“¿Está diciendo que hay una conspiración en su contra?”: los diálogos clave entre Lula y el juez
El interrogatorio al expresidente se convirtió a ratos en un cara a cara entre las personalidades más opuestas de la política brasileña
Tom C. Avendaño
São Paulo, El País
En las cinco horas que duró la deposición realizada el miércoles por el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva ante el juez Sérgio Moro, que investiga si el político forma parte del entramado corrupto del caso Petrobras, hubo varios momentos en los que los interlocutores se distrajeron del tema previsto. A veces era porque las acusaciones -si Lula aceptó o no sobornos en forma de favores de empresarios a cambio de contratos públicos: él lo niega rotundamente- exigían hablar del contexto general del país. Pero sobre todo porque ambos tienen personalidades tan opuestas, tan enfrentadas públicamente que a muchas de las cuestiones les obligaban a enzarzarse en las cuestiones más básicas. A veces Lula intenta adelantarse al desacuerdo para dominar la conversación, a veces es Moro quien guía a Lula con preguntas cargadas de ideología.
Nada más empezar la conversación, por ejemplo, Lula saca el tema de por qué intenta implicarle en la macrotrama del caso Petrobras.
-Soy víctima de la mayor cacería jurídica jamás sufrida por un presidente, por un político, brasileño -protesta.
-Señor presidente, lo que está en juicio no es su gobierno, sino cosas concretas -le contesta Moro.
-Lo que se está juzgando es mi gobierno, mire si vamos a estar en desacuerdo con esto. Lo que se está juzgando es exactamente mi gobierno.
Ambos comenzaron hablando del objetivo de la declaración, el supuesto soborno a Lula: un piso en una zona costera de São Paulo. Los ejecutivos de la constructora OAS, dueña del inmueble, aseguran que lo reformaron como regalo para el expresidente, que era quien lo usaba. Hay pruebas como que Lula fue a visitarlo en 2014, junto con el presidente de OAS, Leo Pinheiros. Lula se defiende diciendo que Pinheiros solo se lo quería vender. "Fui a verlo, le encontré 500 defectos, me volví y nunca más traté del tema con Leo. Dijo que haría reformas y las hizo”. Y se justificó: “Soy una figura pública, solo podría ir a la playa los lunes o el jueves de Ceniza [día del carnaval en el que nadie sale de casa]”.
Más tarde, Moro recuerda a Lula que su mujer, muerta el pasado febrero, había invertido dinero de la familia en el edificio allá por 2005. “No sé si usted está casado, pero mi mujer no siempre avisa de lo que va a hacer”, responde Lula. Y, entre lágrimas, las lágrimas más recurrentes de la historia política brasileña, alerta: “Solo quería pedirle una cosa, señor Moro. A mí se me hace muy difícil que me cite a mi mujer sin estar ella aquí presente para defenderse. Es muy difícil. Es una pena. Y una de las causas por las que murió fue la presión que sentía”.
Así, tema tras tema, los dos personajes públicos más enemistados en la política brasileña se iban enconando en ejercicios dialécticos. Moro lanzaba preguntas a su estilo, directo, frío y cerebral. Y Lula, que por algo aún es el político más popular del país aún siete años después de su último gobierno, rebatía con respuestas al suyo: campechano en apariencia, emocional pero astuto y capaz de llevar cualquier cuestión al terreno que más convenga.
Por ejemplo, Lula arrastró a Moro a la nueva obsesión de la justicia brasileña: las confesiones premiadas, el sistema por el que empresarios que han sido declarados culpables pueden recortar sus sentencias si acusan a otros, el cual está causando estragos en el Gobierno de Michel Temer y en Brasilia en general.
-Lo que ha pasado en estos últimos días 30 días pasará a la historia como el mes de Lula. El mes en el que todos trabajaron, sobre todo en la Fiscalía, para pronunciar la misma palabra, que era Lula. Si no decían Lula, no valía.
-¿Está diciendo que hay una conspiración en su contra?
-Estoy diciendo que si primero te condenan a 23 años, luego ves por la tele la vida de lujo de los que han largado y entonces piensas que acusar a quien, quien sea, es una forma que tiene esa gente de saltarse la cárcel.
Tras cuestionar el caso Petrobras y las confesiones, Lula recrimina a Moro su obsesión por limpiar el país de corrupción en lugar de sacarlo adelante.
-¿Usted no se siente responsable porque el caso Petrobras [que investiga tramas sobre todo en el terreno de la construcción y ha impedido que las empresas más grandes del país accedan a más concursos públicos] haya destruido la industria de la construcción de este país? ¿No se siente responsable porque 600 mil de personas del sector hayan perdido el empleo? -le tienta.
-¿Pero lo que perjudicó a esas empresas fue la corrupción o el combate a la corrupción? -provoca Moro.
-Es su método de combatir la corrupción.
Moro no sucumbe a los Lulismos en ningún momento. No se rie ni se deja seducir por las salidas de tono. Ni siquiera cuando Lula suspira, abrumado: “No quiera saber lo que es expresidente de este país". Y, con el clásico cierre llenado de significados distintos de un buen Lulismo, añade: "No quiera ser exjuez”.
