Trump se inclina por retirar a EE UU del acuerdo mundial contra el cambio climático
La medida, apuntada por medios estadounidenses y no confirmada por la Casa Blanca, supondría un paso de gigante del aislacionismo y el triunfo del ala más radical
Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
La balanza empieza a inclinarse. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está decidido, según fuentes oficiales, a retirar a su país del Acuerdo de París sobre Cambio Climático. La medida, que no ha sido confirmada por la Casa Blanca y aún puede ser modificada, implicaría mucho más que la ruptura de un pacto o la disolución del legado de Barack Obama; la salida representaría el mayor triunfo obtenido hasta ahora del ala más radical de la Casa Blanca. Un avance del aislacionismo a ultranza.
La decisión final ha quedado en manos de Trump. Sus altos cargos, según medios estadounidenses, señalan que la retirada ya está prácticamente lista, pero la imprevisibilidad del presidente y su innata capacidad para los giros inesperados dejan abierta la puerta a una sorpresa de última hora. El propio mandatario pareció jugar al suspense cuando hoy en un tuit indicó que su conclusión se conocería “en los próximos días”.
Esta contrarreloj aviva la batalla interna que sacude la Casa Blanca. Los sectores más radicales, encabezados por el estratega jefe, Stephen Bannon, y el director de la Agencia de Protección Ambiental, Scott Pruitt, han apostado desde el inicio por la ruptura. A ellos se oponen los secretarios de Estado y Comercio, así como la hija predilecta del presidente, Ivanka, y su marido, el influyente consejero Jared Kushner. Aunque cuentan con el apoyo de las potencias europeas y la comunidad científica, nunca han logrado convencer del todo al presidente.
El rechazo ha sido siempre la opción de Trump. Durante años, se ha mostrado renuente a aceptar el acuerdo del cambio climático. No sólo ha cuestionado que el aumento de las temperaturas se deba al hombre, sino que considera que se trata de un pacto contrario a los intereses estadounidenses y que da ventaja competitiva a China e India. Por ello, si finalmente opta por abandonarlo, como apuntan los medios estadounidenses, la señal que enviaría es inequívoca. Estados Unidos habría consumado su giro aislacionista y dejaría en el aire el destino de otros acuerdos como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Un texto que ahora mismo está siendo negociado con México y Canadá bajo la espada de Damocles de su denuncia por la Administración Trump.
El impacto de una eventual retirada tardará meses o años en establecerse. El Acuerdo de París es básicamente consensual. No contiene sanciones ni medidas coercitivas. Es una expresión de voluntad de 195 naciones. Su objetivo es evitar que a finales de siglo la temperatura mundial supere en dos grados el nivel preindustrial (ahora mismo ya ha aumentado 1,1º). Para lograrlo propone limitar las emisiones de gases de efecto invernadero.
Obama firmó el pacto en 2016 y ofreció recortar las emisiones entre un 26% y 28% para 2025 respecto a los niveles de 2005. Con este fin, desplegó una ingente batería de medidas legales que Trump se ha apresurado a bloquear, dando vía libre a la industria del carbón y retirando restricciones a sectores altamente contaminantes.
La meta de Trump es beneficiar a esos sectores deprimidos del antiguo cinturón industrial que le dieron el voto. Para la narrativa presidencial, su presunta mejora responde al “interés nacional” y queda por encima de sus devastadores efectos ecológicos y sociales, e incluso de los planes estratégicos de grandes energéticas, como Exxon, que en los últimos años han realizado enormes inversiones para alcanzar registros más limpios.
Pero la eventual ruptura va mucho más allá de los límites de Estados Unidos. La decisión enviaría un mensaje devastador al mundo. Al igual que ocurriera en 2001, cuando George W. Bush abandonó el Protocolo de Kioto, la medida animaría a otros países a seguir sus pasos. Paralelamente, Washington estaría abandonando a sus socios más firmes, los europeos, y dejando su lugar a China, el mayor emisor mundial. De un golpe, una iniciativa lograda tras décadas de esfuerzo perdería el sostén de la economía más potente del planeta. Y la ciencia vería cómo, ante uno de los desafíos más inquietantes de la humanidad, su principal instrumento de actuación se diluye por las tribulaciones aislacionistas de un antiguo tiburón inmobiliario. El planeta contiene la respiración.
Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
La balanza empieza a inclinarse. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está decidido, según fuentes oficiales, a retirar a su país del Acuerdo de París sobre Cambio Climático. La medida, que no ha sido confirmada por la Casa Blanca y aún puede ser modificada, implicaría mucho más que la ruptura de un pacto o la disolución del legado de Barack Obama; la salida representaría el mayor triunfo obtenido hasta ahora del ala más radical de la Casa Blanca. Un avance del aislacionismo a ultranza.
La decisión final ha quedado en manos de Trump. Sus altos cargos, según medios estadounidenses, señalan que la retirada ya está prácticamente lista, pero la imprevisibilidad del presidente y su innata capacidad para los giros inesperados dejan abierta la puerta a una sorpresa de última hora. El propio mandatario pareció jugar al suspense cuando hoy en un tuit indicó que su conclusión se conocería “en los próximos días”.
Esta contrarreloj aviva la batalla interna que sacude la Casa Blanca. Los sectores más radicales, encabezados por el estratega jefe, Stephen Bannon, y el director de la Agencia de Protección Ambiental, Scott Pruitt, han apostado desde el inicio por la ruptura. A ellos se oponen los secretarios de Estado y Comercio, así como la hija predilecta del presidente, Ivanka, y su marido, el influyente consejero Jared Kushner. Aunque cuentan con el apoyo de las potencias europeas y la comunidad científica, nunca han logrado convencer del todo al presidente.
El rechazo ha sido siempre la opción de Trump. Durante años, se ha mostrado renuente a aceptar el acuerdo del cambio climático. No sólo ha cuestionado que el aumento de las temperaturas se deba al hombre, sino que considera que se trata de un pacto contrario a los intereses estadounidenses y que da ventaja competitiva a China e India. Por ello, si finalmente opta por abandonarlo, como apuntan los medios estadounidenses, la señal que enviaría es inequívoca. Estados Unidos habría consumado su giro aislacionista y dejaría en el aire el destino de otros acuerdos como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Un texto que ahora mismo está siendo negociado con México y Canadá bajo la espada de Damocles de su denuncia por la Administración Trump.
El impacto de una eventual retirada tardará meses o años en establecerse. El Acuerdo de París es básicamente consensual. No contiene sanciones ni medidas coercitivas. Es una expresión de voluntad de 195 naciones. Su objetivo es evitar que a finales de siglo la temperatura mundial supere en dos grados el nivel preindustrial (ahora mismo ya ha aumentado 1,1º). Para lograrlo propone limitar las emisiones de gases de efecto invernadero.
Obama firmó el pacto en 2016 y ofreció recortar las emisiones entre un 26% y 28% para 2025 respecto a los niveles de 2005. Con este fin, desplegó una ingente batería de medidas legales que Trump se ha apresurado a bloquear, dando vía libre a la industria del carbón y retirando restricciones a sectores altamente contaminantes.
La meta de Trump es beneficiar a esos sectores deprimidos del antiguo cinturón industrial que le dieron el voto. Para la narrativa presidencial, su presunta mejora responde al “interés nacional” y queda por encima de sus devastadores efectos ecológicos y sociales, e incluso de los planes estratégicos de grandes energéticas, como Exxon, que en los últimos años han realizado enormes inversiones para alcanzar registros más limpios.
Pero la eventual ruptura va mucho más allá de los límites de Estados Unidos. La decisión enviaría un mensaje devastador al mundo. Al igual que ocurriera en 2001, cuando George W. Bush abandonó el Protocolo de Kioto, la medida animaría a otros países a seguir sus pasos. Paralelamente, Washington estaría abandonando a sus socios más firmes, los europeos, y dejando su lugar a China, el mayor emisor mundial. De un golpe, una iniciativa lograda tras décadas de esfuerzo perdería el sostén de la economía más potente del planeta. Y la ciencia vería cómo, ante uno de los desafíos más inquietantes de la humanidad, su principal instrumento de actuación se diluye por las tribulaciones aislacionistas de un antiguo tiburón inmobiliario. El planeta contiene la respiración.