La Copa consuela a Messi

Su fantástico partido le dio el título a un Barça gris. Irreprochable Alavés, que llegó a empatar y peleó hasta el final. Luis Enrique se despidió con su noveno título.


Luis Nieto
As
Messi le hizo pasillo a Luis Enrique, que en el Calderón recogió su noveno título y en Barcelona recogerá hoy sus cosas; colgó al Barça esa medalla de bronce que es la Copa para los grandes y dejó sin gloria al Glorioso. Fue irreprochable el Alavés, de su afición al último de sus futbolistas, pero hay días en que no hay material que resista el ataque nuclear de Messi. Él se adueñó de la Copa y le dio majestuosidad al último partido oficial en el Calderón, al que echará de menos por lo bien que ahí le fue.


De la capacidad del Alavés para hacerse el erizo y del aire decadente que envuelve a este Barça, al que escapa Messi sobradamente, salió media hora de final con más sal de la que se presumía. Hasta que quiso el argentino, que hizo una obra de arte de su consuelo.
El plan de Pellegrino tuvo orden y concierto, aunque se ahorró la vistosidad. Metió tres centrales, con dos laterales de goma, cuatro centinelas en el centro del campo y Deyverson en misión comando. Su cabeza mandó en las dos áreas. Un grupo para sobrevivir sin la pelota, apiñándose en una franja de 20 metros para defender con fiereza y alargándose sin arriesgar cuando el Barça se distrajo. También repartiendo estopa. Su maillot amarillo en tarjetas tiene un porqué.

Contra ese rompeolas topó mansamente el Barça durante muchos minutos. Ofreció la sensación de un equipo agotado, en el final de una etapa, poco entusiasmado con el evento. En ese paquete entró Neymar, que esta vez no resultó factor diferencial, aunque estuvo en los dos primeros goles. Iniesta tuvo el vigor de antaño y Messi fue otra cosa. Cuando se le vino encima al Alavés, echó el telón del partido. Él es el Barça. Indudablemente mejora con la compañía, pero en noches como esta ni siquiera la necesita. Dio la impresión de que si se hubiera puesto la camiseta del Alavés esta Copa sería manteada hoy gloriosamente en la Plaza de la Virgen Blanca de Vitoria.

Porque los primeros 25 minutos sólo dejaron la conmoción de la lesión de Mascherano, lateral de urgencia que se abrió la cabeza y se quebró la rodilla. Le relevó otro interino, André Gomes, que en modo redención se defendió mucho mejor de lo previsto. En un minuto, el partido se vio sacudido por dos calambrazos: un disparo de Ibai que golpeó en el palo ante un Cillessen aturdido y anduvo de puntillas por la línea de gol sin atreverse a traspasarla y un remate soso de Iniesta que envenenó un toque en Alcácer. Lo sacó Pacheco con eficacia y sin elegancia.
Un jugador imparable

A partir de ahí empezó el partido de Messi. Marcó el primero con esa rosca de zurda al palo derecho del portero que resulta indefendible; lanzó a André Gomes en el segundo, que regaló el gol a Neymar (en posible fuera de juego), y patinó en el área en el tercero hasta poner a Alcácer frente a Pacheco. No perdonó el valenciano. Nadie es capaz de sobrevivir tanto tiempo en el área rival con la pelota a cuestas como Messi.

El Alavés respondió al primer golpe con el empate de Theo, un zurdazo enorme a la escuadra cargado de intención y de morbo. No le alcanzó para más. Se marchó al descanso con la final perdida. Esa operación acordeón urdida por Pellegrino la había echado abajo la zurda de Messi.

En la segunda mitad se tomó un respiro el argentino y volvió el equilibrio al partido. Pacheco le quitó el cuarto a Alcácer, pero a partir de ahí el Alavés tuvo el ejemplar comportamiento de quien sabe que puede tardar mucho tiempo en volver al paraíso. Pellegrino metió vitaminas con Camarasa (insospechado suplente) y Sobrino y su equipo empujó al Barça hasta su área. En apenas un minuto, Deyverson vio cómo Cillessen le quitaba un gol con el pie y el asistente de Clos, justamente, otro con el banderín. El Barça remoloneó, meciéndose sin codicia en su ventaja, sin sacarle brillo a esa Copa que sintió en sus vitrinas. Aliviado Messi, despareció como equipo. Como tantas veces, pero el Alavés acabó quedándose sin fuerzas en ese empeño imposible. Así acabaron un estadio, una era y un sueño.

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