El campeón de los cambios
Pablo Chiappetta @pablochiappetta
Pchiappetta@ole.com.ar
La verdad no es sexy. No tiene remedio. Pero nunca es triste. Y la vuelta olímpica que ya empezaron a ensayar los jugadores de Boca es, en buena medida, una comprobación de los beneficios que tiene asumir la realidad y no escudarse en su distorsión.
Boca ya ganó un título: es el campeón de los cambios. Empujado por circunstancias en las que paradójicamente su entrenador había colaborado a partir de sus decisiones, GBS asumió -a los golpes, pero lo admitió al fin- que muchas veces los cambios son tan necesarios como productivos. Cambió el arquero. Cambió a la defensa entera. Cambió al volante central. Cambió y no dejó de cambiar antes y después de Tevez. Cambió y, de no mediar imprevistos, no va a dejar de cambiar tampoco después de su primera estrella como técnico del club que es su lugar en el mundo.
El Boca campeón 2017 podrá ser recordado por varias razones: su carácter para reinventarse y ganarle el campeonato a River después de que el equipo de Gallardo le moviera toda la estructura, su ambición para deglutirse a todos los grandes más allá de ese porrazo en la Bombonera o su fortaleza para sobreponerse a la conmovedora salida de Tevez. Pero su rasgo identitario será, sin dudas, que fue un equipo sin nombres. O, al contrario, con uno solo que resultó totalmente determinante: Guillermo Barros Schelotto.
Aunque su principal aporte no fue futbolístico sino de conducción en momentos contradictoriamente críticos, ya que en la mayoría de los casos se dieron con Boca mirando por encima al resto. ¿O acaso algún hincha extraña a Sara, Werner, Peruzzi, Vergini, Insaurralde, Fabra o Bentancur? Ahí radica el principal capital del líder del vestuario. Y eso, seguir cambiando estructuras en medio del éxito, continuará siendo su principal virtud. El título avalará la tendencia a los cambios del mellizo, que ya piensa en otros nombres para aspirar a la Libertadores. Porque la verdad no será sexy, pero nunca es triste.
Pchiappetta@ole.com.ar
La verdad no es sexy. No tiene remedio. Pero nunca es triste. Y la vuelta olímpica que ya empezaron a ensayar los jugadores de Boca es, en buena medida, una comprobación de los beneficios que tiene asumir la realidad y no escudarse en su distorsión.
Boca ya ganó un título: es el campeón de los cambios. Empujado por circunstancias en las que paradójicamente su entrenador había colaborado a partir de sus decisiones, GBS asumió -a los golpes, pero lo admitió al fin- que muchas veces los cambios son tan necesarios como productivos. Cambió el arquero. Cambió a la defensa entera. Cambió al volante central. Cambió y no dejó de cambiar antes y después de Tevez. Cambió y, de no mediar imprevistos, no va a dejar de cambiar tampoco después de su primera estrella como técnico del club que es su lugar en el mundo.
El Boca campeón 2017 podrá ser recordado por varias razones: su carácter para reinventarse y ganarle el campeonato a River después de que el equipo de Gallardo le moviera toda la estructura, su ambición para deglutirse a todos los grandes más allá de ese porrazo en la Bombonera o su fortaleza para sobreponerse a la conmovedora salida de Tevez. Pero su rasgo identitario será, sin dudas, que fue un equipo sin nombres. O, al contrario, con uno solo que resultó totalmente determinante: Guillermo Barros Schelotto.
Aunque su principal aporte no fue futbolístico sino de conducción en momentos contradictoriamente críticos, ya que en la mayoría de los casos se dieron con Boca mirando por encima al resto. ¿O acaso algún hincha extraña a Sara, Werner, Peruzzi, Vergini, Insaurralde, Fabra o Bentancur? Ahí radica el principal capital del líder del vestuario. Y eso, seguir cambiando estructuras en medio del éxito, continuará siendo su principal virtud. El título avalará la tendencia a los cambios del mellizo, que ya piensa en otros nombres para aspirar a la Libertadores. Porque la verdad no será sexy, pero nunca es triste.