La activista de ultraderecha que se enamoró perdidamente de un inmigrante ilegal
Francia, BBC
Béatrice Huret miró desde una playa en la costa norte de Francia cómo su amante se iba en un bote tambaleante a través del Canal de la Mancha.
¿Volvería a verlo alguna vez?
¿Acaso había sido embaucada, usada por un hombre al que conoció apenas semanas antes para ayudarlo a cumplir su sueño de una nueva vida en Inglaterra?
¿Se ahogaría en el camino?
Béatrice Huret miró desde una playa en la costa norte de Francia cómo su amante se iba en un bote tambaleante a través del Canal de la Mancha.
¿Volvería a verlo alguna vez?
¿Acaso había sido embaucada, usada por un hombre al que conoció apenas semanas antes para ayudarlo a cumplir su sueño de una nueva vida en Inglaterra?
¿Se ahogaría en el camino?
Cuando el bote desapareció, Béatrice regresó a su auto, con la cabeza llena de esperanza pero también de dudas.
Hace solo dos años atrás esta mujer de 45 años había sido miembro activo del partido de ultraderecha Frente Nacional (FN), dirigido por Marine Le Pen.
Además era la viuda de un policía que -según ella- era racista.
Y ahora estaba aquí, ayudando a su amante migrante, Mokhtar, a quien conoció en un campamento de migrantes de Calais conocido como La Jungla, a escabullirse a Reino Unido.
En su libro Calais Mon Amour, (Calais,amor mío) ella cuenta la historia de cómo su vida cambió aquel día en que ofreció un aventón a un inmigrante adolescente.
Béatrice relata cómo, antes de morir de cáncer en 2010, su marido había sido uno del gran número de policías desplegados en Calais para evitar que los migrantes accedieran al puerto o al Túnel del Canal de la Mancha, en su intento por llegar al Reino Unido.
Como era policía no se le permitía legalmente unirse a un partido político así que le pidió a su esposa que se inscribiera en el FN de Marine Le Pen, que le pagaba para distribuir panfletos.
Extranjeros que parecen tan diferentes
Ella asegura que, a diferencia de su marido, no era racista.
Pero reconoce que sentía preocupación por “todos esos extranjeros que parecían tan diferentes y que estaban entrado a Francia”.
Béatrice vivía con su hijo adolescente y su madre a unos 20 kilómetros de La Jungla, pero nunca había visto la gigante villa miseria hecha de carpas y casuchas en un terreno baldío en las afueras de Calais.
Volviendo del trabajo en un día muy frío de 2015 sintió pena por un chico sudanés y accedió a llevarlo hasta el campamento, que llegó a albergar hasta a 10.000 personas que huyen de la guerra o la pobreza en África, el Medio Oriente o Afganistán.
Fue entonces que vio por primera vez cómo eran las condiciones en el campamento.
“Sentí como si estuviera en una zona de guerra, era como un campo de guerra, un campo de refugiados, y algo en mí hizo ´click´ y me dije a mí misma que tenía que ayudar”, recuerda.
De pronto los migrantes no eran solo una palabra, algo abstracto.
Béatrice, que trabaja en un centro que entrena a jóvenes para convertirse en cuidadores, comenzó a llevar comida y ropa a los habitantes de La Jungla, pidiendo ayuda a sus amigos y familiares.
Lentamente empezó a conocer el lugar y a su gente, “desde pastores hasta abogados y cirujanos”.
Luego en febrero del año pasado vio por primera vez a Mokhtar, un maestro de 34 años que tuvo que huir de su nativa Irán donde corría el riesgo de ser detenido y había sido condenado al ostracismo por su propia familia por haberse convertido al cristianismo.
Lo conoció justo cuando imágenes de él y de varios de sus compatriotas habían dado la vuelta al mundo porque se habían cosido los labios juntos como protesta por las abominables condiciones de vida en la Jungla.
“Me senté y con mucha delicadeza se acercó a mí y me preguntó si quería una taza de té”.
