a la mafia rusa. Los dos murieron de la misma forma: atropellados por un tren. Castle en noviembre de 2010 en la estación Bond Street, y Curtis en diciembre de 2012, en Kingsbury. Para las autoridades, ambos se suicidaron. No obstante, fuentes cercanas denunciaron que habían sido asesinados por agentes vinculados a la mafia rusa y turca. En 2014, otro hombre del círculo de Young, Johnny Elichaoff, también falleció luego de caer del techo de un centro comercial de Londres. Los mismos interrogantes surgieron tras su deceso.
Mientras Scot intentaba por todos los medios recuperar su fortuna, su esposa Michelle recibió un sospechoso llamado desde Moscú: el Gobierno quería tener una conversación con ella. En febrero de 2012 arribó a la capital rusa. Allí se reunión con los fiscales que seguían los negocios de Berezovsky y sus socios. Le pedían información sobre el magnate ruso y su inversor británico, a cambio de información sobre las cuentas de su ex esposo que ella tanto reclamaba. Después de casi siete años de luchas legales, el Tribunal Supremo ordenó a Young a entregar 22.5 millones de libras esterlinas a su ex mujer (la mitad de las 45 millones que se le habían rastreado), más un par de millones más por costos de abogados. Mientras tanto, el principal objetivo del Kremlin era acercarse al imperio de Berezovsky.
El 8 de diciembre de 2014, la misma Michelle fue la primera en recibir la noticia: Scot había muerto. El inversionista cayó cuatro pisos desde la ventana de su dormitorio y quedó clavado en la reja de hierro que había en la entrada del edificio. Al igual que en el caso de Berezovsky, las autoridades británicas señalaron que se había suicidado. Sus hijas Sasha y Scarlet, horrorizadas por la brutal muerte de su padre, no creyeron esa versión. Al entrar al dormitorio, advirtieron que la ventana apenas se podía abrir unos 50 centímetros, casi la distancia desde el codo hasta la punta de los dedos. En la cornisa de la ventana, además, había una lata de refresco, un paquete de cigarrillos y un encendedor perfectamente alineados. En la parte exterior vieron marcas de arañazos, como de alguien que "intentó luchar por su vida", declaró en ese entonces Sasha. En el funeral de Young, las hermanas denunciaron haber sido abordadas por un individuo desconocido que les advirtió que dejaran de hacer preguntas sobre la muerte de su padre porque "no era seguro". Pero mientras la Policía cerraba el caso y rechazaba las denuncias del entorno de Scot, las agencias británicas consultaban a sus homólogos norteamericanos, en secreto, si el hecho podía tener algún vinculo con Moscú.
Una nueva muerte en suelo británico, y una nueva sospecha de la amenaza rusa. Otro socio de Berezovsky con el mismo destino. Young se sumaba así a la larga lista de magnates muertos de manera sospechosa.
El histórico socio comercial del magante ruso, el oligarca georgiano Badri Patarkatsishvili, también había muerto años antes, en 2008. Aparentemente fue por un ataque al corazón. La misma causa que llevó a la muerte al cofundador del gigante petrolero Yukos, Yuri Golubev, quien falleció en 2007. Ambos en Londres. Cuatro años antes, en 2003, Stephen Moss también sucumbió a un ataque cardíaco súbito, y Stephen Curtis murió en un accidente de helicóptero en 2004.
Pero no sólo pagaron con su vida los socios de Berezovsky, o aquel que hiciera campaña contra el gobierno de Putin. También fueron víctimas aquellos que trataron de investigar esta ola de muertes dudosas que conducen directamente al Kremlin.
Matthew Puncher, el científico que detectó la dosis de polonio que mató a Litvinenko, fue encontrado muerto en su casa de Oxford en mayo de 2016 con signos de ataques con arma blanca. El periodista Daniel McGrory del periódico The Times, por su parte, murió repentinamente de una hemorragia, en febrero de 2007, cinco días antes de la emisión de un documental de la cadena NBC para el que había sido entrevistado por su informe sobre la intoxicación del ex espía ruso. El 16 de agosto de 2010, en tanto, apareció asesinado en una bolsa de plástico en su casa el agente de inteligencia británico Gareth Williams. Por último, el 30 de octubre de 2006, dos días después del envenanmiento de Litvinenko, murió intoxicado Igor Ponomarev, el embajador ruso para la Organización Internacional Marítima de la ONU. Mientras tanto, Andrey Lugovoy, uno de los dos presuntos enviados por Moscú para asesinar al ex espía de la KGB junto a Dimitry Kovtun, goza de inmunidad parlamentaria en la Duma (cámara baja del Parlameto ruso).