El genio que inventó el motor de Google, a quien nadie conoce
Maruxa Ruiz del Árbol
El País
El mundo de la ciencia y la tecnología se asemeja a veces a un a una gran feria de las vanidades. La búsqueda de la medalla, del premio, del reconocimiento o -todo junto- la gloria de pasar a la historia como uno de esos seres humanos que hicieron un aporte al avance de la humanidad, conducen a injustos olvidos y relegan a un segundo plano a muchos genios anónimos. Vivimos rodeados de objetos que nos hacen las cosas más sencillas, y que fueron creados gracias al ingenio de mujeres y hombres de los que no conocemos el nombre. Todos podemos enumerar de carrerilla quiénes eran Tomas Alva Edison, Alexander Graham Bell, Guillermo Marconi o Isaac Peral. Pero pocos saben quién fue el ingeniero que descubrió que las ondas utilizadas por los radares podían utilizarse para cocinar palomitas de maíz. Aunque la mayoría aprovechemos su idea a diario para calentar la leche en un horno microondas.
Massimo Marchiori es uno de esos tipos. Su nombre es completamente desconocido para la mayoría y, sin embargo, es posible que algunos de los que están leyendo esto ahora hayan llegado hasta esta página gracias a él. Porque Marchiori es el matemático que ideó el famoso algoritmo de Google. De su cabeza salió el corazón de la bestia, el secreto que ha llevado a la compañía a convertirse en una de las empresas tecnológicas más poderosas del mundo. Lo curioso es que Marchiori, después de presentarla en una conferencia internacional, cedió su idea para que la desarrollaran Larry Page y Sergey Brin. En una época en la que todos los jóvenes relacionados con la tecnología, aunque sea tangencialmente, buscan hacerse millonarios y entrar en ese club de rockstars en que se han convertido los gurús de Internet, Marchiori eligió seguir investigando. Y no se arrepiente: “ganar dinero para una determinada empresa y aumentar mi cuenta bancaria no es lo que quiero hacer en la vida”.
El italiano, que después de pasar algunos años en el MIT vive y trabaja cerca de Venecia, insiste en que su objetivo siempre fue hacer algo para mejorar la vida de las personas y que eso no se puede conseguir desde una compañía que está atada por la cuenta de resultados. Por eso, asegura, no envidia a los fundadores de Google, ya que él dice que solo necesita “un sitio donde dormir y tiempo para pensar”. Esta libertad es la que le hace observar el desarrollo de Internet, con Google a la cabeza, con la distancia analítica de los verdaderos científicos, y considera que ha llegado la hora de que cambiemos la forma en que nos relacionamos con la red: “hasta ahora los buscadores son como el oráculo de Delfos: metes las palabras clave y esperas para obtener el resultado”.
Marchiori trabaja en un tipo de buscador más dialogante, que incluya una dimensión social y en el que la inteligencia artificial que se encuentra detrás nos permita relacionarnos con Internet con mayor naturalidad. El objetivo, en definitiva, es hacer de la tecnología un espacio más humano: “aquellos que entienden como se hace la buena tecnología saben que al final lo que tiene que haber es un corazón detrás” dice Marchiori. Sin duda, el italiano se merece un lugar en nuestra memoria; por mucho menos Percy Specser, el inventor del microondas, tiene un edificio en Massachusetts que lleva su nombre.
El País
El mundo de la ciencia y la tecnología se asemeja a veces a un a una gran feria de las vanidades. La búsqueda de la medalla, del premio, del reconocimiento o -todo junto- la gloria de pasar a la historia como uno de esos seres humanos que hicieron un aporte al avance de la humanidad, conducen a injustos olvidos y relegan a un segundo plano a muchos genios anónimos. Vivimos rodeados de objetos que nos hacen las cosas más sencillas, y que fueron creados gracias al ingenio de mujeres y hombres de los que no conocemos el nombre. Todos podemos enumerar de carrerilla quiénes eran Tomas Alva Edison, Alexander Graham Bell, Guillermo Marconi o Isaac Peral. Pero pocos saben quién fue el ingeniero que descubrió que las ondas utilizadas por los radares podían utilizarse para cocinar palomitas de maíz. Aunque la mayoría aprovechemos su idea a diario para calentar la leche en un horno microondas.
Massimo Marchiori es uno de esos tipos. Su nombre es completamente desconocido para la mayoría y, sin embargo, es posible que algunos de los que están leyendo esto ahora hayan llegado hasta esta página gracias a él. Porque Marchiori es el matemático que ideó el famoso algoritmo de Google. De su cabeza salió el corazón de la bestia, el secreto que ha llevado a la compañía a convertirse en una de las empresas tecnológicas más poderosas del mundo. Lo curioso es que Marchiori, después de presentarla en una conferencia internacional, cedió su idea para que la desarrollaran Larry Page y Sergey Brin. En una época en la que todos los jóvenes relacionados con la tecnología, aunque sea tangencialmente, buscan hacerse millonarios y entrar en ese club de rockstars en que se han convertido los gurús de Internet, Marchiori eligió seguir investigando. Y no se arrepiente: “ganar dinero para una determinada empresa y aumentar mi cuenta bancaria no es lo que quiero hacer en la vida”.
El italiano, que después de pasar algunos años en el MIT vive y trabaja cerca de Venecia, insiste en que su objetivo siempre fue hacer algo para mejorar la vida de las personas y que eso no se puede conseguir desde una compañía que está atada por la cuenta de resultados. Por eso, asegura, no envidia a los fundadores de Google, ya que él dice que solo necesita “un sitio donde dormir y tiempo para pensar”. Esta libertad es la que le hace observar el desarrollo de Internet, con Google a la cabeza, con la distancia analítica de los verdaderos científicos, y considera que ha llegado la hora de que cambiemos la forma en que nos relacionamos con la red: “hasta ahora los buscadores son como el oráculo de Delfos: metes las palabras clave y esperas para obtener el resultado”.
Marchiori trabaja en un tipo de buscador más dialogante, que incluya una dimensión social y en el que la inteligencia artificial que se encuentra detrás nos permita relacionarnos con Internet con mayor naturalidad. El objetivo, en definitiva, es hacer de la tecnología un espacio más humano: “aquellos que entienden como se hace la buena tecnología saben que al final lo que tiene que haber es un corazón detrás” dice Marchiori. Sin duda, el italiano se merece un lugar en nuestra memoria; por mucho menos Percy Specser, el inventor del microondas, tiene un edificio en Massachusetts que lleva su nombre.