“Luego fue y me hizo el té y fue todo un shock porque fue amor a primera vista”, relata.
“Había algo en su mirada que era tan suave. Ahí estaban ellos con sus labios cosidos y me preguntan a mí si quiero un té”.
Traducción con Google
La comunicación era una obstáculo ya que Mokhtar no hablaba francés y ella, a diferencia de él, no dominaba el inglés.
La solución fue usar Google Translate.
El romance comenzó a florecer y Béatrice se ofreció a alojar a Mokhtar y a algunos de sus amigos en su casa, a pesar de los consejos de sus amigos que le advirtieron que era un gran error.
Ella tenía en claro cuál era el objetivo de él. Mokhtar ya había intentado ingresar a Inglaterra escondido en camiones y ahora estaba por probar otra alternativa.
Él y dos amigos le dieron a Béatrice unos 1.000 euros (US$1.130) y le pidieron que compre un pequeño bote para ellos.
El 11 de junio del año pasado ella remolcó el bote hasta una playa cerca de Dunkirk y el trío de migrantes -que no tenía ninguna experiencia con barcos- partió a eso de las 4am en un peligroso viaje a través del canal de navegación más congestionado del mundo.
“Los disfrazamos para que parezcan hombres en una expedición de pesca, con cañas de pescar”, cuenta ella con una sonrisa.
Ese fue el momento en que todo podía había terminado, cuando Béatrice esperó lo mejor pero temió que había sido embaucada o que Mokhtar y sus amigos podrían ahogarse.
Eso casi ocurrió cuando el bote empezó a llenarse de agua cerca de las 6.30am cuando se aproximaba a la costa británica.
Fue terrorífico, pero hoy la anécdota que recuenta Béatrice suena casi cómica.
“El más joven vomitaba del miedo, el más duro fumaba cigarrillos y decía: ´Y bueno, si hay que morir hay que morir, así es la vida´”.
“Y ahí estaba el pobre Mokhtar tratando de sacar el agua y al mismo tiempo llamando a los servicios de emergencia”, relata.
El servicio de guardacostas británico envió un helicóptero que logró hallarlos y envió un barco de rescate.
Los tres migrantes fueron luego interrogados por agentes de inmigración y luego de un par de días Mokhtar fue enviado a un centro de refugiados desde donde pudo finalmente contactarse con su amada, que esperaba ansiosa del otro lado del Canal.
“Me dijo dónde estaba, fui a verlo el fin de semana siguiente”, cuenta Béatrice.
Ahora por webcam
Desde entonces cada dos semanas ella toma un ferry a Reino Unido y maneja hasta la ciudad norteña de Sheffield, donde su pareja está alojado en un hostal para refugiados y logró con éxito pedir asilo en el Reino Unido.
Hablan a través de una webcam casi todas las noches.
¿Y qué hay del futuro?
La pareja no tiene planes. Según Béatrice “es doloroso cuando planeas cosas y no funcionan”.
“Si nuestra relación termina, pues mala suerte, pero le debo a Mokhtar una hermosa historia de amor, la más bella de mi vida”, dice.
Pero esta historia no termina con un final del todo feliz.
En agosto pasado Béatrice fue arrestada y acusada de tráfico de personas.
Ella se ríe cuando habla de la acusación ya que le parece ridícula la idea de que participó por dinero.
Fue detenida en la misma comisaría en la que trabajaba su marido.
Se la liberó bajo fianza pero tiene que presentarse ante la policía una vez por semana mientras espera que comience su juicio a fin de mes.
Si es hallada culpable podría en teoría recibir una condena de 10 años de prisión y una multa de casi US$850.000, aunque en su caso es probable que la pena fuera menos severa.
Béatrice también fue incluida en la lista de personas consideradas potencialmente peligrosas para la seguridad estatal.
La mayoría de las personas en esta lista son extremistas islámicos, algo que también la hace reír.
¿Valió todo la pena?
“Si”, responde sin dudarlo. “Lo hice por él. Uno hace cualquier cosa por amor”.