Tom C. Avendaño
São Paulo, El País
En las cinco horas que duró la deposición realizada el miércoles por el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva ante el juez Sérgio Moro, que investiga si el político forma parte del entramado corrupto del caso Petrobras, hubo varios momentos en los que los interlocutores se distrajeron del tema previsto. A veces era porque las acusaciones -si Lula aceptó o no sobornos en forma de favores de empresarios a cambio de contratos públicos: él lo niega rotundamente- exigían hablar del contexto general del país. Pero sobre todo porque ambos tienen personalidades tan opuestas, tan enfrentadas públicamente que a muchas de las cuestiones les obligaban a enzarzarse en las cuestiones más básicas. A veces Lula intenta adelantarse al desacuerdo para dominar la conversación, a veces es Moro quien guía a Lula con preguntas cargadas de ideología.
Nada más empezar la conversación, por ejemplo, Lula saca el tema de por qué intenta implicarle en la macrotrama del caso Petrobras.
-Soy víctima de la mayor cacería jurídica jamás sufrida por un presidente, por un político, brasileño -protesta.
-Señor presidente, lo que está en juicio no es su gobierno, sino cosas concretas -le contesta Moro.
-Lo que se está juzgando es mi gobierno, mire si vamos a estar en desacuerdo con esto. Lo que se está juzgando es exactamente mi gobierno.
Ambos comenzaron hablando del objetivo de la declaración, el supuesto soborno a Lula: un piso en una zona costera de São Paulo. Los ejecutivos de la constructora OAS, dueña del inmueble, aseguran que lo reformaron como regalo para el expresidente, que era quien lo usaba. Hay pruebas como que Lula fue a visitarlo en 2014, junto con el presidente de OAS, Leo Pinheiros. Lula se defiende diciendo que Pinheiros solo se lo quería vender. "Fui a verlo, le encontré 500 defectos, me volví y nunca más traté del tema con Leo. Dijo que haría reformas y las hizo”. Y se justificó: “Soy una figura pública, solo podría ir a la playa los lunes o el jueves de Ceniza [día del carnaval en el que nadie sale de casa]”.
Más tarde, Moro recuerda a Lula que su mujer, muerta el pasado febrero, había invertido dinero de la familia en el edificio allá por 2005. “No sé si usted está casado, pero mi mujer no siempre avisa de lo que va a hacer”, responde Lula. Y, entre lágrimas, las lágrimas más recurrentes de la historia política brasileña, alerta: “Solo quería pedirle una cosa, señor Moro. A mí se me hace muy difícil que me cite a mi mujer sin estar ella aquí presente para defenderse. Es muy difícil. Es una pena. Y una de las causas por las que murió fue la presión que sentía”.
Así, tema tras tema, los dos personajes públicos más enemistados en la política brasileña se iban enconando en ejercicios dialécticos. Moro lanzaba preguntas a su estilo, directo, frío y cerebral. Y Lula, que por algo aún es el político más popular del país aún siete años después de su último gobierno, rebatía con respuestas al suyo: campechano en apariencia, emocional pero astuto y capaz de llevar cualquier cuestión al terreno que más convenga.
Por ejemplo, Lula arrastró a Moro a la nueva obsesión de la justicia brasileña: las confesiones premiadas, el sistema por el que empresarios que han sido declarados culpables pueden recortar sus sentencias si acusan a otros, el cual está causando estragos en el Gobierno de Michel Temer y en Brasilia en general.
-Lo que ha pasado en estos últimos días 30 días pasará a la historia como el mes de Lula. El mes en el que todos trabajaron, sobre todo en la Fiscalía, para pronunciar la misma palabra, que era Lula. Si no decían Lula, no valía.
-¿Está diciendo que hay una conspiración en su contra?
-Estoy diciendo que si primero te condenan a 23 años, luego ves por la tele la vida de lujo de los que han largado y entonces piensas que acusar a quien, quien sea, es una forma que tiene esa gente de saltarse la cárcel.
Tras cuestionar el caso Petrobras y las confesiones, Lula recrimina a Moro su obsesión por limpiar el país de corrupción en lugar de sacarlo adelante.
-¿Usted no se siente responsable porque el caso Petrobras [que investiga tramas sobre todo en el terreno de la construcción y ha impedido que las empresas más grandes del país accedan a más concursos públicos] haya destruido la industria de la construcción de este país? ¿No se siente responsable porque 600 mil de personas del sector hayan perdido el empleo? -le tienta.
-¿Pero lo que perjudicó a esas empresas fue la corrupción o el combate a la corrupción? -provoca Moro.
-Es su método de combatir la corrupción.
Moro no sucumbe a los Lulismos en ningún momento. No se rie ni se deja seducir por las salidas de tono. Ni siquiera cuando Lula suspira, abrumado: “No quiera saber lo que es expresidente de este país". Y, con el clásico cierre llenado de significados distintos de un buen Lulismo, añade: "No quiera ser exjuez”.