Operación Triunfo, final feliz
Los jugadores del Real Madrid celebran uno de sus goles en Granada.
Luis Nieto
As
Por prevenir al madridismo de la tentación de levitar, conviene precisar que su equipo jugó ante el Granada, perro de mil leches, con once jugadores de once nacionalidades distintas, mestizaje loco, y al que el partido le cogió haciendo las maletas para viajar a Segunda. Pero esta versión alternativa y casual del Madrid que Zidane ha empleado en etapas de media montaña ha resultado estupenda, individual y colectivamente. Lástima que no haya podido disfrutarla el Bernabéu. Porque la afición le ha cogido cariño a este colorido Madrid, del que gusta tanto la partitura (más centrocampistas) como la orquesta (más canteranos y más españoles).
Como en Eibar, Leganés, Gijón o A Coruña, tuvo un despegue vertical en Los Cármenes. En diez minutos hizo dos goles y despachó a un Granada de broma. Ambos de James, que en lugar de afligirse en su cuesta abajo ha sacado en estos partidos la estrella mundial que lleva dentro. Fueron dos goles a un toque, de llegador, el segundo en envío preciso en colocación y potencia de Coentrao. Y es que la empatía del grupo ha ido recuperando malditos. Danilo, el lateral fantasma de la otra orilla, también regaló un gol. Esta vez, sin Isco, índicio de que volverá a ser titular ante el Atlético, la cosa tuvo menos encanto pero la eficacia demoledora de tardes anteriores.
La noche de Morata.
A favor de resultado, con Kovacic cuidando del solfeo en el centro del campo, liberado por Casemiro y desatado ya como primer espada, el Madrid fue haciendo pedazos a lo que quedaba del Granada (escombros) en ataques relámpago. Faltaba la continuidad y sobraba la precisión. Sobre todo la de Morata, que le ha sacado gran provecho a esta Operación Triunfo. Manejó todos los registros del nueve moderno. Acertó a un toque (tercer gol), supo autoabastecerse (cuarto) y fue lanzadera de sus compañeros del frente de ataque (primero). Partidos así le quedan ya por los tobillos. Sus veinte goles le despegan mucho de Benzema y de su continuidad en un equipo que apenas premia su productividad.
El Granada fue cadáver desde el comienzo y pudo irse ya al descanso con un set en blanco si Lucas Vázquez, otro que anda como un tiro, no estrella una pelota en el larguero y Casemiro no echa a perder un remate a puerta vacía.
En la segunda mitad, el Madrid espació sus ataques y conservó energías. El partido siguió de su mano, con un Kovacic creciente y emprendedor, pero resultó menos certero. El Granada, con Lombán como central, detuvo la hemorragia y dejó alguna huella en el área del Madrid. Sin embargo, fue Ochoa de nuevo el más exigido. Danilo, Lucas y Sergio Ramos dejaron pasar buenas opciones. Y el equipo acabó con todo el parque de artillería, Morata, Benzema y Mariano, para culminar el desfile. Probablemente no se repetirá este Madrid B al completo en lo que resta de curso, pero su compromiso y el valor de Zidane quedaron ahí. Fue un placer.
Luis Nieto
As
Por prevenir al madridismo de la tentación de levitar, conviene precisar que su equipo jugó ante el Granada, perro de mil leches, con once jugadores de once nacionalidades distintas, mestizaje loco, y al que el partido le cogió haciendo las maletas para viajar a Segunda. Pero esta versión alternativa y casual del Madrid que Zidane ha empleado en etapas de media montaña ha resultado estupenda, individual y colectivamente. Lástima que no haya podido disfrutarla el Bernabéu. Porque la afición le ha cogido cariño a este colorido Madrid, del que gusta tanto la partitura (más centrocampistas) como la orquesta (más canteranos y más españoles).
Como en Eibar, Leganés, Gijón o A Coruña, tuvo un despegue vertical en Los Cármenes. En diez minutos hizo dos goles y despachó a un Granada de broma. Ambos de James, que en lugar de afligirse en su cuesta abajo ha sacado en estos partidos la estrella mundial que lleva dentro. Fueron dos goles a un toque, de llegador, el segundo en envío preciso en colocación y potencia de Coentrao. Y es que la empatía del grupo ha ido recuperando malditos. Danilo, el lateral fantasma de la otra orilla, también regaló un gol. Esta vez, sin Isco, índicio de que volverá a ser titular ante el Atlético, la cosa tuvo menos encanto pero la eficacia demoledora de tardes anteriores.
La noche de Morata.
A favor de resultado, con Kovacic cuidando del solfeo en el centro del campo, liberado por Casemiro y desatado ya como primer espada, el Madrid fue haciendo pedazos a lo que quedaba del Granada (escombros) en ataques relámpago. Faltaba la continuidad y sobraba la precisión. Sobre todo la de Morata, que le ha sacado gran provecho a esta Operación Triunfo. Manejó todos los registros del nueve moderno. Acertó a un toque (tercer gol), supo autoabastecerse (cuarto) y fue lanzadera de sus compañeros del frente de ataque (primero). Partidos así le quedan ya por los tobillos. Sus veinte goles le despegan mucho de Benzema y de su continuidad en un equipo que apenas premia su productividad.
El Granada fue cadáver desde el comienzo y pudo irse ya al descanso con un set en blanco si Lucas Vázquez, otro que anda como un tiro, no estrella una pelota en el larguero y Casemiro no echa a perder un remate a puerta vacía.
En la segunda mitad, el Madrid espació sus ataques y conservó energías. El partido siguió de su mano, con un Kovacic creciente y emprendedor, pero resultó menos certero. El Granada, con Lombán como central, detuvo la hemorragia y dejó alguna huella en el área del Madrid. Sin embargo, fue Ochoa de nuevo el más exigido. Danilo, Lucas y Sergio Ramos dejaron pasar buenas opciones. Y el equipo acabó con todo el parque de artillería, Morata, Benzema y Mariano, para culminar el desfile. Probablemente no se repetirá este Madrid B al completo en lo que resta de curso, pero su compromiso y el valor de Zidane quedaron ahí. Fue un placer.